Cao Xueqin

Sueño En El Pabellón Rojo


Скачать книгу

anciana—. No permitiré que te trate mal. Además, como compusiste aquellos versos tan buenos, Su Alteza ha decidido que te vayas a vivir al jardín, y me atrevo a suponer que tu padre quiere advertirte que te portes bien cuando te hayas trasladado allí. Simplemente dile que sí a cuanto diga, y ya verás como todo marcha sobre ruedas.

      Dicho lo cual llamó a dos viejas amas y les ordenó qué llevasen a Baoyu a ver a su padre y cuidaran de que no se dejara dominar por el pánico.

      Las amas obedecieron y Baoyu partió arrastrando los pies. Jia Zheng estaba discutiendo unos asuntos en el cuarto de su esposa, mientras las doncellas Jinchuan, Caiyun, Cabria, Xiuluan y Xiufeng esperaban fuera, bajo los aleros. Cuando vieron llegar a Baoyu sonrieron como quien sabe algo. Jinchuan, tirándole de la manga, le susurró al oído:

      —Acabo de pintarme los labios con un colorete perfumado. ¿Quiere probarlo, señor?

      Pero Caiyun la apartó de Baoyu dándole un empujón mientras le decía:

      —No fastidies al señor cuando está preocupado.

      Y a Baoyu:

      —Entre rápido, ahora que su padre está de buen humor.

      Amedrentado, Baoyu se dispuso a entrar en el cuarto donde estaban sus padres. La concubina Zhao levantó la antepuerta y él entró haciendo una reverencia. Su padre y su madre estaban hablando uno frente al otro, sentados sobre el kang. Junto a ellos, un poco más abajo, estaban Jia Huan, Yingchun, Tanchun y Xichun. Cuando el muchacho entró todos se incorporaron, salvo Yingchun.

      Jia Zheng levantó la mirada y vio a Baoyu de pie frente a él. El impresionante encanto y el aire distinguido del muchacho contrastaban tan fuertemente con la apariencia vulgar de Jia Huan, que de pronto evocó a Zhu, su hijo muerto. Miró a la dama Wang, que sólo tenía este hijo y lo adoraba. En cuanto a él mismo, ya la barba se le empezaba a agrisar. Pensando en todo esto abandonó por un momento su habitual aversión a Baoyu y, después de un silencio dijo:

      —Su Alteza ha ordenado que estudies y practiques caligrafía en el jardín, con las muchachas, en lugar de estar haciendo sandeces fuera mientras descuidas tus estudios. Aplícate, ¡y ay de ti si continúas portándote mal!

      —Sí, señor —asintió Baoyu inmediatamente.

      Entonces su madre lo llamó para que se sentara a su lado. Jia Huan y los demás volvieron a tomar asiento. Acariciando cariñosamente el cuello de su hijo, la dama Wang preguntó:

      —¿Has terminado de tomar esas píldoras que te recetaron el otro día?

      —Me queda una.

      —Pues entonces mañana mismo debes procurarte diez más. Que Xiren se ocupe de que tomes una cada noche antes de acostarte.

      —Desde que recibió su orden ha estado cumpliéndola, madre.

      —¿Xiren? —intervino Jia Zheng—. ¿Quién es Xiren?

      —Una doncella —le respondió su esposa.

      —Supongo que una doncella puede llevar cualquier nombre, pero éste es demasiado sugerente. ¿Quién se lo ha puesto?

      Para proteger a su hijo del desagrado de su padre, la dama Wang dijo:

      —Fue idea de la Anciana Dama.

      —Ese nombre nunca se le ocurriría a la Anciana Dama. Tiene que ser obra de Baoyu.

      Como no había forma de ocultar la verdad, Baoyu se levantó y confesó:

      —Recordé ese verso de un antiguo poema: «Cuando la fragancia de las flores atrapa a los hombres / sabemos que el día está templado». Como su apellido es Hua, la he llamado Xiren [2] .

      —Debes cambiarle el nombre en cuanto regreses —terció rápidamente la dama Wang. Y volviéndose a su esposo—: No se moleste por una cosa tan trivial, señor.

      —En realidad no tiene importancia. No hay necesidad de cambiarle el nombre. Pero esto demuestra que, en lugar de estudiar, Baoyu derrocha su tiempo en pamplinas sentimentales.

      Y luego, dirigiéndose a Baoyu con tono de dureza:

      —¡¿Qué haces ahí parado, monstruo desnaturalizado?!

      —Anda, corre —le dijo la dama Wang—. Seguro que la Anciana Dama te está esperando para cenar.

      Baoyu se retiró lentamente. Una vez fuera sonrió abiertamente y le sacó la lengua a Jinchuan antes de alejarse corriendo flanqueado por las dos amas. Encontró a Xiren apoyada en el umbral del salón de recepciones. Al ver que había regresado sano y salvo, a la muchacha se le iluminó el rostro. Le preguntó para qué deseaba verlo su padre.

      —Nada especial. Sólo quería advertirme que cuando me vaya a vivir al jardín me comporte mejor que nunca.

      Llegó hasta el cuarto de la Anciana Dama y le contó lo sucedido. Luego le preguntó a Daiyu, que estaba allí, en qué parte del jardín le gustaría vivir.

      Daiyu ya había estado dándole vueltas al asunto, y respondió sin dudarlo:

      —Yo elegiría el refugio de Bambú. Me gustan mucho esos bambúes que ocultan una balaustrada serpenteante, y además es el lugar más tranquilo.

      —¡Justo lo que había pensado yo! —aplaudió Baoyu—. Allí quiero que vivas. Yo viviré en el patio Rojo y Alegre, de manera que estaremos muy cerca uno del otro, y deliciosamente tranquilos.

      En ese momento llegó un criado enviado por Jia Zheng para informar a la Anciana Dama de que el día veintidós del segundo mes sería un día favorable para emprender la mudanza al jardín, y que los recintos de los jóvenes estarían dispuestos para entonces. Baochai ocuparía el parque de las Alpinias, Daiyu el refugio de Bambú, Yingchun el pabellón del Vario Esplendor, Tanchun el estudio del Frescor Otoñal, Xichun la cabaña de la Brisa de las Centinodias, Li Wan la aldea de la Fragancia del Arroz, y Baoyu el patio Rojo y Alegre. Dos viejas amas y cuatro doncellas fueron asignadas a cada lugar para que reforzaran la asistencia encomendada a un ama y sus ayudantes para cada habitante del jardín; además habría criados cuya única tarea sería quitar el polvo y barrer. El día veintidós se procedió a la mudanza, y enseguida el jardín, con sus flores cubiertas de cintas de seda bordada y sus sauces encrespados por una brisa fragante, perdió su aire de desolación. Pero no es preciso entrar en muchos detalles.

      Baoyu descubrió que la vida en el jardín colmaba todos sus deseos. Nada le gustaba más que pasear diariamente con sus hermanas, primas y doncellas leyendo, escribiendo, tañendo el laúd, jugando al weiqi, pintando, recitando poemas, contemplando a las muchachas mientras bordaban sus fénix, disfrutando de las flores, cantando quedamente, resolviendo acertijos o jugando a acertar los dedos de la mano. En una palabra, era feliz. Allí escribió los siguientes poemas sobre las cuatro estaciones, que, a pesar de ser bastante convencionales, dan cierta idea de lo que el muchacho sentía en aquel lugar:

      NOCHE DE PRIMAVERA

      Me cubre un ocaso de mantas de seda; están echadas, nubes ligeras, las cortinas de mi cuarto.

      Hasta aquí llega, desde la calle vecina, el vago rumor de la sexta vigilia [3] .

      Sobre mi almohada se extiende un ligero frescor: Llueve y llueve más allá de las ventanas.

      Por mis ojos desfila la primavera, y evoco en su paisaje a la que vive en mi sueño.

      ¿Por quién derrama la vela su lágrima interminable?

      Las flores cayendo, tan tristes, se quejan de mí.

      Los mimos han vuelto perezosas a mis doncellas;

      me hastían su cháchara y sus risas, acurrucado bajo las mantas.

      NOCHE DE VERANO

      Se abandona la bella muchacha, cansada ya de bordar, a un sueño profundo.