Angie Kim

El juicio de Miracle Creek (versión latinoamericana)


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le ofreció unos de madera, como los que proveen en las casas de comida china para llevar—. Con estos es más fácil. Pruébalos. Mi mamá dice que tuvimos que irnos de Corea por eso: nadie se iba a casar con una chica que no supiera usar palillos, ¿no es cierto, ma? —Todos parecían fastidiados y guardaron silencio, pero Matt rio. Mary hizo lo mismo, y los dos rieron entre las caras serias de los demás, como niños comportándose mal en una habitación llena de adultos.

      Fue en ese momento, mientras Matt y Mary reían, que Pak dijo:

      —La OTHB ha dado grandes resultados en el tratamiento de la infertilidad, especialmente en casos como el suyo, de baja movilidad de espermatozoides.

      Allí mismo, al confirmar que su esposa había revelado detalles médicos y personales no solamente a sus padres sino a estos desconocidos, Matt sintió una explosión caliente en el pecho, como si un globo lleno de lava se hubiera inflado y hubiera estallado en sus pulmones, desplazando el oxígeno. Miró a Pak y trató de respirar con normalidad. Curiosamente, a la que no había podido mirar no había sido Janine, sino a Mary. No quería ver cómo esas palabras —infertilidad, baja movilidad de espermatozoides— cambiarían el modo en que lo miraba. Si su mirada curiosa (¿interesada, quizá?) cambiaría a una de desagrado, o peor aún, de lástima.

      Matt se dirigió a Abe:

      —Mi esposa y yo teníamos problemas para concebir y la OTHB era un tratamiento experimental para hombres en esta situación, por lo que tenía sentido aprovechar el nuevo emprendimiento. —No mencionó que al principio no había estado de acuerdo, que no había querido ni tocar el tema durante el resto de la cena. Janine había dicho lo que evidentemente había practicado: que el hecho de que Matt accediera en forma voluntaria a ser paciente ayudaría a lanzar el proyecto, que la presencia de un “médico de verdad” (palabras de Janine) convencería a potenciales clientes de la seguridad y efectividad de la OTHB. No parecía notar que él no respondía, que mantenía la mirada fija en el plato. Pero Mary sí lo notó. Se dio cuenta de lo que sucedía y acudió al rescate una y otra vez, bromeando sobre la técnica de Matt con los palillos y sobre el sabor a ajo mezclado con vino.

      Durante los días siguientes, Janine se había puesto muy pesada; no cesaba de hablar de lo segura que era la oxigenoterapia, de la utilidad que tenía, bla, bla. Al ver que él no cedía, trató de hacerlo sentir culpable y dijo que su rechazo confirmaría la sospecha de su padre en cuanto a que Matt no creía en su negocio.

      —Es que realmente no creo en eso. No me parece que lo que él hace sea medicina, lo sabes desde el primer día —respondió Matt, lo que llevó al comentario hiriente de ella.

      —La verdad es que te opones a todo lo asiático, no lo tienes en cuenta.

      Antes de que pudiera enfadarse con ella por acusarlo de racista y señalarle que se había casado con una asiática, por el amor de Dios (y además, ¿no era ella la que siempre comentaba lo racistas que eran los coreanos anticuados como sus padres?), Janine dijo en tono suplicante:

      —Solo un mes. Si funciona, no hay que hacer fertilización in vitro. No tendrás que masturbarte dentro de un envase. ¿No crees que vale la pena probar?

      Él nunca dijo que sí. Simplemente, Janine decretó que el que calla, otorga, y él se lo permitió. Ella tenía razón, o al menos, no estaba equivocada en lo que decía. Además, tal vez serviría para que su suegro comenzara a perdonarlo por no ser coreano.

      —¿Cuándo comenzó a someterse a la OTHB? —preguntó Abe.

      —El primer día que abrieron, el 4 de agosto. Quería hacerme las cuarenta sesiones durante ese mes porque el tránsito es más liviano, de modo que me inscribí para dos inmersiones por día, la primera a las 9:00 y la última a las 18:45. Había seis sesiones por día y a los pacientes de “doble inmersión” nos reservaban ese horario.

      —¿Quién más estaba en el grupo de doble inmersión? —preguntó Abe.

      —Había otros tres pacientes: Henry, TJ y Rosa. Y sus madres. A no ser cuando alguno no asistía por enfermedad o por quedarse atascado en el tránsito o lo que fuera, estábamos todos allí, dos veces por día.

      —Cuéntenos sobre ellos.

      —De acuerdo: Rosa es la mayor. Dieciséis años, creo. Tiene parálisis cerebral. Está en silla de ruedas y se alimenta por sonda. Su madre es Teresa Santiago —dijo y la señaló—. La llamamos Madre Teresa porque es muy buena y muy paciente —agregó, y Teresa se sonrojó, como lo hacía cada vez que la llamaban así—. Después está TJ, de ocho años. Padece autismo. No habla. Su madre, Kitt…

      —¿Se refiere a Kitt Kozlowski, que murió el año pasado?

      —Sí.

      —¿Reconoce esta fotografía? —Abe la colocó sobre un atril. Estaba armada con el rostro de Kitt en el centro, rodeado por los de su familia, como si fueran pétalos. El esposo de Kitt arriba (de pie detrás de ella), TJ debajo (en su regazo), dos niñas a la derecha, dos a la izquierda. Los cinco hijos con el mismo pelo rojizo y rizado de ella. Un cuadro de felicidad. Pero ahora la madre ya no estaba, dejando un girasol sin disco central que sostuviera los pétalos.

      Matt tragó saliva y carraspeó.

      —Esa es Kitt, con su familia, con TJ.

      Abe colocó otra fotografía junto a la de Kitt. Henry. No era una fotografía profesional, sino una algo borroneada del niño riendo en un día soleado con cielo azul y hojas verdes detrás de él. Tenía el pelo rubio peinado ligeramente hacia arriba, la cabeza hacia atrás y los ojos casi cerrados por la risa. Le faltaba un diente en el medio, y parecía orgulloso del hueco. Matt volvió a tragar saliva.

      —Ese es Henry. Henry Ward. El hijo de Elizabeth.

      —¿La acusada acompañaba a Henry durante las inmersiones, como las otras madres?

      —Sí —respondió Matt—. Siempre se quedaba con Henry, menos en la última inmersión.

      —¿Asistió a todas las inmersiones y la única vez que no estuvo allí fue cuando todo el resto sufrió heridas graves o murió?

      —Sí, fue la única vez que no vino —dijo y miró a Abe, esforzándose por no posar la vista sobre Elizabeth, pero podía verla igual de soslayo. Ella miraba las fotografías, se mordía los labios; el lápiz labial se le había borrado. Su rostro se veía mal, con maquillaje alrededor de los ojos azules, rubor en las mejillas, la nariz sombreada para acentuarla, luego nada debajo de la nariz, solo blanco. Parecía un payaso que ha olvidado dibujarse los labios.

      Abe colocó un afiche sobre un segundo atril.

      —¿Doctor Thompson, le parece que esto ayuda a comprender cómo era el terreno donde operaba Miracle Submarine?

      —Sí, mucho —respondió Matt—. Es el dibujo que hice del lugar. Es en el pueblo de Miracle Creek, a veinte kilómetros al oeste de aquí. El arroyo Miracle es un arroyo real que corre por el pueblo: de allí el nombre. También pasa por el bosque junto al granero de tratamiento.

      —Disculpe, ¿dijo “granero de tratamiento”? —Abe parecía perplejo, como si no hubiera visto el granero miles de veces.

      —Sí, hay un antiguo granero de madera en el medio del terreno y la cámara hiperbárica está dentro. Cuando se ingresa, a la izquierda está el panel de control donde se sentaba Pak. Y un armario con casilleros para que dejemos todo lo que no se puede ingresar en la cámara, como alhajas, artículos electrónicos, papel, ropa sintética, cualquier cosa que pudiera causar una chispa. Pak tenía reglas de seguridad muy estrictas.

      —¿Y qué hay afuera del granero?

      —Adelante, hay un estacionamiento de grava con lugar para cuatro coches. A la derecha, el bosque y el arroyo. A la izquierda, una casita donde vive la familia de Pak, y hacia atrás, un cobertizo de depósito y las líneas de electricidad.

      —Gracias —dijo