dijo Pak?
Matt miró en dirección a él.
—La cámara era un caos, había mucho ruido, por lo que no pude escuchar bien, pero dijo algo como que iría a buscar baterías y que tardaría unos minutos.
—Bien, entonces Pak está intentando hacer funcionar el DVD. ¿Qué sucedió después?
—Kitt logró calmar a TJ y volvió a colocarle el casco. Le cantó canciones para mantenerlo tranquilo. —En realidad, había sido una sola canción, la de Barney que se había interrumpido. La cantó una y otra vez, lentamente, en voz baja, como si fuera una canción de cuna. A veces cuando se quedaba dormido, Matt todavía la escuchaba: Te quiero yo, y tú a mí, somos una familia feliz. Se despertaba de pronto, con el corazón martillándole en el pecho y se veía a sí mismo arrancándole la cabezota violeta a Barney y pisándosela. Las manos violetas se interrumpían a mitad del aplauso y el cuerpo decapitado se desmoronaba.
—¿Qué sucedió luego? —lo alentó Abe.
Todos se habían quedado tranquilos; Kitt canturreaba en un murmullo, con TJ apoyado contra su pecho, con los ojos cerrados. De pronto Henry dijo: “Necesito el recipiente de pis” y buscó el envase de recolección de orina que estaba en la parte posterior por si había urgencias entre los pacientes. El tórax de Henry chocó contra las piernas de TJ y este se sobresaltó. Sacudió brazos y piernas como si le hubieran aplicado una descarga eléctrica con un desfibrilador y comenzó a patear, fuera de control. Matt tironeó a Henry para que volviera a su sitio, pero TJ se arrancó el casco, lo arrojó al regazo de Kitt y comenzó a golpearse la cabeza de nuevo.
Resultaba difícil creer que la cabeza de un niño podía golpear repetidamente contra una pared de acero, con ruido fuerte y sordo, sin partirse en dos. El sonido de los golpes y la impresión de que el cráneo de TJ se desintegraría con el siguiente golpe, hizo que Matt sintiera deseos de quitarse su propio casco, colocarse las manos sobre los oídos y cerrar los ojos con fuerza. Henry parecía sentir lo mismo, pues se volvió hacia Matt con los ojos tan grandes que parecían círculos protuberantes con pupilas diminutas. Ojos de toro.
Matt tomó las pequeñas manos de Henry entre las suyas. Acerco su rostro al de Henry, y mirándolo a los ojos, de casco a casco, le sonrió y le dijo que todo iba a estar bien.
—Respira, tranquilo —dijo e inspiró con fuerza, con los ojos fijos en los del niño.
Henry siguió la respiración de Matt: inspirar, exhalar. Inspirar, exhalar. El pánico en su rostro comenzó a disiparse. Relajó los párpados, las pupilas se le dilataron y los extremos de los labios se le distendieron en una incipiente sonrisa. En el hueco de sus dientes delanteros, Matt vio que asomaba la punta de uno de los dientes permanentes. Cuando abrió la boca para decirle: “Eh, te está creciendo un diente nuevo”, sonó la explosión. Matt pensó que la cabeza de TJ había estallado, pero fue más fuerte que eso, fue como cien cabezas contra el acero, o mil. Como el estallido de una bomba, afuera.
Matt parpadeó… ¿Cuánto tiempo le tomó hacerlo? ¿Una décima de segundo? ¿Una centésima? De pronto, donde había estado el rostro de Henry había fuego. Rostro, luego parpadeo, luego fuego. No, más rápido: rostro, parpadeo, fuego. Rostro-parpadeo-fuego. Rostrofuego.
*
Abe permaneció en silencio por bastante tiempo. Matt, también. Se quedó allí, sentado, escuchando el llanto y los sollozos del público, de la tribuna del jurado, de todas partes menos de la mesa de la defensa.
—Abogado, ¿quiere tomarse un receso? —preguntó el juez a Abe.
El fiscal miró a Matt con las cejas arqueadas; las líneas alrededor de sus ojos y su boca decían que él también estaba cansado, que estaría bien detenerse aquí.
Matt miró a Elizabeth. Se había mostrado notablemente serena, al punto de parecer desinteresada, durante todo el día. Matt creyó que a esta altura ya se habría quebrado y dicho entre lágrimas que amaba a su hijo y que jamás habría podido hacerle daño. Algo, cualquier cosa para mostrar el sufrimiento devastador que padecería cualquier ser humano decente acusado de matar a su propio hijo, y teniendo, además, que escuchar los detalles morbosos de su muerte. Al cuerno con el decoro y las normas. Pero ella no había pronunciado palabra, ni había hecho nada. Se había limitado a escuchar el relato, mirando a Matt con una leve curiosidad, como si estuviera viendo un documental sobre el clima en la Antártida.
Sintió el impulso de correr hacia donde estaba ella, tomarla por los hombros y sacudirla. Quería poner su cara contra la de ella y gritarle que seguía soñando con Henry en ese instante, pesadillas horribles en las que lo veía como un extraterrestre dibujado por un niño: una cabeza de llamas, el resto del cuerpo intacto, la ropa perfecta, pero las piernas sacudiéndose en un grito silencioso. Quería meterle por la fuerza esa imagen en la cabeza, transferírsela o soldársela a fuego en la mente, lo que fuera necesario para quebrar esa maldita compostura que la envolvía y arrojarla bien lejos, donde ella no pudiera volver a encontrarla nunca.
—No —respondió Matt a Abe. Ya no estaba cansado, ya no necesitaba el ansiado receso. Cuanto antes lograra que condenaran a esta sociópata a pena de muerte, mejor—. Me gustaría continuar.
Abe asintió.
—Cuéntenos qué le sucedió a Kitt después de la explosión afuera de la cámara.
—El fuego quedó limitado a la válvula de oxígeno de la parte posterior. El casco de TJ también estaba conectado a esa válvula, pero él se lo había quitado y Kitt lo tenía en la mano. Brotaron llamaradas de la abertura, que estaba sobre el regazo de Kitt, y ella se prendió fuego.
—¿Y después?
—Traté de quitarle el casco a Henry, pero… —Matt se miró las manos. Las cicatrices sobre los muñones amputados brillaban como plástico derretido.
—Doctor Thompson, ¿le quitó el casco? —insistió Abe.
Matt levantó la vista.
—Lo siento. No —se esforzó por levantar la voz y hablar más rápido—. El plástico comenzó a derretirse, y estaba demasiado caliente; no pude mantener las manos sobre el casco. —Había sido como tomar un atizador al rojo vivo y tratar de sostenerlo. Sus manos se negaban a hacer lo que la mente les ordenaba. O tal vez no, tal vez no fuera cierto eso. Quizás solo había querido hacer lo estrictamente necesario para convencerse de que lo había intentado. De que no había dejado morir a un niño, porque no había querido dañarse sus valiosas manos—. Me quité la camisa y me envolví las manos con ellas para intentarlo de nuevo, pero su casco comenzó a desintegrarse y se me prendieron fuego las manos.
—¿Y los demás, qué hacían?
—Kitt gritaba; había humo por todas partes. Teresa trataba de que TJ se arrastrara lejos de las llamas. Todos gritábamos a Pak que abriera.
—¿Y él lo hizo?
—Sí. Pak abrió la escotilla y nos sacó de allí. Primero a Rosa y a Teresa: luego se metió adentro y nos hizo salir a TJ y a mí.
—¿Y después, qué sucedió?
—El granero se incendió. El humo era tan espeso que no podíamos respirar. No recuerdo cómo, pero… de algún modo Pak nos sacó a Teresa, a Rosa, a TJ y a mí del granero y luego entró corriendo otra vez. Estuvo adentro un buen rato. Después apareció trayendo a Henry en brazos y lo apoyó en el suelo. Pak estaba mal… tosía, tenía quemaduras por todo el cuerpo, y yo le dije que esperara a que viniera ayuda, pero no me escuchó. Volvió adentro a buscar a Kitt.
—¿Y Henry? ¿Cómo se encontraba?
Matt había ido inmediatamente hacia Henry, luchando contra cada una de las células de su cuerpo que le gritaban que huyera como si lo persiguiera el diablo y se alejara de allí. Se dejó caer en el suelo y tomó la mano de Henry; estaba impoluta, sin un rasguño, al igual que el resto de su cuerpo, desde el cuello hacia abajo. La ropa estaba intacta, los calcetines bien blancos.
Matt