compromiso se ha cancelado.
—Mis disculpas —dijo Gothen desviando la mirada.
Taniel se echó otra línea en el dorso de la mano. Hizo un gesto de desdén con la tabaquera.
—No tiene importancia.
Aspiró la pólvora negra e inhaló a fondo, luego inclinó la cabeza contra el lateral del carruaje. Oyó el golpeteo de la lluvia sobre el techo, el traqueteo de las ruedas sobre los adoquines y los cascos del caballo. Había tantos ruidos para acallar sus pensamientos…
¿Dónde estaría Vlora en ese momento? se preguntó. Quizás estuviera llegando a Adopest. A lo mejor ya había estado allí y ya se había ido, enviada por Tamas a cumplir alguna misión. Se había obligado a borrar esa pregunta de su mente en cada momento de silencio que tuvo desde que clavó a aquel sujeto a la pared. El muy petimetre se quedó retorciéndose en su propia espada, como una mariposa. ¿Qué había salido mal? Había sido un error ir a Fatrasta de aquel modo. Enredarse en una guerra solo para impresionar a Tamas. La había dejado sola durante demasiado tiempo. El hombre que se había acostado con ella era un mujeriego profesional. No era su culpa.
Cerró una mano con fuerza y contuvo su ira. ¿Estaba furioso porque amaba a Vlora? ¿O porque otro hombre había mancillado a su mujer? ¿Vlora había sido realmente su mujer? No recordaba una época en que no fuera a casarse con Vlora. Tamas los había mantenido juntos en toda situación posible. Ella era una maga de la pólvora muy dotada, y lo más probable era que sus hijos también lo fueran. Tamas los había alentado durante años para que estuvieran juntos. De hecho, Vlora había sido la futura nuera de Tamas más que la futura esposa de Taniel. Taniel se tragó ese pensamiento, junto con la satisfacción que le daba la decepción de Tamas. Ahora no tenía que casarse con nadie si no lo deseaba, o encontraría una esposa por su cuenta, no algo arreglado con una maga de la pólvora. Quizá Ka-poel. Taniel emitió una risita e ignoró la mirada de curiosidad de Gothen. Tamas se pondría absolutamente furioso si él se casara una salvaje extranjera. El momento de regocijo pasó, y Taniel resistió el impulso de abrir su cuaderno y mirar el dibujo de Vlora.
—Una parte muy bonita de la ciudad —dijo Gothen interrumpiendo los pensamientos de Taniel. El quiebramagos sostenía la cortina apenas lo suficiente para mirar hacia fuera. Un momento después, el carruaje se detuvo. Taniel abrió la puerta.
Estaban en el Distrito Samalí. Había un humo espeso flotando sobre toda la ciudad; se mezclaba con la llovizna y le irritaba los ojos a Taniel. Reinaba el silencio. La turba había sido reprimida hacía dos días, pero en su camino había arrasado con casi todo. De lo que antes eran hileras de mansiones majestuosas solo quedaban ruinas en llamas y casas destruidas.
Excepto aquella. La vivienda tenía tres plantas y estaba construida con piedra gris. Había sido diseñada a imitación de los castillos de antaño, con parapetos y senderos. Los muros estaban ennegrecidos a causa de los incendios de alrededor, pero el edificio en sí parecía intacto. Era fácil darse cuenta del porqué.
Había soldados en los parapetos. Se habían arrancado adoquines de la calle para levantar una muralla de un metro de altura frente a la entrada principal. Había más soldados refugiados detrás, con los mosquetes listos, mirando el carruaje de Taniel con franca hostilidad.
Taniel se apeó del vehículo. Julene ya estaba en el suelo, poniéndose los guantes. Ka-poel se bajó del asiento del cochero.
—¿De quién es esta casa? —le preguntó Taniel al cochero.
El otro se rascó la barbilla.
—Del general Westeven.
Un escuadrón de soldados salió de la mansión y se dirigió directo hacia ellos. Taniel sintió que se le retorcían las tripas. Todos llevaban los uniformes grises y blancos y los sombreros con plumas de los Hielman del rey. Se suponía que habían sido eliminados. Y aun así, allí estaban, protegiendo la residencia del antiguo líder de la guardia del rey. El general Westeven tenía casi ochenta años, era antiguo desde todo punto de vista, pero se decía que seguía siendo agudo y perspicaz. De todos los comandantes de Adro, solo Westeven tenía una reputación similar a la de Tamas.
—¿El general está en la ciudad? —preguntó Taniel. Seguramente Tamas se había encargado de él. No podía haber dejado semejante cabo suelto.
—Corre el rumor de que ha vuelto —dijo el cochero—. En teoría estaba de vacaciones en Novi. Interrumpió su estancia y regresó ayer.
Taniel miró a Ka-poel.
—¿Estás segura de que está aquí?
Ka-poel asintió.
—Estupendo.
Los Hielman se detuvieron a cuatro metros de Taniel. El capitán era un hombre mayor y con mala cara. Era unos diez centímetros más alto que Taniel, y cuando posó la mirada en su broche con forma de barril de pólvora, sonrió con desprecio.
—Tenéis a una mujer en la casa —le dijo Taniel apoyando los dedos sobre su pistola—. Una Privilegiada. Estoy aquí para arrestarla en nombre del mariscal de campo Tamas.
—Aquí no reconocemos la autoridad de los traidores, muchacho.
—¿Entonces admitís que la estáis protegiendo?
—Es la huésped del general —dijo el capitán.
Una huésped. Soldados Hielman a las órdenes del general Westeven, ¿y ahora tenían una Privilegiada? Aquel era terreno peligroso. Distinguió fusiles en las ventanas de los pisos más altos y en los parapetos. El capitán de los Hielman llevaba espada y pistola. Dos de sus guardias portaban fusiles largos y delgados con cartuchos del tamaño de un puño adosados debajo: botes de aire en fusiles de aire comprimido. Armas diseñadas específicamente para ser inmunes a los poderes de los magos de la pólvora. Sin duda, algunos de los tiradores de allí arriba tenían las mismas armas.
Con Julene y el quiebramagos probablemente podrían entrar por la fuerza en la mansión. Una cosa era lidiar con soldados, otra era lidiar con la Privilegiada.
Taniel sintió que Julene tocaba el Otro Lado. Sostuvo una mano en alto.
—No —dijo—. Retrocede.
—Ni lo sueñes —dijo Julene—. Haré cenizas a este grupito y...
—Gothen —dijo Taniel—. Contrólala. —Necesitaba salir de allí. Advertir a Tamas. Si el general Westeven estaba en la ciudad, no le llevaría mucho tiempo reagrupar sus fuerzas. Atacaría rápido y directo al corazón. Taniel se humedeció los labios resecos—. Nos vamos.
—Señor —dijo uno de los Hielman—. Ese es Taniel “Dos Tiros”.
El capitán entrecerró los ojos.
—No os vais a ningún lado, Dos Tiros.
—Al carruaje —dijo Taniel—. Nos vamos. ¡Cochero!
Los soldados se aprestaron a disparar. Taniel saltó al estribo del carruaje. Desenfundó la pistola y se volvió. Disparó a uno de los Hielman en el pecho antes de que pudiera ponerse en posición de disparo. Arrojó la pistola al interior del carruaje y miró hacia los Hielman extendiendo los sentidos hacia ellos en busca de su pólvora. Dos de ellos portaban mosquetes comunes, y el capitán llevaba una pistola. Todos tendrían reservas de pólvora.
Encontró los cuernos de pólvora con facilidad. Tocó la pólvora con la mente, y provocó una chispa.
La explosión casi lo hizo caer del carruaje. Los caballos relincharon y Taniel se aferró con todas sus fuerzas mientras los animales huían aterrorizados. Echó una mirada hacia atrás. El capitán de los Hielman había quedado partido en dos. Uno de sus compañeros luchaba por sentarse. Los otros estaban hechos trizas sobre la calle. Nadie se molestó en disparar al carruaje que huía.
Cuando el cochero finalmente logró controlar a sus animales, Taniel metió la cabeza por la ventana.
—Yo podría haberlos atravesado —dijo