La salud y la enfermedad, según estos principios filosóficos, siempre han estado sujetas a las mismas leyes que actúan en positivo o en negativo, que tienen validez universal y que son de orden totalmente natural, ya que el ser humano solo es un filtro a través del cual se manifiestan. El estado de la enfermedad no se considera un mal que ataca al organismo, sino un proceso de interrupción del fluir natural de todas las leyes que nos rigen y que nos obliga a efectuar un esfuerzo para comprender los errores cometidos contra nuestra propia naturaleza. Es una lucha que ejercen los organismos vivos para autorregularse y equilibrarse con la utilización de las leyes universales o de la naturaleza a su favor.
EL PODER CURATIVO DE LA NATURALEZA
La Diosa Madre es el nombre genérico que utilizaron todas las culturas en el pasado y al que añadieron un nombre descriptivo del lugar geográfico y el idioma original antropológico de cada país para invocar a las fuerzas reparadoras y sanadoras de nuestra madre naturaleza. La ley reparadora que interviene en el proceso de la curación se considera una fuerza femenina porque tiene la capacidad de expandirse y reproducirse por sí sola permanentemente de forma ilimitada. Es una estructura espacial o energía cósmica consciente de sí misma y considerada por la ciencia la matriz del universo por la que han sido creadas todas las cosas. La existencia humana se reproduce siempre a través de una madre, que significa matriz y que también representa a las mismas leyes universales. Esta fuerza creadora fue venerada en el pasado en todo el mundo y esas leyes no han cambiado, siguen siendo tan actuales como el sol, el agua, la tierra, el aire… El único cambio producido es que los seres humanos nos hemos desconectado totalmente de la naturaleza en estos términos, y aunque viajemos a la otra punta del mundo para ver un paisaje nuevo, en realidad no estamos conectados con la esencia de nuestra madre tierra, el paisaje sagrado de nuestro entorno natural más próximo o la diosa madre, pues todo es lo mismo. Por eso cuando enfermamos no miramos hacia dentro para comprender cuál es el error que estamos cometiendo con nosotros mismos, sino que corremos al médico o a la farmacia buscando una solución. En nuestro interior, de forma natural e instintiva, siguen existiendo esos vínculos con nuestra madre original, aunque estén oxidados por la falta de uso.
SIMBOLISMO Y MITOLOGÍA
La mitología es uno de los pocos sistemas que han permanecido intactos a través del tiempo en la cultura occidental. A través de él nuestros antepasados fueron transmitiendo a cada nueva generación la cosmogonía del lugar, es decir, todos los conocimientos y la forma de ver y entender la parte invisible e incomprensible del universo y de la vida en su totalidad, para que nuestra mente humana racional pudiera acceder de manera abstracta. El que haya permanecido intacta a través de los tiempos se debe a su carácter totalmente abstracto y nada concreto: da lugar a infinidad de interpretaciones personales y nadie ha podido apropiársela ni manipularla, ya que esos símbolos o relatos que describen una realidad superior e invisible nos resultan totalmente incomprensibles, y todos somos conscientes de que no se expresan de una forma literal. Es cierto que no sabemos qué significa la diosa madre, la madre de Dios o simplemente la diosa o la partícula divina, como la llama la ciencia actualmente. No obstante, tal vez no es necesario saberlo, tampoco lo sabían nuestros antepasados, que identificaron esa energía cósmica creadora universal como fuente inagotable de todas las cosas, omnipresente siempre en todos los lugares del mundo visible e invisible.
Ellos tuvieron siempre claro que con la mente no se podía llegar a ella, que era imposible, y ya que de alguna manera tenían o querían acceder, o mejor dicho hacerse asequibles a ella, entendieron que solo el alma podía enfrentarse a esa energía cósmica, ya que es de naturaleza similar. Por esa razón daban tanta importancia al cultivo del alma y desarrollaron los impresionantes métodos y templos que existen por todo el mundo, y muchos más que han desaparecido, lugares especiales para despertar y entrar en contacto con el alma, casi siempre adormecida por el impacto del mundo material y su aparente absolutismo. En estos templos o lugares diseñados y construidos con el propósito concreto de sanar el alma se producían conexiones curativas mediante la invocación de esa energía sanadora o la diosa y la conexión con el alma personal, que es la diosa en nuestro ser más íntimo y puro. A través de esta selección establecida mediante invocación ritualizada, es decir, con método práctico diario, intentaban mantener el orden y el equilibrio interno-externo del ser humano sin que interviniera el consumo de producto alguno.
Nuestra cultura occidental, y más concretamente europea, ha tenido varias fuentes originales donde han confluido diferentes corrientes, unas veces influenciadas por la cultura asiática, otras árabe, otomana, sumeria, judía, hindú, china, rusa, celta, mongol, esquimal, grecorromana… Los nombres han ido variando con el tiempo, pero la esencia se ha mantenido inmutable.
Actualmente hemos perdido el contacto con esa esencia, pero no por eso ha dejado de existir ni de ser efectiva; igual que siempre, sigue actuando para las personas que quieran y sepan utilizarla. La humanidad actual no es diferente, aunque muchos están convencidos de que sí lo es. En realidad, respiramos por los mismos conductos, caminamos con las dos piernas, trabajamos con los dos brazos, dormimos en posición horizontal, comemos, bebemos, sufrimos, experimentamos alegría, enfermamos y morimos… ¿Hay alguna diferencia?
Solo nuestra mentalidad ha cambiado, se ha vuelto más materialista, nos hemos dejado poseer y convencer en nuestra mente racional por la apariencia de la materia, pero, como dicen todas las corrientes filosóficas, la mente es solo un órgano interpretativo, ni siquiera es el perceptivo de lo que nos rodea. Según aseguran los grandes sabios de la humanidad de todos los tiempos, todo lo que vemos a nuestro alrededor no es real, es ilusión, por ejemplo, como dice Buda. La prueba de que nuestra mentalidad no tiene base sólida es que las creencias a las que nos aferramos como tablas salvavidas podemos cambiarlas, si queremos, en una fracción de segundo, porque no son nada más que pensamientos a los que hemos decidido dar mucha importancia. Incluso podemos hacerlo en menos tiempo, si así lo decidimos, pues sabemos que el pensamiento viaja más rápido que la velocidad de la luz —300 000 km/s—. Según la física, esta velocidad es la única constante invariable que se produce en el universo; en cambio, no podemos modificar o reparar nuestro cuerpo físico a esa velocidad.
La frase «El que no revisa, observa y aprende de las experiencias del pasado está obligado a repetir los errores eternamente» expresa claramente esta idea que quiero transmitir sobre nuestro pasado ancestral y nuestra mentalidad actual, que deberían fusionarse, no desconectarse. El tiempo no es un concepto lineal como nuestra mente nos dice, es decir, no se trata de una línea recta donde el pasado va quedando atrás, el presente es ahora mismo y el futuro no existe porque está por venir… La física nos explica que es una espiral multidireccional y cíclica; de hecho, la teoría ecuacional de la mecánica cuántica asume que podemos vivir o interactuar en diferentes dimensiones a la vez, aunque nuestra mente racional no lo registre. Según los físicos, el concepto del tiempo solo existe en nuestra mente.
Con esta introducción quiero mostrar que las enfermedades las generamos nosotros mismos al no tener nociones claras de cómo alimentar, mantener y reparar nuestro propio organismo. El hecho de no saber cómo preservar nuestra salud nos justifica para autorizar a otras personas a que lo hagan por nosotros y depositamos nuestra salud en sus manos. Puede suceder que esos profesionales a los que hemos encargado que se ocupen de nosotros y de nuestra salud nos orienten bien y sepan cómo hacerlo, de forma correcta, pero también puede ocurrir que no conozcan en profundidad nuestro ser íntimo y total, ni cómo producir esos procesos de cambio en nuestro interior. Nadie lo puede producir por nosotros, como nadie puede respirar, sentir o comer por nosotros.
Los sistemas aplicables en el proceso de curación no deberían alejarse ni un milímetro de los procesos de la naturaleza porque pertenecemos a ella, es nuestra madre, somos una síntesis de toda la naturaleza.
Lo que está afuera está dentro, el microcosmos
es un reflejo del macrocosmos, lo que está arriba
es