Jen Wilde

Fuera de guión


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llega y se la lleva. En el momento en que desaparece, Malcolm hace una bomba de humo. Miro a Jane por el rabillo del ojo y me pregunto si debería decir algo. Lo último que quiero es causar problemas en mi primer día, pero no es posible que sea la única de toda esta productora que se da cuenta de lo que hace Malcolm.

      —Sé lo que piensas —dice ella.

      Finjo no saber de lo que habla, pero nunca he sido buena actriz. Jane tuerce el gesto.

      —«Los becarios son el futuro, como siempre digo» —dice con voz grave y sacando pecho para imitarlo, y pone los ojos en blanco—. Nadie dice eso.

      Suelto una risita, pero recuerdo que debo tener cuidado con lo que hago y digo.

      —Creo que no le caigo muy bien.

      —No le cae bien nadie. —Ella frunce el ceño—. Y créeme, es recíproco. Pero hace muy buena televisión.

      —Eh, Jane —llama alguien detrás de mí.

      Me doy la vuelta y veo que Archer Carlton se nos acerca. Me quedo sin aliento.

      —Tengo algunas dudas sobre mis diálogos —le dice a Jane.

      —Claro, cuéntame —responde ella.

      Archer repara en mí y me mira de arriba abajo. Yo le sonrío como la tremenda fan de Silver Falls que soy y él también sonríe. Ay, madre. Me va a hablar. Archer Carlton me va a decir algo y no puedo, no puedo, no puedo. Habrá un antes y un después de este momento en mi vida. Abre la boca y…

      —Quiero un zumo verde. Gracias.

      Vale, no es exactamente lo que esperaba, pero ahora es parte de mi trabajo, así que lo dejo todo para cumplir sus deseos. Solo que no sé dónde está el zumo verde. Dirk sigue junto a la mesa de catering, así que voy a presentarme oficialmente y, de paso, preguntarle.

      —¡Hola! —digo con una sonrisa amistosa—. No pude hablar contigo en la sala de guionistas. Soy Bex, la nueva becaria de Malcolm.

      No levanta la vista de la mesa ni deja de apilar hojaldres daneses en un plato.

      —Ni falta que hace que hablemos.

      Por un instante, creo que le he oído mal, así que vuelvo a intentarlo.

      —¿Sabes dónde hay zumo verde? Archer quiere uno y es mi primer día, así que…

      —¿Tengo pinta de guía turístico? —me suelta.

      Le suena el móvil en el bolsillo, pero ambos lo ignoramos. Me encojo un poco.

      —No.

      El móvil vuelve a emitir un sonido, pero él lo ignora de nuevo.

      —Mira, «becaria», aquí hay una jerarquía. —Indica una clasificación invisible en el aire—. Primero Randall, después Malcolm, luego yo, luego literalmente todo el puto mundo y aquí, debajo de todos, ¿lo ves? Aquí estás tú. Una motita insignificante.

      Quiero meterme debajo de la mesa y esconderme de todos. Me siento como Andy en El diablo se viste de Prada: ingenua, agotada y sin recursos de ningún tipo para reaccionar a esto. Y Dirk acaba de hacerme un Emily de película, nunca mejor dicho.

      —Perdón —farfullo—. No quería molestarte. Es solo que, como los dos trabajamos para Malcolm, pensé que podíamos ayudarnos.

      Arquea una ceja. El móvil le suena tres veces más. Gruñe y se lo saca del bolsillo.

      —Estoy harto de esto. —Comienza a escribir, pero levanta los ojos para mirarme—. Ahora que lo pienso, sí que hay algo con lo que podrías ayudarme.

      Sonrío al pensar que a lo mejor lo he convencido.

      —¡Claro, dime!

      —La señora Randall les ha pedido a algunas personas que se hagan cargo de las redes sociales de Silver Falls para que los fans se hagan una idea de cómo son las cosas en la productora. Yo llevo la cuenta de Instagram, pero es muy… —Se detiene, buscando las palabras—. Superficial. Tengo a un montón de niñas que no hacen más que comentar y preguntar cosas y etiquetarme en sus publicaciones de fanfics. —Se ríe por lo bajo y da un paso en mi dirección—. No es para mí, pero quizás otro tipo de persona sea perfecta para encargarse.

      Sonrío. No estoy segura de si está siendo majo o lo está fingiendo, pero quiero caerle bien. Y no quiero ser una motita insignificante.

      —Me encantaría.

      —Fantástico. Solo tienes que publicar algunas historias, fotos y quizá hacer algún directo de vez en cuando. Sin spoilers, por supuesto, pero dales el contenido suficiente para que se mueran por tener más.

      Me da los datos para entrar en la cuenta. Me emociona de verdad asumir una responsabilidad tan importante. Puede que él no entienda el poder de las redes sociales en el fandom, pero yo sí, por experiencia propia.

      —Gracias —le digo—. Y ahora, dado que nos estamos ayudando el uno al otro, ¿te importa decirme dónde está el zumo verde?

      Se da la vuelta y se marcha.

      —Ni idea, ¡lo siento!

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      Me paso el resto del día haciendo recados. Sirvo bebidas varias, hago llamadas de teléfono, llevo papeles de un sitio a otro y tomo notas para Jane en plató. Incluso logro hacer algunas fotos para el Instagram de Silver Falls y responder a algunos comentarios. Por muy frenético que suene, me lo paso bomba. Al menos, cuando Malcolm y Dirk no están presentes.

      Para cuando salgo de los estudios, ya ha oscurecido. La música de Hayley Kiyoko me acompaña a través de los cascos mientras el autobús se desliza por la autopista. El efecto de la Ritalina se me ha pasado hace horas y se nota: apenas puedo mantener la cabeza erguida por el agotamiento.

      Tengo una relación de amor/odio con la Ritalina. Cuando la tomo, me llena de energía. Me vuelvo charlatana y animada, y no me cuesta centrarme. Soy eficiente. Estoy despierta. Pero debajo de todo hay una corriente de ansiedad, una sensación de incomodidad en el pecho, como si fuese a llegar tarde a la reunión más importante de mi vida o algo así. Lo malo es que, si no la tomo, me paso el día medio dormida. Me muevo como un perezoso. Nunca sé qué tarea hacer primero y, si la sé, pierdo la concentración enseguida y no la termino. Conmigo no hay término medio: o soy un perezoso o el conejito de Duracell. Y ahora mismo estoy en modo perezoso total; ni las sacudidas de las paradas del autobús por todo Los Ángeles me mantienen despierta.

      Cuando llego caminando al piso de Parker desde la parada del bus, ya son más de las nueve. Saco la llave de la mochila e intento abrir la puerta, pero una vez más, esta no cede. Antes de que ejecute el complicado truco de Parker, él abre la puerta desde dentro con una sonrisa.

      —¡Por fin! —dice antes de abrazarme. Apoyo la mejilla en su hombro y me relajo—. Llevaba esperando todo el día para darte este abrazo.

      Me conduce al interior del piso y cierra la puerta.

      —Estoy muy orgulloso de ti. Ahora cuéntame todo lo que has visto con pelos y señales. Empieza por Will Horowitz.

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      —¡Arriba, que brilla el sol! —anuncia Parker mientras sube las persianas.

      La luz de las primeras horas de la mañana cae sobre mí. Le dedico un bufido y me doy