Raíces suspendidas: estéticas y narrativas migrantes desde una perspectiva de género
a la competencia entre antiguos y nuevos residentes. En todo el barrio, esta competencia se percibe como una invasión de los nuevos, de los jóvenes, de los delincuentes, de los vagabundos. En sus relatos, los habitantes construyen el espacio según el lugar que ocupan, como si lo fragmentaran en subespacios de sociabilidad sin conflicto, de relegación o de competencia residencial.
Encontramos relatos similares, que oponen sociabilidad armoniosa y fragmentación social, en una investigación sobre los retos sociales y políticos impuestos por la construcción de un espacio judío, la comunidad de Sarcelles, en los suburbios de París. Dentro de sus fronteras, la radicalización de las posiciones religiosas se plantea como una utopía social. Fuera de sus fronteras, la negociación o el desvió de las políticas públicas se plantean como el triunfo del asociacionismo religioso frente al reflujo del Estado providencia. Los relatos de emigración desde el Magreb y de la instalación de los inmigrantes en su barrio plantean un mito de fundación sui generis de la comunidad, sin modelo previo y que, por lo tanto, es portadora de todos los modelos. El análisis que podemos hacer, a través de las diferentes versiones entregadas por los interlocutores, permite identificar los mecanismos de constitución, de cementación y de fragmentación de la comunidad.
La sarcelle,2 pájaro que vive en el borde de los estanques, desapareció del lugar donde se eleva ahora el gran conjunto epónimo de viviendas. El hormigón conquistó los espacios pantanosos dibujando territorios de los que se decía que se caracterizaban por la anomia y que, poco a poco, fueron tomando forma. Los pájaros ya habían abandonado el paisaje cuando los judíos fueron arrojados desde Argelia, y el significante del nombre ya no se refirió más que al malestar de los suburbios. Más tarde, del hormigón delimitado por baldíos y lagunas surgió la ciudad. El espacio sin desarrollar se convirtió en espacio social. Vimos entonces perfilarse un movimiento de inversión de los signos, la imagen de una comunidad construida sobre el desierto (Benveniste, 2002).
El mito fundador postula la existencia de un territorio que, aunque discontinuo, presenta bolsas de reagrupamiento de una comunidad que vive divisiones y conflictos, pero que ha establecido una red social densa. En las representaciones colectivas, Sarcelles se define en muchos aspectos como el lugar de origen, pero también como lugar con una nueva arquitectura de hormigón, un nuevo hábitat social y de realojamiento; se va convirtiendo poco a poco en el lugar donde se reconstruye, a través de las redes de inmigrantes, un tejido asociativo, vector de integración y productor de una identidad urbana específica. La creación de organizaciones comunitarias, su evolución, su multiplicación y su refuerzo revelan la construcción, y no el proceso de erosión de una identidad de grupo que se forja paralelamente a la construcción de la identidad como habitante de Sarcelles.
En las investigaciones que llevé a cabo en paralelo con musulmanes magrebíes en un barrio desfavorecido cercano, pude observar fenómenos idénticos de asociacionismo étnico o etno-religioso que se manifestaban como la reformulación de las luchas sociales, sustentadas, al mismo tiempo, en la ideología del poder de las redes transnacionales de una sociedad globalizada. Fragmentación de las identidades e individualismo creciente se asociaban con formas de protesta contra los efectos de la estigmatización de los espacios y de los orígenes.
Para estos grupos de los diversos terrenos observados en mis investigaciones, era tal mi posición que no podía más que aprobar sus prácticas, o registrar sus quejas, escuchando de manera más o menos activa, una historia a punto de concluir o de descomponerse, según lo que resentían de su propia situación. He operado traducciones sucesivas para reconstruir el significado de sus prácticas y entenderlas como proceso de desterritorialización-reterritorialización. Por consiguiente, los sujetos de la investigación no están encerrados en las definiciones institucionales de “remediación de los problemas sociales” que especifican categorías de problemas según los grupos de población. Se apoderan de ellas y las hetero-definiciones externas se convierten en identificaciones positivas. El sujeto que se narra a sí mismo ha realizado el proceso de individuación, tal como lo define Foucault, y puede dar fe de la manera en que subjetiva las referencias colectivas.
Así pues, de las historias del pasado relatadas por los sujetos —sobrevivientes de las deportaciones, migrantes, habitantes de un barrio considerado por ellos en vías de deterioro o, al contrario, como una utopía social— extraje una serie de acontecimientos, de conflictos o de rupturas que participan en la construcción de los sujetos y de su universo social. No debemos considerar este conjunto narrativo como los elementos de un rompecabezas que permitiría reconstruir la verdad acerca de la situación actual. Éste muestra, precisamente, el valor de su disparidad, de su carácter contradictorio y ambivalente, evidenciando la complejidad de las situaciones, la fragmentación o segmentarización de las pertenencias y el carácter ambivalente de las estrategias y no tanto una lógica de las prácticas migrantes, residenciales o sociales. El transcurso de la historia de vida no puede describirse de forma lineal.
El lugar que le he otorgado al relato no significa que me inscribo en la corriente posmoderna reduccionista de los fenómenos sociales a narraciones que los actores hacen de su propio contexto sociocultural. Mi intención, al interesarme por los relatos de los emigrantes del Imperio otomano, no es hacer del mito del judío errante —del cual ellos despliegan las múltiples versiones— la explicación perfecta de su historia. Tampoco me sumo al mito de la Edad de Oro contado por los residentes del Petit Nanterre, en que en tiempos benditos existía una sociabilidad perfecta, en donde ciudad y barrio eran vecinos ejemplares.
La utopía social alabada por los miembros de la comunidad religiosa de judíos de Sarcelles es tan frágil y permeada de contradicciones —como la visión del barrio relegado donde me reuní con musulmanes magrebíes— que convivían con grupos desplazados de antiguas cuencas industriales del norte hoy transformadas en baldíos. En las narraciones no hay una autonomía de la palabra que no se vuelva un relato de ficción personal. Esto nos dice que la historicidad de las identificaciones sociales ha sido negociada en la larga historia temporal de los sujetos en sus diferentes contextos, con el fin de brindar el proyecto de sí que ellos mismos autorizan.
El momento del reconocimiento
La relación con el tiempo llega a convertirse en una dimensión fundamental de la investigación, al pasar, de una concepción del actor posicionado dentro de las configuraciones sociales, a la de un sujeto que habla de sí por medio de las narraciones de sus experiencias. Se requiere de un largo periodo para alcanzar la maduración del proyecto de conocimiento, así como de un reconocimiento mutuo entre el investigador y sus sujetos para lograr una comunicación que rebase el consenso de diálogo acordado, como lo muestra Jeanne Favret-Saada (1990), quien afirma inapropiado el concepto de observación participante. En el mejor de los casos, el oxímoron que constituye este término se reduce a uno de sus componentes, la observación, que en sí misma excluye cualquier “acto de habla”. Sin embargo, en el trabajo de campo, el espacio está sujeto al tiempo de la escucha, ya que al narrar sus vidas, los sujetos participan en la configuración del tiempo.
El tiempo constituye el fundamento del conocimiento y del reconocimiento, así como hace posible la identificación de los acontecimientos y la del sujeto que los pone en relato. El reconocimiento es el acto por el cual podemos nuevamente tener contacto con el pasado dentro del presente. La distinción entre pasado y presente se hace a través de este mismo acto en que regresan los acontecimientos, por lo que debemos pensar el tiempo como una forma o como una potencia (Deleuze, 1968). Esta forma del tiempo remite a la concepción kantiana de la condición a priori del tiempo: pura, abstracta, que tiene existencia fuera de los fenómenos que le dan su contenido, pero que rompe con la identidad que posibilita operar una síntesis activa de experiencias a través del acto de conocer.
La figura trágica representada en Notas sobre Edipo de Hölderlin da a conocer esta “forma pura y vacía [...] la retirada misma o el alejamiento del dios que deja el hombre frente a la inmensidad vacía del cielo sin fondo” (Beaufret, 1965: 21). En