razonamiento, desarrollado a propósito de una correlación externa, podría ser reorientado últimamente hacia la complejidad interna del cuadrado semiótico. Si se parte no del término simple “rico”, que, de hecho no tiene ningún derecho a la existencia antes del desarrollo de todas las relaciones que lo constituyen, sino del término complejo aún indiferenciado “pobreza/riqueza”, que la “sumación”* ha identificado como la zona de una categoría, en ese caso, la contradicción trata de disociar las dimensiones que le están correlacionadas; luego, la implicación viene a restablecer su solidaridad indisoluble. Desde ese punto de vista, la implicación/aserción no presupone una dudosa homogeneidad de la categoría, sino, al contrario, la construye contra todas las tendencias dispersivas que se manifiestan. En otros términos, todo el mundo es libre de imaginar un dominio semántico abierto y heterogéneo donde ciertas formas de la “no-riqueza” o de la “no-pobreza” nos obligarían a salir simplemente de la categoría: el “no-rico” y el “no-pobre” no serían en tal caso afectados por la alternancia “riqueza/pobreza”, y ninguna implicación los podría convencer de terminar el recorrido por el cuadrado, es decir, a declararse “pobre”, el primero, y “rico” el segundo. Pero ese dominio abierto y heterogéneo no está organizado por la presuposición recíproca “riqueza/pobreza”, puesto que “riqueza” y “pobreza” no se presuponen mutuamente hasta el punto de que “no-pobre” implique “rico” y “no-rico” implique “pobre”.
Atendiendo a la complejidad interna de la categoría, la sintaxis fundamental pretende disociar las dimensiones, tratar por separado la mitad de la red, y luego reunirlas. El proceso para ensamblar las dos partes de la red tiene que recurrir a una suerte de atropello —la implicación—, que, como hemos intentado mostrar, no es más que la reafirmación final de la unidad de la categoría.
Es esta tal vez la ocasión —aunque volveremos sobre ello— de distinguir una categoría semántica que requiere la interdependencia estricta de la presuposición recíproca y de las implicaciones, de un simple dominio semántico, o “campo” según algunos autores, que es mucho más tolerante desde ese punto de vista. Si la semántica lingüística, y especialmente la lexical, en la medida en que manipula conjuntos ya seleccionados, limitados y depurados, puede contentarse con dominios, la semiótica discursiva debe, en cambio, culminar en la construcción de categorías, las cuales proporcionan a los conjuntos vastos, variados y heterogéneos que manipula, el mínimo de coherencia necesario para la inteligibilidad del discurso.
El balance es muy fácil de hacer: si la contradicción caracteriza la disociación de la red y si la implicación garantiza la existencia y la coherencia de la red, es decir, la presuposición recíproca de las dos “semi-redes”, entonces la implicación debe tener prioridad sobre la contradicción. Nos damos cuenta de inmediato que adoptando esta definición de la estructura, nos colocamos deliberadamente en la perspectiva de una semiótica de la dependencia y de la complejidad. Una semiótica de la dependencia es una semiótica fuertemente implicativa, la cual atribuye al [si → entonces] (y a su reinversión concesiva) una “fuerza ilocutoria” superior. Pero esa presentación es incompleta. El operador adecuado a la red es, de hecho, como ya lo hemos sugerido, la conmutación, en la que Hjelmslev vería el pivote del método lingüístico, y que incluyó en la “estructura fundamental de toda lengua en el sentido convencional”. Si nos colocamos resueltamente en la perspectiva de la red de dependencias, limitándonos al caso en que la red se base en la intersección de dos dimensiones, obtenemos, seleccionando los valores a y b en una dimensión, y c y d en la otra dimensión, las posiciones siguientes:
La conmutación supone que los valores a y b de una dimensión “llamen”, impliquen, es decir, seleccionen respectivamente los valores c y d de la otra dimensión, adjunta siempre a la primera, de suerte que al término de esa selección, solo conservamos una semired:
La dependencia y la diferencia responden así de la estructura: la dependencia adopta la forma de las dos implicaciones, [si a, entonces c] y [si b, entonces d], en tanto que la diferencia produce la distinción presupuesta: [a → b] y su réplica presuponiente: [c → d]. Dicho de otro modo, la disjunción entre los dos primeros complejos se produce a causa de la correlación entre las dos dimensiones: porque [a] y [b] seleccionan respectivamente [c] y [d] (relaciones de dependencia “electivas”), [a] y [b] por un lado, [c] y [d], por otro, se encuentran disjuntos (relaciones de diferencia).
La dependencia “crea” la diferencia, aunque no por sí sola. Una simbiosis reclama determinadas posibilidades del “sistema sublógico”, pero no todas, o no en la misma perspectiva: aquí toma en cuenta [a-c] y [b-d], pero “ignora” o coloca en segundo plano los otros dos complejos posibles: [a-d] y [b-c]. Y ese procedimiento, o esa orientación, es inherente a la significación misma, ya que si todos los posibles estuvieran manifestados, en el plano de la expresión y en el plano del contenido, el sujeto se vería obligado a manejar únicamente universales y se encontraría en la imposibilidad de articular el sentido. En otros términos, la dependencia solo puede producir la diferencia si es “electiva”; y esa sería, sin duda, una de las operaciones constitutivas de la “sumación”: en el seno de una dimensión cualquiera, una magnitud, por ejemplo la “pobreza”, elige otra magnitud que pertenece a otra dimensión, la “humildad” por ejemplo, y con ello crea la posibilidad de una diferencia con las otras magnitudes de su propia dimensión. En efecto, la oposición entre “pobreza” y “riqueza” es únicamente de escala, hasta que la correlación con la dimensión “humildad/orgullo” no le haya otorgado su valor y su orientación (en este caso, “pobre” → positivo y “rico” → negativo).
En cierto modo, la conmutación significa que “se” cambia de valor sin salir no obstante del sistema: confirma, en cierto modo, la elección operada inicialmente: [si a, entonces c], pero [si b, entonces d]. Salir del sistema equivaldría a cambiar la relación electiva entre magnitudes. Si se quiere admitir que, en relación con el complejo tensivo en el que esas dependencias se establecen, cada dimensión [a-b] y [c-d] es un gradiente y que cada magnitud solicitada [a, b, c, d] es una posición en un gradiente, entonces el procedimiento de “elección” que venimos proponiendo puede ser interpretado como una “puesta en correlación” entre dos gradientes. De acuerdo con el principio establecido en el capítulo dedicado a la valencia disponemos en ese caso de dos posibilidades: la correlación conversa, que permite una elección “directa” entre magnitudes del mismo rango, y la correlación inversa entre magnitudes de rango simétrico. Además, desde un punto de vista sintáctico, la concesión —la relación inversa— presupone la implicación, es decir, la relación conversa, en la medida en que la contradice.
Si podemos aceptar que las cuatro entidades complejas [a-c] y [b-d] por un lado, y [a-d] y [b-c] por otro, constituyen los términos de la estructura, cuya diferencia es el producto de dependencias “electivas”, el juego estructural puede adoptar, en el caso en que dos dimensiones solamente están correlacionadas, las dos formas siguientes:
Si dentro de cada correlación es la “elección” de una magnitud por otra la que hace emerger la diferencia entre dos correlaciones, el proceso es muy diferente: para saber si la correlación es conversa o inversa, no es suficiente identificar qué magnitudes “eligen” otras magnitudes; hace falta además poder comparar globalmente los gradientes y sus orientaciones respectivas. Lo que significa que ese segundo tipo de diferencia pone en juego no tal o cual grado de los gradientes, sino las dimensiones en su conjunto, es decir, literalmente la orientación y la coherencia de la red. En ese caso también, una dependencia (la correlación) hace emerger una diferencia