ojos y marcas negras en la camisa, y se suponía que él era inmune a la hechicería. A la espada que tenía en la mano le faltaban unos treinta centímetros de hoja.
—¿Qué demonios habéis hecho? —dijo Taniel—. Quedamos en que volveríais a buscarme antes de ir por ella.
—No necesitamos que un maldito Marcado se nos meta en el medio —respondió Julene con un gesto grosero.
—Esa Privilegiada no debería haber sabido que estábamos ahí —dijo Gothen. Miró a Taniel avergonzado—. Pero lo supo.
—¿Y eso lo ha hecho ella? —Taniel señaló la espada rota de Gothen.
Gothen hizo una mueca.
—¡Ay, por el abismo!
Arrojó la media espada al suelo.
—Si nos quedamos charlando aquí, la perderemos —dijo Taniel—. Bien, Julene, trata de flanquearla, yo...
—Yo no obedezco tus órdenes —dijo Julene inclinándose hacia delante—. Iré derechito a su garganta. —Se tiró de los guantes y salió corriendo por la calle.
—¡Maldición! —Taniel le dio una palmada a Gothen en el hombro—. Tú ven conmigo. —Se dirigieron por una calle lateral hacia la siguiente calzada principal, corriendo paralelos a Julene—. ¿Qué demonios ha sucedido? —preguntó.
—La encontramos en una tienda para astrónomos —dijo Gothen entre jadeos mientras corría, con las espadas, las hebillas y las pistolas chocándose entre sí con un sonido metálico—. Acordonamos la tienda, bloqueamos todas las salidas y tendimos la trampa. Estábamos preparándonos para entrar a por ella cuando todo el frente del edificio explotó. Julene apenas llegó a cubrirse. ¡Yo sentí el calor de la explosión! Eso no debería suceder. Yo debería poder anular cualquier aura que ella conjure desde el Otro Lado. Ningún fuego, calor o energía debería poder alcanzarme, pero así fue.
—Entonces es poderosa.
—Mucho —dijo Gothen.
Taniel vio a Julene pasar corriendo por delante de un callejón, una calle más allá. Se detuvo y tomó aire haciéndole un gesto a Gothen para que frenara. Algo andaba mal. Se volvió.
—¿Ka-poel?
La joven se había detenido en la entrada del callejón. Se llevó un dedo a los labios con los ojos entrecerrados. Señaló hacia el interior de la callejuela.
Taniel le hizo un gesto a Gothen para que fuera primero; él anularía cualquier trampa o hechizo que se les arrojara. Levantó su pistola apuntando por encima del hombro de Gothen. El callejón estaba lleno de desechos; basura, lodo y mierda, y algunos barriles medio podridos. No había nada del tamaño suficiente para ocultar a una persona. El sol del mediodía lo iluminaba todo.
—¡Allí! —Gothen se lanzó a correr y Taniel vio movimiento más adelante. Parpadeó tratando de ver con claridad. Era como si la luz estuviera volviéndose sobre sí misma y dejara una pequeña sombra donde pudiera esconderse una persona.
Entonces apareció la Privilegiada. Las manos se le crisparon y las apuntó hacia Gothen. Gothen se preparó para recibir el impacto.
El aire resplandeció, distorsionado por un horno de hechicería inminente. Gothen gritó, con las venas del cuello hinchadas. Taniel disparó.
La bala le rebotó contra la piel como si esta fuera de metal, y salió volando por el callejón sin causar otros daños. La Privilegiada extendió las manos. Gothen se tropezó hacia atrás y cayó al suelo.
En el muro del edificio había asideros construidos para acceder al tejado. La Privilegiada trepó con la facilidad y la rapidez de alguien mucho más joven, y llegó al tejado, situado a dos pisos de altura, antes de que Taniel pudiera recargar una de sus pistolas. Taniel aspiró un poco de pólvora y subió detrás de ella.
—¡No la pierdas! —le gritó Taniel a Gothen. Ka-poel volvió corriendo hacia la calle principal para poder seguir la trayectoria de la Privilegiada.
Taniel llegó hasta lo alto de la escalera y se subió al tejado. La Privilegiada saltó al siguiente tejado, se volvió y le lanzó una bola de fuego. El trance de pólvora ardía en el interior de Taniel. Él veía las auras de aquella magia, sentía por dónde pasaría la bola de fuego. Esquivó y rodó, luego volvió a ponerse de pie. Ella huyó deslizándose estrepitosamente sobre las tejas de arcilla.
Taniel salvó la siguiente brecha con facilidad. Perdió de vista a la Privilegiada por la inclinación del tejado, pero volvió a encontrarla cuando ella llegó a la cima del siguiente. Le disparó.
La alcanzó una vez más, pero, una vez más, ella no cayó. Fue un tiro certero, directamente a la columna vertebral. Debería estar muerta, o como mínimo, herida y perdiendo sangre, pero apenas tropezó.
Taniel gruñó. Guardó las pistolas y cogió el fusil que llevaba colgado. Le colocó la bayoneta. Lo haría por las malas.
Un mago de la pólvora en pleno trance podía agotar a un caballo. Dos edificios más, y Taniel ya estuvo encima de la Privilegiada. Ella saltó entre dos tejados. Los dedos de su pie apenas llegaron a alcanzar el borde del siguiente. Se resbaló y cayó, pero se agarró de las tejas.
Taniel salvó el hueco entre los tejados con espacio de sobra. Frenó y se volvió, listo para atravesarle un ojo con la bayoneta. Ella se soltó del tejado y cayó a la calle que había debajo.
Taniel maldijo. Dudó solo un momento, y saltó detrás de ella. Cayó en cuclillas junto a la Privilegiada, que ya estaba de pie. Aun en pleno trance, al chocar contra el suelo le dolieron las rodillas y el cuerpo se le estremeció. Reaccionó por instinto y le lanzó una estocada con la bayoneta. Sintió que daba en el blanco.
La Privilegiada se encorvó sobre él, con su mano enguantada a solo unos centímetros de la cabeza de Taniel. Tenía el rostro de una mujer avejentada que en otra época había sido muy hermosa, con la piel arrugada y curtida, y patas de gallo en el rabillo de los ojos. Dejó escapar una bocanada de aire, luego dio un tirón y se liberó de la bayoneta de Taniel.
—No tienes idea de lo que está sucediendo, niño. —Su voz era un susurro mortal.
Taniel oyó el tintineo de las armas de Gothen. El quiebramagos llegó corriendo y se puso a su lado apuntando con la pistola.
Taniel sintió que la tierra retumbaba.
—¡Al suelo! —Gothen saltó entre Taniel y la Privilegiada.
La tierra se resquebrajó y se hundió debajo de ellos. Todo el cuerpo de Taniel gritó ante la presión liberada. Se sintió como si lo hubieran metido en el fondo de un cañón y lo hubieran usado como combustible para una explosión. Se le taponaron los oídos y se sintió mareado. La cabeza le palpitaba.
Alrededor de ellos comenzaron a caer trozos de mampostería.
Cuando comenzó a dispersarse el polvo, Taniel vio a Gothen aún de cuclillas sobre él, haciendo una mueca. El quiebramagos abrió un ojo. Sus labios se movieron, pero Taniel no oyó nada. El mundo entero parecía estar temblando. Taniel se puso de pie y miró alrededor. Ka-poel se acercaba por entre la bruma. Julene estaba cerca, detrás de ella. Los edificios que antes estaban a su alrededor habían desaparecido completamente, derrumbados hasta los cimientos, con los sótanos húmedos llenos de escombros y nubes de polvo. Había manchas de sangre y trozos de carne entre los restos. Había gente en esos edificios; gente que no había tenido a un quiebramagos para protegerse de la explosión.
Taniel tomó aire entrecortadamente.
Julene marchó directo hacia Taniel y lo derribó de un empujón; sus piernas temblorosas no pudieron sostenerlo en pie. Ka-poel se deslizó entre ellos, y su mirada furiosa hizo retroceder a Julene. Pasó un buen rato hasta que Taniel pudo oír lo suficiente para entender lo que gritaba la hechicera.
—…jado ir! ¡Has dejado que se escapara! ¡Maldito estúpido!
Taniel