amas pidieron a Daiyu que se sentara sobre el kang, en cuyo borde había dos cojines de brocado. Sin embargo, ella consideró que hacerlo hubiera sido petulante, y eligió uno de los sillones del lado oriental. Las doncellas sirvieron té, y Daiyu las fue estudiando mientras lo bebía. Observó su maquillaje, su ropa y su conducta, claramente distintos a los que se daban en otras familias. Antes de que hubiera terminado su té entró una doncella con un abrigo de seda roja y casaca de satén azul sin mangas ribeteada de seda, que anunció con una sonrisa:
—La señora pide a la señorita Lin que vaya a sentarse junto a ella.
Inmediatamente las amas condujeron a Daiyu por el corredor oriental hasta un pequeño aposento con tres cuartos orientado al sur. Sobre el kang situado bajo la ventana descansaba una mesita cargada de libros y un servicio de té. Apoyados en la pared había un cojín de satén azul bastante usado, y una almohada. La dama Wang estaba sentada frente a la pared oriental, sobre una manta de satén azul que revelaba un uso considerable, con otro cojín y otra almohada. Invitó a su sobrina a sentarse frente a ella, pero Daiyu, intuyendo que ése era el lugar de su tío Jia Zheng, eligió uno de los tres sillones contiguos al kang, que tenían unas fundas punteadas de negro bastante gastadas. Su tía tuvo que insistirle mucho para que se sentara a su lado.
—Hoy es día de ayuno para tu tío; podrás verlo en otra ocasión —dijo la dama Wang—. Quisiera decirte una cosa. Tus tres primas son excelentes muchachas y seguro que te llevarás muy bien con ellas en las clases, o aprendiendo a bordar o jugando. Pero quien me preocupa es mi terrible hijo, la ruina de mi vida, que nos atormenta a todos como un verdadero demonio. Hoy ha ido al templo a cumplir un voto, pero ya le verás la cara cuando regrese esta noche. Simplemente no le prestes atención. Ninguna de tus primas se atreve a provocar su enfado.
A menudo su madre le había hablado a Daiyu de ese sobrino nacido con un trozo de jade en la boca, de su conducta cerril, de su aversión al estudio y de su pasión por jugar en los aposentos de las mujeres; y los mimos de su abuela lo hacían aún más incontrolable. Así, supo que era a él a quien se refería la dama Wang.
—¿Mi tía se está refiriendo a mi primo mayor, el del jade en la boca? Mi madre me hablaba de él a menudo. Sé que tiene un año más que yo, que su nombre es Baoyu, y que a pesar de sus travesuras es muy bueno con sus primas. ¿Por qué habría de provocar su enfado? Además, pasaré todo mi tiempo con las demás muchachas en los aposentos interiores, mientras que nuestros primos estarán en los patios exteriores.
—No lo entiendes —respondió riendo la dama Wang—. No es como los demás muchachos. Como es el preferido de su abuela, que siempre ha querido tenerlo cerca, se ha acostumbrado a vivir en los aposentos interiores, entre muchachas. Si no le hacen caso se queda tranquilo y, aunque se aburre, puede entretenerse gritando a alguno de sus pajes. Pero si las muchachas lo alientan lo más mínimo, entonces su entusiasmo le lleva a cometer todo tipo de diabluras. Por eso no debes prestarle atención, pues si un instante es encantador, al siguiente se vuelve recalcitrante y duro y un minuto más tarde está dando alaridos de lunático. No se le puede tomar en serio.
Daiyu prometió tenerlo en cuenta. A continuación una doncella anunció que la cena sería servida en los aposentos de la Anciana Dama. Entonces la dama Wang condujo a su sobrina a través de una puerta trasera por un corredor que avanzaba hacia el oeste, y a través de una puerta lateral, hasta un ancho camino que iba de norte a sur. En el lado sur había un bonito anexo de tres cuartos que daba al norte; en el lado norte había una gran pared-biombo pintada de blanco, detrás de la cual una puerta conducía a un cuarto.
—Allí vive tu prima Xifeng —dijo la dama Wang señalando el lugar—, así que la próxima vez ya sabes dónde encontrarla. Si necesitas algo, basta con que se lo digas.
Junto al portón, varios pajes muy jóvenes peinados con dos rodetes permanecían atentos a cualquier orden. A través de un salón de entrada que iba de este a oeste, la dama Wang condujo a Daiyu hasta el patio trasero de la Anciana Dama. Al cruzar la puerta posterior se encontraron con mucha gente allí reunida que empezó a disponer mesas y sillas en cuanto apareció la dama Wang. Li Wan, la viuda de Jia Zhu, sirvió el arroz, mientras Xifeng distribuía los palillos y la dama Wang servía la sopa.
La Anciana Dama ocupó sola un diván a la cabecera de la mesa, dejando dos asientos vacíos a cada lado. Xifeng tomó de la mano a Daiyu y la llevó hasta el primer lugar de la izquierda, pero la muchacha se negó con insistencia a tal honor.
—Tu tía y tus cuñadas no cenan aquí —precisó su abuela con una sonrisa—. Además hoy eres una invitada, así que debes ocupar ese lugar.
Daiyu obedeció mientras murmuraba una disculpa. Luego, la Anciana Dama dijo a la dama Wang que se sentara, y después pidieron permiso para sentarse las muchachas Primavera: Yingchun se acomodó la primera a la derecha, Tanchun la segunda a la izquierda y Xichun la segunda a la derecha. Las doncellas prepararon espantamoscas de crin, recipientes para enjuagarse la boca y servilletas, mientras Li Wan y Xifeng, de pie detrás de las comensales, les presentaban un plato tras otro.
El cuarto exterior hervía de amas y doncellas, y sin embargo no se oía ni una tos. La cena transcurrió en silencio, y apenas hubo acabado llegó el té en unas pequeñas bandejas. Lin Ruhai había inculcado a su hija las virtudes de la moderación, previniéndola del daño que causaba al aparato digestivo beber té directamente después de una comida. Pero aquí muchas costumbres eran distintas a las de su casa, y Daiyu consideró que tendría que adaptarse a esos nuevos usos. Por eso aceptó el té, y cuando vio que aparecían los recipientes para enjuagarse la boca, optó por hacer como las demás. Cuando se hubieron lavado las manos reapareció el té, esta vez para ser bebido [5] .
—Vosotras os podéis marchar ya —dijo entonces la Anciana Dama—. Quiero charlar con mis nietas.
Inmediatamente la dama Wang se levantó, y tras unos cuantos comentarios protocolarios emprendió la salida, seguida por Li Wan y Xifeng. Entonces la abuela preguntó a Daiyu qué libros había estudiado.
—Acabo de leer los Cuatro Libros [6] , pero soy muy ignorante —dijo Daiyu, quien, a su vez, preguntó qué estaban leyendo las otras muchachas.
—Sólo conocen unos cuantos caracteres, demasiado pocos para leer un libro.
No había terminado de decir estas palabras cuando se oyeron pasos en el patio y apareció una doncella que anunció: «Ha llegado el señor Baoyu».
Daiyu se preguntó entonces qué clase de bribón sin gracia o de tonto; sería, y sintió pocos deseos de conocer a criatura tan estúpida en el instante mismo en que entraba. Lucía una diadema dorada con incrustaciones de joyas y una guirnalda en forma de dos dragones combatiendo por una perla. Vestía una casaca roja de arquero con un bordado de flores y mariposas doradas, atada con una banda de palacio con Borlas de muchos colores. Cubriéndolo todo llevaba un abrigo de satén japonés color turquesa, adornado con relieves de flores dispuestas en ramos de a ocho. Sus botas de corte eran de satén negro con suelas blancas. Tenía el rostro radiante como una luna otoñal, la piel fresca como las flores primaverales al alba. Llevaba el cabello sobre las sienes recortado con una precisión que parecía proceder de un tajo de navaja. La negrura de sus cejas parecía trazada con tinta, sus mejillas eran rojas como flores de durazno, y sus ojos brillantes como los rizos de un lago en otoño. Hasta en sus momentos de furia parecía sonreír, e incluso con el ceño fruncido conservaba cierta candidez en la mirada. Al cuello llevaba un collar dorado en forma de dragón y un cordón de seda de cinco colores del que colgaba un bellísimo fragmento de jade.
La brusca aparición de Baoyu sobresaltó a Daiyu. «¡Qué raro! —pensó—. Es como si lo hubiera visto antes. Me parece tan familiar…»
Baoyu presentó sus respetos a la Anciana Dama y luego, por indicación de ésta, acudió a ver a su madre. Poco después regresó, vestido ya de otra manera. Ahora llevaba el cabello corto en pequeñas trenzas sujetas con seda roja y recogidas sobre la coronilla en una sola, gruesa,