Terry Brooks

El primer rey de Shannara


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y literalmente significaban: «mediante el conocimiento se consigue el poder».

      Hubo una época en la que ese lema tenía un significado para los druidas. «Otra de las ironías de la vida» pensó Bremen, desalentado.

      —Bien hallado, Bremen —lo recibió Athabasca, con esa voz profunda y sonora que tenía. Era el saludo tradicional, pero la versión de Athabasca sonó vacía y forzada.

      —Bien hallado, Athabasca —replicó Bremen—. Os estoy muy agradecido porque hayáis accedido a verme.

      —Caerid Lock fue bastante persuasivo. Además, no echamos a aquellos que se presentan ante nuestra puerta y que un día fueron hermanos.

      «Ha sido una excepción, no volverá a suceder», le estaba comunicando. Bremen avanzó hasta quedar de pie cerca del gran escritorio. Sentía que había más distancia entre Athabasca y él que la que ponía la larga extensión de madera pulida. De nuevo se maravilló de lo pequeño que podía hacer sentir a uno aquel hombretón con su sola presencia. Aunque Bremen era unos cuantos años mayor que Athabasca, no podía evitar sentir que estaba en presencia de un patriarca.

      —¿Qué queréis decirme, Bremen? —le preguntó Athabasca.

      —Que se cierne un grave peligro sobre las Cuatro Tierras —respondió Bremen—. Los trolls han sido subyugados por un poder que transciende la vida en el plano físico y la fuerza de la muerte. Que las otras razas también caerán si no intervenimos para protegerlas. Que incuso los druidas corremos sumo peligro.

      Athabasca acarició el Eilt Druin, distraído.

      —¿Y qué forma adopta esta amenaza? ¿Es mágica?

      Bremen asintió.

      —Los rumores son ciertos, Athabasca. El Señor de los Brujos existe de verdad. Pero aún hay más: la criatura es la reencarnación del druida rebelde Brona, a quien se creyó derrotado y destruido hace ya más de trescientos años. Ha sobrevivido, se ha mantenido en vida gracias a la destrucción de su propia alma y a un uso insensato y malintencionado del Sueño Druida. Ya no tiene cuerpo, es solo espíritu. Con todo, lo que importa es que está vivo y que es la fuente del peligro que nos amenaza.

      —¿Lo habéis visto? ¿Lo habéis buscado durante vuestros viajes?

      —Así es.

      —¿Y cómo lo habéis logrado? ¿Acaso os permitió entrar? Por supuesto, habréis tenido que adentraros bajo una apariencia oculta.

      —Me envolví de la magia de la invisibilidad gran parte del camino. Luego, me rodeé del boato de la maldad del mismísimo Señor de los Brujos, un disfraz que ni siquiera él puede comprender.

      —¿Te convertiste en uno de ellos? —Athabasca se sujetaba las manos en la espalda. Su mirada era firme y vigilante.

      —Temporalmente sí, me convertí en lo mismo que era él. Fue necesario para acercarme lo suficiente como para confirmar mis sospechas.

      —¿Y qué ocurriría si al volverte uno con él, de algún modo, os hubiera corrompido, Bremen? ¿Y si al usar la magia habéis perdido la objetividad y el equilibrio? ¿Cómo podéis estar seguro de que lo que visteis no es fruto de vuestra imaginación? ¿Cómo podéis saber que el descubrimiento que nos estáis contando ahora es real?

      Bremen se obligó a mantener la calma.

      —Si la magia me hubiera corrompido, lo sabría, Athabasca. He dedicado muchos años de mi vida a estudiarla. La conozco mejor que nadie.

      Athabasca le ofreció una sonrisa fría, llena de incertidumbre.

      —Mas esa es precisamente la cuestión. ¿Hasta qué punto podemos comprender el poder de la magia? Os alejasteis del Consejo para emprender un estudio por vuestra cuenta y riesgo contra el que os previnimos. Proseguisteis por la misma senda por la que caminó otro; la criatura que afirmáis haber descubierto. Lo corrompió, Bremen. ¿Cómo podéis estar tan seguro de que no os ha corrompido a vos también? Ah, estoy seguro de que creéis que sois inmune a su influjo. Sin embargo, eso también lo creían Brona y sus acólitos. La magia es una fuerza insidiosa, un poder que trasciende nuestra comprensión y en la que no se puede confiar. Ya tratamos de usarla en otro tiempo y nos engañó. Todavía tratamos de usarla, pero ahora procedemos con más cautela que la que tuvimos entonces; con mucha más, pues gracias a la mala fortuna de Brona y los demás hemos aprendido lo que puede suceder. Ahora bien, ¿con cuánta cautela habéis procedido, Bremen? La magia corrompe, eso lo sabemos. Corrompe y subvierte a todo aquel que la usa de un modo u otro y, al final, destruye al que la practica.

      Bremen mantuvo un tono de voz firme al replicar:

      —Las consecuencias de emplearla no pueden reducirse a resultados absolutos, Athabasca. La subversión puede darse en distintos grados y formas, según el modo en que se use la magia. Mas todo esto se puede aplicar también a las antiguas ciencias. Cualquier uso del poder corrompe. Eso no significa que no pueda utilizarse para un bien mayor. Soy consciente de que no aprobáis mi trabajo, pero tiene un valor. No me tomo el poder de la magia a la ligera, pero tampoco menosprecio los límites de las posibilidades que ofrece.

      Athabasca sacudió la cabeza leonina.

      —Creo que estáis demasiado implicado en este tema como para ser capaz de juzgar con objetividad. Fue vuestra perdición cuando nos abandonasteis.

      —Tal vez —reconoció Bremen, en voz baja—. Mas eso ahora ya no importa. Lo que importa es que un peligro nos amenaza. A los druidas, Athabasca. Sin duda Brona recuerda quiénes propiciaron su derrota en la Primera Guerra de las Razas. Si pretende volver a conquistar las Cuatro Tierras, un objetivo que parece probable, lo primero que hará será tratar de destruir su amenaza principal: los druidas. El Consejo. Paranor.

      Athabasca le observó con solemnidad un momento, luego se volvió y caminó hasta uno de los ventanales, donde se detuvo y contempló el exterior bañado por el sol. Bremen esperó un poco y luego retomó la palabra:

      —He venido para pediros que me permitáis explicarlo ante el Consejo. Permitidme la oportunidad de contar a los demás todo lo que he visto. Dejad que ellos mismos sopesen la virtud de mis argumentos.

      El Druida Supremo se volvió de nuevo, con la barbilla lo suficientemente alta como para que pareciera que miraba a Bremen por encima del hombro.

      —Entre estos muros somos una comunidad, Bremen. Una familia. Vivimos juntos como lo haríamos con nuestros hermanos y hermanas, comprometidos con una misma forma de proceder: adquirir conocimiento del mundo y su funcionamiento. No favorecemos a un miembro de la comunidad ante otro; todos somos iguales. Y eso es algo que deberíais haber sido capaz de aceptar.

      Bremen comenzó a protestar, pero Athabasca alzó la mano para exigir silencio.

      —Nos abandonasteis bajo vuestras propias condiciones. Elegisteis abandonar a vuestra familia y vuestro trabajo para dedicaros a vuestra propia búsqueda. No podíais compartir vuestros estudios con nosotros porque infringían los límites de la autoridad que habíamos establecido. El beneficio propio no puede reemplazar el bien común. Las familias deben mantener un orden. Todos y cada uno de los miembros de una familia debe respetar al resto. Cuando nos abandonasteis, faltasteis al respeto a los deseos del Consejo. Creíais que sabíais más que nosotros. Renunciasteis a vuestro puesto dentro de nuestra comunidad. —Le lanzó una mirada gélida a Bremen—. Y ahora volveréis y os queréis convertir en nuestro líder. Vamos, ¡no tratéis de negarlo, Bremen! ¿En qué otra cosa podríais convertiros si no? Llegáis con datos que afirmáis haber descubierto solo vos, con pruebas sobre un poder que solo vos conocéis y un plan para salvar a las razas que solo vos podéis poner en práctica. El Señor de los Brujos existe. El Señor de los Brujos es Brona. El druida rebelde ha subvertido la magia para usarla en beneficio propio y ha sometido a los trolls. Todos ellos marcharán contra las Cuatro Tierras. Vos sois nuestra única esperanza. Debéis aconsejarnos cómo proceder y luego comandarnos para que cada cual cumpla con sus obligaciones cuando tratemos de detener esta farsa. Vos, que nos habéis abandonado durante tanto tiempo, ahora debéis liderarnos.

      Bremen