Edgar Redondo Ramírez

Un mensaje de @Dios para ti


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me siento feliz, es una sensación maravillosa. Tú también puedes ser justificado, te invito para que lo seas.

      Pero mi alegría chocó de frente contra su escepticismo:

      —¿De qué disparate me estás hablando? ¿Qué es ser justificado?

      Allí terminó mi alegría de un solo golpe. ¿Qué es «justificación»? Yo no lo sabía, así que tuve que reconocer que no lo sabía. Imagínate las burlas. Pensé que sencillamente él no estaba listo para las cosas de Dios, así que fui donde mi madre. Ella era una mujer muy sencilla, sin preparación académica. Con el mismo gozo le conté lo que estaba experimentando y le dije que ella podía ser justificada, que todos podían serlo en casa. Con la tranquilidad que siempre la caracterizó me miró a los ojos y me dijo:

      —¿De qué disparates me estás hablando? ¿Que cosa es esa de la “justificación”?

      Dado que la Biblia presenta este tema de forma tan prominente es importante que comprendamos qué es la justificación por la fe. @Dios contestó esta pregunta mediante una declaración de Elena G. de White que me gusta mucho: «Es la obra de Dios que abate en el polvo la gloria del hombre, y hace por el hombre lo que este no puede hacer por sí mismo» (Testimonios para los ministros, p. 410). ¡Qué gran mensaje! Dios hace por nosotros lo que no podemos hacer por nosotros mismos.

      Ropas de salvación

      «En gran manera me gozaré en Jehová, mi alma se alegrará en mi Dios: porque me vistió con vestiduras de salvación, me rodeó de manto de justicia». Isaías 61: 10, RV95

      Isaías utiliza la metáfora de ser vestidos con ropas para presentar la salvación. Esto contrasta con la desnudez que caracterizó la caída. Estas vestiduras de salvación que el profeta menciona han sido confeccionadas en el cielo y tenemos acceso a ellas gracias a la muerte de Cristo Jesús. Pero la adquisición de esta maravillosa vestidura que Cristo nos ofrece requiere el reconocimiento de nuestra propia pecaminosidad, impotencia e indignidad. En otras palabras: un arrepentimiento sincero.

      Era el momento culminante de la predicación de esa noche. El evangelista estaba a punto de hacer el llamado para que los asistentes tomaran la decisión más importante de su vida: aceptar la salvación. De pronto, un hombre visiblemente borracho comenzó a caminar por el pasillo central del templo hacia la plataforma. El predicador miró hacia todos lados buscando la ayuda de los diáconos. Pero era demasiado tarde, el borracho llegó hasta donde él se encontraba, le arrebató el micrófono de las manos y tambaleándose comenzó a hablar:

      —Lo que este señor acaba de decir en esta noche aquí es la purísima verdad. Todos los seres humanos estamos perdidos y necesitamos ayuda, no hay duda, no hay duda de eso. Por lo tanto, señores, háganle caso a este hombre, que bien ha hablado, porque de otra manera lo que nos espera es candela. He dicho.

      Entonces le devolvió el micrófono al predicador y salió dando tumbos del lugar. El auditorio quedó en silencio. Entonces los presentes comenzaron a caminar hacia la plataforma. Al otro día, el evangelista se llevó una gran sorpresa, el borracho de la noche anterior estaba sentado en la primera fila de las bancas, visiblemente apenado. Cuando terminó la exposición de la noche, una dama se acercó al expositor y le dijo:

      —Pastor, mi esposo es el borracho de anoche, llevo más de veinte años orando por él para que se convierta. Él está aquí y quiere pedirle disculpas.

      Casi sin levantar la mirada, aquel hombre se excusó por lo que había hecho en la noche anterior y entonces dijo lo que no había dicho en veinte años:

      —Yo soy la primera persona que necesita ayuda, necesito a Jesús. Por favor ayúdenme.

      Al finalizar las conferencias, aquel hombre fue bautizado. Hoy es un miembro activo en aquella congregación. ¿Te gustaría a ti vestirte con las ropas celestiales de la salvación? Hoy @Dios te dice: «Ven a mí y te revestiré con mi justicia y perdón».

      Las cuerdas que nos atan

      «Pero el Señor es bueno; cortó las cuerdas con que me ataban los impíos». Salmos 129: 4, NTV

      Hace mucho tiempo que leí una frase impactante: «La justicia por la cual somos justificados es imputada; la justicia por la cual somos santificados es impartida. La primera es nuestro derecho al cielo; la segunda, nuestra idoneidad para el cielo» (Mensajes para los jóvenes, p. 32). Hoy deseo invitarte a meditar en una de las dos caras de la moneda que presenta este texto. Mañana reflexionaremos en el otro aspecto.

      «Nos es imputada», es decir, se nos acredita, se nos cuenta gratuitamente, sin merecerla. Ya hemos hablado de este tema anteriormente, sin embargo es una de las verdades cardinales de las Escrituras. ¡La salvación es gratuita! Pablo escribió que «por la bondad de Dios han recibido ustedes la salvación por medio de la fe. No es esto algo que ustedes mismos hayan conseguido, sino que es un don de Dios. No es el resultado de las propias acciones, de modo que nadie puede gloriarse de nada» (Efesios 2: 8, 9).

      Escuché de un caballero al que le costaba comprender que la salvación es gratis. Él había llegado a convertirse en un exitoso hombre de negocios y donaba generosamente a las obras de caridad de su ciudad. Con el tiempo comenzó a pensar que algunos líderes religiosos estaban destruyendo la verdadera religión. Entonces gastó miles de dólares en una campaña para denunciarlos. Trató de mostrarles cómo hacer las cosas correctamente. Pero no importó lo mucho que dio y se sacrificó. No parecía ser suficiente. El sentimiento de culpa persistió y finalmente tuvo que internarse en una institución mental. Mientras estuvo allí quemaba sus manos y pies, e incluso se hacía agujeros en los pies y las manos, imitando la crucifixión.

      ¿Cuándo comprenderemos que nuestros esfuerzos no bastan, que no son suficientes? Mis contribuciones a obras de caridad pueden ganarme el favor de la comunidad, el psicólogo puede ayudarme a lidiar con mis inseguridades, pero solo la Cruz de Cristo y la gracia que él nos ofrece puede darnos paz y seguridad. El mensaje de @Dios para ti hoy es el siguiente: «Hoy te regalo mi justicia, ella es tu derecho de entrada al cielo».

      La fe que transforma

      «Pero Dios mismo los ha unido a ustedes con Cristo Jesús, y ha hecho también que Cristo sea nuestra sabiduría, nuestra justicia, nuestra santificación y nuestra liberación». 1 Corintios 1: 30

      Ayer meditamos en cómo Dios nos declara justos y el efecto que esto produce en nuestra vida. Hoy consideraremos la segunda parte de esta cita: «La justicia por la cual somos justificados es imputada; la justicia por la cual somos santificados es impartida. La primera es nuestro derecho al cielo; la segunda, nuestra idoneidad para el cielo» (Mensajes para los jóvenes, p. 32).

      «Justicia impartida». La justicia impartida es el regalo que Dios nos da cada día para prepararnos para ir al cielo. Es la acción diaria y santificadora del Espíritu Santo que procura reproducir en nosotros el carácter de Cristo. Este es un proceso paulatino e interno de crecimiento cristiano. De hecho, toma toda la vida, siempre en constante crecimiento. Esto me recuerda un relato.

      La familia estaba lista para dormirse, la empleada doméstica fue a asegurar las puertas, abrió para echar un vistazo y repentinamente le colocaron un revolver en la frente, le ordenaron silencio, la amordazaron y entraron. Comenzaron a llenar varias bolsas con los objetos valiosos de la casa. El jefe subió al segundo piso para buscar dinero, pero le esperaba una sorpresa. Allí estaba la abuela de la familia, arrodillada. Él le colocó el revólver en la cabeza y la hizo poner de pie.

      —Es un asalto, señora.

      Ella le dijo que lamentaba su pérdida de tiempo, pero que él no podría continuar con el asalto. Le ordenó que guardara el arma y que