Cao Xueqin

Sueño En El Pabellón Rojo


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estaba en ruinas y las paredes se desmoronaban. Sobre la puerta, una tabla lucía la siguiente inscripción: «Templo de la Perspicacia». Flanqueándola había otras dos tablas enmohecidas en las que alguien había escrito estos dos versos:

      Aunque mucho acumuló, olvidó retener la mano;

      sólo al final del camino pensó en desandar sus pasos.

      «A pesar de su tópico lenguaje, estos versos contienen una verdad muy grande —pensó Yucun—. Nunca he visto nada parecido en todos los templos que he visitado. Quizá se oculte detrás la historia de alguien que ha saboreado las amarguras de la vida, algún pecador arrepentido. Entraré a preguntar.»

      Dentro del templo sólo encontró a un viejo bonzo tembloroso cocinando unas gachas. Algo decepcionado, Yucun le hizo unas cuantas preguntas. Además de sordo, el bonzo demostró tener el espíritu oscurecido, ya que masculló respuestas incoherentes.

      Yucun salió disgustado y decidió mejorar su estado de ánimo bebiendo unas copas en la taberna del pueblo. Al entrar, se levantó uno de los hombres que allí estaban y lo saludó con una sonora carcajada:

      —¡Tú aquí! ¡Quién lo hubiera pensado!

      Era Leng Zixing, un anticuario al que había conocido en la capital. Como Yucun apreciaba su capacidad de iniciativa y sus habilidades, mientras Zixing gustaba de los conocimientos literarios de Yucun, ambos habían llegado a congeniar convirtiéndose en muy buenos amigos.

      —¿Cuándo has llegado, hermano? —preguntó Yucun alegremente—. No sabía que anduvieras por aquí. ¡Qué casualidad haberte encontrado!

      —A finales del año pasado fui a mi casa y, de regreso a la capital, me detuve para visitar a un viejo amigo que tuvo la amabilidad de pedirme que me quedara. Como no tengo mucha prisa, he interrumpido mi viaje un tiempo. Me marcho a mediados de mes. Hoy mi amigo estaba ocupado, así que salí a dar un paseo y me senté aquí a descansar. ¡Quién me iba a decir que me encontraría contigo!

      Sentó a Yucun a su mesa y pidió más comida y más vino. Bebieron lentamente mientras comentaban todo lo que habían hecho desde su separación.

      —¿Hay alguna noticia de la capital? —preguntó Yucun.

      —Poca cosa —respondió Zixing—, pero dicen que en la casa de uno de tus nobles parientes ha sucedido algo curioso.

      —No tengo parientes en la capital, no sé a quién te refieres.

      —Aunque no pertenezcas al mismo clan llevas su mismo apellido.

      Yucun preguntó a quién se refería.

      —A la familia Jia de la mansión Rongguo [4] . No es para que te avergüences del parentesco…

      —Ah, esa familia —rió Yucun—. Sinceramente, nuestro clan es muy grande. Desde los tiempos de Jia Fu, de la dinastía Han del Este, las ramas se han multiplicado tanto que ahora uno encuentra a los Jia en cada provincia. Es imposible seguir el rastro de todos. Aunque la rama Rong y la mía se encuentran en el mismo registro ellos están tan encumbrados que nunca hemos reclamado parentesco, de modo que nos hemos ido separando paulatinamente.

      —No creas, amigo mío. Tanto la rama Rong como la Ning han decaído. Ya no son lo que eran.

      —¿Cómo puede ser? Antes eran muy numerosos.

      —Sí, ya lo sé. Es una larga historia.

      —El año pasado —dijo Yucun—, cuando fui a Jinling a visitar las ruinas de las Seis Dinastías [5] , pasé por la Ciudad de Piedra [6] y por delante de las puertas de sus antiguos pabellones. La mansión de Ningguo [7] estaba situada al este, y la mansión de Rongguo al oeste, y ambas se unían ocupando más de la mitad de la calle. Cierto que no había mucha gente ante sus puertas, pero por encima de los muros pude divisar imponentes salas y pabellones, y la opulencia de los árboles y colinas artificiales de los jardines traseros. Nada sugería una casa en decadencia.

      —No eres muy listo para ser graduado de Palacio —replicó Zixing riendo—. Como dice un viejo refrán: «Un ciempiés muere pero no se cae». Aunque no son tan prósperos como antaño, siguen estando por encima del resto de las familias oficiales. El número de miembros de sus familias crece y sus compromisos se incrementan cada vez más, pero tanto los de arriba como los de abajo, los señores como los sirvientes, están tan acostumbrados a los honores y a la vida fastuosa que nadie sabe guardar para el futuro. Dilapidan el dinero día tras día y desconocen la palabra ahorro. Puede que sigan dando la misma impresión de esplendor, pero lo cierto es que sus bolsillos están a punto de agostarse. Aun así, ése no es su peor problema. Quién hubiera imaginado que cada una de las nuevas generaciones de este noble y erudito clan sería inferior a la que la precedió.

      Sorprendido, Yucun objetó:

      —Pero una familia tan culta y entendida en cuestiones de ritos seguro que conoce la importancia de una buena formación… No estoy seguro en cuanto a las otras ramas, pero siempre me ha parecido que en estas dos casas se preocupan mucho por la educación de sus hijos.

      —Pues precisamente de esas dos casas estoy hablando —confirmó Zixing lamentándose—. Escucha. El duque de Ningguo y el de Rongguo eran hermanos de madre. El mayor, Ningguo, tuvo cuatro hijos; al morir heredó el título el mayor de ellos, Jia Daihua, que también tuvo dos hijos. El mayor de ellos, Jia Fu, murió a los ocho o nueve años dejando el título a su hermano menor, Jia Jing. Pero éste anda tan enredado con el taoísmo que no piensa sino en destilar elixires. Para poder dedicar todos sus esfuerzos a la búsqueda de la inmortalidad, cedió su título a un hijo que tuvo cuando era joven llamado Jia Zhen, de manera que, en lugar de volver a su lugar natal, se ha quedado en las afueras de la ciudad codeándose con los sacerdotes taoístas. Jia Zhen tiene un heredero llamado Rong que acaba de cumplir dieciséis años. Jia Jing se desentendió de todo asunto mundano y Jia Zhen nunca ha estudiado y sólo vive para los placeres. Está poniendo la mansión Ning patas arriba, pero nadie se atreve a pararle los pies.

      Después de una pausa prosiguió:

      —En cuanto a la mansión Rong, allí es donde ha tenido lugar el extraño suceso al que me refería. Cuando murió el duque de Rongguo le sucedió en el título su hijo mayor, Jia Daishan, quien se casó con una hija del marqués Shi de Jinling, que le dio dos hijos, Jia She y Jia Zheng. Jia Daishan murió hace muchos años, pero su esposa, la Anciana Dama Viuda, vive aún. Su hijo mayor, Jia She, heredó el título. Al menor, Jia Zheng, que era el favorito de su abuelo, le gustaba mucho el estudio desde niño y esperaba hacer carrera por el sistema de exámenes, pero cuando Jia Daishan murió dejando un memorial de despedida para el emperador, éste, por consideración a su antiguo ministro, no sólo confirió el título a su hijo mayor sino que además se interesó por el menor. Recibió a Jia Zheng en audiencia, y como favor adicional, le confirió el rango de secretario asistente con instrucciones para que se fuera familiarizando con los asuntos de la Junta de Obras, donde ahora es subsecretario. Su esposa, la dama Wang, dio a Jia Zheng un hijo llamado Jia Zhu, quien aprobó el examen de distrito a los catorce años y se casó antes de los veinte. Jia Zhu tuvo un hijo; después cayó enfermo y murió. El segundo vástago de Jia Zheng y la dama Wang fue una hija que nació el primer día del año. Pero más sorprendente aún fue el nacimiento de otro hijo que llegó al mundo con un pedazo de jade brillante en la boca que incluso tiene grabadas unas inscripciones. Por eso le pusieron el nombre de Jia Baoyu [8] . ¿No te parece éste un suceso extraordinario?

      —Ciertamente. Ese muchacho tendrá un porvenir fuera de lo común.

      —Sí, eso dice todo el mundo. —Zixing sonrió con ironía—. Por eso la abuela lo mima tanto. El día de su primer cumpleaños, Jia Zheng puso a prueba su temperamento colocándole