mesas con cajones de cerveza y demás. Se cobraba ‘por cabeza’ y hoy también”, de esta manera cuenta Oscar Rivas el principio de unos de los comedores de campo más reconocidos.
La Lechuza está a 8 kilómetros de Navarro. Las casas y la ciudad quedan atrás. La tranquilidad se siente y el centenario boliche atrae con luz propia. No en vano es un lugar que marca un antes y un después en la experiencia de comer en un entorno rural. Impone respeto su historia y la legión de fieles seguidores que los fines de semana recorren, en algunos casos, cientos de kilómetros para saborear la especialidad de la casa: el pollo al horno de barro. Las cosas como son: hay que llegar con tiempo y saber reconocer que asistiremos a un guion gastronómico importante. Es necesario abrir los sentidos y asimilar las emociones. Los aromas y los platos de La Lechuza, la amable atención de los Rivas, toda la familia involucrada y con verdadero compromiso con el trabajo auspician el camino a la felicidad.
“Sencillez, naturalidad, cordialidad y esfuerzo en hacer las cosas lo mejor que sabemos. Los domingos nos encontramos las 3 generaciones de Rivas en La Lechuza: Chola, mi esposa Eli y yo. Eli, desde hace 30 años, es la encargada de la cocina junto con alguno de mis tres hijos: Ornella, Franco y Gonzalo. Este es un factor por el que viene tanta gente. Y otro puede ser el hecho de que estamos haciendo lo que nos gusta y quizás se note”, explica Oscar.
“El boliche data de hace más de 100 años. Era el comercio intermedio entre pulpería y almacén de ramos generales, es decir, tenía algo de los dos. Una edificación muy pequeña en una de las tradicionales esquinas de campo, donde el vecindario adquiría las provisiones necesarias para la casa y donde se distraía en los momentos libres de los trabajos del campo, con los divertimentos de la época: naipes, bochas, carreras cuadreras y hasta desafíos de carreras ‘de a pie’ y, por supuesto, las infaltables rondas de copas. Cada boliche le daba nombre a la zona y tenía la impronta de su propietario”, cuenta Oscar.
“En el año 1967 mis padres, Héctor y Chola, al quedarse sin trabajo en la zona (venían de la industria láctea), recalan en La Lechuza para intentar suerte con el boliche”, afirma. Ese año nace la leyenda. El sinónimo de Navarro pasó a ser este viejo boliche de campo. Es una verdadera rosa de los vientos que irradia tradición y sabores criollos. Una de las claves: mantener las recetas y los puntos de cocción. Solo se usan productos de calidad. No hay errores cuando toda la familia interviene en el trabajo.
“No se trató de una gran visión comercial ni de marketing. Fue hacer lo que los clientes pedían. El boca a boca, nuestra propaganda. Hay que pensar que hablamos de hace 50 años. No había redes ni internet, solo el comentario de que se come bien, te atienden con sencillez, en un ambiente naturalmente cordial y agradable. En cuanto a por qué se ha hecho tan conocido, para nosotros también es un poco misterioso. Solo hemos continuado con lo hecho por mis padres y los mismos criterios”, reflexiona.
Por qué un lugar es elegido durante décadas para comer. Qué delicado y sensible misterio opera para que el hechizo permanezca. Oscar, quien está detrás del mostrador, delinea algunas explicaciones. “El entorno es de absoluta ruralidad, un lugar donde lo único que se ve es campo. De hecho, estamos a 4 kilómetros de camino de tierra desde la ruta 41, por lo que lo denominaría un restaurante de campo realmente en el campo. Y más que un restaurante es una casa de familia y de amigos donde se puede pasar un día al aire libre, disfrutando comida casera, con un menú de hace 50 años”, sostiene.
“Estar al frente de La Lechuza tiene el significado de trabajar en lo que nos gusta, hacerlo en familia, atendiendo gente que viene a pasar un momento de paz, tranquilidad y divertirse. Es seguir una tradición de 53 años de trabajo, de mis viejos primero y nuestra después. Tenemos muchísimas dificultades, a veces, por muchas complicaciones climáticas, problemas para transitar el camino por lluvias y demás. Pero nada mella la alegría de recibir amigos cosechados en tantos años de servicio y buena onda”, resume Oscar.
En tiempos de redes sociales, aquí continúan funcionando las claves de antes: el apretón de manos, el saludo, la magia de las ollas, la mirada y el placer de comer en un lugar donde se rinde culto a la libertad de los placeres argentinos. “Nosotros ofrecemos un día de campo con posibilidad de permanencia de 7 u 8 horas”, el programa es serio. El regreso a los días felices comienza en La Lechuza. + info: Facebook: La Lechuza de Navarro / Teléfonos: 0222715462697 – 0222715411397 / E-mail: [email protected]
El almacén que fue escuela y cine en General Belgrano
General Belgrano
General Belgrano es un pueblo histórico, bello y tranquilo. De casas bajas, veredas acomodadas, ritmo descontracturado y dominado por un personaje ilustre de nuestra geografía: el río Salado. En tiempos de conquista por el territorio era la frontera natural entre tierras seguras y aquellas baldías. Hoy es una gran atracción turística y en su balneario y costanera se reúnen los vecinos para disfrutar de la frescura del agua. Dentro del pueblo y en uno de los barrios con más historias, una vieja esquina ofrece comida criolla y la posibilidad de hacer un viaje en el tiempo. Con los años ganó fama merecida y un lugar en el Partenón de los grandes comedores bonaerenses.
El Almacén, nunca mejor nombrado, es un restaurante que rinde tributo a los viejos boliches de ramos generales en donde los habitantes de los pueblos iban a buscar los elementos necesarios para vivir. Los hubo en General Belgrano, la elegante esquina es fiel reflejo de aquellos. Está ambientado como uno de ellos, impecable, esplendoroso. Ricardo Buiraz es su mentor y quien reunió esta colección de recuerdos de un tiempo que se resiste a irse.
“El restaurante está ubicado en uno de los barrios más viejos, Villa Iriarte. Desde el año 1907 funcionaba allí el café y bar El Buen Gusto, de don Luis Bernaschina. Además de su tradicional servicio, ofrecía la proyección de ‘vistas’; fue el primer cine del pueblo. Aclaraba que tenía ‘comodidad’ para caballos y hasta una calesita. En esta zona en las orillas del pueblo, que se había creado en 1891, también estaban instalados los prostíbulos o ‘casas de alegrías públicas’, como se los conocía”, describe Ricardo el entorno y el folclore del pueblo.
Además de cine y bar, en la esquina se forjó la educación del pueblo. “Paradójicamente, en los años 1928, 29 y 30 funcionó en esa esquina la escuela N.º 9. Más adelante abrió en ese lugar el Almacén de Ramos Generales La Porteña, de don Manuel González, que cerró definitivamente en el año 1958”, cuenta. A partir de este periodo, el lugar quedó cinco décadas cerrado. Parecía que la historia había acabado. Pero apareció Ricardo con su sueño de reabrir y devolverle a General Belgrano una de sus dilectas esquinas.
“En el año 2006, después de casi 50 años cerrado,