Brian McClellan

Promesa de sangre (versión española)


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la mano. La abofeteó.

      —Déjame en paz. —Taniel se volvió y escupió sangre—. Está muerta. No hay forma de que nadie sobreviva a eso.

      —No está muerta. —Julene tenía las mejillas encendidas, pero no atinó a continuar la pelea—. Todavía percibo su presencia. Se ha escapado.

      —¡La he atravesado con setenta centímetros de acero! No saldría caminando de eso.

      —¿Crees que el acero puede hacerle algún daño? ¿Crees que realmente puede hacerle daño? No sabes una mierda.

      Taniel respiró hondo para calmarse, y luego aspiró pólvora.

      —Ka-poel —dijo—, ¿sigue viva?

      Ka-poel levantó el extremo del fusil de Taniel con sus pequeñas manos y pasó el dedo por la sangre que había en el filo de la bayoneta. Se lo esparció entre los dedos. Al cabo de un momento, asintió con la cabeza.

      —¿Puedes rastrearla?

      Ka-poel volvió a asentir.

      Julene lanzó un bufido de burla.

      —Ni siquiera yo puedo rastrearla —dijo—. Ha ocultado su rastro. Incluso herida es más poderosa de lo que te imaginas. Esta condenada niña no puede encontrarla.

      —¿Pole?

      Ka-poel resopló y se volvió. Hizo una pequeña pausa para orientarse y luego señaló.

      —Tenemos un rumbo hacia donde ir —dijo Taniel—. Contrólate y observa cómo lo hace una verdadera rastreadora. —Hizo un gesto hacia Ka-poel—. Adelante.

      Taniel se protegió los ojos de la lluvia y miró a Julene. Esta estaba de pie por encima de él, con los brazos cruzados y una sonrisa beligerante que le retorcía la cicatriz del rostro.

      —Han pasado dos días —dijo ella—. Admite que tu salvaje no es capaz de rastrear a esta perra, así podremos salir de esta lluvia y decirle a Tamas que hay un problema.

      —¿Te rindes con tanta facilidad? —Taniel mantuvo la mano en la alcantarilla y procuró no pensar en la sustancia lodosa que le deslizaba por entre los dedos. Las bocas de alcantarilla acumulaban de todo: desde desechos humanos hasta animales muertos y cualquier clase de basura y de fango que se amontonara en las calles. Durante una tormenta como esa, todo iba a dar a las grandes cloacas que había debajo de la ciudad. Esa rejilla estaba obstruida, por lo que Taniel tenía el brazo metido hasta el hombro en el agua de lluvia y la porquería, y lo estaba disfrutando casi tanto como disfrutaba el fastidio constante de Julene—. Sabes que Tamas no te pagará hasta que el trabajo esté hecho, ¿verdad? —le recordó.

      —La encontraremos —dijo Julene—. Solo que hoy no. Con esta lluvia. Ella ha causado esta tormenta. Lo percibo. Las auras se arremolinan, conjuradas desde el Otro Lado. Enturbian demasiado su rastro, pero una vez que la lluvia haya amainado, yo volveré a encontrarlo.

      —Ka-poel ya tiene su rastro—. Taniel se estiró un poco más, su mejilla rozó el charco asqueroso sobre el que estaba echado. Sintió algo duro, lo apretó con la mano y lo extrajo.

      —Ha estado raspando con las uñas entre los adoquines y te ha hecho escarbar en cada zanja de aquí a... ¿Qué demonios es eso?

      Taniel se puso de pie. El pegote de lodo gris que tenía en la mano parecía las raspaduras de cien botas. Lo sujetó con el brazo extendido, con el estómago revuelto a causa del hedor. Toda la masa estaba adherida a un trozo largo de madera. Succionando y chapoteando, el charco que tenía a los pies lentamente comenzó a drenarse.

      —Un bastón roto, creo —dijo Taniel.

      Ka-poel se acercó para examinar el lodo apestoso. Lo tocó con un dedo, escrutando toda la masa con la cabeza echada hacia atrás. De pronto metió los dedos en el lodo y los sacó apretando algo.

      Julene se inclinó hacia delante.

      —¿Qué es eso? —Meneó la cabeza—. Nada. Niña estúpida.

      Taniel se lavó el brazo en el charco más limpio que pudo encontrar, luego cogió su camisa y su casaca de cuero, que sostenía Gothen.

      —Necesitas ojos mejores —le dijo a Julene—. Es un cabello. Un cabello de la Privilegiada.

      —Eso es imposible. Encontrar un cabello de la Privilegiada entre toda esta mugre. Incluso si fuera un cabello de ella, ¿para qué le puede servir a tu salvaje?

      Taniel se encogió de hombros.

      —Para encontrarla.

      Ka-poel se alejó y abrió su morral. Trabajó por unos momentos dándoles la espalda. Cuando se volvió, se acomodó el morral en el hombro y asintió con la cabeza enérgicamente. Se tocó el centro del pecho y luego hizo un gesto como si aferrara algo.

      Taniel se abotonó la camisa sonriendo.

      —La tenemos.

      Pararon un carruaje de alquiler. Ka-poel se sentó con el cochero para guiarlo, y Taniel, Julene y Gothen subieron al interior. Un momento después de que la puerta se cerrase, Julene hizo una mueca de asco.

      —Hueles fatal —dijo—. Preferiría estar bajo la lluvia antes que aquí dentro contigo. Iré de pie en el estribo. —Volvió a salir. Enseguida el carruaje comenzó a avanzar.

      —¿Ka-poel puede rastrear a la Privilegiada con un cabello? —preguntó Gothen después de varios minutos de marcha, con las rodillas demasiado cerca de las de Taniel para su gusto.

      —Es difícil hacerlo solo con un cabello —dijo Taniel—. Ayuda si tienes más cosas. La sangre de mi bayoneta, un trozo de uña en la calle (esta Privilegiada se muerde las uñas), una pestaña. Cada pequeña cosa nos guía hasta la siguiente. Cuantas más consigamos, más fácil será rastrearla. Si queremos pillar por sorpresa a esta Privilegiada, necesitamos una ubicación precisa.

      Taniel abrió su cuaderno de bocetos y lo hojeó, hizo una breve pausa en el dibujo de Vlora metido entre dos páginas y luego siguió hasta encontrar un retrato a medio hacer de la Privilegiada. La estaba dibujando de memoria, pero él era el único de los cuatro que había podido verla de cerca. Gothen observó el dibujo durante unos instantes. Cuando terminó, Taniel cerró el cuaderno con firmeza y volvió a guardárselo en la casaca.

      —¿Cómo funciona el poder de Ka-poel? —preguntó Gothen.

      —No tengo ni idea —dijo Taniel—. Nunca la he visto hacer magia. Lo que entendemos nosotros por magia, al menos. Nada de dedos crispados ni de conjurar auras elementales. —Hacía mucho tiempo que había abandonado todo intento de comprender los poderes de Ka-poel.

      Pasó un minuto, y Gothen carraspeó. No miraba directamente a Taniel, pero tenía una sonrisa pícara en el rostro.

      —Julene y yo hemos hecho una apuesta.

      Taniel se echó una raya de pólvora en el dorso de la mano y la aspiró.

      —¿Sobre qué?

      —Julene opina que te acuestas con la salvaje. Yo digo que no.

      —No es exactamente la apuesta de un caballero —dijo Taniel.

      —Aquí somos todos soldados —dijo Gothen. La sonrisa se le ensanchó.

      —¿De cuánto es la apuesta?

      —De cien kranas.

      —Ahí va la intuición femenina. Dile que te debe cien.

      —Ya me lo imaginaba —dijo Gothen—. Los hombres son mucho más fáciles de adivinar que las mujeres. De vez en cuando le echas una mirada de esas, pero incluso en esos casos es más un gesto de anhelo que la mirada de un amante.

      Taniel le frunció el ceño al quiebramagos y se reacomodó en el asiento, no muy seguro de cómo responder. Si estuvieran entre oficiales, lo retaría a duelo por ese comentario. Allí, sin embargo… En fin, como había dicho Gothen, ambos eran