se trata la vida y nunca te abandonará. Entiendes que eso es amor, así que ¿quién necesita las palabras?
Bueno, las palabras son importantes. Si llegaras a tu casa un domingo y tu perro te mirara y, como si nada, te dijera: «¿Cómo te fue en la iglesia?». ¡Te aseguro que eso cambiaría tu relación con tu perro! Te mostraría exactamente lo importantes que son las palabras en las relaciones.
Puesto que nos hemos separado de Dios por nuestro pecado, Dios debe hablar para que tengamos la posibilidad de conocerlo. Por eso el trabajo de uno de los antiguos miembros de nuestra iglesia, Carl F. H. Henry, ha sido tan importante. En su magnum opus de seis volúmenes, God, Revelation, and Authority [Dios, revelación y autoridad], él enfatiza exactamente este punto —que Dios no será conocido si no habla, y no podemos conocerlo si Él no ha hablado una palabra en la cual nosotros podamos confiar. Dios mismo debe revelarse. Ese es el punto de la Biblia. Debido a nuestros propios pecados, nunca podríamos conocer a Dios de otra manera. O Él habla o estamos perdidos para siempre en las tinieblas de nuestras propias especulaciones.
Vemos esto claramente a lo largo del Nuevo Testamento. Considera Romanos 10:17 (LBLA): «Así que la fe viene del oír, y el oír, por la palabra de Cristo». Esta «palabra de Cristo» es el gran mensaje del evangelio: que Dios nos creó para conocerlo, pero que nosotros hemos pecado y nos hemos apartado de Él; que por lo tanto Dios en Su gran amor ha venido en la persona de Jesucristo, Quien ha vivido una vida perfecta, llevando nuestra carne y nuestras debilidades; que Él murió en la cruz específicamente como sustituto de todos aquellos que se volverían a Él y confiarían en Él; que ha sido levantado por Dios de los muertos como testimonio de que Dios ha aceptado Su sacrificio; y que ahora nos llama a arrepentirnos y a confiar en Él, así como Abraham confió en la Palabra de Dios que llegó a él en Ur de los caldeos hace muchos siglos.
En Romanos 10:9, justo antes de esto, Pablo escribe «que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo».
El camino a la salvación es confiar y descansar en la verdad de que Dios levantó a Cristo Jesús. Este es el camino para ser incluido en el pueblo de Dios. De manera que vemos, una vez más, que Dios siempre ha creado a Su pueblo al hablar Su Palabra. Y Su Palabra más excelente es Cristo. Como el autor de la carta a los hebreos inició su mensaje:
Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo (Hebreos 1:1–2).
Como creyentes viviendo después de la caída pero antes de la Ciudad Celestial, estamos en un momento de la historia en que la fe es fundamental, y por ende la Palabra debe ser fundamental —¡porque el Espíritu Santo de Dios crea a Su pueblo por Su Palabra! Podemos crear un pueblo por otros medios, y esta es la gran tentación de las iglesias. Podemos crear un pueblo centrado en la identidad étnica. Podemos crear un pueblo centrado en un programa coral completo. Podemos encontrar personas que se entusiasmen por un proyecto de construcción o por una identidad denominacional. Podemos crear un pueblo a partir de grupos de apoyo, en los cuales todos se sientan amados y apoyados. Podemos crear un pueblo centrado en un proyecto de servicio comunitario. Podemos crear un pueblo centrado en oportunidades sociales para madres jóvenes o cruceros por el Caribe para solteros. Podemos crear un pueblo centrado en grupos de hombres. Podemos crear un pueblo centrado en la personalidad de un predicador. Y Dios puede, desde luego, usar todas estas cosas. Pero en última instancia, el pueblo de Dios, la iglesia de Dios, solamente puede ser creado por la Palabra de Dios.
Cuando le preguntaron acerca de sus logros como reformador, Martín Lutero dijo: «Yo simplemente enseñé, prediqué y escribí la Palabra de Dios, aparte de eso no hice nada […] la Palabra lo hizo todo»22. La Palabra de Dios produce vida.
EL PAPEL DE LA PALABRA DE DIOS EN LA PREDICACIÓN
La sección más extensa del Nuevo Testamento que habla acerca de cómo debe ser la reunión de los cristianos se encuentra en los capítulos 11–14 de 1 Corintios. La mayor preocupación de Pablo está resumida en 14:26: «Hágase todo para edificación». A través de 1 Corintios, este es el criterio de Pablo para decidir qué hacer en la congregación. Se deduce, entonces, que tal criterio de utilidad para la edificación debería ser aplicado especialmente a aquello que hemos descrito como central para la congregación cristiana —la predicación. ¿Cuál es la predicación que más edificará a la iglesia? Sin duda, la respuesta debe ser la predicación que expone la Palabra de Dios al pueblo de Dios.
Ciertamente no toda predicación es bíblica. John Broadus bromeó en una ocasión diciendo: «Si algunos sermones tuvieran viruela el texto nunca se contagiaría»23. ¿Tienes alguna duda de que la predicación expositiva debería ser la dieta básica de predicación en tu congregación? Cuando Dios le dio a Moisés instrucciones para los reyes que gobernarían en Israel, ¿recuerdas qué exigía Dios de ellos? En Deuteronomio 17:18–20 (LBLA) leemos: «Y sucederá que cuando él se siente sobre el trono de su reino, escribirá para sí una copia de esta ley en un libro, en presencia de los sacerdotes levitas. La tendrá consigo y la leerá todos los días de su vida, para que aprenda a temer al SEÑOR su Dios, observando cuidadosamente todas las palabras de esta ley y estos estatutos, para que no se eleve su corazón sobre sus hermanos y no se desvíe del mandamiento ni a la derecha ni a la izquierda». Y ¿qué caracteriza al hombre justo en el Salmo 1? «Que en la ley del SEÑOR está su deleite, y en su ley medita de día y de noche» (v. 2 LBLA). Ese deleite se repite en cada estrofa del gran Salmo 119: «Siete veces al día te alabo, a causa de tus justos juicios» (v. 164); «Mi alma ha guardado tus testimonios, y los he amado en gran manera» (v. 167); «tu ley es mi delicia» (v. 174). Dado este deleite en la Palabra de Dios, suministrar esa Palabra debe ser el maravilloso objetivo de la predicación cristiana.
Además, vivimos en una era alfabetizada en la cual todos estamos familiarizados con la palabra impresa y tenemos la Palabra de Dios separada en capítulos y versículos y traducida y fácilmente accesible. ¿Por qué no aprovechar esto en nuestra predicación? En otros tiempos, cuando los predicadores tenían pocas de estas ventajas, Crisóstomo, Agustín, y otros, predicaban series consecutivas de sermones a lo largo de porciones de la Escritura. En su Tercer sermón: Lázaro y el hombre rico, Crisóstomo dijo: «A menudo les digo con antelación el tema del cual hablaré, de manera que puedan tomar el libro en los días previos, revisar el pasaje completo, aprender qué dice y qué no, y estar más preparados para aprender cuando escuchen lo que les diré»24.
Con ese compromiso de traerle a su gente la Palabra de Dios, Crisóstomo estaba siguiendo las pisadas de Moisés, a quien Jetro le encargó que enseñara la ley al pueblo (cf. Éxodo 18:19–20). Moisés estaba haciendo lo mismo que Josías, quien «leyó a oídos [del pueblo] todas las palabras del libro del pacto que había sido hallado en la casa de Jehová» (2 Crónicas 34:30). Y Josías estaba haciendo lo mismo que Esdras y los levitas que regresaron, quienes «leían en el libro de la ley de Dios claramente, y ponían sentido de modo que entendiesen la lectura» (Nehemías 8:8).
Este patrón de enseñanza en el cual la Palabra de Dios es central en la reunión del pueblo de Dios continuó hasta el ministerio de Cristo. En las sinagogas del tiempo de Jesús se leían las Escrituras en ciclos de lecciones de uno o dos años. Los lectores de la Palabra de Dios hacían comentarios acerca del texto, como hizo Jesús en Lucas 4. Es imposible determinar qué tanto las primeras iglesias seguían el patrón de reuniones de la sinagoga de aquel tiempo. Sin embargo, las series expositivas que sobreviven de Crisóstomo y otros predicadores cristianos antiguos sugieren que el patrón consecutivo y expositivo era extensamente practicado. Los sermones (o resúmenes de estos) en el Nuevo Testamento son pocos en número y muestran una preocupación por ser relevantes al entorno cultural de los oyentes; pero, más importante aún, muestran una preocupación por basarse en las Escrituras. Por supuesto, los primeros cristianos no tenían algunas de nuestras ventajas, como tener el texto de las Escrituras disponible para examinarlo incluso durante el sermón, de manera que la técnica de la predicación expositiva dependía con frecuencia de ayudas mnemónicas como la repetición del leccionario. Pero el sermón de