—Sí —respondió Matt, mirando a Elizabeth—. En una oportunidad, le gritó a Kitt delante de nosotros y la empujó.
—¿La empujó? ¿La empujó físicamente? —preguntó Abe y dejó que su boca se abriera de asombro—. Háblenos de eso, por favor.
Teresa conocía la historia que Matt iba a relatar. Elizabeth y Kitt eran amigas, pero en su relación había una corriente de tensión que cada tanto salía a la superficie y las hacía discutir. Peleítas, nada del otro mundo, salvo una vez. Fue después de una inmersión. Cuando todos se marchaban, Kitt le dio a TJ lo que parecía ser un envase de pasta dentífrica decorado con la imagen del dinosaurio Barney.
—¡Ay, no me digas que es el nuevo yogurt! —exclamó Elizabeth.
Kitt suspiró.
—Sí, es YoFun. Y ya sé que no es LGLC —respondió, luego se dirigió a Teresa y Matt—. LGLC es libre de gluten, libre de caseína. Es una dieta para el autismo.
—¿TJ ya no sigue esa dieta? —quiso saber Elizabeth.
—Sí, la sigue para todo lo demás. Pero este es su yogur favorito y es la única forma en que acepta incorporar los suplementos. Se lo doy solamente una vez por día.
—¿Una vez por día? ¡Pero está hecho con leche! —exclamó Elizabeth, e hizo que “leche” sonara como “excremento”—. El ingrediente principal es la caseína. ¿Cómo puedes decir que sigue una dieta libre de caseína si toma caseína todos los días? Ni qué hablar de que contiene colorantes. ¡Y que ni siquiera es orgánico!
Kitt parecía a punto de echarse a llorar.
Elizabeth apretó los labios.
—Tal vez la dieta no funciona porque no la haces bien. Libre de significa que no lo incorporas en absoluto. Yo uso platos diferentes para la comida de Henry. Hasta tengo una esponja especial para lavar sus platos.
Kitt se puso de pie.
—Pues yo eso no lo puedo hacer. Tengo que cocinar y lavar para cuatro hijos más. Solamente intentar hacer las cosas bien es un esfuerzo tremendo. Todos dicen que hay que hacerlo lo mejor que se pueda; además, quitarle casi todos esos ingredientes es mejor que nada. Lamento no poder ser perfecta al cien por ciento como tú.
Elizabeth arqueó las cejas.
—No te disculpes conmigo, hazlo con TJ. El gluten y la caseína son toxinas neurológicas para nuestros hijos. Hasta una dosis mínima interfiere con el funcionamiento cerebral. Con razón TJ sigue sin hablar —dijo y se puso de pie para marcharse—. Vamos, Henry.
Kitt se le puso delante.
—Oye, no puedes…
Elizabeth la apartó de un empujón. No fue fuerte y de ninguna manera lastimó a Kitt, pero la asustó. Asustó a todos, en realidad. Elizabeth siguió su camino hacia la salida y luego se volvió.
—¿Y ya que estamos, puedes por favor dejar de decir que la dieta no produce resultados? No la estás siguiendo, y estás desanimando al resto porque sí. —Cerró la puerta con violencia.
Cuando Matt terminó con la anécdota, Abe dijo:
—¿Doctor Thompson, vio a la acusada enfadarse así en alguna otra oportunidad?
Matt asintió.
—El día de la explosión, cuando discutió con Kitt.
—¿Cuándo la llamó “perra celosa” y dijo que le encantaría pasárselo comiendo bombones en lugar de cuidar a su hijo?
—Así es. No la agredió de ninguna manera física, pero se fue muy ofuscada y cerró la puerta del coche de un golpe violento. Retrocedió de modo tan abrupto que casi impacta contra mi automóvil. Kitt le gritó que se calmara y esperara, pero… —Matt sacudió la cabeza—. Recuerdo que me preocupé por Henry, cuando Elizabeth aceleró de ese modo tan violento. Los neumáticos chirriaron.
—¿Qué sucedió después? —prosiguió Abe.
—Le pregunté a Kitt qué había sucedido y si se encontraba bien.
—¿Y?
—Se la veía muy alterada, como al borde del llanto y respondió que no, que no estaba bien, que Elizabeth estaba realmente furiosa con ella. Después agregó que había hecho algo y que tenía que encontrar la manera de repararlo antes de que Elizabeth se enterara, porque si se enteraba… —Matt miró a la acusada.
—¿Si se enteraba… qué?
—Dijo: “Si Elizabeth se entera de lo que hice, me mata”.
PAK YOO
EL JUEZ LLAMÓ A RECESO al mediodía. Lo que menos deseaba Pak era que llegara la hora del almuerzo porque sabía que el doctor Cho —el padre de Janine, que se hacía llamar “doctor Cho” aunque era acupunturista, no médico— insistiría en pagarles la comida. Caridad forzada. No era que no le resultara tentadora la idea, pues no habían comido otra cosa que ramen, arroz y kimchi desde que habían comenzado a llegar los gastos del hospital; pero el doctor Cho ya les había dado demasiado: préstamos mensuales para gastos corrientes, se había hecho cargo de la hipoteca, les había dado una buena suma por el coche de Mary y les estaba pagando también los gastos de la luz. Pak no podía hacer otra cosa que aceptar todo, hasta la última idea del doctor Cho: un sitio web en inglés y en coreano para recolectar fondos. La proclamación internacional de Pak Yoo como un inválido indigente que pedía contribuciones. No. Basta. Pak le informó al padre de Janine que tenían otros planes y rogó que no los viera comiendo en el coche.
En camino hacia el automóvil, vio que una docena de gansos caminaban bamboleándose de lado a lado, directamente hacia ellos. Pensó que Young o Mary los espantarían, pero ellas siguieron caminando y empujando la silla de ruedas cada vez más cerca, como si fuera una bola apuntada directamente hacia los bolos. Los gansos no se daban por enterados, o quizás eran demasiado perezosos como para apartarse. No fue hasta que la silla de ruedas estuvo a centímetros de impactar contra uno de ellos y Pak de lanzar un grito, que toda la bandada levantó vuelo ruidosamente. Young y Mary siguieron avanzando al mismo ritmo, como si no hubiera sucedido nada. Pak sintió deseos de gritar ante su falta de sensibilidad.
Cerró los ojos y respiró hondo. Inspiración. Exhalación. Se estaba comportando de modo absurdo: enfadándose con su mujer y su hija porque no se habían percatado de unos gansos. Si esa hipersensibilidad hacia los gansos —por haber estado esos cuatro años solo— no fuera tan patética resultaría cómica.
Gui-ra-gui ap-ba. Padre ganso-silvestre. Así llamaban los coreanos al hombre que se quedaba trabajando en Corea mientras su mujer y sus hijos se mudaban al extranjero en busca de una mejor educación, y él volaba (o “migraba”) anualmente a visitarlos. (El año anterior, cuando los índices de alcoholismo y suicidios alcanzaron niveles alarmantes entre los cien mil padres-gansos de Seúl, la gente comenzó a llamar a los hombres como Pak, que no podían afrontar el gasto de visitar a sus familias —por lo que nunca volaban— padres pingüinos, pero a esa altura él ya se sentía completamente identificado con los gansos, y los pingüinos nunca lo afectaron del mismo modo.) Pak no había querido convertirse en padre-ganso; el plan había sido mudarse a Estados Unidos todos juntos. Pero mientras aguardaban la visa familiar, Pak oyó de una familia alojadora de Baltimore que estaba dispuesta a patrocinar a un hijo con la madre o el padre; ofrecían alojarlos sin costo y anotar al hijo en la escuela más cercana, a cambio de que el padre o la madre trabajara en su tienda de comestibles. Pak envió a Young y a Mary a Baltimore y les prometió que pronto se reuniría con ellas.
Al final, le tomó cuatro años conseguir la visa familiar. Cuatro años de ser un padre sin familia. Cuatro años de vivir solo en un apartamentito del tamaño de un armario en un edificio decrépito y triste, lleno de padres-ganso decrépitos y tristes. Cuatro años de trabajar en dos empleos, siete días por semana para ahorrar cada centavo. Tantos sacrificios para la educación de Mary, para su futuro y ahora aquí estaba ella, marcada para toda la