Edgar Redondo Ramírez

Un mensaje de @Dios para ti


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dijo:

      —Dios te trajo aquí porque te ama y quiere que lo conozcas, quiere salvarte a ti y a tu familia, te quiere dar la oportunidad que necesitas.

      La señora le regaló un ejemplar de las Escrituras y oró por su familia. Él se disculpó, bajó al primer piso y dijo a sus hombres:

      —Pongan todo en su lugar y vámonos.

      En el barrio cuentan que la banda se disolvió porque en un asalto algo extraño le pasó al jefe y ahora es diacono en la Iglesia Adventista donde asiste la familia que estaban asaltando. Lo más extraño, dicen, es que ahora él trabaja en la empresa de aquella familia. @Dios te dice hoy: «Si necesitas cambiar, ven a mí».

      Seguros como los corderos

      «¡Tú guardarás en perfecta paz a todos los que confían en ti, a todos los que concentran en ti sus pensamientos!». Isaías 26: 3

      El pecado constituye la peor de las enfermedades humanas. Separa al ser humano de Dios y lo sume en la tristeza y la desesperación. Una de las peores consecuencias del pecado es la falta de paz y seguridad. Quizá por eso las personas se amontonan cada domingo en los confesionarios, esperando en vano que otro ser humano les prometa lo que no puede cumplir: absolución.

      Hace algún tiempo leí que los investigadores de una prestigiosa universidad de la costa este de los Estados Unidos estaban estudiando el sistema nervioso central. Como parte de sus experimentos, intentaban descubrir cuánto estrés era capaz de soportar un individuo. ¿Cuál es el último umbral de la tolerancia al estrés? ¿Cuánta presión podemos soportar sin quebrantarnos? Los investigadores seleccionaron algunos corderos para usar en sus experimentos. Creyeron que podían obtener paralelos entre los seres humanos y los corderos.

      Colocaron a un cordero en un corral con doce puntos de alimentación. En cada punto de alimentación colocaron un estímulo eléctrico. Cuando el cordero se acercó para comer en el primer punto, los investigadores le administraron una descarga eléctrica (no intentes esto en casa, cuida los animales). El pobre cordero retrocedió y salió corriendo. Los investigadores entonces notaron algo interesante. El cordero nunca regresó al primer punto de alimentación. Continuaron con el experimento, dando choques eléctricos en todos los puntos de alimentación hasta que el cordero corrió al centro del corral, temblando y sacudiéndose, y cayó muerto por tensión nerviosa. La carga de ansiedad era demasiada. Los niveles de tensión eran demasiado altos. El peso era mucho.

      Luego, los investigadores tomaron al gemelo de este cordero y lo pusieron en el mismo corral. Pero había una diferencia: pusieron a su madre junto al cordero. Cuando este segundo cordero se acercó para comer en el primer punto, los investigadores le administraron la misma descarga eléctrica. Inmediatamente el cordero corrió a donde su madre. Después de unos minutos, el corderito volvió al mismo punto de alimentación. Los investigadores nuevamente le dieron una descarga eléctrica, pero el cordero no retrocedió, miró a su madre y siguió comiendo. ¡Qué gran lección! La compañía divina nos da fuerzas para soportar las consecuencias del pecado.

      Apreciado joven, cuando tus cargas te sobrepasan, cuando la culpa amenaza con consumir tu gozo, cuando la condenación del pecado te roba la paz, puedes acudir al Señor. Hoy @Dios te dice: «Si te refugias en mí podrás soportar los embates de la vida. En mí hallarás paz y fortaleza».

      Intercambio increíble

      «Cristo nunca pecó. Pero Dios lo trató como si hubiera pecado, para declararnos inocentes por medio de Cristo». 2 Corintios 5: 20, TLA

      Recuerdo con mucha emoción el día que recibí el mejor regalo durante mi niñez: un trompo de colores que mi madre me trajo de Venezuela. Por supuesto, ella compró uno para mí y otro para mi hermano. Era un juguete espectacular, porque podías ponerlo a girar en el suelo o en el aire, colgándolo de la cuerda que lo acompañaba. Pronto aquellos trompos se convirtieron en la sensación del barrio. Todos los niños de nuestra cuadra venían a verlos girar. Bailaban de manera armoniosa y silenciosa. Tenían puntas de aluminio los que le permitían desplazarse en el suelo graciosamente. Me sentía privilegiado, pero al parecer mi hermano no tanto.

      Un día, cuando regresó a casa después de terminar de jugar no trajo el trompo de vuelta, así que mi madre le preguntó dónde estaba. Fue entonces cuando él nos sorprendió a todos: había hecho un trueque con un muchachito de otro barrio, mi hermano le había dado el trompo a cambio de un escarabajo cornudo negro. A mami casi le dio un infarto y aunque trató de obligarlo a deshacer el negocio, mi hermano se negó rotundamente, porque él estaba satisfecho con la transacción. Se sentía ganador. Mi madre quedó perpleja y solo dijo:

      —Este muchacho o es tonto o es loco, porque dio un juguete costoso por un insecto sin valor y horripilante.

      ¿Qué piensas tú de ese cambio? Tal vez pensaste de inmediato: «Así son los niños, no conocen el valor de las cosas». Pero, ¿cuántas veces no hemos cambiado nosotros, siendo ya grandes y con capacidad de razonar, las bendiciones de Dios, su perdón y su gracia por «insectos sin valor y horripilantes»? Tal vez en tu caso sea el insecto de la inseguridad, o el insecto de los pensamientos impuros, o el insecto de la duda. La mayoría de nosotros somos niños espirituales, que no conocemos el verdadero valor de la salvación.

      Por supuesto, hay otro intercambio increíble que la Biblia presenta: Dios tomó la vida santa y perfecta de su Hijo y la cambió por nuestra vida llena de pecados. Ese cambio es producto del amor divino hacia la raza humana y hoy @Dios te dice: «Ven a mí y realizaré el intercambio más asombroso que puedes imaginarte. Cambiaré tu miedo por fe; tus pecados, por perdón; y tu inseguridad, por esperanza». ¡Es el mejor intercambio!

      Entrega total

      «Sométanse, pues, a Dios. Resistan al diablo, y este huirá de ustedes». Santiago 4: 7

      El 9 de mayo de 1945 la Segunda Guerra Mundial llegó a su fin en Europa con la rendición de Alemania. Aquel día, los oficiales de la Alemania nazi firmaron la rendición total e incondicional. Morris Venden se apoya en este acontecimiento para ilustrar nuestra entrega a Dios: «Cuando las Potencias del Eje se rindieron a finales de la Segunda Guerra Mundial, ¿qué entregaron? ¿Entregaron solamente sus armamentos y municiones? ¿Renunciaron solo a sus tanques y granadas de mano? ¿Sometieron solamente sus uniformes y raciones? ¿O se les pidió que ellos mismos se entregaran? Y cuando ellos se entregaron, automáticamente entregaron también las armas, las bombas, los tanques, todo. La entrega no se puede hacer de a poco. No hay tal cosa como una entrega parcial. Una persona no puede someterse parcialmente, igualmente una mujer no puede quedar medio embarazada. O se está, o no se está. No existe un terreno neutro» (95 tesis acerca de la justificación por la fe, pp. 68, 69).

      En el gran conflicto, la batalla entre el bien y el mal, sucede lo mismo. La Biblia dice que hemos de entregarnos, someternos a Dios por completo. No es una entrega parcial. «Cada cual tendrá que sostener un violento combate para triunfar del pecado en su propio corazón. Por momentos es una obra muy penosa y desalentadora; pues al mirar los defectos de nuestro carácter, nos detenemos a considerarlos, cuando en realidad deberíamos mirar a Jesús y revestir el manto de su Justicia. Quienquiera que entre en la ciudad de Dios por las puertas de perla, entrará como vencedor, y su victoria más grande será la que habrá obtenido sobre sí mismo» (Testimonios para la iglesia, t. 9, p. 146).

      ¿Sabes qué es lo que más me llama la atención sobre la entrega? ¡Que tampoco podemos realizarla por nosotros mismos! Si pudiéramos, no sería entrega. La obediencia es un regalo debido al control divino. Si le entregamos a Dios nuestra facultad de elección y si aceptamos que él nos controle (nos rendimos) en lugar de que lo haga el diablo, entonces él es quien produce en nosotros tanto el querer como el hacer por su buena