Loli Curto

Macrobiótica I


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      La salud y la enfermedad, según estos principios filosó­fi­cos, siempre han estado sujetas a las mismas leyes que actúan en positivo o en negativo, que tienen validez universal y que son de orden totalmente natural, ya que el ser humano solo es un filtro a través del cual se manifiestan. El estado de la en­fermedad no se considera un mal que ataca al organismo, sino un proceso de interrupción del fluir natural de todas las leyes que nos rigen y que nos obliga a efectuar un esfuerzo para comprender los errores cometidos contra nuestra pro­pia naturaleza. Es una lucha que ejercen los organismos vivos para autorregularse y equilibrarse con la utilización de las le­yes universales o de la naturaleza a su favor.

      La Diosa Madre es el nombre genérico que utilizaron todas las culturas en el pasado y al que añadieron un nombre des­crip­tivo del lugar geográfico y el idioma original antropo­lógi­co de cada país para invocar a las fuerzas reparadoras y sa­nado­ras de nuestra madre naturaleza. La ley reparadora que inter­viene en el proceso de la curación se considera una fuer­za femenina porque tiene la capacidad de expandirse y re­produ­cirse por sí sola permanentemente de forma ilimitada. Es una estructura espacial o energía cósmica consciente de sí misma y considerada por la ciencia la matriz del universo por la que han sido creadas todas las cosas. La existencia hu­mana se re­produce siempre a través de una madre, que sig­ni­fica matriz y que también representa a las mismas leyes universales. Esta fuerza creadora fue venerada en el pasado en todo el mundo y esas leyes no han cambiado, siguen sien­do tan actuales como el sol, el agua, la tierra, el aire… El úni­co cambio pro­du­cido es que los seres humanos nos hemos desconectado totalmente de la naturaleza en estos términos, y aunque via­jemos a la otra punta del mundo para ver un pai­saje nuevo, en realidad no estamos conectados con la esencia de nuestra madre tierra, el paisaje sagrado de nuestro entor­no natural más próximo o la diosa madre, pues todo es lo mis­mo. Por eso cuando enfermamos no miramos hacia den­tro para com­prender cuál es el error que estamos cometien­do con noso­tros mismos, sino que corremos al médico o a la farmacia buscando una solución. En nuestro interior, de forma natu­ral e instintiva, siguen existiendo esos vínculos con nuestra madre original, aunque estén oxidados por la fal­ta de uso.

      La mitología es uno de los pocos sistemas que han permane­cido intactos a través del tiempo en la cultura occidental. A través de él nuestros antepasados fueron transmitiendo a cada nueva generación la cosmogonía del lugar, es decir, todos los conocimientos y la forma de ver y entender la parte invisible e incomprensible del universo y de la vida en su totalidad, para que nuestra mente humana racional pudiera acceder de manera abstracta. El que haya permanecido intacta a través de los tiempos se debe a su carácter totalmente abstracto y nada concreto: da lugar a infinidad de interpretaciones per­sonales y nadie ha podido apropiársela ni manipularla, ya que esos símbolos o relatos que describen una realidad superior e invisible nos resultan totalmente incomprensibles, y todos somos conscientes de que no se expresan de una forma li­te­ral. Es cierto que no sabemos qué significa la diosa madre, la madre de Dios o simplemente la diosa o la partícula di­vi­na, como la llama la ciencia actualmente. No obstante, tal vez no es necesario saberlo, tampoco lo sabían nuestros antepa­sa­dos, que identificaron esa energía cósmica creadora univer­sal como fuente inagotable de todas las cosas, omnipresente siempre en todos los lugares del mundo visible e invisible.

      Ellos tuvieron siempre claro que con la mente no se po­día llegar a ella, que era imposible, y ya que de alguna mane­ra te­nían o querían acceder, o mejor dicho hacerse asequibles a ella, entendieron que solo el alma podía enfrentarse a esa energía cósmica, ya que es de naturaleza similar. Por esa ra­zón daban tanta importancia al cultivo del alma y desarrolla­ron los impresionantes métodos y templos que existen por todo el mundo, y muchos más que han desaparecido, lugares especiales para despertar y entrar en contacto con el alma, casi siempre adormecida por el impacto del mundo material y su aparente absolutismo. En estos templos o lugares diseña­dos y construidos con el propósito concreto de sanar el alma se producían conexiones curativas mediante la invoca­ción de esa energía sanadora o la diosa y la conexión con el alma per­sonal, que es la diosa en nuestro ser más íntimo y puro. A tra­vés de esta selección establecida mediante invocación ritualizada, es decir, con método práctico diario, in­tentaban man­tener el orden y el equilibrio interno-externo del ser hu­mano sin que interviniera el consumo de produc­to alguno.

      Nuestra cultura occidental, y más concretamente europea, ha tenido varias fuentes originales donde han confluido diferentes corrientes, unas veces influenciadas por la cultu­ra asiática, otras árabe, otomana, sumeria, judía, hindú, china, rusa, celta, mongol, esquimal, grecorromana… Los nombres han ido variando con el tiempo, pero la esencia se ha mante­nido inmutable.

      Actualmente hemos perdido el contacto con esa esencia, pero no por eso ha dejado de existir ni de ser efectiva; igual que siempre, sigue actuando para las personas que quie­ran y sepan utilizarla. La humanidad actual no es diferente, aunque muchos están convencidos de que sí lo es. En rea­lidad, res­pi­ramos por los mismos conductos, caminamos con las dos pier­nas, trabajamos con los dos brazos, dormi­mos en posi­ción horizontal, comemos, bebemos, sufrimos, experimen­ta­mos alegría, enfermamos y morimos… ¿Hay alguna diferencia?

      Solo nuestra mentalidad ha cambiado, se ha vuelto más ma­terialista, nos hemos dejado poseer y convencer en nues­tra mente racional por la apariencia de la materia, pero, como dicen todas las corrientes filosóficas, la mente es solo un ór­gano interpretativo, ni siquiera es el perceptivo de lo que nos rodea. Según aseguran los grandes sabios de la humanidad de todos los tiempos, todo lo que vemos a nuestro alrededor no es real, es ilusión, por ejemplo, como dice Buda. La prueba de que nuestra mentalidad no tiene base sólida es que las cre­en­cias a las que nos aferramos como tablas salvavidas pode­mos cambiarlas, si queremos, en una fracción de segundo, por­que no son nada más que pensamientos a los que hemos decidido dar mucha importancia. Incluso podemos hacer­lo en me­nos tiempo, si así lo decidimos, pues sabemos que el pen­samiento viaja más rápido que la velocidad de la luz —300 000 km/s—. Según la física, esta velocidad es la única constante invariable que se produce en el universo; en cam­bio, no podemos modificar o reparar nuestro cuerpo físico a esa velocidad.

      La frase «El que no revisa, observa y aprende de las ex­periencias del pasado está obligado a repetir los errores eter­namente» expresa claramente esta idea que quiero transmitir sobre nuestro pasado ancestral y nuestra mentalidad actual, que deberían fusionarse, no desconectarse. El tiempo no es un concepto lineal como nuestra mente nos dice, es decir, no se trata de una línea recta donde el pasado va quedando atrás, el presente es ahora mismo y el futuro no existe porque está por venir… La física nos explica que es una espiral multidireccional y cíclica; de hecho, la teoría ecuacional de la mecánica cuántica asume que podemos vivir o interactuar en diferentes dimensiones a la vez, aunque nuestra mente ra­cional no lo registre. Según los físicos, el concepto del tiem­po solo existe en nuestra mente.

      Con esta introducción quiero mostrar que las enferme­dades las generamos nosotros mismos al no tener nociones claras de cómo alimentar, mantener y reparar nuestro propio organismo. El hecho de no saber cómo preservar nuestra sa­lud nos justifica para autorizar a otras personas a que lo hagan por nosotros y depositamos nuestra salud en sus manos. Pue­de suceder que esos profesionales a los que hemos encar­gado que se ocupen de nosotros y de nues­tra salud nos orienten bien y sepan cómo hacerlo, de forma correcta, pero tam­bién puede ocurrir que no conozcan en profundidad nuestro ser íntimo y total, ni cómo producir esos procesos de cambio en nuestro interior. Nadie lo pue­de producir por nosotros, como nadie puede respirar, sentir o comer por nosotros.

      Los sistemas aplicables en el proceso de curación no deberían alejarse ni un milímetro de los procesos de la naturaleza porque pertenecemos a ella, es nuestra madre, somos una síntesis de toda la naturaleza.

      Lo que está afuera está dentro, el microcosmos

      es un reflejo del macrocosmos, lo que está arriba

      es