Francisco Agramunt Lacruz

Arte en las alambradas


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condiciones consiguió atravesar la frontera por los Pirineos con su hijo de dos años en brazos, sin apenas ropa de abrigo, calzada con unas alpargatas rotas, sin comida y acompañada por un rudo pastor que arriesgaba su vida, no por solidaridad, sino por dinero. Pero lo más duro de soportar fue la humillación que sintió cuando fue detenida por la gendarmería y cacheada. Se le vino el mundo abajo al observar ya en suelo francés la terrible catástrofe humanitaria en las que vivían muchos refugiados en los campos de concentración mientras eran vigilados y tratados con toda dureza por tropas senegalesas y marroquíes. El SERE (Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles) le proporcionó ayuda y la envió poco después a Vernet-les-Bains, en donde había tres hoteles para españoles. Tras reunirse con su esposo decidió embarcar con destino a un país hispanoamericano con la intención de reanudar su vida. En un viaje en tren conoció a Eugenio Fernández Granell, quien había dejado España en el 1939 y había llegado a París tras pasar por diversos campos de concentración. Cuando el barco llegó a su destino, Chile se negó a recibir más republicanos españoles, por lo que se vieron obligados a dirigirse finalmente a la República Dominicana. En Ciudad Trujillo, se divorció de su marido y contrajo matrimonio con Eugenio Fernández Granell y fruto de esta unión en 1941 nació su hija Natalia. Su vida estuvo conducida en su mayor parte por la actividad artística de su marido, y gracias a las amistades de este llegó a conocer, en el año 1941, a André Breton y a su familia, quienes huían del nazismo hacia Nueva York. Cinco años después, en 1946, se mudaron a Guatemala y, tras el estallido de la revolución guatemalteca, se trasladó a Puerto Rico. Pero su vida artística no se limitó a sus collages, sino que también ejerció como actriz en diversas obras de teatro entre 1944 y 1969 e, incluso, confeccionó el vestuario para alguna de ellas. En 1985, regresó a España, estableciéndose en su capital hasta su fallecimiento en 2007.

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      Refugiados dirigiéndose a los campos de concentración.

      También se encontraba la militante anarquista catalana Sara Berenguer, la pareja del pintor e ilustrador castellonense, Jesús Guillén Bertolín que encabezaba a un grupo de compañeras de la asociación “Mujeres libres”. La presencia de un niño entorpeció la marcha hacia la frontera, a pesar de que cada una de ellas se turnaba llevándolo a brazos. Hicieron el recorrido por la noche para evitar ser localizadas por los nacionales, caminando junto al borde de la carretera en silencio y en fila india y de vez en cuando hacían un breve descanso, llamándose una a otra, para cerciorarse de que no faltaba ninguna. Se acercaron al paso fronterizo mientras que en su entorno algunos de los refugiados morían de hambre, enfermedad y cansancio, o eran víctimas de los ametrallamientos y bombardeos de la aviación, mientras a lo lejos se oían las explosiones de los obuses de la artillería nacional. Finalmente, consiguió llegar a Francia, donde se reencontró con su compañero Jesús, y se abrió una nueva etapa de su vida caracterizada por el temor a ser recluida en campos de concentración, ser traslada como trabajadora obligada a Alemania, escapar de los ocupantes alemanes o de los colaboracionistas franceses y conseguir sobrevivir en un país humillado por una derrota no esperada.

      Algunos artistas optaron por abandonar la ruta de las carreteras y dirigirse a Francia campo a través bien formando parte de grupos dirigidos por un guía de la zona o en solitario, con lo cual estaban predispuestos a perderse y no llegar a su destino. En este sentido la huida a pie más comentada y arriesgada hacia la frontera que, a punto estuvo de acabar con su vida, la protagonizó el escultor valenciano Enrique Moret Astruells, quien tuvo la suerte de conseguir evadirse de un pelotón de fusilamiento nacional. Cuando el piquete estaba a punto de disparar contra él aprovechó la oscuridad de la noche y la escabrosidad del terreno para saltar por un terraplén y fugarse. Al estallar la guerra se había alistado voluntario en el Ejército republicano, siendo destinado primero al frente de Teruel y posteriormente al Quinto Regimiento con cuyos efectivos participó en la defensa de Madrid, en la ofensiva de Brunete, la retirada de Montalván y en la batalla de Vértice de Esplán donde fue herido en una pierna. En las operaciones del Segre se le otorgó la Medalla al Deber. Incorporado nuevamente al Estado Mayor de la 34 División fue ascendido al rango de Teniente jefe de la Sección de Cartografía. En los últimos meses de la guerra participó en numerosos combates en el frente de Cataluña y su nombre fue citado en varias ocasiones en el orden del día por su valor y heroísmo. Con el derrumbe del frente de Cataluña fue capturado en Olot por una avanzadilla de las fuerzas nacionales que lo recluyó en un cuartel de bomberos de esta localidad del que logró evadirse aprovechando un descuido de sus guardianes. En su desesperado camino en solitario hacia la frontera francesa fue capturado nuevamente por los sediciosos que lo interrogaron y dada su condición de comisario político comunista lo condenaron a morir sin ningún tipo de Consejo de Guerra. Los militares rebeldes, dirigidos por el General José Solchaga Zala que se encontraba al mando del Cuerpo de ejército de Navarra, cometieron numerosos fusilamientos sumarios contra los comisarios políticos comunistas y mucho de ellos capturados cuando trataban de llegar a la frontera fueron pasados por las armas. Estaban obsesionados verdaderamente por estos comisarios a los que consideraban culpables de haber cometido terribles atrocidades durante la guerra. Por todo ello se ordenó a las tropas la ejecución inmediata de todos los prisioneros militares que ostentasen este rango que fue rápidamente secundada por la oficialidad y la tropa no solo durante la contienda sino durante el periodo más duro de la represión de postguerra. Durante la noche, cuando el pelotón de ejecución estaba formado y a punto de disparar, logró desatarse de las cuerdas y en un rápido salto, se fugó, aprovechando el desconcierto, la oscuridad y la escabrosidad del terreno. Se lanzó por un barranco con tan buena suerte de no ser alcanzado por los disparos de sus perseguidores y, tras una larga marcha monte a través, logró ponerse a salvo cruzando la frontera. En las cercanías de Camprodont fue arrestado por la gendarmería y confinado en el campo de concentración de Barcarés-sur-Mer, que abandonó seis meses después al ser reclamado por el Comité Francés de ayuda a los intelectuales españoles y bajo su tutela residió en un albergue de Narbona, hasta finales de 1939. Durante la ocupación nazi se trasladó clandestinamente a París donde obtuvo pasaje y visado para trasladarse a la República Dominicana. Llegó a Santo Domingo a principios de 1940 y permaneció dos años en la isla hasta que consiguió trasladarse en 1942 a la vecina Cuba, estableciéndose en La Habana, donde se incorporó a su trabajo escultórico con prisa, en un intento de recuperar el tiempo perdido a causa de los acontecimientos bélicos y peripecias personales.

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      Eduardo Muñoz Orts: “Tristeza”. Óleo, 1938.

       Refugiados anónimos salvaron el tesoro artístico español

      Al mismo tiempo que se registraba esta gran desbandada de refugiados por las carreteras que conducían a la frontera francesa pasaba un convoy de varias docenas de camiones militares de gran tonelaje, custodiados por militares y un grupo de artistas, museólogos y restauradores, que ocultaba bajo sus lonas un total de 361 obras maestras pertenecientes al Museo del Prado y otras pinacotecas madrileñas. Los vehículos circulaban despacio y sin hacer ruido aprovechando la oscuridad de la noche para evitar ser localizados por la aviación enemiga. Su paso atrajo al interés de los refugiados que de inmediato comprobaron que su valioso cargamento consistía en grandes cuadros ya que muchos de ellas por su tamaño sobresalían de sus embalajes.

      A pesar del cansancio y de las penalidades de los curiosos refugiados en su intento de alcanzar la frontera francesa no se produjeron incidentes y todos tenían muy clara la importancia artística de este cargamento que el gobierno republicano trataba de salvar a toda costa destruyendo el falso mito que retrataban a los “rojos” como saqueadores y destructores del patrimonio. Por lo general los refugiados formaban parte de esa gran masa neutra que tradicionalmente estaba al margen del mundo de la cultura y su relación con el arte era tangencial, pues no ocupaba en su escala de necesidades un lugar primordial ya que otros asuntos más terrenales relacionados con el trabajo, la supervivencia y la familia atraían sus preocupaciones primordiales. Por todo ello nadie podía sospechar que un buen número de refugiados, desesperados, hambrientos y agotados por las largas caminatas, de pronto, en clave de parábola iluminadora y poseídos por un instinto natural de proteger la belleza, se sintieran