una civilización antigua, mucho más antigua en realidad que aquella de la que provenimos. Eso también ayudó a confirmar mi vocación a la India.
–Después de su ordenación continuó sus estudios de teología en la India y después se fue a Roma. Cuéntenos más sobre ese período.
–Terminé mi cuarto año de teología en Kurseong a finales de 1955. Ahora tenía una licenciatura en teología, y en adelante estaba destinado por mis superiores a realizar estudios de posgrado en teología con el fin de regresar a Kurseong para enseñar. Antes de continuar con los estudios de doctorado, sin embargo, fui a Hazaribagh, en Bihar, donde, bajo la dirección del P. Louis Schillebeeckx, hermano mayor del gran teólogo dominico Edward Schillebeeckx, hice mi tercera probación, una especie de tercer año de noviciado propio de los jesuitas hecho casi al final de la formación, destinado a profundizar en la vida espiritual y en la identidad jesuita y sacerdotal. Eso fue en 1956. A este siguió otro año de estudio en la Universidad de Calcuta para familiarizarme más profundamente con la filosofía india y las tradiciones religiosas indias. Los planes eran que fuera entonces a Roma para hacer mi doctorado. Solicité la ciudadanía india, en virtud de las leyes que acababan de ser votadas por el Parlamento indio. Eso me permitiría permanecer fuera de la India durante dos años completos, el mínimo requerido para completar mis estudios en Roma. El gobierno central de la India, sin embargo, no aceptó mi petición. Dado que, como extranjero, me permitían quedarme fuera de la India solo durante dieciocho meses sin que perdiera mi permiso de residencia permanente a mi regreso, primero fui al colegio De Nobili, en Poona, por entonces la segunda Facultad de teología jesuita en la India, donde, bajo la dirección del P. Joseph Neuner, otro gran teólogo que también fue perito durante en el Concilio, comencé a trabajar en el tema de mi tesis. Luego fui a Roma en septiembre de 1957 para continuar mi trabajo en la Universidad Gregoriana, donde obtuve el doctorado en teología a principios de febrero de 1959.
–Usted estaba en Roma cuando murió el papa Pío XII y fue elegido Juan XXIII. ¿Qué recuerda de todo aquello?
–Volví a Roma de unas vacaciones en Bélgica el 9 de octubre de 1958, día de la muerte de Pío XII, y asistí al funeral solemne. Estuve allí para la elección de Juan XXIII el 28 de octubre. Recuerdo muy bien la emoción que acompañó a tal evento. Vivía en el colegio internacional San Roberto Bellarmino. Solíamos subir a la terraza de la casa para ver si el humo proveniente de la Capilla Sixtina era negro o blanco. De hecho, era imposible distinguir con certeza de qué color era, y teníamos que bajar cada vez a la radio para obtener la información correcta. Finalmente, el humo pasó a ser claramente blanco, y la radio confirmó la noticia de que la elección había tenido lugar. Recuerdo las prisas que siguieron, ya que la ciudad de Roma corrió literalmente hacia el Vaticano; el tráfico se interrumpió por completo para dejar espacio a la gente que corría por las calles. Cuando llegué a la plaza de San Pedro, ya estaba abarrotada. Esperamos bastante tiempo antes de que sucediera algo. La emoción de la multitud creció. Finalmente, el cardenal Ottaviani apareció en el balcón de la basílica y pronunció en voz alta: «Habemus papam, su eminencia, el cardenal Giuseppe Roncalli, que ha elegido el nombre de Juan XXIII». En ese momento, muchos cuchicheos recorrieron la plaza, porque la gente no había entendido el nombre con claridad y además porque el nombre pronunciando era una sorpresa para muchos. La gente preguntaba sobre la identidad del nuevo papa e intercambiaba información y reacciones. Para los italianos, que componían la mayoría de la multitud asistente, una cosa importaba mucho, a saber, que había sido elegido un cardenal italiano. Y así era. La multitud se iba entusiasmando cada vez más, hasta el momento en que el papa Juan XXIII apareció en el balcón de la basílica. El entusiasmo de la multitud que abarrotaba la plaza hasta la via della Conciliazione alcanzó su apogeo y se convirtió en un frenesí de alegría. El papa apareció sonriendo y saludando a la multitud, y la multitud le respondió con aplausos y brazos extendidos. Su aparición fue breve y terminó con la primera bendición papal a la gente. A medida que la multitud comenzó a dispersarse, los periódicos ya estaban a la venta con la foto del nuevo papa y un relato de su vida en la portada. Solo faltaba la vestimenta papal, ya que la foto mostraba al nuevo papa vestido de cardenal. Todos compraban un ejemplar del periódico en el camino de vuelta a casa.
–Mientras sucedía todo esto, usted estaba investigando y escribiendo su tesis, ¿cuál era el tema?
–Como tema de mi tesis elegí la antropología religiosa de Orígenes, el teólogo griego del siglo III, indudablemente una de las mayores luminarias de los Padres de la Iglesia. En aquellos siglos, los Padres se enfrentaron al enorme problema de insertar el mensaje cristiano en el contexto de la cultura griega; de ese mismo modo, nosotros, los teólogos, nos enfrentábamos al problema de insertarlo en las grandes culturas de Oriente. ¡No era en absoluto una tarea menor que la de aquellos! Podía aprender mucho de la forma en que un genio intelectual como Orígenes lo había hecho. Ciertamente, aprendí muchísimo, aun cuando tuviera que trabajar a marchas forzadas para terminar la tesis dentro de los dieciocho meses que me habían concedido para estar fuera de la India y no perder mi permiso de residencia. Aterricé en Bombay en febrero de 1959, un día antes de que expirara mi visado. Cuando pasé por el puesto de control policial, el oficial miró mi pasaporte y comentó: «Justo a tiempo». Respondí: «Sí, pero a tiempo».
–Después de completar sus estudios de doctorado en Roma regresó a Kurseong para comenzar su carrera docente. Mientras tanto se estaba preparando el Concilio Vaticano II, que comenzó oficialmente en 1962, coincidiendo todo esto con sus primeros años como profesor. ¿Pudo seguir el Concilio desde la India? ¿Qué impacto tuvo en usted, en su pensamiento y en su docencia? ¿Cómo se podían hacer efectivas las tendencias y decisiones conciliares allí donde usted enseñaba y trabajaba pastoralmente?
–Exacto, por aquel entonces comenzaba mi carrera como teólogo y profesor en el Saint Mary’s College, en Kurseong. En 1959, el papa Juan XXIII anunció su decisión de convocar un nuevo concilio ecuménico, el Vaticano II. No es este el lugar para describir las reacciones contrastantes con que se recibió el anuncio, especialmente en Roma, pasando del entusiasmo al escepticismo o a la pura consternación. Pero en el contexto de la Iglesia india, que estaba en proceso de convertirse en una Iglesia local, el nuevo Pentecostés convocado por el papa apareció como un precioso regalo de Dios y una oportunidad única, en el contexto de la India, para replantear a fondo las formas tradicionales y abrir nuevas perspectivas. Seguimos la preparación del Concilio desde 1959 hasta 1961 y luego, con el mayor interés, por no decir con pasión, sus cuatro sesiones y períodos de descanso desde 1962 a 1965. A pesar de lo lejos que estaba Roma, estábamos bastante bien informados sobre lo que sucedía en el Concilio, especialmente cuando el Concilio se puso en marcha, a través de crónicas diarias, semanales y mensuales que aparecían en La Croix, The Tablet, Informations Catholiques Internationales y otras publicaciones que recibíamos por correo aéreo.
Comenzar la carrera docente en este contexto, con las animadas discusiones del Concilio sobre preguntas candentes para la vida de la Iglesia, era poco menos que emocionante y, como pensaba entonces, una gracia muy especial. Me obligó a hacer un replanteamiento exhaustivo de algunos puntos de vista teológicos recibidos y a abrirme a nuevos horizontes y perspectivas de las que mi enseñanza solo podría beneficiarse. Podía tomar distancia crítica de algunas formas tradicionales y aparentemente intocables de hacer las cosas. Te pongo un ejemplo bastante común. El medio intocable de enseñanza en teología había sido el latín, una tradición venerable que parecía inamovible, que incluso el papa Juan XXIII parecía confirmar con la Constitución apostólica Veterum sapientia (1962). En Kurseong, la práctica consistía en que un profesor dijera una frase en latín y luego la tradujera al inglés para hacerse comprender por los alumnos. Pensé sobre eso y llegué a la conclusión de que este modo de proceder era una gran pérdida de tiempo. Además, me habían encargado que enseñara y me hiciera entender, en lugar de hablar en latín. Así que fui el primer profesor en comenzar mi carrera docente directamente en inglés, lo que despertó algunas sospechas en la Facultad.
El Concilio supuso un desafío enorme en todas las esferas relacionadas con la formación teológica y la enseñanza, comenzando por la reforma litúrgica que se estaba iniciando, pasando por el desarrollo de una nueva noción