Michèle Petit

El arte de la lectura en tiempos de crisis


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perdido hasta el significado de su oficio y de su compromiso, así de incierto es el futuro de lo que hacen, así de amenazado está por el cambio político, la pérdida de un subsidio, el capricho de una autoridad tutelar. Así de difícil es la realidad social, política, a la que se enfrentan.

       Un dispositivo aparentemente muy simple

      En el centro de lo que ellos emprenden, regresa siempre, con variantes, una forma de trabajo aparentemente muy simple: el intercesor propone soportes escritos a los que habitualmente están alejados, luego lee en voz alta; después entre los participantes empiezan a surgir relatos, o a veces una discusión; o también el silencio. ¿Qué es lo que sucede en esos encuentros? Dos grupos que tienen una larga experiencia con estas mediaciones, cada uno a su manera, nos permitirán acercarnos a ellos.

      Cuando es posible algún tipo de cooperación institucional, por ejemplo con hospitales pediátricos, A Cor da Letra le enseña al personal (en este caso al personal de salud, desde el jefe de médicos hasta los asistentes y el personal de limpieza) a entrar en el universo de los relatos, a conocer y respetar la diversidad de las culturas, de los tiempos, de las opciones, a leer un texto en voz alta, exactamente como está escrito, y a dar cabida a las palabras o a respetar los silencios de los niños. Cuando no existen servicios públicos, la asociación forma a jóvenes o a habitantes del lugar, para que garanticen la continuidad de la mediación y a su vez puedan ser iniciadores de otras.

      Sin embargo, en Brasil como en cualquier otro lugar, no es fácil transmitir a los adolescentes el gusto por la lectura, particularmente cuando han crecido en ambientes populares. Cuando las animadoras del A Cor da Letra llegaron a las favelas y empezaron a sacar libros de sus bolsas, muchos jóvenes se mostraron desilusionados o a la defensiva. Esos objetos estaban desprovistos de sentido; ellos sólo habían conocido la lectura en la escuela y no les traía buenos recuerdos: “La escuela fue una experiencia carente de significado” relata Val: “La lectura se nos presentaba allí como una obligación, una imposición, lo único que aprendí fue a memorizar textos, el acto de leer no tenía ningún sentido, yo no hacía más que descifrar signos. Y al hacer esto, pronto mi creatividad, la posibilidad y la capacidad de descubrir quedaron anestesiadas. Durante muchísimos años, viví como la Bella Durmiente, no distinguía nada, no entendía y no decía nada”.

      Durante las sesiones, se les sugería hablar de su infancia, por ejemplo pensar en un objeto que les gustara mucho y en una historia asociada a él.“Se reflexiona junto con ellos, a partir de los temas que introducen”, aclara Patricia: “todo el mundo tiene historias que contar”. Se ve así que el repertorio cultural a partir del cual trabaja la asociación no sólo está constituido por lo que aportan los formadores, sino también por lo que cada uno propone. Desde su más tierna edad, todo niño o niña es considerado como un sujeto activo en la construcción de sus conocimientos y de su cultura.

      Los adolescentes se preguntaron por qué era importante tener acceso a los libros y debatieron sobre ello. También fueron proyectados, analizados y comentados, algunos videos en los que aparecían niños con libros ilustrados; se les proporcionaron elementos teóricos sobre el desarrollo del lenguaje en el niño, la diferencia entre contar y leer (el libro garantiza la repetición de la historia, la estabilidad). Se cuestionaron sobre el lugar en que se situaban, que se distinguía del de algún maestro o amigo; muchos de ellos están en una posición de dar algo que ellos no tuvieron. Las sesiones de formación también recurrieron al mecanismo y a los soportes que se les invitaría a utilizar: se les propuso empezar a leer un libro ilustrado en voz alta, y luego comentar esa experiencia. Al principio, la mayoría no se atrevía a hacerlo, por miedo a tartamudear o a pronunciar mal las palabras, a ser objeto de burla. Les sorprendió que alguien los escuchara con atención, comprobar que su voz, su palabra, tenían un valor, la posibilidad de ser escuchados. Poco a poco se sintieron reconocidos y disminuyó la inhibición que sentían.

      Así pues, leyeron para otros, generalmente para niños más jóvenes, frente a las puertas de su casa. Se les sensibilizó a la necesidad de observar y luego anotar lo que ocurría durante esas sesiones: ¿los niños se expresan más que antes o no?, ¿se sienten más cómodos cuando hablan de sí mismos?, ¿su relación con los otros se modifica?, ¿cómo les va en la escuela?, etc. Todas estas observaciones fueron comentadas y analizadas en las supervisiones que se realizaron durante las reuniones mensuales.

      Parece que después de unos meses, sus propias posibilidades de expresión lingüística, oral y a veces escrita se desarrollaron mucho, lo que se vio confirmado por algunas evaluaciones realizadas por lingüistas. Algunos reanudaron sus estudios. Otros participaron en eventos en contextos que excedían con mucho su medio social y su marco de vida habitual, como algunos Encuentros Nacionales de Adolescentes o la inauguración de una biblioteca ligada al Movimiento de los Sin Tierra. También visitaron museos situados en otros barrios.

      El psicolingüista Evelio Cabrejo Parra y yo conocimos a algunos de ellos. Son mediadores en favelas, hogares para niños en peligro, hospitales o en el campo. Nos impresionó su gran capacidad para decir y hablar de su experiencia de manera directa, implicada, y no a partir de un discurso de otros sobre los supuestos beneficios de la lectura. También la agudeza de sus observaciones, su atención y su respeto por los destinatarios de esta labor de mediación. Igualmente nos sorprendió la calidad de la atención por parte de los responsables de la asociación, que en ningún momento intervenían en su discurso o sustituían las palabras de ellos por las propias.

      Es cierto que dos de ellas son psicólogas profesionales: Patricia Pereira Leite es psicoanalista y Marcia Wada, psicoclínica, mientras que Cintia Carvalho tiene formación literaria. Por su oficio, ellas saben que las líneas de un destino pueden moverse debido a una intersubjetividad, una disponibilidad psíquica, una escucha, y que éstas, al igual que la simbolización, están en el centro de la construcción o la reconstrucción de sí mismo. Pero hacen una clara distinción entre su trabajo clínico y su actividad dentro de A Cor da Letra. Ellas conocen los poderes de la literatura por experiencia y gusto personal y citan a un crítico, Antonio Cândido, quien escribe: