F. J. Medina

La balada del marionetista II


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culpa.

      —Aún piensan que fuisteis creados por la diosa del mal. Creen que esa tal… —quedó pensativo, recabando toda la información que había leído sobre esas historias antiguas— Bede. Creen que Bede torturó y asesinó a miles de airins para usar su sangre para crearos. Lo cierto es que no recuerdo demasiado bien la historia que leí, pero decía algo así como que mezcló la dosis perfecta de sangre de los airins en humanos, otorgándoles sentidos más desarrollados, mayor intuición y… no sé. ¡No sé qué más! En fin, que piensan que los elfos fuisteis creados con la muerte de miles de los suyos.

      —Los hoirins también son una mezcla de hombres y airins, pero a ellos no los rechazan tanto porque dicen que es una unión natural y voluntaria de cada ser. Cuando un hombre se casa con una airin y tienen un hijo, pueden suceder tres cosas. —Y acompañó la enumeración contando con el dedo—. Uno, que la mezcla de sangre sea pareja, dando como resultado un hijo muy similar a nosotros los elfos. Dos —dijo desplegando el segundo dedo con mayor énfasis—, que la sangre airin tenga mayor presencia en el nacido, dándoles capacidad para la magia, pero a costa de cierta endeblez física. Y tres —contó alterada, tanto que Téondil creyó que iba a zurrarle por haber sacado el tema que tanta crispación solía levantar entre los elfos—, que la parte humana sea más fuerte. En este caso tendría más de hombre que de airin, por lo que el hijo tendría un carácter mucho más imprevisible, tal y como sois los hombres. De los tres casos, el último es el que causa mayor recelo por parte de los airins, y salvo raras excepciones no les permiten la entrada en Ethernia.

      —¡Vaya, perdón por haber sacado el tema! —suplicó al ver el enojado rostro de la elfa—. Creo, creo que iré con Harod. Tú sigue aquí, tranquiliiiita —decía mientras retrocedía lentamente, tropezando con una cuerda que casi le hace caer, intentando aplacar la furibunda mirada azul de la elfa con leves y sosegados gestos de mano, de arriba abajo, para que se calmara—. Disfruta de la paz del mar. Admira lo bien que nadan los peces. Sigue… observando a los delfines.

      Téondil dejó a Taria sola y enrabietada, acercándose hasta donde estaba Harod y sentándose a su lado. Imitó la postura de su amigo y se apretó las piernas contra el pecho. Se sintió raro.

      «Hoy está siendo un día muy rarito —pensó—. Primero me quedo tan sobao que me despierto el último, con una réplica de aquel pijama rosa. Después me amenaza el marinerito. ¡A mí! Es raro que lo hagan sin haber chica de por medio. Descubro que Karadian tiene un gracioso lado oculto que saca cuando fuma hierba, y además el efecto parece que le dura bastante más que a cualquiera. Vengo aquí y tengo la sensación de que Taria me resulta seductora. ¡Con esa nariz que tiene! La verdad es que los delfines parecen los mismos, pero es que a mí me parecen todos iguales. Y no vea cómo se me ha puesto con lo de los airins. Pero para rematar, aquí estoy sentado con mi mejor amigo, siendo yo el que trata de ayudarle, en vez de él a mí que es como siempre ha sido. ¿Estaré soñando aún?».

      —Oye Harod, ¿tú… tú… tú no me habrás visto…? —nuevamente no quiso terminar la frase, temiendo revelar algo que esperaba que su amigo jamás hubiera visto.

      —Claro que sí, Teon —le contestó con el dolido timbre de voz que mantenía desde Haivind, y con la mirada fija en la lejanía—. Te vio todo el barco. No parabas de ir de un lado a otro con una botella de vino y un canutillo en la mano, bailando si es que así podía llamarse a lo que hacías, y canturreando de puerta en puerta tus hazañas con las mujeres. Y todo con ese diminuto y horrendo pijama rosa y las ridículas zapatillas de pelo. Pero quédate tranquilo porque no creo que lleguen a enterarse en… en casa —terminó de hablar, con un tono de lo más nostálgico.

      El rostro del rubio joven fue palideciendo con cada revelación que su buen amigo le hacía. Al parecer la velada de cartas no fue lo único bochornoso de esa noche, y al igual que sucedió cuando Karadian le contó lo de la partida de naipes, las imágenes de su «paseo» por el barco fueron sucediéndose en su mente.

      —¡Dios, es cierto! —se dijo avergonzado, guardando un sonrojante silencio durante unos instantes—. No estarás así por mí, ¿verdad? —le preguntó, a sabiendas de que no era eso lo que le ocurría a Harod. Le pareció una buena forma de comenzar la conversación que deseaba tener.

      —No, no es eso —respondió apesadumbrado, continuando tras un breve silencio—. Ese tipo dijo algunas cosas… —Harod apretó los dientes y enfureció por un momento la mirada—. No importa. Solo era un impostor. Entregaremos el mensaje y regresaremos a casa.

      Téondil guardó silencio. Al igual que Harod, él también añoraba las calles de Wahl capital. Y como nunca había hecho el papel de escuchar y animar a su amigo, pues no tenía ni idea de cómo hacerlo, por lo que rehusó y se limitó a hacerle compañía.

      —¡Zarinia! —exclamó a pleno pulmón el vigía desde lo alto del mástil al contemplar la ciudad portuaria más grande e importante de Ethernia.

      Por lo que habían hablado anteriormente, ninguno de los cuatro había puesto un pie en Ethernia, así que aguardaban expectantes el arribe al puerto airin. De antemano daban por hecho que no serían bien recibidos, algo que no era otra cosa que lo habitual por parte de los airins hacia unos desconocidos, por lo que al menos deberían ir vestidos de una manera decente. Karadian devolvió el aspecto al ropaje de ambos, dándole a Harod sus pantalones negros y la camisola blanca, y a Teon sus elegantes pantalones azules con la camisa blanca que llevaba rayas a juego con el pantalón.

      Para un airin la actividad que se llevaba a cabo ese día en el puerto podría calificarse como intensa. En cambio, comparada con la que se realizaba cualquier día en Saha, resultaría anodina para un comerciante acostumbrado a manejarse con tiempos de carga y descarga mucho más ajustados, con los barcos tocándose unos con otros al ritmo del vaivén de la marea, o lidiando con sus propios marineros, deseosos de recorrer una multitud de tabernas y de visitar algún que otro prostíbulo. En definitiva, los ocho barcos que había atracados en Zarinia, junto con sus marineros, otorgaban cierta vidilla al puerto.

      El cielo se presentaba cálido y despejado, como nueve de cada diez días en Ethernia. El día que no se veía el azul del cielo era porque estaba cubierto de finas nubes que descargaban el agua con gran dulzura y suavidad, regando los cultivos y el manto verde que cubría toda la superficie de Ethernia. Las casas eran de piedra blanca, como las mesas y las sillas, ya que los airins apenas trabajaban la madera. Amaban demasiado la naturaleza, por lo que talar árboles para construir les aborrecía.

      Los cuatro recorrieron el bonito puerto en busca de los establos donde dejar los caballos. Apenas pisaron suelo en Saha tras las jornadas surcando el Ímara, por lo que tras pasar otros días en barco navegando por el mar, necesitaban reposar en tierra firme. La construcción les resultó algo atípica. No por tener los muros de piedra de color blanco o el gran tejado a un agua, sino por la ausencia de cierre o pestillo en las puertas, además de tener grandes ventanales sin cerrar entre la pared y el techo, alrededor de todo el edificio.

      —Tiene que hacer un frío que pela en invierno… —objetó Téondil mirando arriba, percatándose también de que no había compartimentos para cada caballo, sino que todo estaba diáfano, resultando muy amplio. Tampoco se veía nada donde atarlos.

      —Según dicen, en Ethernia nunca hay invierno —apuntó Taria.

      —Correcto —habló el airin que apareció tras ellos, vestido con una túnica de color rojo teja y un cinturón verde ciñéndola a la cintura. Como todos los airins que había visto, era alto y extremadamente delgado, huesudo y de piel blanquecina, con el rostro alargado y unas orejas finas que sobresalían de los canos cabellos largos y lisos—. Y la lluvia cae siempre de arriba abajo, nunca movida por el aire. Estarán bien aquí, seguramente mucho mejor que ustedes —anotó severo y con retintín—. Hay comida y agua abundante, quítenles todas esas… aberraciones y déjenlos tranquilos.

      —¿Aberraciones? —preguntó Harod mirando sorprendido y extrañado a Téondil.

      —Las riendas, el bocado… y demás —informó la elfa.

      Tras dejar atrás el establo se dispusieron a buscar a Nereides,