un derecho.41
Su forma de trabajo se basa en tomar en cuenta las aportaciones de la literatura al desarrollo psíquico, con la convicción, sustentada en la experiencia y el seguimiento de observaciones, de que en particular el arte del relato permite organizar la historia propia y transformarla. Fue primero con René Diatkine, de la Unidad Nocturna de la Fundación Martine Lyon, que forma parte del dispositivo de salud mental del distrito XIII de París,42 y con la asociación ACCES,43 donde Patricia Pereira Leite se formó. Allí aprendió que, sean cuales fueren las dificultades de la vida social o psíquica de un sujeto, siempre se puede esperar un nuevo despliegue de sus posibilidades si se le sabe escuchar y modificar la óptica desde la cual se ve a esa persona; y comprendió que el horror al texto que sienten algunos niños o adolescentes, para quienes lo escrito ha sido sinónimo de exclusión, es reversible, “sobre todo si no se reconstruye una situación de examen, si no se plantean preguntas destinadas a verificar que el oyente entendió bien lo que se deseaba que entendiera”.44
Algunos de los jóvenes mediadores de A Cor da Letra hablan del reconocimiento que adquirieron, particularmente entre los habitantes del lugar en el que viven, como esta joven que dice: “Con este trabajo, ya no soy una muchacha más de esta comunidad, soy una referencia para los niños; cuando paso por la calle, todos me reconocen”. O esta otra: “Ya sabes, la gente te escucha. ¡Alguien se fijó en mí!”
Otros hablan del sentimiento de responsabilidad, de la importancia que ha tenido para ellos el hecho de sentir que participaban en algo más vasto que ellos, como este muchacho: “Fui responsable de algo que no era solamente mi vida, de algo que nos sacaba de nosotros mismos”. OVal, que ahora trabaja en la asociación y reanudó sus estudios: “Trabajando con jóvenes insertos en la misma realidad que yo había vivido, sentía que tenía una responsabilidad muy grande: abrir caminos que hicieran posible la transgresión” “la transgresión que consiste en salir de los puestos sociales asignados y en apropiarse de lugares u objetos a los cuales por sus circunstancias no estaban destinados”.
Es cierto que no harán eso toda su vida; su participación en A Cor da Letra será sólo por una temporada, pero una temporada importante. Y está siempre la idea de la multiplicación. Por ejemplo en el marco de un proyecto titulado Mudando a historia (Cambiando la historia), se formaron 338 jóvenes en Sao Paulo, Río y otras dos ciudades. A su vez, transmitieron lo que sabían a 2 459 nuevos mediadores y, en definitiva, se benefició a cerca de 30 000 niños y adolescentes. “Se abren claros en el bosque, otros se apoderan de esos objetos y los llevan más lejos”, dice Patricia.
Espacios no sujetos a la rentabilidad escolar
Atravesemos la frontera que separa a Brasil de Argentina y escuchemos a Javier Maidana, quien es maestro de secundaria en un barrio popular de Buenos Aires. Él recuerda el día en que llegaron dos mujeres a proponer que se abriera un “Centro de lectura para todos”.45 Él estaba allí, al lado de los alumnos, igual de desconfiados que los jóvenes brasileños cuando vieron llegar a las animadoras de A Cor da Letra. Una de las dos visitantes, Ani Siro, leyó en voz alta un texto que hablaba de recuperar los paraísos personales y les preguntó si ellos tenían paraísos como esos:
Nadie contestaba. A mí me pasó algo raro, volví a sentir el placer de que me contaran un cuento, como cuando era chico, la voz de nuestra lectora nos envolvió dulcemente y me olvidé de todo, de que era profesor, de que era adulto, de que estaba frente a mis alumnos y entonces viajé hacia mi niñez y recordé que mi paraíso se encontraba en un baño precario que había en mi casa. Estaba construido con maderas y la humedad fue provocando manchas que adquirían formas humanas, o demoniacas, o se transformaban en monstruos mitológicos con los que podía conversar si quería o necesitaba hacerlo, o sólo me quedaba escuchando lo que ellos hablaban. Y allí, a mis siete años, me sentía feliz y protegido. […] No pude resistir y tuve que compartirlo con los participantes de la reunión. Luego de contarlo, algo cambió. El ambiente se distendió, todos parecían más sueltos y se animaron a hablar de sus paraísos.46
Javier se convirtió en uno de los animadores de ese Centro de lectura. Si éste se instala en una secundaria, adquiere cierta extraterritorialidad: como afirman los que lo impulsaron, es “un espacio de no obligatoriedad en el marco de la obligatoriedad”, una tierra de libertad no sujeta a la rentabilidad escolar, y los adolescentes, muchachos y muchachas de 12 a 17 años, que participan en él, lo escogieron. Como Natalia: “Lo mejor del Centro de lectura es que tenemos nuestro propio espacio para expresarnos, escuchar y ser escuchados. Es el lugar en donde estás cómodo compartiendo lecturas, sin vergüenza, sin miedos, sin nervios”. No todos son buenos alumnos y la mayoría de ellos no fueron arrullados en su infancia por lecturas nocturnas. Pero en ese Centro gozan de la presencia cálida y de la escucha de mujeres u hombres que adoran la literatura y que sobresalen en el arte de hablar de su propia experiencia como lectores.
Como los adolescentes brasileños, aprendieron a leer en voz alta sin miedo a las miradas de los demás. Al principio, ellos también estaban asustados: “Yo no le tenía miedo a los libros, sino al rechazo de la gente frente a la cual leía”. También ellos lograron un reconocimiento, como Darío, quien recuerda la primera vez que leyó en público:
Recuerdo que cuando los miraba veía en sus caras una pequeña sonrisa que me hizo sentir como en casa y el mejor momento fue cuando al terminar de leer ellos me aplaudieron. Yo me sentí por primera vez importante. […] Cuando leo a los chicos y ellos me aplauden yo me siento único e importante.
En la actualidad, los que así lo deseen leerán para otros en la secundaria o en el exterior, mientras que sus compañeros serán “buscadores de libros” que renuevan las lecturas propuestas después de haber discutido los criterios de selección.47 Cada semana, unos y otros se reúnen, en primer lugar para tener momentos de exploración personal, de intimidad con los libros, y luego comentan sus impresiones, sus preferencias, sus historias singulares de lectores. Enseguida el coordinador lee en voz alta un texto que ha seleccionado y todos debaten sobre algunas interpretaciones posibles. Como en la experiencia brasileña, a veces se organizan excursiones culturales, que los llevan a descubrir otros barrios.
La víspera de mi llegada, ellos habían buscado en Internet poemas de Prévert que les gustaban, para que yo los leyera en francés y ellos en español. También dieron voz a otras poesías y cuentos que hablaban de amor, en su mayor parte, y a veces de la muerte, y luego discutieron sobre uno de ellos, La dama o el tigre. En el grupo había un sentimiento de amistad y al escucharlos me decía a mí misma que ésa era una escuela en donde se aprendía a escuchar con delicadeza al otro, y también al otro sexo. Algunos leyeron sus propios textos y uno de ellos nos contó que siempre escribía algo sobre una mujer, hasta que una poeta fue al Centro y le dijo que tratara de encontrar la belleza que buscaba en esa mujer dentro de la naturaleza.“Me gustó, eso me abrió muchas puertas. Escribí una poesía uniendo esa mujer y la naturaleza”. A partir de la mujer soñada, el mundo entró a formar parte de sus poemas. Otro muchacho, Juan Carlos, dijo: “tenía que hacer algo por mi vida. Si no hubiera encontrado el Centro de lectura, no sé que habría sido de mi vida”. Y una muchacha, Soledad: “El Centro me ayuda a ser la persona que soy, encontrar vida en las palabras. (…) El Centro es un espacio para descubrirte a vos mismo, un lugar para compartir, un lugar para estar con los libros, sin escrúpulos”.
Una disponibilidad esencial
En efecto, “encontrar vida en las palabras” supone “estar con los libros sin escrúpulos”, como tan acertadamente lo expresa ella. Es decir,