Jorge Ayala Blanco

El cine actual, confines temáticos


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a su imagen y semejanza, la veloz evocación abominable de un odiador odioso y su ejecutadora ejecutoria, desmitificadoramente y sin misericordia.

      La lealtad mutable

      Poder y traición (The Ides of March)

      Estados Unidos, 2011

      De George Clooney

      Con Ryan Gosling, George Clooney, Evan Rachel Wood

      En Poder y traición, cuarto largometraje como actor-realizador de George Clooney (Confesiones de una mente peligrosa, 2002; Buenas noches, buena suerte, 2005), con base en la pieza Farragut North del exconsejero partidario Beau Willmon, el primer ayudante de una precampaña presidencial demócrata Stephen Meyers (Ryan Gosling) parece defender como cruzado los ideales de ayuda comunitaria del atípico candidato ateo Gobernador Mike Morris (George Clooney) durante las decisivas elecciones primarias en Ohio y se resiste a ciertas jugosas tentaciones de pasarse deslealmente al bando republicano, hasta que se estrella contra la traición de su propio jefe, quien hace trascender a la prensa una entrevista comprometedora, y contra las exigencias de la guapa practicante Molly Stearns (Evan Rachel Wood) que de inmediato le pedirá ayuda para abortar, viéndose desmembrado entre por la amenaza de escándalo, su propio despido instantáneo y el suicidio de su fatal ligue de una noche, optando entonces por el chantaje directo al Candidato mismo, a quien le ofrecerá una hábil negociación turbia para obtener el apoyo del oportunista mandamás de Cincinnati que por fin le facilitará el camino hacia la ansiada presidencia. La lealtad mutable conforma sin piedad una aguda y pertinente galería de magnos retratos cínicos: la heredera novata en la política que por ser demasiado avanzada en lo sexual fracasa mortalmente en el intento por deslindarse de su despreciable padre poderoso, la periodista ácida Ida Horowicz (Marisa Tomei) que se finge amiga de todo mundo pero que objetivamente jamás podrá serlo de nadie, el manipulador Tom Duffy (Paul Giamatti) experto en seducción y realismo desalmado, el demagógico cacique afrolocal Senador Thompson (Jeffrey Wright) que condiciona su apoyo al mejor postor por una secretaría de Estado, el joven arribista que nunca conoció escrúpulo alguno Ben (Max Minghella) o el estoico jefe de campaña Paul Zara (Philip Seymour Hoffman) que traiciona y se hace traicionar de la civilizada manera más tranquila del planeta. La lealtad mutable finca toda la ductilidad su dramaturgia en el sabio manejo único de estos personajes-comodines, cada uno en perfecto gestus social brechtiano continuo y perenne, cada uno representando una profesión tanto definiéndola como llevándola ilustrativamente a sus consecuencias extremas, cada uno actuando amodo de una fuerza social en sí, al entrechocar con los demás e incidiendo a la vez en el mínimo universo de la suciedad de la política estadunidense: la asoladora clase política vista desde adentro. La lealtad mutable se inscribe, a contrario, in absentia, como una de las Grandes Virtudes, por su condición indispensable (tanto en la actividad política como en toda relación social), su fragilidad (quebradiza desde la primera embestida), su volatilidad, su imposibilidad (de sí insostenible), su ambigüedad (simulada, simuladora) y una acérrima ironía expresada en ese discurso final sobre esa suprema Integridad que ya nadie podría defender ante la evidencia del falso progresismo del Partido Demócrata. La lealtad mutable equilibra sus discusiones verborrágicas en campo-contracampos curiosamente neoclásicos, o con simbólico fondo de bandera de barras y estrellas, atemperando muy fílmicamente sus parrafadas con bellos momentos visuales, a base de pétreas frontalidades, perfiles aguzados, audaces jump-cuts, soliloquios silenciosos en desazonante movimiento, llanto por sí mismo transferido al parabrisas y un principio / fin en círculo vicioso de ensayos declamatorios ante la tribuna vacía. Y la lealtad mutable propone la transa, el compromiso y el triunfo político como únicos valores absolutos / relativos, trágicos pero consustanciales a los tiempos modernos, más allá de la ingenua defensa de cualquier ideal, en el sinsentido de un sucio sentimiento de corrupción generalizada en tono funeral.

      La servidumbre exaltada

      Historias cruzadas (The Help)

      Estados Unidos, 2011

      De Tate Taylor

      Con Emma Stone, Viola Davis, Octavia Spencer

      En Historias cruzadas, opus 2 del creativo actor-realizador cuarentón Tate Taylor (corto previo: Fiesta de pollos, 2003, y primer largo: Gente bonita muy fea, 2008), con libreto expropiadoramente suyo adaptando una exitosa novela de Kathryn Stockwell, la recién graduada periodista espantagalanes por su inteligencia Skeeter Phelan (Emma Stone) consigue en el pueblaco de Jackson en el hiperracista Mississippi de los años sesenta un empleo en el diario local dando consejos para el hogar que la pone en relación de dependencia con la avezada aunque trágica humillada sirvienta negra de una vecina Aibileen (Viola Davis en oscareable pathos constante), devota nana y madre efectiva de una nenita blanca que le servirá a la escritora novata para acometer en pleno clandestinaje cómplice la redacción de su primer libro reporteril, prometido a un éxito de escándalo, ya que construido a base de una treintena de catárticas entrevistas-vaciadero con otras sirvientas afroamericanas, empezando por la redondita rebelde socarrona Minny (Octavia Spencer picaresca) que alguna vez le hizo comer un pastel cocinado con su propia mierda a su cruel patrona retrógrada Hilly (Bryce Dallas Howard) y hoy debe fungir como única compañía auxiliadora de la rubia repudiada comunitaria multiabortada Celia (Jessica Chastain). La servidumbre exaltada despliega un panorama evocativo y reivindicador de cómo pudo haberse vivido desde su interior el movimiento por los derechos civiles de la población afroamericana de Martin Luther King, a través de los excesos del racismo establecido (mingitorios sólo para negros para evitar presuntas enfermedades específicas), resaltando la estupidez / egoísmo / banalidad dependiente de las amas de casa deliberada o inconscientemente tiránicas, incluyendo con sorna la necesidad mutua, pasando del delirio por la aceptación social de las mujeres blancas a la temerosa revuelta muda de las mujeres negras, y culminando en animados retratos de arpías y sus víctimas (esa viejilla enviada al asilo por las risotadas burlonas contra su hija furibunda) o al sensible goce con acciones alucinantes de sátira aguda, como esa recolección de inodoros inundando el jardín. Y la servidumbre exaltada ha considerado de manera aberrante, ilusoria, ensimismada, ensoberbecida por su propia acción narrativa (infraliteraria, cinechantajista) que el único camino viable para luchar contra la esclavitud decimonónica o actual es la palabra, la valerosa denuncia verbal de atrocidades padecidas en carne propia, el reconocimiento público / velado / transferido de la propia condición subsumida y humillada, el reclamo del derecho a la ancilaridad consciente, al volverse la cronista denunciadora tanto como la entrevistada denunciante en escritoras profesionales, dignas de aplauso comunitario en la iglesia aún segregada del pueblaco o de jugoso contrato con Harper’s Bazaar, facultando una alegre fuga a Nueva York o el despido liberador, para redondear el sermón sensiblero según su raza.

      La realidad atisbada

      De jueves a domingo

      Chile, 2011

      De Dominga Sotomayor

      Con Santi Ahumada, Francisco Pérez-Bannen, Paola Giannini

      En De jueves a domingo, sorprendentemente maduro debut de la autora total santiaguina de 26 años Dominga Sotomayor (cortos: Noviembre, Debajo y La montaña, todos de 2008), los provincianos miembros de una indiferenciada familia nuclear formada por el distante cuarentón Padre anónimo (Francisco Pérez-Bannen), la insatisfecha madre aún joven Ana (Paola Giannini), la perceptiva puberta Lucía (Santi Ahumada) y el niño consentido Manuel (Emiliano Freifeld) se levantan como pueden muy de madrugada, toman carretera en su camioneta para fines de semana hacia el páramo norte de Chile, dan aventón a dos mochileras simpáticas, son bañados de polvo por un raudo camión, riñen los mayores, se atascan en un río, son rescatados por la combi del vecino atractivo José (Axel Dupré) y su lindo hijito Jorge (Jorge Becker) que va a coquetear con la sensitiva Lucía, se instalan provisoriamente en un camping, canturrean viejas canciones en torno a la fogata promiscua y luego prosiguen por su lado, sufriendo un momentáneo extravío deliberado de mamá. La realidad atisbada impone una secreta road picture de narrativa baldía al mimetizarse con la omnisugerente mirada de una púber y ser captada desde el maletero de la enorme camioneta, una road picture