Raíces suspendidas: estéticas y narrativas migrantes desde una perspectiva de género
al llegar a Francia. Se reunían entre “paisanos” y hablaban judeo-español en espacios de sociabilidad, cafés o clubes de personas mayores. Se negaron a hablar conmigo de esta inmigración, negando así cualquier pertenencia a su pasado turco y a la categoría de inmigrantes. Se consideraban como sobrevivientes de una redada que, en 1941, acabó con casi todos los residentes judíos del barrio. Así es como sustituyeron el relato solicitado de su recorrido de emigración por la narración de las diferentes tácticas de huida utilizadas para evitar las deportaciones. Encerrados en el pasado colectivo de las víctimas del Holocausto, no podían volver a un pasado anterior.
Por tanto, tuve que ir más allá del uso de relatos de vida —descriptivos de modos de inserción a través de recorridos— como una manera de acceder a las representaciones colectivas para centrarme en la construcción del dispositivo narrativo. Dejé a un lado el material que representaban los relatos como huella histórica y me enfoqué en las producciones verbales que constituían y en la forma como los narradores se ponían en escena. Decidí abandonar la interpretación, para concentrarme en los modos y en los marcos de producción de los relatos (Zemon-Davis, 1988).
Los relatos son actos verbales que brotan de la interacción entre el narrador y su audiencia. Las condiciones psicosociales del acontecimiento narrativo implican una forma de presentación de sí mismo. Mis interlocutores tenían que enfrentar mis reiteradas peticiones que interpretaban como solicitudes de transmisión. Ellos le concedían cierta importancia al estatus de puente entre generaciones que les conferían mis peticiones, pero al mismo tiempo tenían que evacuar la carga de acontecimientos que obstruían su memoria. Una vez superada la resistencia, cuando finalmente contaron su pasado, lo hicieron por fragmentos, expresando el dolor de haberlo perdido todo durante la Segunda Guerra Mundial, y la pena de no haber dejado nada (de su pasado del periodo de entreguerras), o casi nada, detrás de ellos. Esta falta de transmisión de una herencia les incitaba a presentarse como actores de un proyecto de inmigración exitosa, en la medida en que este proyecto había permitido su asimilación. Ser actor de su propio destino —ni emigrado, ni exiliado, sino viajero aventurero— era la manera de superar las persecuciones de la última guerra. Empezaron entonces a contarme su recorrido migratorio como si se tratase de un viaje de aventuras hacia un futuro prometedor que les hizo pasar de Oriente a un Occidente al que nunca habrían dejado de pertenecer.
Relato histórico, relato de ficción
En el relato se habla de héroes que —aunque encomendados por el grupo familiar— realizan sólo ciertos actos que pueden compararse con pruebas impuestas por oponentes y que ellos superan gracias a adyuvantes que provienen de otro grupo, a veces el que los acogerá. La presentación que hice de sus relatos de emigración (Benveniste, 1989) retoma los conceptos de búsqueda, de daño o fechoría, de momento de transición y de desplazamiento de la función del cuento, tal y como la plantea Vladimir Propp (1928).
La recurrencia de ciertas características de los relatos, como el aspecto incompleto o la imprecisión de las fechas, fue la que me llevó a esta forma de presentación. El trabajo recuerda algunos detalles que han marcado a cada individuo en su recorrido desde Estambul, Izmir o Brousse cerca de Marsella. Borra cualquier elemento susceptible de vincular los sujetos con una historia colectiva. No habían emigrado, sino que habían comprado un billete de transporte como cualquier viajero. Este acto, sin embargo, sólo se realizaba después de una serie de peripecias que, sin duda, definían su recorrido como migratorio, pero que también los desvinculaban de cualquier proyecto colectivo. No hay ninguna referencia a la “resolución” del problema de las minorías en el momento de la creación de nuevos Estados nación después de la Primera Guerra Mundial. Se trata, mejor dicho, de un proceso de balcanización que resolvía el problema de estas minorías ligando cada pueblo a un territorio específico.1 No hay tampoco ninguna referencia a una historia que mezclaría el destino de su comunidad con el de otras comunidades del Imperio otomano. Los que habían emigrado eran los armenios, en parte exterminados, o los griegos deportados después de la guerra de Asia Menor de 1922. Los episodios trágicos de la historia de mis interlocutores se situaban después, durante la Segunda Guerra Mundial y durante el período conocido en Francia como la Ocupación.
Su recorrido, tal como lo contaron, personificaba la figura del comerciante, quien, cual nómada, se siente fundamentalmente ajeno al entorno urbano cosmopolita. Esta identidad se construyó poco a poco en el transcurso de la investigación. La manera en que narraban su recorrido migratorio nos hizo entender que se encontraban en una situación constante de tensión entre proximidad y distancia, con el espacio de residencia y con las relaciones sociales que se desarrollaban en este espacio. Esta tensión entre proximidad y distancia es lo que según Simmel (1908) define la situación del extranjero.
El relato de una emigración que acontece fuera de la historia podría, a primera vista, atribuirse falta de un pensamiento histórico, como si el grupo no sintiera la necesidad de hacer presentes los acontecimientos del pasado según la formulación de Marcel Detienne (2000). Para explicar el pensamiento de Detienne, hay que recurrir a la oposición entre historia evenemencial e historia social. La primera, constituida por saltos temporales, mientras que la segunda, sujeta al tiempo social que retoma los conceptos de coyuntura, estructura, tendencia o crisis, utilizados en economía, en demografía y en sociología según las tesis de Paul Ricœur (1983). La historia social, que también utiliza el concepto consagrado por Marcel Mauss de “hecho social total”, se basa en la crítica de la primacía de la persona y del acontecimiento; elimina, de este modo, toda referencia a la puesta en marcha del relato.
Cuando los historiadores recurren al testimonio, lo hacen según los estándares de análisis de otras formas de huellas históricas. El exclusivo recurso hacia el testimonio apunta, según éstos, a la ficción. Su crítica “se basa en una metafísica del uno y del múltiple” (Ricœur, 1983: 179) que hace hincapié en la unicidad y reduce la multiplicidad de fuentes históricas a una configuración admisible única, así como ignora la multiplicidad de las palabras recogidas en los archivos, consideradas como testimonios engañosos o fragmentos de experiencias no validadas por el método científico.
La crítica de Ricœur excluye, al mismo tiempo, la reflexión sobre la labor del historiador que procede de la puesta en relatos. Ricœur considera, al contrario, que existe un vínculo entre historia y relato a través del que “el saber histórico procede de la comprensión narrativa, sin perder nada de su ambición científica” (1983: 182). El historiador, por tanto, queda implicado en el conocimiento histórico que no es reminiscencia, sino construcción del pasado. Si la realidad histórica la construye el historiador, se aproxima entonces al relato de ficción.
El debate entre razón positivista y pensamiento constructivista no está cerrado. El lugar otorgado al acontecimiento es el que opone estas dos ideas, ya que el positivismo refuta su carácter de prueba para establecer la verdad histórica. Sin embargo, no hay acontecimiento sin subjetivación de acontecimiento, sin alguien por quien y para quien exista un sentido del acontecimiento (Rancière, 1994). El acontecimiento cobra sentido porque toma valor de signo en el pensamiento posmoderno. Es un objeto especulativo distinto del objeto cognitivo que comprende el hecho (Coquio, 2015). La búsqueda de sentido rehabilita el testimonio frente a la verdad dogmática o a la negación de los hechos, como pasa con el movimiento revisionista. Catherine Coquio analiza las controversias alrededor de la relación que mantienen los historiadores con la realidad.
La recusación del pensamiento histórico como relato de ficción por Carlo Ginzburg (2010), en nombre de la existencia de la realidad (en sí misma), se opone a todo pensamiento