Michèle Petit

El arte de la lectura en tiempos de crisis


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      Algunos de los jóvenes mediadores de A Cor da Letra hablan del reconocimiento que adquirieron, particularmente entre los habitantes del lugar en el que viven, como esta joven que dice: “Con este trabajo, ya no soy una muchacha más de esta comunidad, soy una referencia para los niños; cuando paso por la calle, todos me reconocen”. O esta otra: “Ya sabes, la gente te escucha. ¡Alguien se fijó en mí!”

      Otros hablan del sentimiento de responsabilidad, de la importancia que ha tenido para ellos el hecho de sentir que participaban en algo más vasto que ellos, como este muchacho: “Fui responsable de algo que no era solamente mi vida, de algo que nos sacaba de nosotros mismos”. OVal, que ahora trabaja en la asociación y reanudó sus estudios: “Trabajando con jóvenes insertos en la misma realidad que yo había vivido, sentía que tenía una responsabilidad muy grande: abrir caminos que hicieran posible la transgresión” “la transgresión que consiste en salir de los puestos sociales asignados y en apropiarse de lugares u objetos a los cuales por sus circunstancias no estaban destinados”.

      Es cierto que no harán eso toda su vida; su participación en A Cor da Letra será sólo por una temporada, pero una temporada importante. Y está siempre la idea de la multiplicación. Por ejemplo en el marco de un proyecto titulado Mudando a historia (Cambiando la historia), se formaron 338 jóvenes en Sao Paulo, Río y otras dos ciudades. A su vez, transmitieron lo que sabían a 2 459 nuevos mediadores y, en definitiva, se benefició a cerca de 30 000 niños y adolescentes. “Se abren claros en el bosque, otros se apoderan de esos objetos y los llevan más lejos”, dice Patricia.

       Espacios no sujetos a la rentabilidad escolar

      Javier se convirtió en uno de los animadores de ese Centro de lectura. Si éste se instala en una secundaria, adquiere cierta extraterritorialidad: como afirman los que lo impulsaron, es “un espacio de no obligatoriedad en el marco de la obligatoriedad”, una tierra de libertad no sujeta a la rentabilidad escolar, y los adolescentes, muchachos y muchachas de 12 a 17 años, que participan en él, lo escogieron. Como Natalia: “Lo mejor del Centro de lectura es que tenemos nuestro propio espacio para expresarnos, escuchar y ser escuchados. Es el lugar en donde estás cómodo compartiendo lecturas, sin vergüenza, sin miedos, sin nervios”. No todos son buenos alumnos y la mayoría de ellos no fueron arrullados en su infancia por lecturas nocturnas. Pero en ese Centro gozan de la presencia cálida y de la escucha de mujeres u hombres que adoran la literatura y que sobresalen en el arte de hablar de su propia experiencia como lectores.

      Como los adolescentes brasileños, aprendieron a leer en voz alta sin miedo a las miradas de los demás. Al principio, ellos también estaban asustados: “Yo no le tenía miedo a los libros, sino al rechazo de la gente frente a la cual leía”. También ellos lograron un reconocimiento, como Darío, quien recuerda la primera vez que leyó en público:

      Recuerdo que cuando los miraba veía en sus caras una pequeña sonrisa que me hizo sentir como en casa y el mejor momento fue cuando al terminar de leer ellos me aplaudieron. Yo me sentí por primera vez importante. […] Cuando leo a los chicos y ellos me aplauden yo me siento único e importante.

      La víspera de mi llegada, ellos habían buscado en Internet poemas de Prévert que les gustaban, para que yo los leyera en francés y ellos en español. También dieron voz a otras poesías y cuentos que hablaban de amor, en su mayor parte, y a veces de la muerte, y luego discutieron sobre uno de ellos, La dama o el tigre. En el grupo había un sentimiento de amistad y al escucharlos me decía a mí misma que ésa era una escuela en donde se aprendía a escuchar con delicadeza al otro, y también al otro sexo. Algunos leyeron sus propios textos y uno de ellos nos contó que siempre escribía algo sobre una mujer, hasta que una poeta fue al Centro y le dijo que tratara de encontrar la belleza que buscaba en esa mujer dentro de la naturaleza.“Me gustó, eso me abrió muchas puertas. Escribí una poesía uniendo esa mujer y la naturaleza”. A partir de la mujer soñada, el mundo entró a formar parte de sus poemas. Otro muchacho, Juan Carlos, dijo: “tenía que hacer algo por mi vida. Si no hubiera encontrado el Centro de lectura, no sé que habría sido de mi vida”. Y una muchacha, Soledad: “El Centro me ayuda a ser la persona que soy, encontrar vida en las palabras. (…) El Centro es un espacio para descubrirte a vos mismo, un lugar para compartir, un lugar para estar con los libros, sin escrúpulos”.

       Una disponibilidad esencial

      En efecto, “encontrar vida en las palabras” supone “estar con los libros sin escrúpulos”, como tan acertadamente lo expresa ella. Es decir,