Brian McClellan

Promesa de sangre (versión española)


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Tamas supuso que solo sería el verdugo quien oyera sus palabras. El ruido fue aumentando y Manhouch intentó seguir con su discurso a gritos, hasta que finalmente guardó silencio y, ya dándose por vencido, dejó caer la cabeza. El verdugo tiró de las cadenas de Manhouch. El rey se quedó petrificado, no se movió hasta que el verdugo lo golpeó en la nuca y lo llevó a rastras hasta la guillotina.

      Era una pequeña bendición para ambos, supuso Tamas, que estuvieran inconscientes cuando cayera la hoja.

      La cabeza de Manhouch cayó en una cesta que había debajo de la máquina, y una fuente de sangre salpicó a los espectadores más cercanos, a pesar de que se había dejado una separación de siete u ocho metros justamente por ese motivo. La reina fue colocada en la siguiente máquina mientras los trabajadores volvían a preparar la primera. Su cabeza cayó en una voltereta de rizos rubios.

      —Esto llevará todo el día —murmuró Ricard.

      —Sí —dijo Tamas—. Y mañana también. Ya os he dicho que le daré a la gente suficiente sangre para que se ahogue. —Miró el charco carmesí que iba formándose debajo de la guillotina y que comenzaba a esparcirse por entre los pies inquietos de los hombres y mujeres más cercanos—. Inundará el Jardín del Rey y teñirá las piedras.

      Tamas recorrió la multitud con la mirada una vez más y salió del balcón. La Privilegiada no había aparecido. Eso dejaba otra enemiga allí fuera, en paradero desconocido. No, se corrigió. En paradero desconocido, no. Taniel la encontraría.

      —Los disturbios comenzarán cuando la gente empiece a tener hambre —anunció a nadie en particular—. Mañana impondremos un toque de queda. Hasta entonces, os sugiero que no salgáis a la calle.

      Adamat contrató un carruaje para ir a la Universidad de Adopest. No debería haber sido un trayecto largo, pero, por lo visto, toda la población de Adopest se dirigía hacia el centro de la ciudad, mientras que la universidad se encontraba en las afueras. Para cuando llegaron a Kirkamshire, la marea de humanidad se había convertido en un riachuelo. La universidad estaba sorprendentemente silenciosa.

      Todos habían ido a ver la ejecución. Tamas debía de haber enviado a sus jinetes más veloces para dar a todo el mundo la oportunidad de ir a ver morir a Manhouch. Una maniobra arriesgada. La gente se alegraría. A Adamat le alegraba. Solo esperaba que no hubieran intercambiado un idiota por un tirano.

      Un zumbido lejano le llegó a los oídos mientras recorría el recinto de la universidad, que se encontraba desierto. Se imaginó que se trataba del rugido de un millón de voces, del gentío que estaba presenciando la muerte del rey. Pronto comenzarían los saqueos, cuando la gente comenzara a irse poco a poco del lugar de la ejecución y se diera cuenta de que todos habían dejado la puerta de casa sin llave y los comercios desatendidos. Seguirían los disturbios cuando los hermanos se volvieran los unos contra los otros. Con un poco de suerte, antes de eso, él ya habría vuelto a su casa.

      Pasó entre el solárium y la biblioteca, con sus pasos resonando en el patio vacío, y subió los escalones del edificio de la administración principal. Las enormes puertas de roble con bandas de hierro estaban sin llave. Entró y pasó por delante de muchas puertas de despachos. Se detuvo un momento frente al retrato del actual vicerrector. Prime Lektor había sido feo, incluso en su juventud, con aquella marca de nacimiento púrpura que le tapaba un tercio del rostro. Se decía que era un académico sin rival. Siguió avanzando, pasó por delante del despacho del vicerrector y se dirigió a la puerta siguiente.

      Era una puerta pequeña, que alguien mantenía abierta con una cuña de madera, y, por su simpleza, bien podría haberse tratado del armario del conserje. Desde el corredor se oía el raspar de una anticuada pluma de escribir.

      Adamat golpeó dos veces en la puerta abierta. Había un hombre de aspecto joven sentado detrás de un escritorio sencillo, situado en un rincón de la estrecha habitación. Se podría esperar algo de desorden en el despacho del ayudante del vicerrector, pero cada trozo de papel, cada libro y cada rollo estaba en su sitio, y todas las superficies se limpiaban a diario. Adamat sonrió. Algunas cosas no cambiaban.

      —Adamat —dijo Uskan. Colocó la pluma en su soporte y sopló la tinta antes de dejar el papel a un lado—. Qué agradable sorpresa.

      —Me alegro de que estés aquí, Uskan —dijo Adamat—, y de que no estés mirando la ejecución.

      El rostro de Uskan se ensombreció por un momento mientras rodeaba su escritorio y se acercaba a Adamat para estrecharle la mano.

      —Una de mis suplentes tiene una pluma muy creativa. Le he ordenado que lo escriba todo, para la posteridad. —Uskan hizo una mueca de desagrado—. Tengo trabajo que hacer. ¿Para qué necesito un espectáculo sangriento?

      Adamat observó a Uskan. Su amigo realmente se mantenía joven, mucho más joven que sus cuarenta y cinco años. Tenía el rostro contraído de alguien que entrecierra mucho los ojos por leer con muy poca luz.

      —Es el espectáculo del siglo —dijo Adamat.

      —Del milenio —dijo Uskan. Regresó a su escritorio y le ofreció a Adamat la otra silla que había en la habitación—. En toda la historia de los Nueve Reinos, desde que fueron fundados por Kresimir y sus hermanos, nunca se había destronado a un rey. Ni una sola vez. Ni siquiera… Ni siquiera sé qué decir. —Se pasó la mano por el rostro y se quitó el gesto de preocupación como si fuera una mota de polvo inoportuna. —¿Cómo está Faye?

      —Fuera de la ciudad con los niños, afortunadamente.

      —Un golpe de suerte.

      —Sí.

      Uskan pareció animarse de pronto.

      —¿Cómo está funcionando la imprenta? He estado hasta las orejas de trabajo durante tanto tiempo que ni siquiera se me pasó por la cabeza enviarte una carta. Debe de ser muy emocionante verla en funcionamiento. ¡La primera imprenta de vapor de Adro!

      —¿No te enteraste de lo que sucedió? —Adamat frunció el ceño. Uskan negó con la cabeza—. Explotó.

      Uskan se quedó boquiabierto.

      —No.

      —Murió un aprendiz y quedó medio edificio destruido. Yo había salido a tomar una taza de té, y cuando volví… —Adamat hizo el gesto de una explosión con las manos—. No más Adamat Editorial.

      —Supongo que tendrías un seguro.

      —Por supuesto. Se negaron a pagar. Los demandé por daños y perjuicios. Les resultó más barato sobornar al magistrado que cubrir todos mis gastos.

      Uskan siguió moviendo la boca en silencio.

      —No puedo creerlo. Ese proyecto tenía todos los ingredientes para llevarte a la fama y la fortuna. Si el negocio hubiera prosperado, ahora serías rico. De hecho, hace poco leí en el periódico que solo en los últimos seis meses han abierto once librerías en Adopest. Leer está poniéndose de moda. Poesía, novelas, historia. ¡El sector está en alza!

      —No me lo recuerdes.

      Uskan se estremeció.

      —Adamat, lo lamento mucho.

      Adamat hizo un gesto con la mano.

      —Son cosas que pasan. Sucedió hace casi un año. Además, no vengo a hablar de mis problemas. Estoy trabajando.

      —¿Una investigación? Al menos, puedes volver a eso.

      —Sí.

      —Estoy a tu disposición —dijo Uskan.

      —Espero que no sea una molestia. Necesito información sobre algo llamado la “Promesa Rota de Kresimir” o la “Promesa de Kresimir”.

      Uskan se inclinó hacia atrás y miró el techo con el ceño fruncido.

      —Me suena a… —dijo después de unos momentos—. A algo que he oído, pero que no logro recordar.