Francisco Agramunt Lacruz

Arte en las alambradas


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militares o a pie, por caminos secundarios comarcales o a través de sendas y trochas, vadeando ríos y subiendo montañosas, consiguieron pasar los Pirineos y alcanzar la seguridad deseada en tierras francesas. Todos ellos trataban de ponerse a salvo o huían empujados por el miedo físico o psicológico de los últimos momentos de un conflicto que ya estaba decantado. Lo hacían en muy difíciles condiciones, estaban cansados físicamente, tenían hambre, se encontraban enfermos, psicológicamente decaídos y con el corazón destrozado por la derrota y sólo llevaban en sus maletas, sus bultos y sus petates, lo más imprescindible.

      En su desesperado intento por alcanzar los puestos fronterizos de los Pirineos, los que lo hicieron a pie tuvieron que superar las terribles inclemencias del tiempo, el hambre y las dificultades del terreno, vadeando ríos caudalosos, subiendo empinadas montañas nevadas o descendiendo peligrosos barrancos. Y los que emplearon medios de transporte por carretera se encontraron amenazados por el fuego de la artillería, descargas de fusilería y los ametrallamientos y bombardeos de la aviación enemiga. Despreciados y perseguidos por aquellos que habían jurado fidelidad a la República, se encontraron zarandeados y víctimas inocentes de una injusticia histórica. Su huida se convirtió en una verdadera odisea para salvar sus vidas y todos miraban atrás y se resistían a abandonar sus hogares y, sobre todo, se lamentaban de la separación de sus familias y del futuro incierto que les deparaba un destino desconocido. ¿Y ahora que nos pasará?, se preguntaban. Y mientras tanto, se interrogaban acerca de cuál iba a ser su recibimiento en aquel país por una población tan dividida políticamente e inmersa en una fuerte crisis económica y social desde 1930 y con un gobierno débil en cuya cabeza se encontraba el diputado radical Édouard Daladier, a la sazón de Primer Ministro, que había auspiciado una política de enfrentamiento con los comunistas utilizando, a su vez, un cierto consenso con los elementos xenófobos presentes en la sociedad y la opinión pública.

       Las largas columnas de refugiados

      La masiva huida que protagonizaron los artistas republicanos al finalizar la guerra en 1939 ya contaba con antecedentes en años anteriores, aunque no tan numeroso, y cuyos protagonistas habían sido aquellos cuyas ciudades y poblaciones habían caído en la ofensiva del norte de septiembre de 1937 en manos de las tropas nacionales. Y en este sentido, destacaba el nombre del pintor y dibujante asturiano José Luis Posada, cuando su familia al completo, formada por él mismo, su madre, su tía y cuatro hermanos, se vio obligada a abandonar la población y trasladarse al puerto de El Musel, en Gijón, donde consiguió embarcar en el buque de carga Santiago López que la trasladó al puerto francés de Pauillac, cerca de Burdeos. Poco tiempo después regresó por tren a Puigcerdá, y posteriormente a Barcelona, siendo enviados a un refugio de Castelltersol, en espera de que se produjera el encuentro con el cabeza de familia. Días después de caer Barcelona en poder de los nacionales, el 26 de diciembre de 1938, él y el resto de la familia, abandonó el refugio en un automóvil que los trasladaron a Banyoles, donde aprovechó la noche para cruzar la frontera a pie por el puerto de Le Pertus, siendo capturados por la gendarmería que lo envió a un campo de refugiados en las afueras de Le Boulou, en el que se apiñaban más de 20.000 personas. Debido a la masificación lo enviaron junto al resto de los parientes nuevamente a un refugio en Nieul, en el Haute Vienne, en el centro del país. Mientras él y su familia sufrían un verdadero calvario su padre consiguió cruzar la frontera francesa, siendo capturado con el resto de su unidad y enviado al campo de concentración de Argelès-sur-Mer, en el mediterráneo francés. Tras ser reclamado por su hermano que residía en Cuba, pudo obtener documentación y billetes que le permitieron embarcar en un puerto francés con destino a la isla, donde consiguió contactar con los suyos e iniciar las gestiones pertinentes con las autoridades diplomáticas cubanas para su repatriación a la isla, alegando que tenían ascendientes cubanos, con lo que de esta forma se libraría de la orden de deportación a España que pesaba sobre su familia.

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      Dibujo de Manuela Ballester.

      Al llegar los artistas a los pasos fronterizos se producía una gran retención a causa de los controles de seguridad establecidos por la gendarmería donde los refugiados eran cacheados, clasificados e identificados, para posteriormente ser separados los hombres de las mujeres, y enviados a residencias, albergues o campos de concentración situados en poblaciones cercanas a la frontera. Muchos mantuvieron viva en su memoria su paso por “el pintoresco” Portbou, junto a la costa, al que se accedieron por una tortuosa carretera llena de curvas y que en tiempos de paz era un lugar muy visitado por sus bellezas naturales y su paisaje idílico tanto por pintores catalanes como roselloneses. Recordaban la larga caminata que les llevó al paso de Belitres, el punto fronterizo más oriental entre la parte francesa y la española, que ponía en relación a los municipios de Cerbère, en Roussillon y Portbou, en la comarca de Alt Empordà. Un lugar de memoria un tanto siniestra por el que cruzaron los refugiados republicanos al término de la contienda y de judíos, artistas e intelectuales europeos durante la II Guerra Mundial, entre ellos, el filósofo, crítico de arte y teórico judío-alemán Walter Benjamin, quien se suicidaría a los 48 años más tarde. Y también pasaron por allí novelistas como Heinrich Mann o Franz Werfel, quien cruzó con su esposa Alma Mahler, intelectuales como Hannah Arendt, científicos como Otto Meyerhof, Premio Nobel de Medicina en 1922 y cantantes como Lotte Leonard.

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      Francisco Agramunt Moreno. “Los vencidos II” (Óleo).

      Entre la multitud de personas que pasaron por esta población se encontraba el fotógrafo valenciano Agustí Centelles Osso, quien se convertiría en un extraordinario documentalista de la vida en los campos de concentración en el exilio francés. Se encontraba en Barcelona cuando a finales de enero de 1939 recibió órdenes de trasladarse a Girona con los archivos del gabinete fotográfico del Servicio de Información Militar (SIM). Al mismo tiempo, empaquetó su archivo particular y en una gran maleta colocó una cámara Leica, un rudimentario equipo de relevado y 4.000 negativos de 35 mm sobre imágenes tomadas durante el conflicto, principalmente en Barcelona y en el frente de Aragón. De Girona pasó a Figueres y los últimos kilómetros hacia la frontera los hizo a pie, siempre bajo la amenaza de los aviones nacionales que bombardeaban y ametrallaban sin cesar las columnas de refugiados camino a la frontera francesa.

      Formando parte de las largas columnas de vehículos que llenaban las carreteras y caminos comarcales hacia los pasos fronterizos se encontraba la familia de Josep Renau, que hasta el último momento estuvo dibujando carteles en su taller de Bonanova, en Barcelona. Fue su propio hermano Alejandro, sargento de transportes de aviación, quien lo sacó del estudio y lo condujo al camión que había requisado antes de que ocuparan la ciudad las avanzadillas nacionales. Subieron en el vehículo Josep Renau, su mujer, Manuela Ballester, sus hijos Ruy y Julia, su suegra, Rosa Vilaseca, sus dos jóvenes cuñadas Rosa y Josefina Ballester; su hermano Alejandro, la mujer de éste Teresa, su hermano menor, Juan, y su esposa, Elisa. Además consiguieron llevarse gran parte de los libros, el archivo fotográfico y documental. El camión y sus ocupantes, tras superar una lluvia intensa y un camino plagado de refugiados y militares armados, logró dejar atrás las poblaciones de La Bisbal y Figueres y cruzar el linde francés por Le Perthus.

      Otro de los vehículos de transporte que se dirigía desde Barcelona a la frontera de la Junquera lo ocupaba el dibujante y caricaturista alcireño Ernesto Guasp, al que acompañaba su madre y su hermana Ana, que se habían trasladado a la Ciudad Condal tras el fallecimiento del cabeza de familia. En otro auto viajaba el dibujante y escenógrafo valenciano Gori Muñoz junto a Zúñiga y Velo, con quienes había estado en Barcelona. Cruzaron el paso fronterizo con sus familias, tras un aviso de Negrín de que cogieran lo que pudieran y se fueran a Francia. En un viejo automóvil viajaba el poeta Antonio Machado, al que acompañaba su madre Ana Ruiz y su hermano José, junto con el helenista Carles Riba, los doctores hermanos Trías, los profesores Navarro Tomás y Roura, el neurólogo Sacristán, Ricardo Vinós, el escritor Corpus Barga, el geólogo Royo y el valenciano doctor Puche, rector de la Universidad de Valencia. Antes de atravesar la frontera el grupo paró en el pueblo gerundense de Garriguella, donde se encontraba replegado el Comisariado General de Sanidad Militar, cuyo jefe,