sobre la faz de la tierra» (v. 1 LBLA). La frase «la palabra del Señor vino» o sus equivalentes aparecen más de 3 800 veces en el Antiguo Testamento. La Palabra del Señor venía para crear y dirigir a Su pueblo. El pueblo de Dios eran aquellas personas que escuchaban las palabras de promesa de Dios y respondían en fe. En el Antiguo Testamento, la palabra de Dios siempre venía como un medio de fe. Esta era, en un sentido, un objeto secundario de fe. Dios, por supuesto, siempre es el objeto primario de nuestra fe —nosotros creemos en Dios— pero eso no significa mucho si ese objeto no es definido. Y ¿cómo definimos Quién es Dios y qué nos llama a hacer? Podríamos inventar nuestras propias ideas, o nuestro Dios puede comunicarnos la verdad. Nosotros creemos lo que Dios nos ha dicho. Nosotros creemos que de verdad Dios mismo ha hablado. Debemos confiar en Su Palabra y descansar en ella con toda la fe que pondríamos en Dios mismo.
Así que, vemos en el Antiguo Testamento que Dios dirigió a Su pueblo por Su Palabra.
¿Puedes ver por qué la Palabra de Dios es esencial como instrumento creador de fe? Nos presenta a Dios y Sus promesas —incluyendo todas las promesas individuales del Antiguo Testamento y del Nuevo, hasta llegar a la gran promesa, la gran esperanza, el gran objeto de nuestra fe, Cristo mismo. La Palabra nos muestra lo que debemos creer.
Para el cristiano, la velocidad del sonido (la Palabra que escuchamos) es en cierto sentido mayor que la velocidad de la luz (las cosas que podemos ver). Por así decirlo, en este mundo caído percibimos el futuro por nuestros oídos antes que por nuestros ojos.
En la gran visión de Ezequiel 37, vemos de manera extraordinaria que la vida viene al escuchar la Palabra de Dios:
La mano del SEÑOR vino sobre mí, y me sacó en el Espíritu del SEÑOR, y me puso en medio del valle que estaba lleno de huesos. Y él me hizo pasar en derredor de ellos, y he aquí, eran muchísimos sobre la superficie del valle; y he aquí, estaban muy secos. Y él me dijo: Hijo de hombre, ¿vivirán estos huesos? Y yo respondí: Señor DIOS, tú lo sabes. Entonces me dijo: Profetiza sobre estos huesos, y diles: «Huesos secos, oíd la palabra del SEÑOR. Así dice el Señor DIOS a estos huesos: “He aquí, haré entrar en vosotros espíritu, y viviréis. Y pondré tendones sobre vosotros, haré crecer carne sobre vosotros, os cubriré de piel y pondré espíritu en vosotros, y viviréis; y sabréis que yo soy el SEÑOR”» (v. 1–6 LBLA).
¡Esta es una visión alentadora! Si alguna vez has sido llamado a pastorear una iglesia que parece estar en sus últimos días, o si puedes recordar el sentimiento de desesperanza espiritual antes de que encontraras la salvación, entonces puedes ver por qué este es un gran pasaje de esperanza.
En los versículos 7–10 vemos lo que sucede cuando Ezequiel responde en obediencia a la visión:
Profeticé, pues, como me fue mandado; y mientras yo profetizaba hubo un ruido, y luego un estremecimiento, y los huesos se juntaron cada hueso con su hueso. Y miré, y he aquí, había tendones sobre ellos, creció la carne y la piel los cubrió, pero no había espíritu en ellos. Entonces él me dijo: Profetiza al espíritu, profetiza, hijo de hombre, y di al espíritu: «Así dice el Señor Dios: “Ven de los cuatro vientos, oh espíritu, y sopla sobre estos muertos, y vivirán”». Y profeticé como él me había ordenado, y el espíritu entró en ellos, y vivieron y se pusieron en pie, un enorme e inmenso ejército.
Luego Dios le da a Ezequiel la interpretación de esta visión. Él dice que estos huesos representan a toda la casa de Israel, quienes dicen: «nuestra esperanza ha perecido» (v. 11). La respuesta de Dios a Israel, igual que con los huesos secos, es esta: «Pondré mi Espíritu en vosotros, y viviréis» (v. 14). Y ¿cómo lo hace? Él lo hace por medio de Su Palabra. Para dejar el punto totalmente claro, Dios ordena a Ezequiel que empiece a predicar a este montón de huesos secos, y a través de esa predicación de la Palabra Dios trae vida a los huesos. Dios hace que Ezequiel les hable Su Palabra mientras están muertos, y cuando el profeta lo hace, ¡ellos son vivificados!
La visión de los huesos secos refleja la manera en que Dios llamó a Ezequiel a hablar a una nación que no le escucharía. También refleja la forma en que Dios mismo habló al vacío y creó Su mundo —por el poder de Su Palabra. Nos recuerda, además, lo que sucedió cuando el Verbo de Dios vino al mundo en la persona de Cristo: «En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció» (Juan 1:10). Sin embargo, a través de ese Verbo, a través del Señor Jesús, Dios ha comenzado a crear Su nueva sociedad en la tierra.
Dios le dijo a Ezequiel que hablara a los huesos secos. La vida vino a través del aliento; el Espíritu viajó a través del habla; y esa Palabra de Dios, Su aliento, dio vida. ¿Ves la conexión cercana entre la vida, el aliento, el espíritu, el habla y la palabra? Esto nos recuerda ciertos momentos del ministerio de Jesús. Por ejemplo, «le trajeron un sordo […] y levantando los ojos al cielo, gimió y le dijo: ¡Sé abierto! Al momento fueron abiertos sus oídos» (Marcos 7:32, 34–35). Jesús habló a un hombre sordo, y sus oídos fueron abiertos. ¡La vida regresó a sus oídos! Jesús llamó a Su pueblo a Sí mismo de la misma manera que Ezequiel profetizó: «Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne» (Ezequiel 36:26).
Esta es la gloriosa realidad que los cristianos hemos experimentado. Como le dije a un testigo de Jehová una vez, los cristianos sabemos que estamos espiritualmente muertos, y que necesitamos que Dios produzca Su vida en nosotros. Necesitamos que Él baje y arranque nuestros viejos corazones de piedra y ponga en nosotros nuevos corazones de carne que le amen —corazones que sean sensibles a y moldeables por Su Palabra. Y eso es exactamente lo que Jesucristo hace por nosotros. Él está creando un tipo diferente de personas, un pueblo que muestra la vida de Dios en ellos al escuchar Su Palabra y responder a ella por Su gracia.
Esto nos trae al retrato supremo de la Palabra de Dios produciendo vida:
En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios […] Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres (Juan 1:1, 3–4).
Es en Cristo que la Palabra de Dios ha venido a nosotros de manera completa y definitiva.
Jesús expresó esa gran verdad en Su propio ministerio. Al principio de Su ministerio, cuando Sus discípulos le dijeron que muchas personas lo estaban buscando porque querían que hiciera ciertos milagros y los sanara, Jesús respondió: «Vamos a los lugares vecinos, para que predique también allí; porque para esto he venido» (Marcos 1:38). Si continuamos leyendo el Evangelio de Marcos, vemos que Jesús sabía que Él había venido fundamentalmente a dar Su vida por nuestros pecados (cf. 10:45); pero para que ese evento fuera entendido, Él tenía que enseñar primero.
Fue la Palabra de Dios lo que Pedro predicó en Pentecostés (Hechos 2). Dios produjo vida por medio de Su Palabra. Hombres y mujeres escucharon la verdad acerca de Dios, sus pecados y la provisión que Dios había enviado en Jesús. Y cuando escucharon el mensaje, se compungieron de corazón y dijeron: «varones hermanos, ¿qué haremos?» (Hechos 2:37). La Palabra de Dios creó a Su pueblo. La iglesia fue fundada por la Palabra.
No quiero dar la impresión de que el cristianismo es solamente un montón de palabras —pero las palabras son importantes. En la Biblia vemos que Dios actúa, pero eso no es todo. Después de actuar, Dios habla. Él interpreta lo que ha hecho para que nosotros podamos entenderlo. Dios no permite que Sus acciones hablen por sí mismas; Él habla para darnos la interpretación de Sus grandes obras de salvación.
Esta naturaleza «verbal» de Dios encaja con la manera en la cual Él nos ha creado. Considera nuestras relaciones humanas. ¿Cómo llegamos a conocernos unos a otros? Podemos llegar a conocernos a través de la simple observación. Los cónyuges pueden aprender el uno del otro a través de la intimidad física. Pero hay una parte profunda de conocernos unos a otros que puede existir solamente a través de algún tipo de comunicación cognitiva. Las palabras son importantes para nuestras relaciones.
Tú me dices que tienes una relación muy buena con tu perro (después de todo, ¡él es el mejor amigo del hombre!), y que