David Martín del Campo

¡Corre Vito!


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verdad miro en tus ojos, cuánta que es mucho y te llenarás de fortunas”. Y entonces yo, provocándola, le ofrecía mi mano izquierda en gesto insolente, como quien dice, órale, allí la tienes, y ella protestaba, evitaba verla, se volteaba de un golpe que la hacía tambalearse en su silloncito. “No, no, Vitus. ¡Contigos no, contigos no!”, y me palmeaba la espalda con su mano como de cura porque La Güera no tenía, la verdad, manos de mujer.

      Ahí estaba yo, ante el edificio de Marsella, con el indomable Estopa ladrándole a los gitanos. Ellos esperaban, tan campantes como siempre, las últimas luces de la tarde. Mirándolo de reojo mascullaban palabras incomprensibles que mi perro contestaba desgañitándose, y que seguramente querían decir te envenenaré esta noche, morirás con una daga de plata en el corazón, te arrancaré la lengua con mis dientes enfermos. Por eso nunca lo dejamos dormir en la terraza. Pero a mí nunca me dicen nada.

      A mí los gitanos de la Plaza Washington me saludan con respeto, y hasta con veneración. Se les nota en las miradas. Será por aquello que me dijo, esa otra vez, La Güera. Fue poco antes de morir, una retahíla de insensateces, como dicen que endilgan los moribundos para liberarse de sus demonios. “Un gallo se apaga”, me dijo esa tarde, y otras mafufadas que no vale la pena recordar.

      Finalmente mi perro de bolsillo había ladrado hasta cansarse, había cagado, había meado y era la hora de retornar a casa. Yo también tengo derecho a mi turno, ¿no crees? Sólo que yo soy más discreto.

      4

      El MU ya no es lo que fue. He tardado mucho en pisar nuevamente su patio cuadriculado con rayas superpuestas, en blanco y amarillo, de las canchas de basquet y volibol. Quién sabe qué resquemores guardamos ante los recuerdos infantiles, como si uno fuera un mal hijo de la escuela y no nos quedara más que renegar de sus aulas pretéritas... “Sus aulas pretéritas”, ¿de dónde saqué semejante mamada?

      Desde que salí de la secundaria, allá por el remoto 1983, he tardado cinco años en retornar a la escuela. Visitarla con ese aire de superioridad que da el saberlo todo: el ciclo de Krebs, las ecuaciones de segundo grado, los principios del Derecho Constitucional Mexicano.

      La verdad es que antes fui a buscar a Patricia a la papelería donde despacha como técnica de fotocopiado. Le pagan una miseria y se la pasa leyendo novelitas ilustradas donde el amor es confundido con la garañonería. Qué manera de corromper su juvenil espíritu, pienso yo, pero no hallo una lectura más edificante que sugerirle. Será que nunca he leído un libro en mi vida. Por eso soy distinto a toda esa masa de babalucas que leyeron en tercero de secundaria El llano en llamas. Que me perdone don Juanito Rulfo por la majadería, pero con la simple lectura de un cuento suyo, aquel que se llama “Diles que no me maten” —que sí leí— uno queda impregnado suficientemente de esa atmósfera brumosa donde las culpas, los atavismos campiranos, las venganzas, la nocturnidad y el espíritu taciturno de los rancheros resuelven nuestras vidas igual que un huarache resbalando en el camino de polvo requemado que lleva a Luvina. ¿Qué tal?

      Además si el maestro de maestros tapatío se dio el lujo de escribir solamente dos libros, ¿por qué no darse un lujo mayor y leer solamente un cuento suyo? Ponte a pensar. Pero total, que iba buscando a Pati Maldonado y hete ahí que me hallo con que su negocio estaba cerrado celebrando las fiestas patrias. Y yo me pregunto, heideggerianamente hablando, si ella no está en la papelería (A) y no está en su casa (B), debe estar en otro punto (C). Lo cual prueba la lógica del silogismo y lo recabrona que puede ser una muchachita de tan apetitoso cuchuflax. Y así, andando de ocioso y con un poquitín de celos que me podrían haber conducido a un plano superior de la mismísima fregada, me topo de pronto con el MU. Qué largo camino tenemos los predestinados porque lo que en realidad deseaba era reencontrarme con la maestra Olguita, mi profesora de sexto año.

      Jamás fui un alumno sobresaliente, de esos de 9.9 y las uñas recortadas. Mi padre nunca me ayudó en las tareas escolares y no aprendí a sumar sin el auxilio de los dedos. Es un reflejo condicionado que conservo aún ahora que estoy inscrito en la Facultad de Arquitectura. Bueno, y si mi padre no me ayudó no fue ciertamente por falta de ganas. Pablo Beristáin abandonó el hogar cuando yo tenía dos años de nacido. Así que por falta de ganas, no fue. Ya voy a comenzar otra vez con la pequeña tragedia de la familia Beristáin. ¡Ay!, mi papá nos dejó en el peor de los desamparos... ¡sob, sob!

      Pero la verdad es que no. Digo, hay que reconocerle a mamá su esfuerzo, esos desvelos de siempre que le permitieron, lo que se dice, sacarnos adelante. Nada más faltaba, ¿verdad?, que alguien se deje “sacar atrás”. Mi hermana Magdalena sí se acuerda de papá. Como entre sueños, dice ella. Es la encargada de guardar los pocos recuerdos que dejó él en su intempestivo abandono. También se acuerda de mi hermanito, que era un año menor que yo, y del día en que sufrimos su pérdida y se desencadenó, obviamente, el naufragio del hogar. Por eso Magda se hizo más independiente, seria, responsable. A veces no sé si es mi hermana o una tía más. Se casó jovencita y tiene un marido de tres efes que le puso una casita en Ciudad Satélite. Tiene una sirvienta, dos coches, tres televisiones, cuatro hijos y cinco centavos en el monedero. Pero así le gusta llevar la vida.

      El centro escolar Miguel de Unamuno está en la calle de Nápoles, es idéntico a la mansión de los Locos Adams, y por comodidad todos lo llamamos así, el MU. Ya te imaginarás, a la directora, Marta Huitrón, también por comodidad y porque tiene el puesto desde que don Porfirio zarpó en el Ipiranga, le decimos Doña Buitrón. No era yo, definitivamente, un niño de 9.9, ni de 8 ni de 7.5 y, si quieres saberlo, mejor ni preguntes. Me retirarías tu amistad. ¿Importa mucho en la vida sacar 10 siempre? “10 en Finanzas”, “10 en Sexo”, “10 en Chingonometría” que es la ciencia de cómo dominar el mundo cuando cumples 25 años. ¿Te imaginas?, y me faltan cuatro.

      Bueno, tú lo preguntaste: en Finanzas saco, digamos, un 4. En Chingonometría un 8 y en Sexo un 11, pero más bien en el aspecto privado de la materia. Qué, ¿te mata la curiosidad?

      Ahí estaba yo ante el patiecito del MU, esta mañana, mirando los festejos del Día de la Independencia. Un niño güerito la hacía de Miguel Hidalgo, el padre de la patria; otro morenito iba disfrazado del padre José María Morelos y una niña medio tiesa, con cara de sacar 10 en todo, era la Corregidora de Querétaro. Cada uno, en su turno, tenía que decir un pequeño parlamento ante el micrófono y los demás alumnos, como cuatrocientos, iracundos por esa ceremonia tan mamona, se alzaron en armas y agarraron a los tres libertarios, los encueraron, los destriparon, los colgaron de los güevos. Juar, juar. No, en serio, el festejo era bastante formal. Ya sabes, desfile de la escolta abanderada, palabras de una señora de la asociación de padres de familia, palabras del nuevo director del colegio, un tipo medio calvo y simpaticón, y luego, uno por uno, los tres insurgentitos vestidos de insurgentotes. El que la hacía de Morelos, la verdad daba pena. Créeme que jamás ganará el concurso de oratoria en las juventudes del PRI. Se dejaba vencer por el pánico escénico porque de seguro nació para cajero del Banco Nacional de Crédito Agropecuario. “¿De cuan cuan cuánto es su cheque?” porque así leía el pobre. Y estando ahí junto a la reja, mirando aquella ceremonia con más nostalgia que emoción, buscando entre la chiquillería al Vito Beristáin que alguna vez fui, de pronto alguien me nombra y me invita.

      ¡Era la profesora Olga! Me había reconocido desde un rincón del patio y ya me invitaba: Bienvenido, joven Beristáin, acompáñenos por favor, acompáñenos. Y abriendo la reja me condujo discretamente junto al coro de muchachos, mientras la pequeña Corregidora, con desplantes de musa de la CTM, recitaba de memoria y extendiendo uno y otro brazo: “Y si la Patria son estos horizontes... y si la Patria son estos peones... y si la Patria son su lengua hermosa y la sabiduría de sus ancianos”. Te lo juro que eso dijo: “estos peones”. Al terminar le aplaudieron más que a los otros dos, así son las feministas desde pequeñas, y te auguro que así le aplaudirán cuando sea electa senadora por Michoacán, porque de seguro nació en Maravatío. ¿Cuánto vas?

      Entonces la profesora Olga anunció al tomar el micrófono: Y ahora cantaremos todos el Himno Nacional. Sírvanse entonarlo con respeto y seriedad... en el coro nos acompañará