Francisco Agramunt Lacruz

Arte en las alambradas


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Agustín Alamán, cuya experiencia en diversos campos de concentración franceses fue tan traumática para él que nunca quiso hablar de ella, a pensar de la insistencia de sus amigos, su propia familia y de los críticos de arte que se interesaron a lo largo de su vida. Nacido en Tabernas de Isuela, Aragón, en 1921. Tras la victoria franquista emigró a Francia en 1939 donde fue capturado por la gendarmería y recluido en los campos de concentración. Conseguida su libertad se estableció en Alés, y comenzó a pintar en forma autodidacta. En 1948 se vinculó a la sociedad artística Art Cévenol y participó en varias exposiciones colectivas en la mencionada institución, y en otra de pintores refugiados españoles en Toulouse, con participación de Picasso, hasta 1954. Un año más tarde se encontró en Montevideo, se dedicó a trabajar en la industria de la construcción para sobrevivir e hizo su primera exposición individual en la Librería Alfa del editor Benito Milla.

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      Horacio Ferrer: “Aviones negros”. Óleo, 1937.

      Y también estaba el pintor, dibujante y e ilustrador arqueológico Francisco Benítez Mellado, acompañado de su mujer Úrsula Girón Romera y de su hijo Andrés, que había abandonado Barcelona en febrero de 1939 poco antes de entrar las tropas franquistas para incorporarse a las largas columnas de desplazados que huían a Francia. Nacido en Bujalance (Córdoba), en 1904 y formado artísticamente en la Escuela de Sevilla y en el estudio de Joaquín Sorolla de Madrid, donde triunfó como pintor en diversas exposiciones, obteniendo la Medalla en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1911. Gozaba de un gran prestigio como pintor de caballete y como ilustrador arqueológico especializado en investigaciones paleontológicas y prehistóricas, siendo autor de las reproducciones de las pinturas rupestres en las más importantes cuevas españolas. Una vez cruzó la frontera con su familia se estableció en la localidad de Beaucourt (Bedlfort) donde se ganó la vida trabajando como dibujante en la industria Etablissement Japy, aunque más tarde, huyendo de los ocupantes alemanes, se estableció en Tolosa. Su amigo Pere Bosch Gimpera le ofreció la posibilidad de viajar a México pero él la rechazo ante la negativa de su mujer y de su hijo de abandonar Europa, ya que su primogénito mayor estaba preso de los nacionales en una cárcel de Zaragoza. Regresó poco después a Barcelona y de mayo de 1941 a 1950 colaboró en el Museo Arqueológico de Barcelona al tiempo que realizaba copias de los dibujos rupestres de las cuevas de la zona. A causa de las dificultades por encontrar un trabajo estable, el 5 de marzo de 1950, embarcó con destino a Chile donde le esperaban sus hijos Juan de la Cruz y Francisco. Encontró un puesto de dibujante en el departamento de Geología de la Escuela de Ingeniería de la Universidad de Chile y reanudó su trabajo de pintor de caballete que compaginó con la ilustración, dejando un importante legado de láminas basadas en los aborígenes chilenos. Falleció en 1962, en Santiago de Chile.

      En otro grupo estaban los pintores Manuel Ángel Ortiz, Pedro Flores y Enrique Climent Palahí. A punto de ser tomada Barcelona por las tropas nacionales la Dirección de Prensa y Propaganda de la Generalitat dio la orden de evacuar la ciudad para lo cual puso a su disposición varios camiones que a las dos de la madrugada los recogieron y emprendieron la marcha hacia la frontera francesa mientras la artillería enemiga bombardeaba los arrabales. Junto a Manuel Ángel Ortiz se encontraba su madre y su hija que llegaron a la localidad de Figueres, siendo alojados en un piso y poco después se dirigieron a pie con dirección al puesto fronterizo de Le Perthus. Mientras caminaban por la carretera se cruzaron unos camiones que transportaban las obras del Museo del Prado que durante los primeros años de la guerra habían permanecido ocultas en las Torres de Serrano y en la Iglesia del Patriarca de Valencia y, tras pasar por las localidades de Peralada y Darnius, llegaron a las minas de talco de La Vajol, en el Alto Ampurdán (Girona), donde quedaron enterradas a 250 metros de profundidad. Entretanto, el grupo de artistas se refugió en unos almacenes de víveres donde se hacinaban cientos de republicanos en el suelo, apoyados unos con los otros. Algunos de ellos enfermaron de disentería y fueron atendidos en un puesto de la Cruz Roja que se encontraba llena de gente. Luego se trasladaron a una cuadra rodeados de suciedad y llenas de piojos. En la frontera de Perthus les esperaba Nancy Cunnard, aristócrata británica, que les ofreció ayuda. Fueron capturados por la gendarmería y enviados a varios campos de concentración del Rosellón, concretamente en los de Argelès-sur-Mer y Saint Cyprien donde tomaron apuntes. La ayuda de Picasso fue fundamental para que pudieran abandonar los campos.

      Estaba además el fotógrafo madrileño Jiménez Tapia su mujer y su hijo quien abandonó Barcelona en una camioneta cuando las fuerzas nacionales se encontraban a punto de ocupar la ciudad y se dirigió en un trayecto lleno de vicisitudes al paso fronterizo de La Junquera, donde a causa de la riada de refugiados republicanos tardó cuatro días en cruzarla. Al llegar a Le Boulou estacionó el vehículo para recabar información en un puesto de la gendarmería y a su regreso se encontró sorpresivamente que su mujer y su hijo no se encontraban, perdiendo todo contacto familiar. Fue capturado por la gendarmería que lo recluyó en el campo de concentración de Argelès-sur-Mer, donde permaneció tres meses, y posteriormente enviado al campo de Gurs, hasta que consiguió ser puesto en libertad. Al cabo de medio año de permanecer en el país bajo muy difíciles condiciones dio comienzo la II Guerra Mundial y poco después la invasión alemana que acabó con una humillante derrota militar francesa y la división del país por los ocupantes nazis. Se produjo entonces el reencuentro familiar y para subsistir trabajó en la fábrica de aviones Dewoitine en Toulouse.

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      Manuela Ballester. “Refugiados”.

      La misma ruta tomó el pintor, dibujante y escenógrafo valenciano Francisco Marco Chillet, quien durante la guerra civil se trasladó al País Vasco, donde apoyó la causa republicana. Combatió con el rango de capitán en una unidad de migueletes y colaboró además con la Diputación de Guipúzcoa impartiendo clases de artes plásticas. Al llegar a la frontera fue capturado por la gendarmería y enviado inicialmente al campo de concentración de Argelès-sur-Mer y posteriormente al “hacinado, cerrado y claustrofóbico” de Agde, donde dibujó retratos de prisioneros y apuntes acerca de la vida cotidiana de los refugiados republicanos. Al ser puesto en libertad consiguió un visado y pasaje para embarcar en el vapor Cuba que lo trasladó a la República Dominicana, junto a otros quinientos refugiados que procedían de los campos de concentración, pero las autoridades dominicanas le impidieron desembarcar, por lo que el mercante siguió rumbo a la Martinica, donde consiguió embarcar en el navío Saint Domingue, puesto a disposición por el gobierno mexicano, que lo trasladó finalmente al puerto de Coastzacoalcos, y de allí, el 29 de julio de 1940, viajó a México Distrito Federal, reanudando su actividad artística como pintor de murales, ilustrador en diversos diarios y profesor de artes plásticas y, finalmente, como escenógrafo, siendo el responsable de la proyección y construcción de los escenarios de más de un centenar de películas. Por su actividad cinematográfica la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas Mexicana le concedió un premio Ariel. Alternó esta actividad con la de pintor de caballete, exponiendo en diversas galerías de arte, como profesor de Pintura y Dibujo y con su dedicación a los estudios esotéricos.

      Igualmente figuraba la actriz, dibujante y pintora valenciana Amparo Segarra Vicente, que más tarde se convertiría en la esposa del también pintor gallego Eugenio Granell, cuya vida en el destierro estuvo marcada por su compromiso político poumista y su adscripción a la vanguardia dentro de la corriente surrealista. Nacida en Valencia, en el barrio de Sagunto, en 1915. Estudió varios años en un internado en Argenteuil, cerca de París, donde aprendió francés, lo cual le permitió tener acceso a una cultura amplísima y conocimientos artísticos, literarios y filosóficos, donde nada de lo intelectual le fue ajeno. Regresó a España y se casó con Miguel Anglada, un militar con el que vivía en Barbastro, en la provincia de Huesca. Cuando estalló la guerra, su esposo, fiel a la República, acudió al frente. Ella, embarazada, viajó a Barcelona para dar a luz. Poco después se trasladó a Aragón y sufrió el bombardeo efectuado por los fascistas sobre Monzón, en el que se destruyó la casa donde se alojaba. Ante la llegada inminente de las tropas franquistas, decidió regresar a Barcelona donde su vida se convirtió en un calvario al ser esposa de un militar republicano y haber apoyado a la causa popular. El ocho de julio