sobre el regazo—. Unos bocados, aunque sea.
Ella se mordió el labio y tomó los palillos con desconfianza, como si no se atreviera a probar una comida exótica. Levantó un grano de arroz y se lo puso apenas dentro de los labios. Pak recordó cuando Young le había enseñado a comer así en Corea.
—Cuando yo tenía tu edad —le había dicho Young—, tu abuela me hacía practicar comer el arroz grano por grano. Decía que de este modo, siempre tienes comida en la boca, así que nadie esperará que hables y tampoco parecerás un cerdo. Ningún hombre quiere una mujer que coma o hable demasiado.
Mary, riendo, se había dirigido a Pak:
—Apba, dime, ¿Umma comía así cuando ustedes estaban saliendo?
—Claro que no —respondió él—. Por suerte, a mí me gustan los cerdos.
Los tres habían reído y habían terminado el resto de la cena de la forma más ruidosa y desordenada posible, turnándose para gruñir como cerdos. ¿Tanto tiempo había pasado desde aquel momento?
Pak observó cómo su hija masticaba un grano de arroz después de otro; su esposa la miraba con arrugas de preocupación alrededor de los ojos. Se sirvió kimchi para obligarse a comer, pero el vaho del ajo fermentado en el calor del coche le formó como una máscara sobre el rostro y le resultó nauseabundo. Abrió la ventanilla y sacó la cabeza. En el cielo, a la distancia, los gansos se alejaban en una majestuosa formación en V. Pensó en lo injusto que era llamar a los padres como él “gansos silvestres”. Los gansos machos se apareaban de por vida, las familias de gansos se mantenían juntas. Buscaban comida, anidaban y migraban juntos.
De pronto, tuvo una visión: una viñeta con muchos gansos machos en una sala de tribunal, haciéndole juicio a los periódicos coreanos por difamación y exigiéndoles que se retractaran de todas sus referencias a los padres-ganso. Emitió una risita; Young y Mary lo miraron, confundidas y preocupadas. Pensó en explicarles, pero ¿qué iba a decir? Imaginen esto, unos gansos hacen juicio contra…
—Me vino a la mente algo cómico —explicó. No le preguntaron qué era. Mary siguió comiendo arroz bajo la mirada de su madre. Pak observó por la ventanilla cómo la cuña de gansos se alejaba cada vez más.
*
Cuando ingresaron de nuevo en el tribunal, al terminar el receso de mediodía, Pak reconoció a una mujer de cabello canoso en una de las últimas hileras de asientos. Una de las manifestantes, la que lo había amenazado aquella mañana, diciendo que no descansaría hasta exponerlo como el farsante que era y lograr que su emprendimiento cerrara para siempre. “Si no deja de operar ahora mismo, se arrepentirá, se lo prometo”, le había dicho. Y ahora que su promesa se había cumplido, aquí estaba ella, observando la sala como un director de teatro orgulloso en la noche de estreno. Pak se imaginó enfrentándola y diciéndole que revelaría todas sus mentiras de aquella noche, que le contaría a la policía lo que había visto. Qué bien se sentiría ver cómo la expresión arrogante desaparecía de sus ojos para dar lugar al temor. Pero no. Nadie podía enterarse de que él había estado afuera esa noche. Tenía que guardar silencio a cualquier costo.
Abe se puso de pie y algo cayó al suelo: el folleto que decía ¡43! En grandes letras rojas. Pak se quedó mirando ese papel que había iniciado todo. Si Elizabeth no lo hubiera visto ni se hubiera obsesionado con la idea de sabotaje, de encender fuego debajo del tubo de oxígeno, ahora mismo Pak estaría llevando a Mary a la universidad. Una oleada de intenso calor lo recorrió y le hizo temblar los músculos. Sintió deseos de recoger el folleto, hacer un bollo con él y arrojárselo a Elizabeth y a la manifestante, las dos mujeres que le habían arruinado la vida.
—Doctor Thompson —decía Abe—. Retomemos donde dejamos. Háblenos de la última inmersión, cuando se produjo la explosión.
—Comenzamos tarde —dijo Matt—. La inmersión anterior a la nuestra por lo general termina cerca de las seis y cuarto, pero estaban atrasados. Yo no lo sabía, de manera que llegué puntual, y el estacionamiento principal ya estaba lleno. Todos nosotros, los que hacemos inmersión doble, tuvimos que estacionar en el sitio alternativo que se encuentra calle abajo, igual que esa mañana. No empezamos hasta las siete y diez de la tarde.
—¿Por qué tanto retraso? ¿Las manifestantes seguían allí?
—No. La policía ya se las había llevado. Aparentemente, intentaron impedir las inmersiones soltando globos metalizados cerca de las líneas de electricidad, lo que causó un corte de luz —explicó Matt. Pak estuvo a punto de soltar una carcajada ante lo sucinto y eficiente de su descripción. Seis horas de caos (manifestantes enfrentadas con los pacientes, la policía diciendo que no podían impedir “protestas pacíficas”, el corte de luz y de aire acondicionado durante la inmersión de la tarde, el subsiguiente pánico entre los pacientes; la llegada de la policía, por fin; los gritos de: “¿Cuáles cables de luz?” y “¿Qué tienen que ver los globos con el corte de energía eléctrica?” de las manifestantes) reducidas a un resumen de diez segundos.
—¿Cómo pudieron seguir con las inmersiones si no había energía eléctrica? —quiso saber Abe.
—Hay un generador, es uno de los requisitos de seguridad. La presurización, el oxígeno, las comunicaciones… todo eso siguió funcionando. Lo secundario, como el aire acondicionado, las luces y el reproductor de DVD, se cortaron.
—¿Reproductor de DVD? El aire acondicionado lo comprendo, pero ¿por qué un DVD?
—Para los niños, para ayudarlos a estarse quietos. Pak instaló una pantalla por fuera de uno de los ojos de buey y puso un sistema de parlantes. A los niños les encantaba, se lo aseguro, y los adultos también lo valorábamos.
Abe rio por lo bajo.
—Sí, en mi casa, al menos, los niños se quedan mucho más tranquilos delante de un televisor.
—Así es —sonrió Matt—. En fin, Pak logró instalar un reproductor portátil de DVD afuera del ojo de buey posterior. Dijo que todo eso había causado retrasos. Ni qué hablar de varios pacientes del turno anterior que cancelaron la inmersión, lo que llevó más tiempo.
—¿Y la luz? ¿Usted mencionó que se cortó?
—Sí, en el granero. Comenzamos después de las siete, así que ya estaba oscureciendo, pero como era verano había suficiente luz.
—Bien, entonces no hay energía eléctrica y la inmersión se atrasa. ¿Hubo alguna otra cosa extraña esa tarde?
Matt asintió.
—Sí. Elizabeth.
Abe elevó las cejas.
—¿Qué sucedió con Elizabeth?
—No olvide que más temprano ese mismo día la vi marcharse ofuscada después de la discusión con Kitt, por lo que esperaba que siguiera enfadada. Pero cuando llegó, estaba de excelente humor. Inusualmente simpática, hasta con Kitt.
—¿Tal vez había hablado con Kitt y habían hecho las paces?
—No —negó Matt con la cabeza—. Antes de que Elizabeth llegara, Kitt dijo que había intentado hablar con ella pero que seguía muy enfadada. De todos modos, lo más extraño fue que Elizabeth dijo que se sentía mal. Recuerdo que pensé: qué extraño que esté tan animada si está a punto de caer con algo —agregó y tragó saliva—. En fin, dijo que quería quedarse afuera, o descansar en el coche durante la inmersión. Y después… —Los ojos de Matt se posaron sobre Elizabeth; se lo veía dolido, decepcionado, traicionado; era la mirada que le dirige un niño a su madre cuando descubre que Santa Claus no existe.
—¿Y después? —Abe puso una mano sobre el brazo de Matt, como para consolarlo.
—Le pidió a Kitt que se sentara junto a Henry y lo vigilara durante la inmersión, y a mí me pidió que me sentara del otro lado de Henry y ayudara, también.
—¿Entonces la acusada solicitó que Henry quedara sentado entre usted y Kitt?
—Así