—¡Ahora, poneos cómodos y divertíos!
Baoyu, que ya había echado a correr hacia el biombo, daba saltos como un mono recién desencadenado rompiendo los acertijos.
—¿No puedes quedarte sentado y tranquilo como hasta hace un momento? —le dijo Baochai—. Conversa con nosotras civilizadamente.
Xifeng, que se les había unido, intervino dirigiéndose a Baoyu:
—Deberías estar siempre al lado de tu padre. Hace un momento olvidé sugerir que te propusieran algunos enigmas para resolver. Si lo hubiera hecho, ahora estarías todavía sudando gotas frías.
Baoyu dio un salto enorme para atraparla, y entonces se armó una batahola.
Después de charlar un poco con Li Wan y las muchachas, la Anciana Dama empezó a sentirse fatigada. Al oír los sonidos de la cuarta vigilia ordenó que quitaran las mesas e indicó a los criados que podían disponer de las sobras.
—Vámonos a descansar —dijo incorporándose—. Mañana también es fiesta y habrá que levantarse temprano. Por la noche volveremos a divertimos.
Escuchen el próximo capítulo.
Capítulo XXIII
Unos versos de Historia del ala oeste
son citados en broma.
Una canción de El pabellón de las peonías
lleva la aflicción a un corazón tierno.
Después de visitar el jardín de la Vista Sublime, ya de vuelta en palacio, Yuanchun impartió instrucciones para que Tanchun copiase todos los poemas escritos aquel día de modo que ella pudiera ordenarlos según su mérito, y luego mandó que fueran inscritos en el jardín, pues quería que quedasen allí como duradero testimonio de aquella espléndida ocasión. Jia Zheng ordenó la búsqueda de artesanos hábiles en el pulido y grabado de piedra para que, bajo la supervisión de Jia Zhen asistido por Jia Rong y Jia Ping, se cumpliera la voluntad de la concubina imperial. Jia Qiang, por su parte, estaba muy ocupado atendiendo sus tareas, entre las que se incluían doce actrices, y pidió ser sustituido en la supervisión de las obras por Jia Chang y Jia Ling.
Llegado el momento, las piedras fueron revestidas de cera y los poemas grabados en bermellón. Pero dejemos este asunto.
Ya habían sacado del jardín a las veinticuatro novicias budistas y taoístas del convento de Dharma [1] y del templo del Emperador de Jade, y Jia Zheng había pensado distribuirlas entre varios lugares consagrados de las afueras, lo que llegó a oídos de la madre de Jia Qin, Zhou de soltera, que vivía en la calle de atrás. La mujer se dirigió en una silla de manos a solicitar a Xifeng que consiguiera para su hijo un trabajo remunerado, grande o pequeño.
Como la solicitante era una mujer sencilla, Xifeng accedió a su petición y, después de evaluar cómo enfocaría el tema de la manera más conveniente, dijo a la dama Wang:
—No deberíamos prescindir de las novicias budistas y taoístas, pues las volveremos a necesitar la próxima vez que venga Su Alteza y entonces será muy difícil reunirlas. Sería mejor acomodarlas en el templo familiar del Umbral de Hierro, de manera que sólo tengamos que enviar a alguien que les lleve cada mes unos cuantos taeles de plata para leña y arroz. En cuanto las volviéramos a necesitar las tendríamos a mano.
La dama Wang transmitió a su esposo la propuesta de Xifeng.
—Estoy de acuerdo. Me alegra que me lo hayas recordado —dijo él, y mandó buscar a Jia Lian, que, cuando recibió la llamada, estaba comiendo con Xifeng y, sin saber para qué era requerido, dejó su tazón de arroz y se dispuso a partir enseguida.
—¡Aguarda un momento y escúchame! —le dijo ella asiéndole el brazo—. Si se trata de cualquier otro asunto, entonces no me concierne; pero si se trata de las pequeñas novicias tienes que hacer lo que yo te diga.
Y le transmitió exactamente lo que debía decir. Jia Lian meneó la cabeza mientras reía.
—No es asunto mío. Si eres tan hábil, ve tú misma a pedírselo al tío.
Xifeng echó hacia atrás la cabeza, dejó los palillos sobre la mesa y clavó la mirada en los ojos de Jia Lian con una sonrisa helada.
—¿Hablas en serio o estás bromeando?
—Yun, el hijo de la quinta cuñada, la que vive en el callejón occidental, ha venido varias veces a suplicarme que le consiga un trabajo, y yo le he prometido hacerlo si tiene un poco de paciencia. Ahora por fin aparece una ocasión de cumplir mi palabra y tú, como siempre, la quieres aprovechar para tus propios compromisos.
—No te preocupes. Su Alteza quiere que se planten más pinos y cipreses en la esquina nordeste del jardín, y más flores al pie de la torre. Te prometo que ese trabajo será para Yun.
—Bueno, de acuerdo —rió él—. Pero dime, ¿por qué anoche te mostraste tan poco complaciente cuando todo lo que pretendía era probar una postura nueva?
Xifeng resopló de risa y escupió fingiendo desagrado; luego agachó la cabeza y continuó comiendo.
Jia Lian se alejó con una sonrisa de oreja a oreja. Cuando descubrió que, efectivamente, su tío le había mandado llamar para hablarle del asunto de las novicias, siguió las instrucciones de su esposa y dijo:
—Parece que Jia Qin demuestra aptitudes y opino que podríamos confiarle esta tarea. Sólo tendría que ir retirando las soldadas mensuales de la manera habitual.
Como Jia Zheng nunca se interesaba por tales asuntos, no tuvo nada que objetar. En cuanto Jia Lian regresó a informar a Xifeng, ésta envió a una criada para que notificase a la madre de Jia Qin que su hijo ya disponía de un trabajo. Poco después llegó el joven a presentar sus agradecimientos. Como favor especial, Xifeng pidió a su esposo que entregase al joven tres meses por adelantado y le hizo extender un recibo sobre el que Jia Lian estampó el visto bueno. Luego el joven, con la tarja de la casa en la mano, se encaminó a la tesorería, donde retiró el monto del sueldo de tres meses: unos dos o trescientos taeles de relumbrante plata. Tomó indolentemente una de las piezas y la dio como propina a uno de los hombres que habían pesado la plata. «Para una taza de té», dijo poniéndosela en la palma de la mano. El resto lo mandó a su casa con su criado. Siguiendo el consejo de su madre, alquiló enseguida un asno resistente y varias carretas cubiertas que situó en la puerta lateral de la mansión Rong; llamó luego a las veinticuatro novicias, las subió a las carretas y partió con ellas en dirección al templo del Umbral de Hierro, donde los dejaremos de momento.
Mientras leía los poemas del jardín de la Vista Sublime, Yuanchun había pensado que sería una lástima que su padre decidiera cerrar tan hermoso paraje tras su visita, aunque fuera por deferencia, pues eso impediría el acceso a los demás. Las muchachas de la casa, pensó, eran aficionadas a la poesía, y su traslado allí, entre flores y sauces, terminaría de convertir el jardín en un perfecto escenario al que, sin embargo, le faltarían admiradores. Luego pensó que Baoyu era un joven diferente que había sido criado entre muchachas, y su exclusión podría deprimirlo considerablemente, sin contar con el disgusto de la Anciana Dama y la dama Wang; así pues, decidió que él también tuviese acceso al jardín, y envió al eunuco Xia Shouzhong a la mansión Rong con la siguiente orden: «Que Baochai y las otras damitas se trasladen a vivir al jardín de la Vista Sublime, que en ningún caso debe ser clausurado. También Baoyu debe mudarse allí, y continuar en ese lugar sus estudios».
El edicto fue recibido por Jia Zheng y la dama Wang, y en cuanto el eunuco hubo partido lo transmitieron a la Anciana Dama y enviaron criados a limpiar el jardín y disponer los recintos colgando persianas, antepuertas y cortinas.
Todos recibieron la noticia con relativa calma; sólo Baoyu no cupo en sí de júbilo. Precisamente se encontraba discutiendo el asunto con su abuela, exigiendo esto y lo de más allá, cuando una doncella llegó a comunicarle, como un relámpago surgido del vacío