Andrés Felipe Escovar

El cuaderno de Andrés Caicedo


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de un contexto común, solo son diáfanas para ese escritor que era el autor en el momento de prefigurar o ensayar su escritura. Siempre habrá un resto inasimilable que se perderá entre el acontecimiento pasado y la lectura presente, pero ese mismo resto es el que permanece, al acecho, en futuras reconfiguraciones de sentido. La conciencia de esta distancia nos abstiene de suponer al manuscrito como una vía de acceso a un momento originario y nos impulsa a leerlo como un lugar privilegiado de indicios, tanto por sus peculiaridades materiales como por las marcas textuales y los silencios que sellan los sobreentendidos.

      Las tensiones, los cambios y las decisiones inscritas en un documento son advertidas, desde la mirada de la crítica genética, a partir de unas guías que permiten vislumbrar intersticios en el proceso de escritura, no observables por la mirada de un coleccionista o un fanático.

      Este proceso de rastreo hecho por el geneticista “procede por necesidad de lo conocido a lo desconocido, no reduciendo lo desconocido a lo conocido, sino por el contrario indagando en lo nuevo a partir de los que se conoce” (Gilly 1995, 40); es decir, la crítica genética no establece una “camisa de fuerza” confeccionada por el escrito editado, en donde todo el proceso de escritura que la precedió se convierta en una causa que, indefectiblemente, conduzca a ese fin de escrito perfeccionado, sino que columbra nuevos horizontes indiscernibles en el libro impreso.

      Con la búsqueda de indicios, la labor del geneticista se adscribe a la tradición del paradigma indiciario cuyos precedentes, según Ginzburg, son las ejecuciones de Morelli, Sherlock Holmes y Freud. El historiador italiano halla un elemento que ellas comparten: la profesión de la medicina, definida como una “disciplina que permite diagnosticar enfermedades inaccesibles a la observación directa sobre la base de síntomas superficiales, a veces irrelevantes a los ojos del profano” (Ginzburg 1995, 82-83).

      La crítica genética, más que contar con la observación de un genetista que se vale de instrumentos altamente sofisticados, se relaciona con la mirada de un médico que atiende a pacientes cuyo malestar es inexplicable incluso a los ojos de los laboratorios. El geneticista lee los papeles en los que ha quedado el rastro de un proceso de escritura como documentos “individuales, en cuanto individuales, y precisamente por ello alcanzan resultados que tienen un margen ineliminable de aleatoriedad: basta pensar en el peso de las conjeturas” (Ginzburg 1995, 88). Además, se vale de la observación directa del manuscrito, pues a partir de ella encuentra “rasgos reveladores que el aparato crítico no consigna: distribución de bloques de escritura en el espacio, diagramación, direccionalidad, ductus, trazos reveladores de ritmos de escritura y de estados de ánimo, gráficos, dibujos, etcétera” (Lois 2001, 8).

      Por lo tanto, la crítica genética no asimila al texto editado como un producto final o la perfección de un proceso lleno de titubeos que logró su forma ideal. Al respecto, Amícola resalta el cambio de paradigma, en donde “una corriente nueva reclama para sí el derecho al estudio de los materiales póstumos” (1996, 18) y cuya perspectiva se apoya en dichos materiales, pues constituyen “un rico documento sobre las normas estéticas que ese autor ha incorporado” (1996, 8), con lo cual tienen una valía propia, lejana de la visión finalista denominada por Lois como “ilusión teleológica”:

      Justamente, uno de los principales aportes de esta orientación crítica es la zambullida en el magma de la pura virtualidad, un terreno donde la escritura aparece a cada momento atravesada por innumerables tentaciones —a veces muy diferentes—, por opciones que solo después de navegar entre divergencias y contradicciones arriban a un texto final. (2001, 16)15

      Desde la mirada geneticista, gracias a la virtualidad que surge en el proceso de escritura, el “texto no puede ser visto como predeterminado por sus etapas anteriores: no es más que una de las alternativas que ha tomado el devenir escritural” (Lois 2001, 18). Existe entonces un margen de contingencia, un trayecto impensado incluso para un proceso de escritura que se pretenda planeado hasta en sus más mínimos detalles.

      En los papeles o documentos de archivo observados por un geneticista también se aprecia una noción de escritura, explicitada mediante la reconstrucción del proceso creativo. Marín afirma que el escritor ya cuenta con un concepto de “escritura literaria” del cual tenemos testimonio en los pretextos y, en la explicitación, se aprecia el tránsito de escritor a autor.16

      Ahora bien, si los papeles arrojan esa posibilidad de encontrar una noción de la escritura, la crítica genética, al establecer que la escritura jamás obedece a un plan estrictamente sistemático, ¿homogeniza un rasgo individual y, por lo tanto, se aparta del paradigma indiciario y se acerca al galileano, como ha ocurrido con otros campos de la crítica literaria? ¿No se incurriría, entonces, en una nueva descorporeización del proceso de escritura?

      Un vislumbre de respuesta se da a partir de las “estrategias variables para cada situación” (Lois 2001, 19) que se dilucidan en el trabajo del geneticista; la constante, en una torsión, como la de la cinta de Moebius, se cifra en que siempre hay variables particulares. Estas se disipan en la “ilusión teleológica”, pues ella no puede contagiar al investigador aun cuando el escritor, en su trayecto de escritura, crea emprender el camino para llegar a un fin cercano a la perfección17 y tome decisiones que doten de una dinámica de constante reformulación interdiscursiva18 a lo que escribe, por medio de operaciones como “omisiones, agregados, sustituciones o desplazamientos” (Narvaja 2006, 97), las cuales son individuales, es decir, se presentan de una manera diferente en cada documento. Gracias a las particularidades propias de cada proceso de escritura, Lois ha propuesto dos grandes principios:

      1. El investigador “[e]s un actor de construcción en el que, a partir de algo observable, […] formula hipótesis sobre cuya base aspira a interpretar el proceso de escritura” (2001, 25).

      2. La especificidad de lo escrito permite que se traduzcan trazos materiales en las operaciones mencionadas anteriormente.

      Estos dos pilares, conectados con el carácter particular del objeto de estudio de la crítica genética, han propiciado propuestas para una “teoría de la producción escrita” (Lois 2001, 23), a través de la cual se busca dar cuenta de “la producción real de los enunciados” (Lois 2001, 25) y el dialogismo de la oralidad se reemplaza por una interlocución entre el escritor y el primer lector, que es el mismo escritor.19

      Esta situación dialógica entre el escritor y el escritor-lector también se da entre el escritor y los discursos sociales que pueden transformarse, reproducirse o desplazarse: “Es cada vez más evidente para nuestro momento histórico que existe un alineamiento tácito del autor en las genealogías del campo literario que pretende ocupar, aunque más no sea por el simple hecho de que el autor también es un lector, al mismo tiempo que un escritor” (Amícola 1996, 16).

      Voloshinov advirtió aspectos en el hecho artístico que escapan a una perspectiva que se limite a lo lingüístico:

      Allí donde el análisis lingüístico solamente ve palabras y relaciones abstractas (fonéticas, morfológicas, sintácticas, etc.), la percepción artística viva y el análisis sociológico concreto descubren relaciones entre los hombres, relaciones que se encuentran simplemente reflejadas y fijadas en el material verbal. El discurso es un esqueleto que solo se recubre de carne viviente durante la percepción creadora y, por consiguiente, durante la comunicación social viva. (2013, 14-15)

      Las relaciones planteadas por Voloshinov se advierten a partir de una contemplación artística20 que en el caso de los trabajos escritos contiene dos etapas: la primera corresponde a la lectura hecha a través del grafema; la segunda, a la apreciación artística y al surgimiento de la imagen sonora, la entonación y significación. Además de estas fases, se toman en cuenta las “relaciones recíprocas que se establecen entre [sus] participantes […], y que determinan, en general, las líneas principales del acontecimiento poético” (2013, 15).

      Estas relaciones entre los participantes se analizan a partir de tres aspectos:

      1. El axiológico, ocupado por la dependencia