Carlos Lazcano Sahagún

Kino en California


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recuperará para los grandes gastos de esta armada empresa y conversión. Viendo los indios que andábamos reconociendo sus tierras, trataron con todas veras echarnos con la acostumbrada arrogancia, pues esta nación domina en el valor a las demás.

      El día diez y siete de mayo nos hurtaron un mulato grumete, o se pasó a vivir con ellos. Se lo pedí muchas veces ofreciéndoles regalos por traerle, hasta que supe por otros indios buenos que llamábamos los serranos, le mataron luego, por cuya razón hice prender uno de sus capitanes, teniéndolo en rehenes por si nos daban nuestro grumete. Lo traigo embarcado con buen tratamiento, por adelantarnos en su idioma. Lo he enviado reconociese la muchedumbre de indios y abundancia de los frutos y iglesias de esta tierra, pues daban a entender les queríamos comer las pitayas y mezcales. Lo llevo embarcado por si lo dicho importa al servicio de ambas Majestades y logro de nuestra conversión.

      El día seis de junio nos vinieron a acometer dos capitanes con ciento y cincuenta indios, escogidos en tal disposición que nos iban echando cerco. Salí a el encuentro del capitán que llamábamos Pablo, quiso Dios cesasen en su ímpetu y arrogante resolución. Reprendiles como be mande aquel modo porque los mataría, y aunque se enmendaron en algo, no por eso dejó su atrevimiento de flechar los carneros y procurar cogernos con cautela, para lo cual convocaron indios de otra nación que estos, por ser más afables, nos lo avisaron, y el día que habían de venir que estuviese con cuidado porque era su intento cercarnos y degollarnos, lo cual tenía a nuestra gente tan desanimada como Vuestra Excelencia reconocerá por los instrumentos jurídicos que remito con el debido rendimiento y porque no padeciese algún notable descrédito nuestras armas por unas tan débiles como las de estos guaicuros, o por el poco valor que mostraban los nuestros determiné evitar ejecutasen su traición dándoles una rociada. Antes que nos avanzasen hice doblar las centinelas y el día señalado venían simulados, dejándose ver de dos en dos los capitanes y más principales hasta diez y nueve, quedándose los demás en el monte emboscados, como actualmente lo reconocimos por los que se retiraban de orden de sus capitanes, siendo grande el recato con que nos trataban.

      Este día, cuando reconocí estaban juntos los de mayor suposición, mandé disparar un pedrero y algunos arcabuces, de que cayeron diez. Y desde el navío miraban los que iban heridos cayendo y levantando y los muchos que iban huyendo de la emboscada por el ruido de la carga, y al mismo tiempo dispararon algunas flechas que metieron dentro de nuestra trinchera.

      Acabado de suceder esto, todo era desear llegase la Capitana con bastimento y caballos, por la facilidad de entrar tierra adentro. Y por esta esperanza mantuve nuestra gente catorce días con alguna falta de bastimento y mayor desconsuelo en los nuestros, ya por la convocación que prometían en los enemigos, como dar por perdidas la Capitana y Balandra. No obstante no me quise resolver a dejar aquel puesto hasta que pase a sondear el bastimento de la Almiranta y viendo que era tan poco como Vuestra Excelencia, siendo servido, mandará reconocer por la información de doce testigos de mayor excepción, determinó nos embarcásemos en busca de la Capitana. Di orden al piloto Mateo Andrés nos mantuviese en la mar cuanto el tiempo y bastimento permitiese. Así lo hizo pues habiendo salido del puerto [de La Paz] el día quince de julio, no llegamos a este hasta los veinte y uno, siendo nuestra navegación de veinte y cuatro horas, con el viento que hacía.

      Luego que di fondo en él, despaché cartas por estas provincias me noticiasen de dicha Capitana, y habiéndome avisado estaba surta en el Puerto de Yaqui, donde arribó tres veces por lo importuno y riguroso de los tiempos y vientos sures y suestes, que no le permitieron llegar con el socorro de bastimentos y ciento y cuarenta cabezas de ganado mayor y menor en que iban diez y nueve caballos. Todo lo perdió y viendo el capitán piloto don Blas de Guzmán cuanto importaría llegar con dicho socorro, procuró su actividad y celo mantenerse contra vientos y mares, hasta que los marineros le protestaron sus vidas y la pérdida de la Capitana. Llegó a este puerto (La Paz) el día veinte y cinco de agosto, cuando ya nos hallábamos lejos de donde solo tratábamos de la conversión de las almas.

      Al punto que llegué rogué a los reverendos padres de la misión de California saltasen en tierra a solicitar entre sus hermanos bastimentos a costa de recrecer mis empeños. Y para que se consiguiese con brevedad di mi plata labrada y vestidos, se empeñasen o vendiesen. Y viendo que no bastaba, resolví (con acuerdo de sus paternidades) se vendiesen a costo y costas, en pública almoneda, diez fardos de ropa de lana de la tierra, de la limosna que su Majestad dio para los gentiles, antes que se acabase de apolillar, con que por estos medios me he acabado de algún bastimento, aunque la tierra estaba falta, y estoy esperando por horas con caballos embarcados, me sale el viento para atravesar a la California al paraje que llaman los mapas río Grande, donde arribó la Capitana, y me refiere su capitán y toda la gente de ella, hallaron en este paraje como ciento y ochenta indios de mucha afabilidad, daban a entender tenían guerras con los circunvecinos, de donde avisaré a Vuestra Excelencia como de cualquier parte de Californias donde me arrojaren los vientos y fortuna, cumpliendo con mi obligación me mantendré, en tanto que Vuestra Excelencia fuere servido mandarme remitir al cumplimiento de los cien soldados, armero, caballos y armas que refiero en otra consulta.

      Señor, acabo de tener correo del capitán de la Balandra, Diego de la Parra, en que me avisa del viaje que hizo a Californias en nuestra busca. Es lo que Vuestra Excelencia reconocerá por su relación, que remito a los pies de Vuestra Excelencia, en respuesta le animo porque es hombre de buen celo, no dejó acabar de perder la Balandra, le envié más de cuatrocientos pesos, y que lo le ofrezca cuidado cuatrocientos y cincuenta que dice a buscado a su crédito para que sustente la poca gente que le ha quedado y la apreste de bastimento, pues por todo el mes que viene, siendo Dios servido, ira la Almiranta a carenar, con orden entre en el puerto de Mazatlán, donde se halla, y la lleve a el de Matanchel, donde se le de la carena que propone dicho capitán.

      Dios guarde la excelente persona de Vuestra Excelencia en su mayor grandeza los muchos años que los criados de Vuestra Excelencia hemos menester.

      Puerto de San Lucas, a bordo de esta Capitana. Septiembre veinte y cinco de mil seiscientos y ochenta y tres años.

      Excelentísimo Señor, a los pies de Vuestra Excelencia.

      Don Isidro de Atondo y Antillón.

      109- Autos sobre la conquista de California AGI M 56. Mathes [9]: 251-257.

      110- Vagar alrededor de un lugar.

      Documento 15

       1739

      Emprendese de nuevo la conquista de Californias por mandado del Rey Católico Don Carlos Segundo.

      Gobernaba ya la monarquía española nuestro católico rey Don Carlos Segundo, cuando leídos en el Real Consejo de Indias los informes, que de acá se habían remitido sobre las entradas que se habían hecho a las Californias en los años antecedentes, concibieron tanto mayores deseos de conseguir esta conquista, cuanto se había mostrado hasta allí más insuperable. Para esto, siendo informado de todo nuestro rey católico, despachó una real cédula, dada en veinte y seis de febrero del año de setenta y siete, y dirigida al señor don fray Payo Enríquez de Rivera, arzobispo de México y virrey de la Nueva España, en la cual le encargaba que cometiese de nuevo la conquista y reducción de las Californias al Almirante don Bernardo Bernal de Piñadero, otorgando antes escritura y dando fianzas y seguridad de cumplir lo que pactase con su Majestad. Pero que si él no pudiese, o no fuese conveniente que él tomase a su cargo este negocio, nombrase a otra persona de su satisfacción, que a su costa quisiese hacer este servicio a su Majestad, y que de no hallarla, nombrase otro que la hiciese a costa de la Real Hacienda.

      Recibida esta cédula procedió el señor don fray Payo a ejecutar todas las diligencias en esta contenidas, y por última resolución nombró para esta expedición al Almirante don Isidro de Atondo y Antillón, encomendándole de parte de su Majestad la población y reducción de las Californias con las calidades que se contienen en la escritura que otorgó el dicho Almirante en