Edgar Redondo Ramírez

Un mensaje de @Dios para ti


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Los niños, que son el presente y el futuro de este mundo, son víctimas de abusos y violencia. El alcohol, las drogas, la avaricia desmedida y la corrupción parecen estar a punto de devorar nuestro planeta.

      Con un panorama así, ¿cómo dice Dios que hay esperanza para el futuro? Pues sí, te comento que así es. Posiblemente en este momento estás esperando que te diga que Jesús volverá para poner fin a la injusticia, y así es, la Biblia así lo declara. Pero cuando miramos la tétrica realidad de nuestro mundo pasamos un detalle por alto: ¡Tú y yo formamos parte de él! Alfred Tennyson declara que «nunca será tarde para buscar un país mejor y más nuevo, si en el empeño ponemos coraje y esperanza».

      Si bien es cierto que Cristo volverá a crear un cielo nuevo y una tierra nueva, no podemos olvidar que, como cristianos, tú y yo tenemos la encomienda de hacer de este mundo un lugar mejor mientras esperamos la segunda venida de Cristo. Hay tanto mal en el mundo, tanto dolor y tanta injusticia. ¿Qué haremos para aliviar el sufrimiento de los menos afortunados? ¿Nos conformaremos simplemente con quejarnos en nuestra red social favorita o haremos algo para que este mundo sea mejor mientras esperamos a Jesús? Hoy te invito a levantar la bandera del amor, a mostrar compasión hacia los demás y a llevar el evangelio de paz a aquellos que sufren la peor enfermedad del mundo: el pecado. Dios te dice hoy: «Hay esperanza para nuestro mundo, y esa esperanza eres tú».

      Él lo es todo

      «¡El Señor lo es todo para mí; por eso en él confío!». Lamentaciones 3: 24

      Era muy temprano en la mañana cuando tocaron la puerta. Abrí y allí estaba una de las dirigentes de la iglesia. Una mujer única, espiritual, consagrada, dedicada al servicio, encargada de una de las iglesias del distrito. Allí en la puerta y sin anestesia me dijo:

      —Pastor, estoy muy enferma.

      Cuando le pregunté si sabía lo que le afectaba, me dijo que no. Le escribí un nombre y un número de teléfono en un trozo de papel y le dije que en el hospital universitario había un buen médico que podía ayudarla.

      Ella fue, habló con el médico y, cuando le hicieron los estudios correspondientes, la llamaron a la oficina. Sin rodeos el doctor le dijo:

      —Tienes sida.

      Fue muy doloroso para mí como pastor ver a aquella señora en una urna de vidrio, languideciendo, desapareciendo, con el cuerpo lleno de manchas y llagas. ¿Por qué le pasan cosas malas a la gente buena? ¿Cómo es posible que una persona que hizo tanto bien sufriera una suerte así? Ahora nada tenía significado, ya no importaban casas, muebles y prendas de vestir. ¿Qué le quedaba entonces? ¿Quién le quedaba? Solo Dios.

      Rick Warren escribió que «nunca sabrás que Dios es todo lo que necesitas hasta que él sea todo lo que tengas». Y eso fue lo que aquella dama descubrió. Un día me llamaron porque estaba muy mal. Me senté a su lado, la tomé de la mano y la escuché:

      —Gracias por ser mi pastor. Estoy lista, por eso quiero pedirle que ore y, al ungirme, le pida a Dios que me permita descansar. Ya estoy lista. He descubierto que lo más importante es que tengo a Dios, que él es mi todo.

      En el versículo de hoy Jeremías dice que Dios lo es todo para él. Otras versiones de la Biblia dicen que «Dios es su porción». ¿Cómo una porción puede serlo todo? Lo que sucede es que la palabra «porción» en el idioma en que se escribió el Antiguo Testamento proviene del verbo «repartir»; es lo que nos ha sido asignado. Aquella señora entendió que su «porción» era su «todo». ¿Cuál es tu todo? Si pudieras resumir toda tu vida, tus intereses, tus deseos en una sola palabra, ¿cuál sería? Hoy deseo que puedas ver a Dios desde esa perspectiva. @Dios te dice hoy: «Yo soy tu todo».

      Fe «aunque no...»

      «Entonces me llenaré de alegría a causa del Señor mi salvador. Le alabaré aunque no florezcan las higueras ni den fruto los viñedos y los olivares; aunque los campos no den su cosecha; aunque se acaben los rebaños de ovejas y no haya reses en los establos». Habacuc 3: 17, 18

      Se abrió paso en la vida con mucho esfuerzo; y con la bendición de Dios pudo levantar una microempresa. Entonces llegó a tenerlo todo: una hermosa familia, la mejor casa del pueblo, un negocio floreciente, reconocimiento de todos los ciudadanos y dinero, mucho dinero. Pero todo se echó a perder como resultado de una serie de malas decisiones, una detrás de la otra: entró en sociedad con personas que no compartían sus valores, empleó personas con mala reputación... Repentinamente se vio envuelto en serios problemas, tuvo que hacerle frente a varias demandas y, de esa manera, el dinero se esfumó, las propiedades fueron confiscadas, los vehículos desaparecieron y al final se quedó con las manos vacías.

      Sus amigos le dieron la espalda, su esposa se marchó con otro hombre y los hijos se alejaron de él. Quedó completamente solo, sin nada ni nadie. Antes de marcharse, su esposa le aconsejó:

      —Tienes que aprender a ser malo. En el mundo de los negocios no se puede ser bueno. Abandona esa iglesia, olvídate de Dios y verás que volverás a ser alguien en la vida.

      Después de pensar en lo que había sido su vida hasta el momento y hacer un profundo análisis de todo lo que había pasado, tomó la decisión de aferrarse más a Dios y comenzar de cero. Empezó a trabajar como jornalero de sol a sol. Tomó precauciones respecto al manejo de sus finanzas y ahorró todo lo que pudo. Compartió con los demás lo que tenía y, por supuesto, devolvió a Dios lo que le correspondía. Como resultado, la vida comenzó a sonreírle nuevamente.

      ¿Has notado que los hijos de Dios, como Habacuc y este caballero, no se desaniman cuando la vida los golpea? Ese tipo de fe «aunque no...» es muy diferente a la que a veces nos quieren vender algunos que malinterpretan la Escritura. Vivimos en un mundo de pecado, donde muy a menudo nos suceden cosas malas a todos. Por eso, nuestra fe no debe depender de la economía o de la salud o del bienestar pasajero. Hoy @Dios nos invita a confiar en él «aunque no...».

      Él es nuestra justicia

      «Pues se acerca la hora —dice el Señor—, cuando levantaré a un descendiente justo del linaje del rey David. Él será un rey que gobernará con sabiduría; hará lo justo y lo correcto por toda la tierra. Y su nombre será: “El Señor es nuestra justicia”». Jeremías 23:5, 6, NTV

      La palabra «justicia» ha tomado un lugar protagónico en nuestra sociedad. Desde los movimientos que procuran garantizar los derechos más básicos para todos hasta aquellas causas que procuran el cuidado del planeta y la asistencia a quienes más la necesitan. Todos deseamos un mundo más justo. Todos deseamos ser tratados con equidad y respeto. ¿Cómo podemos alcanzar tan noble ideal?

      La necesidad de justicia no es nueva. Ya en tiempos de Jeremías el pueblo sentía la necesidad de un rey sabio, justo y que siempre hiciera lo correcto. Lamentablemente la situación en tiempos del profeta no era nada envidiable: asesinatos, impunidad y corrupción eran el pan cotidiano. Pero en el versículo de hoy, Dios promete darle al pueblo lo que tanto había anhelado. Jeremías lo cataloga como un «descendiente justo» que recibiría el nombre de «el Señor es nuestra justicia». Nota que en este versículo la justicia se convierte en más que un atributo, la justicia pasa a ser una persona: «El Señor es nuestra justicia».

      Cuando escuchas la frase «el Señor es nuestra justicia», ¿en qué piensas? En la Biblia, la justicia, más que hacer lo correcto, denota el trato de Dios hacia los seres humanos. También expresa lo que Dios desea hacer en nuestra vida. Pablo, hablando de la Cruz, dice que: «Cristo no cometió pecado alguno; pero por causa nuestra, Dios lo hizo pecado, para hacernos a nosotros justicia de Dios en Cristo» (2 Corintios 5: 21).

      ¿No te parece esto maravilloso? Dios