Cao Xueqin

Sueño En El Pabellón Rojo


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lo que le pareció un lapso muy largo, llegaron a una calle en cuyo lado norte dos grandes leones de piedra flanqueaban un inmenso portón triple cuyos tiradores eran cabezas de animales, y delante del cual se hallaban sentados diez o doce hombres elegantemente ataviados. El gran portón central estaba cerrado, por lo que la gente entraba y salía por las dos puertas laterales. La puerta principal tenía encima una tabla con grandes caracteres: «Mansión de Ningguo construida por Mandato Imperial». Daiyu comprendió que allí vivía la rama mayor de la familia de su abuela.

      Siguiendo un poco hacia el oeste alcanzaron otro imponente portón triple. Era la mansión Rong. En lugar de pasar por la gran puerta central, lo hicieron por una más pequeña del lado oeste. Los portadores llevaron el palanquín un tiro de arco más allá, lo posaron en un recodo y desaparecieron. Las sirvientas que acompañaban a Daiyu ya se habían apeado y se acercaban andando hasta ella. En ese momento tres o cuatro jóvenes de diecisiete o dieciocho años, muy bien vestidos, alzaron el palanquín y avanzaron, seguidos por las criadas, hasta una puerta decorada con diseños florales colgantes tallados en madera. Allí los jóvenes se retiraron y las sirvientas levantaron las cortinillas del palanquín, ayudaron a Daiyu a apearse y la sostuvieron mientras cruzaba el umbral.

      En el interior galerías bordeadas por barandas conducían hasta un corredor con tres aposentos en cuyo centro descansaba un biombo de mármol enmarcado en sándalo rojo. Por allí pasaron al patio mayor del edificio principal, y cruzándolo llegaron a cinco aposentos de vigas talladas y columnas decoradas. A cada lado de estos aposentos había otros cuartos con pasadizos techados. De los aleros colgaban jaulas con loros de colores, tordos y otras aves.

      Varias sirvientas vestidas de rojo y verde se levantaron sonrientes de la terraza para dar la bienvenida a Daiyu.

      —Precisamente hablaba de usted la Anciana Dama —dijeron a gritos—. Aquí está.

      Tres o cuatro sirvientas se precipitaron a levantar el cortinaje de la puerta, y pudo oírse una voz que anunciaba: «Ha llegado la señorita Lin».

Tomo I, Capítulo III, Página 67

      Lin Daiyu.

      Gai Qi (edición de 1879).

      Al entrar Daiyu, se le acercó una anciana de cabellos plateados flanqueada por dos criadas. Supo que se trataba de su abuela, pero antes de que pudiera saludarla con un koutou [2] , la anciana la rodeó con sus brazos.

      —¡Corazón! ¡Carne de mi carne! —exclamó, y prorrumpió en sollozos.

      Todos los presentes se cubrieron el rostro y lloraron, y la propia Daiyu no pudo reprimir las lágrimas. Cuando finalmente las demás lograron calmarla, Daiyu hizo un koutou ante su abuela. Ésa era la Anciana Dama Viuda de la familia Shi mencionada por Leng Zixing, la madre de Jia She y de Jia Zheng, que ahora empezaba a presentarle a los miembros de la familia.

      —Ésta es la esposa de tu tío mayor, Ésta es la esposa de tu segundo tío. Ésta es la esposa de tu difunto primo Zhu…

      Daiyu las fue saludando una por una.

      —Traed a las niñas —dijo la abuela—. Hoy podemos dispensarlas de sus clases en honor de esta visitante llegada de lejanas tierras.

      Salieron dos doncellas a cumplir la orden, y casi inmediatamente después aparecieron tres jóvenes acompañadas por tres amas y cinco o seis sirvientas.

      La primera muchacha era algo gordita y de estatura mediana; sus mejillas tenían la textura de los lichis recién madurados y su nariz era suave como la grasa de ganso. Recatada y amable, parecía de trato fácil. La segunda tenía los hombros caídos y la cintura fina; era alta y delgada, de rostro ovalado, cejas bien marcadas y hermosos ojos danzarines. Se veía elegante y de mente ágil, con un gran aire de distinción. Mirarla era olvidar todo lo vulgar. La tercera aún no había terminado de crecer y conservaba un rostro de niña. Las tres vestían similares túnicas y faldas, idénticos brazaletes y tocados.

      Daiyu se incorporó para saludar a sus primas, y después de las presentaciones tomaron asiento mientras las doncellas servían el té. Ahora la charla se centró en la madre de Daiyu. ¿Cómo había caído enferma? ¿Qué remedios recetaron los médicos? ¿Cómo fueron organizadas las ceremonias del entierro y del luto? Inevitablemente, la Anciana Dama fue la más afectada por el relato.

      —De todos mis hijos, tu madre era mi preferida —le dijo a Daiyu—. Ahora ella me ha precedido en la partida sin concederme siquiera ver su rostro por última vez. ¡Contemplarte me rompe el corazón!

      Y volvió a tomar a Daiyu entre sus brazos y a llorar, mientras las demás se esforzaban en consolarla.

      Impresionó a los reunidos la buena educación de Daiyu, pues a pesar de sus pocos años y de su evidente mala salud tenía un aire de natural distinción. Al observar lo frágil de su apariencia le preguntaron qué remedio o tratamiento había estado empleando.

      —Siempre he sido así —dijo Daiyu con una sonrisa—. Tomo medicinas desde que me destetaron. Muchos médicos célebres me han examinado, pero ninguna de sus recetas ha surtido efecto. Recuerdo que me contaron como en mi tercer año de vida sé acercó a la casa un monje de cabeza tiñosa que quiso llevarme con él para que me hiciera monja. Mis padres no quisieron saber nada del asunto, y el bonzo dijo: «Si no soportan separarse de ella, lo más probable es que nunca mejore. El único remedio es impedirle que oiga llorar a nadie y vea a otros parientes que no sean su padre y su madre. Solo así llevará una existencia tranquila». Claro que nadie prestó oídos a semejantes sandeces, y ahora sigo tomando píldoras de ginseng.

      —Qué casualidad —dijo la Anciana Dama—, aquí estamos haciendo esas píldoras. Me encargaré de que también hagan para ti.

      En ese preciso instante estallaron unas risotadas en el patio trasero y una voz exclamó:

      —¡Llego tarde a saludar a la visitante que llega de lejanas tierras!

      Sorprendida, Daiyu pensó: «Aquí la gente es tan respetuosa y solemne que todos parecen estar conteniendo la respiración. ¿Quién puede ser esa persona tan ruidosa y engreída?».

      Así pensaba Daiyu cuando entró por la puerta trasera un tropel de matronas y doncellas rodeando a una joven. A diferencia de las otras muchachas, ésta venía ricamente ataviada y resplandecía como un hada. Perlas y otros dijes sujetaban su tiara de filigrana de oro. Sus peinetas tenían la forma de cinco fénix enfrentados al sol, y su gargantilla de oro puro la de un dragón enroscado con incrustaciones de gemas. Llevaba pendientes de perlas y aretes dobles de jade rojo y, prendidas de la falda, borlas de color verde alverja. Vestía una casaca ceñida de satén rojo bordada con mariposas y flores de oro; sobre su Capa turquesa, forrada en piel de ardilla blanca, diseños de seda multicolor; en su falda de crepé verde esmeralda, dibujos floreados. Tenía los ojos almendrados de un fénix; las cejas inclinadas, largas y lánguidas como hojas de sauce. Su figura era esbelta y sus modales vivaces. Mostraba su rostro un encanto primaveral que ocultaba una malicia latente, y antes de que sus labios carmesí llegaran a abrirse vibró el tintineo de su risa.

      Daiyu se levantó de inmediato a saludarla.

      —Todavía no la conoces. —La Anciana Dama soltó una risita—. Es el terror de esta casa. En el sur la llamarían Pimiento Picante. Llámala simplemente Fénix Picante.

      Daiyu no supo cómo dirigirse a ella hasta que sus primas acudieron en su ayuda.

      —Es la esposa del primo Lian —le dijeron.

      Aunque nunca la había conocido, Daiyu sabía por su madre que Jia Lian, el hijo de su tío mayor Jia Shen, se había casado con la sobrina de la dama Wang, la esposa de su segundo tío. Había sido educada cómo un muchacho y recibido el nombre escolar de Xifeng, «Hermano Fénix». Daiyu la saludó enseguida sonriéndole:

      —Prima.

      Xifeng la tomó de la mano y acto seguido la miró de pies a cabeza.