que empaquetara sus cosas.
—¿Por qué tanta prisa? —preguntó la doncella—. Ya haremos el equipaje cuando llegue la hora de partir.
—Nos vamos mañana bien temprano. ¿Para qué quedarnos aquí soportando miradas torvas?
Baoyu, que había oído la conversación, acudió inmediatamente y le tomó la mano.
—No me has entendido, querida prima. Daiyu es muy sensible. Si los demás no señalamos el parecido entre la actriz y ella fue por no disgustarla. ¿Cómo no iba a molestarle tu abrupto comentario? Te miré para advertirte que no hirieses sus sentimientos. Es injusto y desagradecido que te molestes conmigo. Si se hubiese tratado de cualquier otra persona no me habría importado.
Xiangyun lo apartó indignada con un gesto de la mano.
—No trates de enredarme con tus zalamerías. Yo no soy como tu prima Daiyu. Cuando las demás se burlan de ella no ocurre nada, pero yo ni siquiera la puedo mencionar. Ella es una gran señorita y yo una esclava, ¿cómo me iba a atrever a ofenderla?
—Sólo pensaba en ti cuando te miré, pero tú has interpretado mal mi gesto —insistió Baoyu desesperado—. ¡Que me convierta en polvo ahora mismo y que diez mil pies me pisoteen si mi intención fue ofenderte!
—Deja de decir tonterías después del Año Nuevo, y si las tienes que decir hazlo delante de esas mezquinas criaturas tan sensibles a las ofensas y tan hábiles para hacer de ti lo que quieran. ¡No me obligues a escupirte!
Dicho lo cual se fue al cuarto interior de la Anciana Dama y se echó furiosa sobre un kang.
Ante la actitud poco comprensiva de Xiangyun, Baoyu salió en busca de Daiyu, pero apenas hubo puesto un pie en su cuarto ella lo sacó afuera a empellones y cerró la puerta. Confundido, la llamó en voz baja a través de la ventana:
—Prima querida.
Pero Daiyu no le hizo ningún caso.
Entonces él, abatido y desconsolado, inclinó la cabeza en silencio. Xiren supo que sería imposible consolarlo en aquel momento. Y allí seguía, parado como un idiota, cuando Daiyu abrió la puerta pensando que ya se había marchado. Viéndolo allí todavía, no tuvo coraje para volver a cerrar y regresó a acurrucarse en su cama; él la siguió.
—Siempre hay una razón para todo —dijo Baoyu—. Si explicaras las cosas, la gente no se sentiría tan herida. ¿Qué te ha molestado de pronto?
—¡Valiente pregunta! —contestó Daiyu con una risita fría—. Yo tampoco lo sé. Parece que sólo sirvo de hazmerreír. ¡Compararme con una actriz! ¡Exponerme a las risas de todo el mundo!
—¿Pero por qué te enfadas conmigo? No fui yo quien hizo la comparación, y tampoco me reí.
—¡Sólo hubiera faltado eso! Pero sin haberte reído ni haber hecho tú mismo la comparación, tu actitud me ha dolido más que la de cualquier otro.
Baoyu, que no supo cómo defenderse de la acusación, permaneció callado.
—No me habría molestado tanto si no le hubieras lanzado esa mirada a Xiangyun —continuó Daiyu—. ¿Qué querías decirle? ¿Acaso que gastándome ese tipo de bromas lo único que hacía era rebajarse y envilecerse ella misma? Ella es hija de una casa noble; yo no soy nadie. Si yo hubiera contestado a su broma, ¿no se hubiera visto degradada? ¿No era eso lo que le querías decir? ¡Qué amable por tu parte! Lástima que ella no apreciara tu consideración y montara en cólera. Y encima, para congraciarte con ella, me llamaste a mí mezquina y susceptible. ¿Y temías que ella me ofendiera? ¿Pero a ti qué te importa que yo me moleste con ella, o que ella me ofenda?
Baoyu comprendió que la muchacha había escuchado su conversación con Xiangyun. Su intención había sido evitar roces entre ambas, pero había fracasado en su empeño y ahora ambas arremetían contra él. Eso le recordó un pasaje de Zhuangzi:
Los que se pretenden hábiles trabajan duramente hasta agotarse; las preocupaciones consumen a los que se creen sabios. Pero aquellos que no están dotados de ningún talento no albergan ambición alguna: disfrutan de su alimento y van errantes sin dirección fija, como barcas a la deriva.
Y otro que decía:
Los árboles de las montañas son los primeros en ser cortados, las aguas cristalinas son las primeras en ser bebidas.
Cuanto más pensaba en ello, peor se sentía. «Si ahora con unas cuantas personas no consigo resolver los problemas, ¿qué se puede esperar de mí en el futuro?», pensaba. Pero no quiso seguir adelante con sus reflexiones y emprendió el regreso a su cuarto.
Daiyu, al ver la cara que ponía y el silencio en el que se empeñaba, comprendió que se sentía muy abatido. Pero eso no hizo sino enfurecerla más.
—¡Vete! —grito—. ¡Vete y no regreses! ¡No vuelvas a dirigirme la palabra!
Baoyu la ignoró completamente. Ya en su cuarto se tumbó sobre la cama y clavó la mirada en el techo. Aunque sabía lo que había ocurrido, Xiren no se atrevió a mencionarlo e intentó distraer a su señor hablando de otra cosa.
—La representación de hoy dará lugar a muchas más —vaticinó—. Seguro que la señorita Baochai devuelve el agasajo.
—¡Y a mí qué más me da si lo devuelve o no! —gruñó dándose la vuelta; un gesto insólito en él, por cierto.
—¿Qué manera de hablar es ésa? En pleno principio de Año Nuevo, mientras todas las damas y señoritas están disfrutando, ¿cómo es posible que usted esté de tan mal humor?
—No me importa si están disfrutando o no.
—Pero si ellas son tan consideradas las unas con la otras, ¿no debería serlo usted también? ¿No sería mejor para todos?
—¿Para todos? ¡Que ellas se muestren consideración unas a otras, que yo «me marcho desnudo, sin ataduras»!
Unas lágrimas surcaron sus mejillas. Xiren las vio y no quiso decir más.
Meditando sobre el sentido de ese verso, Baoyu se puso a sollozar. Súbitamente se incorporó, fue a su escritorio, tomó un pincel y escribió este gatha [6] :
Si tú me pruebas, si yo te pruebo;
si mente y corazón ponemos a prueba;
si ya nada queda por probar,
llegaremos a la prueba verdadera.
Cuando las pruebas se hayan acabado,
mis pies encontrarán reposo.
Temeroso de que los otros no pudiesen desentrañar el sentido, añadió en el margen izquierdo del papel otro poema escrito con el ritmo del Ji Sheng Cao. Cuando terminó de leer el resultado se fue a dormir sintiendo el corazón libre de estorbos.
Ahora bien, poco después de la abrupta partida de Baoyu llegó Daiyu con la excusa de ver a Xiren, aunque en realidad lo que pretendía era comprobar el estado de ánimo del muchacho. Cuando le dijeron que él ya dormía se dispuso a volver a su cuarto, pero Xiren le dijo con una sonrisa:
—Espere un minuto, señorita, el señor ha escrito algo que tal vez le gustaría leer.
Tomó silenciosamente el gatha y la canción de Baoyu y los entregó a Daiyu; la muchacha comprendió que habían sido escritos en un momento de irritación, y se sintió conmovida y divertida a la vez.
—Es una bagatela, un pequeño entretenimiento del que no hay que sacar ninguna consecuencia —dijo a la doncella mientras se guardaba el trozo de papel, que se llevó consigo.
Al día siguiente se lo enseñó a Xiangyun y a Baochai. Baochai leyó en voz alta el segundo poema, que decía:
En el principio no había «yo» ni «tú»,
¿por