Joan Martínez Alier

El ecologismo de los pobres


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evangelio de la ecoeficiencia. ¿Por qué? Porque al afirmar que el cambio tecnológico hará compatible la producción de bienes con la sustentabilidad ecológica, enfatizan la preservación de aquella parte de la naturaleza que todavía queda fuera de la economía. Entonces, el «culto a lo silvestre» y el «credo de la ecoeficiencia» a veces duermen juntos. Así vemos la asociación entre la Shell y el WWF para plantaciones de eucaliptos en algunos lugares del mundo, con el argumento de que esto disminuirá la presión sobre los bosques naturales y presumiblemente también aumentará la captación de carbono. El prefacio de una versión popular del libro de Aldo Leopold, A Sand County Almanac (1949), por su hijo Luna Leopold (1970), contiene una apelación escrita en 1966 contra la energía hidroeléctrica en Alaska y el Oeste, que inundaría áreas de crianza de aves acuáticas migratorias. La economía no debía ser el factor determinante, escribió Luna Leopold hace 35 años, y además las cuentas económicas estaban mal hechas porque «se pueden encontrar fuentes alternativas y factibles de energía eléctrica». Aquí encontramos juntos el argumento de la preservación de la naturaleza y la posición pronuclear. No todos los ambientalistas estadounidenses estarían de acuerdo. Años antes, en 1956, Lewis Mumford, quien se preocupaba más por la contaminación industrial y la expansión urbana que por la preservación de la naturaleza, ya había alertado sobre los usos de la energía nuclear en tiempos de paz: «apenas hemos empezado a resolver los problemas de la contaminación industrial cotidiana. Pero, sin ni siquiera realizar un análisis prudente, nuestros líderes políticos y empresariales ahora proponen crear energía atómica en una vasta escala sin tener ni la más mínima noción de cómo disponer de los desechos fisionados» (Mumford en Thomas et al., 1956: 1.147).

      Como se verá a lo largo de este libro pues es éste su tema principal, tanto la primera como la segunda corrientes ecologistas son desafiadas hoy en día por una tercera corriente, conocida como el ecologismo de los pobres, ecologismo popular, movimiento de la justicia ambiental. También ha sido llamada el ecologismo de la livelihood, del sustento y supervivencia humanas (Garí, 2000), y hasta la ecología de la liberación (Peet y Watts, 1996). Esta tercera corriente señala que desgraciadamente el crecimiento económico implica mayores impactos en el medio ambiente, y llama la atención al desplazamiento geográfico de fuentes de recursos y de sumideros de residuos. En este sentido vemos que los países industrializados dependen de las importaciones provenientes del Sur para una parte creciente de sus demandas cada vez mayores de materias primas o de bienes de consumo. Estados Unidos importa la mitad del petróleo que consume. La Unión Europea importa casi cuatro veces más toneladas de materiales (incluidos energéticos) que las que exporta, mientras la América latina exporta seis veces más toneladas de materiales (incluidos energéticos) que las que importa. El continente que es el principal socio comercial de España, no en dinero sino en el tonelaje que importamos, es África. El resultado a nivel global es que la frontera del petróleo y gas, la frontera del aluminio, la frontera del cobre, las fronteras del eucalipto y de la palma de aceite, la frontera del camarón, la frontera del oro, la frontera de la soja transgénica... avanzan hacia nuevos territorios. Esto crea impactos que no son resueltos por políticas económicas o cambios en la tecnología, y por tanto caen desproporcionadamente sobre algunos grupos sociales que muchas veces protestan y resisten (aunque tales grupos no suelen llamarse ecologistas). Algunos grupos amenazados apelan a los derechos territoriales indígenas y también a la sacralidad de la naturaleza para defender y asegurar su sustento. Efectivamente, existen largas tradiciones en algunos países (documentadas en la India por Madhav Gadgil) de dejar áreas para conservación, como arboledas o bosques sagrados. No obstante, el eje principal de esta tercera corriente no es una reverencia sagrada a la naturaleza sino un interés material por el medio ambiente como fuente y condición para el sustento; no tanto una preocupación por los derechos de las demás especies y las generaciones futuras humanas sino por los humanos pobres de hoy. No cuenta con los mismos fundamentos éticos (ni estéticos) del culto de lo silvestre. Su ética nace de una demanda de justicia social contemporánea entre humanos. Considero esto a la vez como un factor positivo y como una debilidad.

      Esta tercera corriente señala que muchas veces los grupos indígenas y campesinos han coevolucionado sustentablemente con la naturaleza. Han asegurado la conservación de la biodiversidad. Las organizaciones que representan grupos de campesinos muestran un creciente orgullo agroecológico por sus complejos sistemas agrícolas y variedades de semillas. No es un orgullo me­ramente retrospectivo, hoy en día existen muchos inventores e innovadores, como lo ha demostrado la Honey Bee Network en India (Gupta, 1996). El debate iniciado por la Organización de NN UU para la Alimentación y la Agricultura (FAO) sobre los llamados «derechos de los agricultores» ayuda a esta tendencia de defensa de los agricultores, hoy organizada en la Vía Campesina y apoyada por ONG globales como ETCGroup (anteriormente RAFI) y GRAIN (Genetic Resources Action International). Mientras las empresas químicas y de semillas exigen que se les pague por sus semillas mejoradas y sus plaguicidas y demandan que se respeten sus derechos de propiedad intelectual a través de los acuerdos comerciales, ocurre que el conocimiento tradicional sobre semillas, plaguicidas y hierbas medicinales ha sido explotado gratis sin reconocimiento. Esto se llama «biopiratería» (ver el capítulo VI para una discusión detallada).

      El movimiento en Estados Unidos por la Justicia Ambiental es un movimiento social organizado contra casos locales de «racismo ambiental» (ver capítulo VIII). Tiene fuertes vínculos con el movimiento de derechos civiles de Martin Luther King de los años sesenta. Se puede decir que, aun más que el culto a lo silvestre, este movimiento por la justicia ambiental es un producto de la mentalidad estadounidense, en cuanto ésta está obsesionada por el racismo y antirracismo. Muchos proyectos sociales en los centros de las ciudades y áreas industriales en varias partes del país han llamado la atención sobre la contaminación del aire, la pintura con plomo, las estaciones de transferencia de la basura municipal, los desechos tóxicos y otros peligros ambientales que se concentran en barrios pobres y de minorías raciales (Purdy, 2000: 6). Hasta muy recientemente, la Justicia Ambiental como movimiento organizado ha estado limitado a su país de origen, mientras el ecologismo popular o ecologismo de los pobres son nombres aplicados a movimientos del Tercer Mundo que luchan contra los impactos ambientales que amenazan a los pobres, que conforman la mayoría de la población en muchos países. Estos incluyen movimientos de campesinos cuyos campos o tierras de pastos han sido destruidos por minas o canteras, movimientos de pescadores artesanales contra los barcos de alta tecnología u otras formas de pesca industrial (Kurien, 1992, McGrath et al., 1993) que destruyen su sustento al tiempo que agotan las pesquerías, y movimientos contra minas o fábricas por comunidades afectadas por la contaminación del aire o que viven río abajo. Esta tercera corriente recibe apoyo de la Agroecología, la Etnoecología, la Ecología Política, y en alguna medida de la Ecología Urbana y la Economía Ecológica. También ha sido apoyada por algunos sociólogos ambientales.

      Esta tercera corriente está creciendo a nivel mundial por los inevitables conflictos ecológicos distributivos. Al incrementarse la escala de la economía, se producen más desechos, se dañan los sistemas naturales, se menoscaban los derechos de las futuras generaciones, se pierde el conocimiento de los recursos genéticos, algunos grupos de la generación actual son privados del acceso a recursos y servicios ambientales y sufren una cantidad desproporcionada de contaminación. Las nuevas tecnologías pueden tal vez reducir la intensidad energética y material de la economía, pero sólo después de que se haya causado mucho daño, y de hecho pueden desencadenar el «efecto Jevons». Además, las nuevas tecnologías muchas veces implican «sorpresas» (analizadas en el capítulo II bajo la rúbrica de «ciencia posnormal»). Así pues, las nuevas tecnologías no necesariamente representan una solución al conflicto entre la economía y el medio ambiente. Por el contrario, los peligros desconocidos de las nuevas tecnologías muchas veces incrementan los conflictos de justicia ambiental. Por ejemplo, sobre la ubicación de incineradoras que pueden producir dioxinas, la ubicación de sitios para almacenar desechos nucleares, o el uso de las semillas transgénicas. El movimiento por la justicia ambiental ha dado ejemplos de ciencia participativa, bajo el nombre de «epidemiología popular». En el Tercer Mundo, la combinación de la ciencia formal y la informal, la idea de «la ciencia con la gente» antes que «la ciencia sin la gente» o incluso «la ciencia para la gente», caracteriza a la defensa de la agroecología