alguna habrá que esperar mucho tiempo, cuando no toda la eternidad y en vano, hasta que alguien sea capaz de conseguirlo» [64]. El reservado comedimiento del maestro no convenció del todo a Kepler, pero sirvió para tender un puente entre ambos. Como Tycho Brahe invitó al prometedor neófito a visitarlo, este se encontró con una perspectiva para el futuro inmediato que, como él mismo confiaba con buena base, le podría reportar ventajas en varios sentidos.
De modo que Kepler se había hecho de golpe con un nombre en todos los círculos que amaban la ciencia de las estrellas. El primer paso alentador estaba dado. Como ocurre con muchos hombres de genio, también a él se le ocurrió la gran concepción que decidiría su vida a una edad temprana. No es exagerado que con una mirada retrospectiva Kepler afirmara a los cincuenta años: «El sentido de toda mi vida, de mis estudios y de mi obra tienen su origen en este librito» [65]. «Porque casi todos los libros de astronomía que he publicado desde entonces guardaron relación con cualquiera de los capítulos principales de este pequeño libro, y constituyen ampliaciones de sus fundamentos o refinamientos de los mismos. Y no ha ocurrido así porque me haya dejado llevar por el amor a mis descubrimientos (dista mucho de mí semejante disparate), sino porque las propias cosas y las observaciones fiabilísimas de Tycho Brahe me han enseñado que para perfeccionar la astronomía, para garantizar los cálculos, para edificar la parte metafísica de la astronomía y de la física celeste, no hay más camino que el que yo esbocé en ese librito, bien de manera explícita o, cuando menos, mediante una exposición apocada de mis ideas, puesto que aún carecía de un conocimiento más profundo» [66]. Asimismo, se entiende que en ocasiones se elogie a sí mismo en un arrebato de orgullo absolutamente contrario a su costumbre: «El éxito que ha tenido mi libro en los años subsiguientes atestigua a voces que jamás ha habido nadie con una primera obra tan admirable, tan prometedora y tan valiosa para la materia que trata» [67].
EL MATRIMONIO
El título presenta el libro como un Prodromus, un preludio de una serie de tratados cosmográficos. Kepler tenía toda suerte de planes adicionales, aunque solo planes, en la cabeza. Pero en primer lugar debía consumar otro proyecto importante para el corazón, su matrimonio. Se ha mencionado más arriba que ya en diciembre de 1595 le habían presentado [68] a una mujer muy apropiada para él. Kepler se enamoró enseguida. Se trataba de Barbara, la hija primogénita de Jobst Müller «zu Gössendorf», como él firmaba, propietario acaudalado de un molino instalado en la hacienda Mühleck sita en la comarca de Gössendorf, a dos horas de camino al sur de Graz. Tenía veintitrés años de edad, era hermosa y rolliza, como ilustra un retrato de medallón [69] que se ha conservado y en la actualidad pertenece al observatorio de Pulkovo, cercano a Leningrado.8 A pesar de su juventud ya había estado casada en dos ocasiones, y pocos meses antes había enviudado por segunda vez. Con dieciséis años había contraído matrimonio en Graz con el influyente ebanista áulico Wolf Lorenz, a quien brindó una hijita, Regina. Al morir este a los dos años escasos de matrimonio, Barbara no tardó en conceder de nuevo su mano a un hombre que, al igual que Lorenz, había pasado ya la juventud. Era Marx Müller, un respetable tesorero o escribano de Estiria. A pesar de la posición elevada que alcanzó ostentando cargos al servicio de esa región, la pareja no fue feliz. Él era enfermizo, trajo consigo chiquillos de un matrimonio anterior cuya mala educación resultaba notoria y, según ciertos informes, cometió algunas irregularidades en su ejercicio que se tornaron manifiestas a su muerte en 1595. El padre de Barbara, Jobst Müller, que al parecer había emigrado en otros tiempos del imperio a Estiria, era un hombre muy activo y orgulloso de sus posesiones, con gran destreza para incrementar su dinero y sus bienes con todo tipo de negocios y de transacciones. No era noble, si bien su primera esposa, la madre de Barbara, pertenecía a la familia Niedenaus.9 En cambio, dada la ambición que lo caracterizaba, pudo haber aspirado a la hidalguía. No fue él quien incorporó a su nombre el sintagma «von Mühleck» con el que los biógrafos nombran en repetidas ocasiones a Barbara, la esposa de Kepler. El primero en adquirirlo fue su hijo Michael tras la muerte del padre, Jobst Müller, en 1601. En el año 1623 Michael fue armado caballero en reconocimiento a sus servicios y los de sus antepasados al imperio y a la casa de Austria, de ahí que se le autorizara a firmar con «von» y «zu Mühleck» y a lacrar con cera encarnada. Pero, como Michael no dejó herederos legítimos varones, el título nobiliario volvió a extinguirse muy pronto. Estas relaciones, secundarias de por sí, deben aclararse porque, según la opinión más extendida, tuvieron cierto peso en la cuestión matrimonial de Kepler.
Retrato de juventud de Kepler.
Cuando Kepler se decidió a solicitar la mano de Barbara, mujer con riquezas, dos amigos de Kepler se presentaron al padre de la muchacha, Jobst Müller, en calidad de «caballeros delegados», como era costumbre, con el fin de tantear su opinión y la de la familia en relación con las pretensiones de desposorio, y para recomendar a su mandatario. Ocurrió en junio de 1596 y representaron a Kepler el médico Johannes Oberdorfer, inspector de la Stiftschule, y Heinrich Osius, antiguo profesor de dicho centro y a la sazón diácono de la iglesia del mismo [70]. Entonces, como suele continuarse el relato, el padre arrogante habría hecho depender su consentimiento de que se documentara la ascendencia noble del pretendiente. De manera que Kepler se habría desplazado a Württemberg para procurarse un documento acreditativo en la ciudad de Stuttgart, sede del gobierno ducal. Sin embargo, no hay duda de que esta información es falsa. Los motivos que llevaron a Kepler a viajar a Suabia en febrero de 1596 ya se han comentado algo más arriba. La causa inmediata fue acatar la voluntad de sus dos abuelos, ambos muy ancianos y enfermos, tal como atestigua el propio Kepler en la memoria oficial con que se disculpa por la prolongación de las vacaciones [71], y no hay ninguna razón para dudar de la credibilidad de ese informe. La importancia que adquirieron para él más tarde los otros asuntos que lo llevaron a la patria, como la impresión de su libro y la confección de su maqueta, queda patente en el hecho de que por ellos permaneció allí siete meses completos cuando solo le habían concedido dos. La adquisición del supuesto documento solicitado por Jobs Müller no guarda ninguna relación con ello. Además, no podría haber conseguido tal acreditación en Stuttgart, pues para ello habría tenido que dirigirse a Viena. ¿Y para qué iba a insistir tanto Jobst Müller en la ascendencia noble del tercer marido de su hija, cuando con anterioridad no solo había aprobado, sino que él mismo había favorecido su enlace con hombres de posición intermedia?10 No, la resistencia con que se opuso a los deseos de Kepler tenía su origen en la pobreza del pretendiente. No quería conceder la mano de su hija a un hombre que auguraba un porvenir de estrecheces en vista del puesto mal pagado y poco considerado que ocupaba como empleado de escuela, y de sus exiguos ingresos. Para el hombre acaudalado la decisión dependía de una cuestión de dinero y posesiones. Carecía del más mínimo entendimiento para el trabajo científico. Por lo demás, los pormenores de los trámites para el enlace no están del todo claros. Mientras Kepler permanecía en Suabia, sus casamenteros continuaron esforzándose para granjearse a la familia de la novia. Kepler supo que tuvieron éxito a través del catedrático Papius de Tubinga, el cual mantenía un intercambio epistolar intenso con sus viejos amigos de Graz. En esa ciudad se había dudado durante bastante tiempo de la boda del mathematici, pero ahora estaba todo bien dispuesto. La novia sería suya con toda seguridad. Solo quedaba que Kepler se apresurara a regresar a Graz. Papius aconsejó además al pretendiente, «pertrechaos en Ulm con un traje completo para vos y vuestra prometida de estopa de seda buena o, al menos, del mejor tafetán doble» [72]. Pero aún trascurrió casi un trimestre desde esas indicaciones hasta que Kepler estuvo de vuelta en Graz. A su regreso a casa se llevó un gran desengaño. Nadie lo felicitó a su llegada como él habría esperado. En lugar de eso le comunicaron de forma confidencial que había perdido a su prometida. Durante medio año había vivido con la feliz ilusión de esa boda. No está claro a qué se debió ese cambio repentino. Parece obvio que un pretendiente no debería ausentarse tanto tiempo como hizo Kepler. Descuidó forjar el hierro mientras estaba candente. Un paisano suyo de Suabia se empeñó especialmente en evitar su unión con Barbara; era el secretario territorial Stephan Speidel, muy bien considerado por el cargo que desempeñaba. Aspiraba a casar aquel buen partido con algún otro para incrementar así su propia influencia; además, deseaba ver a la mujer mejor provista [73], según escribe con franqueza