Loli Curto

Macrobiótica I


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incrementando aún más los problemas porque desconocemos cuáles son las funciones y la repercusión que estas sustancias tienen realmente en nues­tro organismo y cómo nos están afectando.

      Cuando accedemos a una información nutricional resul­ta fundamental diferenciar:

      • Valores nutricionales, basados en la cantidad de grasas, pro­teínas, azúcares, vitaminas…, sin diferenciar ni la proce­dencia, ni la calidad, ni la biodisponibilidad, solo una canti­dad estándar.

      • Valor energético, un cálculo basado en calorías que corres­ponde a uno matemático que proviene de la física y que muestra la cantidad de energía calorífica. Es un cálculo no nutricional.

      • Propiedades, que suelen ser las cantidades de proteína, hidratos de carbono, etc. A veces se le añaden otras ca­rac­te­rísticas no comprobadas que se le atribuyen de forma gene­ralizada, cuya lista va siempre en aumento sin ningún con­trol y nadie se atreve a desmentirla.

      • Composición química, la única lista real que existe. En mu­chos alimentos ni siquiera se publica.

      En mi opinión, todos estos datos carecen de precisión, ya que nunca son específicamente relativos al producto en­vasado, en cuya etiqueta los estamos leyendo, sino que se trata de datos aproximados preparados para incorporar de forma automática a la etiqueta. ¿Te imaginas que con cada alimen­to hubiera que hacer etiquetas nuevas y con diferen­tes valo­res nutricionales? Sería lo correcto, pero es imprac­ti­cable para la industria. La realidad es que cada producto presentaría unas características y valores diferentes, únicos y variables en función del país de origen, la climatología y la estación y el proceso de recolección en concreto, más hume­dad, menos minerales según el estado del suelo, más o me­nos proteína por la clase de simiente utilizada, los antinutrientes en función de las plagas autóctonas del lugar… Así es como se com­porta y actúa siempre la naturaleza: nada es idéntico.

Parte 1

      PARTE I

      FILOSOFÍA UNIVERSAL

Capítulo 01. LAS FILOSOFÍAS FUNDAMENTALES

      LA ANTROPOLOGÍA RELIGIOSA

      Las bases para lo que en el presente llamamos Macrobiótica fueron establecidas hace miles de años por sabios de una ci­vi­lización muy desarrollada desde el punto de vista espiritual. Ori­ginalmente no apareció como un sistema dietético ni me­dicinal, sino como una cosmogonía unificada o filosofía uni­versal que fue aplicada a todos los dominios relacionados con la actividad humana de aquella época. Esto incluía la apli­ca­ción práctica a la dieta y al mantenimiento del bienestar y la buena salud.

      El concepto «oriental» en realidad es desacertado, ya que en aquella época no existía un área llamada Oriente, sino que la humanidad de entonces estaba unificada. Con el tiempo y profundos cambios geológicos, se fueron produciendo se­pa­ra­ciones de continentes. También se distanciaron las fórmu­las de aplicación de estos conocimientos sobre la filosofía del uni­verso, se creó una especie de dualidad a escala cognitiva y pedagógica. En Oriente han luchado por mantener vivas las más antiguas tradiciones y conocimientos hasta la actuali­dad, aunque también han incorporado la filosofía de vida oc­ci­den­tal y los métodos más modernos conviven con los tradicio­na­les. No obstante, aunque en la actualidad ya no constituyan un ejemplo, Oriente mantiene intactos los conocimientos de la An­tigüedad y nos ofrece la posibilidad de estudiarlos y aplicarlos.

      Existe un punto de fusión donde confluyen todos los siste­mas de medicina que han existido hasta el presente (y que en el futuro seguirán convergiendo): la medicina hipocrática o, como decían nuestros antepasados, el dios Hipócrates o padre de la medicina.

      La mítica frase en la que se basa la síntesis de toda la me­dicina alopática e incluso biológica y otros paralelismos a es­cala mundial, y que se atribuye a Hipócrates, es Vix medicatris naturae, literalmente, «El poder curativo de la natura­leza». También según esta teoría la naturaleza es el médico de todas las enfermedades, ya que esta interviene en todos los procesos de reparación y sanación del organismo. Este con­cepto antiguo que alude a la intervención de las fuerzas in­visibles de la naturaleza no se estudia académicamente de for­ma directa, es decir, observando los procesos naturales. No obstante, la ciencia médica y farmacéutica los observa y analiza en los laboratorios de alta tecnología, y llega así a des­cubrimientos muy valiosos que nos ayudan a compren­der me­jor el enigma que hay detrás del proceso de la vida y la muer­te de los seres humanos, así como del reino animal, vegetal y mineral que nos rodea y en el que estamos inmersos.

      Ese poder curativo de las leyes invisibles de la naturale­za que actúan en todos los organismos aún sigue vi­gen­te, aunque solo sea en ese compromiso ético que los pro­fesionales médicos del mundo de forma obligatoria acep­tan y en el que basan su titularidad académica y su pro­fe­sio­na­lidad. Junto con el certificado de graduación oficial, estos reciben este otro ético llamado Juramento Hipocrático, que cuel­ga de las paredes en los consultorios médicos, aunque en la actua­lidad ha sido modificado por la Declaración de Ginebra.

      Esta realidad muestra que Hipócrates es un concepto, bajo mi punto de vista, actual. En él, según la etimología y las raíces grecorromanas, se juntan hippoos, que significa ca­ba­llo, como las palabras hipopótamo, hipocampo, hipotála­mo, hipódromo…, y krato, que equivale a mandar, gobernar, do­minar. Por tanto, la palabra completa significa «el que domina los caballos». De este modo, podemos comprobar que este vocablo hace alusión al dios o padre de la medicina, aunque algunos creen que se trata de una persona. En realidad, esto no se ha podido demostrar. Con anterioridad a la época en que se calcula que pudo existir Hipócrates, este símbolo de la mitología tradicional ya existía y siempre existió. Todavía en la actualidad se le sigue rindiendo honores y es homena­jeado en el terreno profesional de la medicina.

      Según mi interpretación, este símbolo universal de Hi­pó­crates alude a la capacidad intrínseca y latente que tienen to­dos los organismos vivos de corregirse a sí mismos y restablecer de nuevo su equilibrio, balanceándolos, contrarres­tán­dolos, y que es lo que los diferencia de los organismos inertes. Estas capacidades y creencias hipocráticas versan so­bre cómo el organismo no se mantiene pasivo frente a las en­fermedades y cómo desarrolla una lucha natural, espon­tá­nea y regida por las leyes del universo para sobreponerse. Dichos organismos están conectados de forma directa a esas leyes que rigen la naturaleza como si se tratara de una guía in­visible instintiva que les dicta qué deben hacer, cómo han de proceder para recuperar su equilibrio de nuevo. A este ins­tinto natural se le llama la «sabiduría del cuerpo», que nada tiene que ver con la mente ni los pensamientos, ya que los demás reinos de la naturaleza también la poseen.

      El hombre pertenece a la tierra.

      La tierra no pertenece al hombre.

      JEFE INDIO SEATTLE

      En líneas generales, un ser vivo es el resultado interno de interacciones de sis­te­mas muy complejos en el que intervienen a su vez otros sistemas de comunicación molecular o de redes interconectadas que están directamente vinculados con el medioambiente ex­terior formando un ecosistema. A través de estas conexio­nes en red se produce un intercambio o dinámica básica con­ti­nua de energía y materia de forma per­fectamente ordenada de estímulo y respuesta, lo que cons­tituye el sistema más im­portante para estos organismos vi­vos o seres de la natura­le­za: la nutrición y la respiración. Jun­to con la reproducción, esta incorporación de energía se realiza de forma auto­má­ti­ca, aunque requiere de la introducción de las sustancias apro­pia­das para que esa incorporación de ener­gía sea constante y per­dure, ya que sin ellas no sería posible

      Los organismos vivos