aquellos que, como Benveniste, han creído que las categorías eran tributarias de la gramática de la lengua en la que fueron enunciadas; y en fin, aquellos otros que, como V. Brøndal, han aceptado trabajar con ellas6.
Desde otro punto de vista, a partir de las investigaciones antropológicas sobre la percepción, conducidas en los años setenta por Berlin y Kay, la psicología americana, en la persona de E. Rosch, ha mostrado cómo los sujetos empíricos (los informadores sometidos a los dispositivos experimentales) construyen las categorías necesarias para la aprehensión de su entorno. Toda una parte de la semántica contemporánea7, representada en Francia por G. Kleiber8, ha explotado los resultados de esas investigaciones con el nombre de “semántica del prototipo”.
De hecho, se trata más bien de la categorización que hacen los sujetos psicológicos y culturales (en la versión más reciente de esa teoría), categorización que opera por tipificación, y la cuestión que se plantea es la de saber si es legítimo incorporar ese procedimiento, sumamente pertinente desde un punto de vista psicológico y antropológico, a la descripción semiolingüística de la categoría. Sea lo que fuere, una vez admitida la variedad de los modos de construcción psicoantropológica de las categorías, el cuadrado semiótico, reconocido como algo específico del funcionamiento discursivo, no puede ser considerado sino como el producto de uno de esos modos de construcción, como una captación entre otras, aquella justamente que se basa en las “estructuras elementales” de la significación.
Tratándose del cuadrado semiótico, si se acepta que se trata de un caso particular de lo que A. de Libéra llama un “dispositivo cuadrangular”9, entonces no resulta imposible vincular el cuadrado semiótico con el cuadrado de Apuleyo según unos, de Aristóteles según otros, el cual permite articular “cuatro proposiciones que se distinguen por la cantidad y por el carácter positivo (afirmativo) o negativo del juicio que encierran”10. Sin embargo, esa filiación no ha sido reivindicada por Greimas, y si a toda costa tuviéramos que señalar los “padres espirituales” del cuadrado, serían más bien los nombres de Hegel y de Lévi-Strauss los que vendrían a la mente. El cuadrado semiótico11 aparece en filigrana en el último capítulo de Semántica estructural, consagrado a la obra de Bernanos, capítulo en el que la referencia a Hegel es explícita12. Pero es sobre todo del modelo propuesto por Lévi-Strauss en el estudio titulado La estructura de los mitos13 de donde arranca el cuadrado semiótico:
… la nueva formulación presenta la ventaja de ser idéntica, en cuanto a la forma de su articulación, a la de la estructura acrónica, inmanente, del cuento popular, así como al modelo del mito, propuesto por Lévi-Strauss14.
2. DEFINICIONES
2.1 Definiciones paradigmáticas
La empresa greimasiana no ha podido eludir el hecho de que la lingüística europea, en los años sesenta, estaba marcada por la diversidad de sus postulaciones. En una perspectiva fundadora, cuya necesidad nadie discute, cuatro direcciones epistemológicas hacían valer sus derechos: una semiótica de la diferencia y del valor, que se apoyaba en el Curso de lingüística general de Saussure; una semiótica de la dependencia, preconizada por Hjelmslev; una semiótica de la oposición binaria distintiva, formulada por Jakobson e ilustrada por Lévi-Strauss; finalmente, una semiótica de la complejidad, adelantada, en términos más o menos nítidos, por Brøndal. Es probable que su coexistencia en el tiempo haya acusado las diferencias, así como su alejamiento en el tiempo las usará insensiblemente; nosotros queremos situarnos precisamente en ese interregno en el que desacuerdos y convergencias se equilibran más o menos.
Ante tal diversidad, la empresa greimasiana trató de ser doblemente “ecuménica”: (i) logró establecer que el aparato conceptual, esencialmente praguense, previsto para controlar las distinciones fonológicas, era transportable y aplicable al tratamiento de la narratividad; (ii) la tarea greimasiana, ante dos versiones del estructuralismo, la “praguense” y la “danesa”, se esforzó por conjugar la “letra” de la versión praguense —tenemos en mente la tipología de las oposiciones elementales, tomada de Jakobson— y el “espíritu” de la versión danesa15, a saber, de una parte, la “teoría del lenguaje” propuesta por Hjelmslev, no por ser la mejor, sino porque es, en cierto modo, la única que asegura de manera coherente la continuación de la revolución saussuriana, a pesar de la notable ampliación del campo de mira; de otra parte, la importancia de la complejidad, tomada de Brøndal:
… mi deuda principal es con Viggo Brøndal quien ha propuesto una combinatoria sistemática de las oposiciones morfológicas16.
Pero esa síntesis pone entre paréntesis la tensión entre esas dos corrientes teóricas, tensión que no deja de reaparecer en el análisis de los discursos.
La divergencia entre las dos corrientes mayores del estructuralismo europeo se debe a que la escuela praguense admite la existencia de términos simples, conciliables dado el caso, mientras que para la escuela danesa, la complejidad es primero, y todos los términos son compuestos, puesto que, según Hjelmslev, “… toda magnitud es una suma”17. Dicha posición enlaza en línea directa con la Mémoire sur le système primitif des voyolles dan s les langues indo-européennes de Saussure, obra en la que se establece que las vocales largas son complejas, dado que asocian una vocal breve y un “coeficiente sonántico”. El progreso, si es que hay progreso, va de la ilusión de la simplicidad al reconocimiento de la complejidad.
Preocupado por precisar lo que lo separa de los praguenses, Hjelmslev afirma que se pueden considerar dos modos de organización de las entidades: la red y la jerarquía. Define la primera como “análisis por dimensiones” y la segunda, como “análisis por subdivisión”. El análisis por dimensiones, que produce las “redes”,
… consiste en reconocer, al interior de una categoría, dos o más subcategorías que se entrecruzan y se compenetran (…)18.
En consecuencia, cada miembro de la categoría puede ser considerado como la intersección de dos dimensiones al menos, y compuesto de dos magnitudes, como mínimo.
Tal es, entre otros, el principio del análisis sémico corriente. El análisis por subdivisión, que produce jerarquías,
… consiste en repartir los miembros de la categoría superior en dos o más clases, una de las cuales, al menos, comportaría dos miembros, como mínimo.
de suerte que cada miembro de la categoría puede ser definido por la manera (parcial o total) como ocupa las casillas obtenidas por subdivisión.
La diferencia entre las dos aproximaciones no es nada despreciable:
La diferencia operativa entre los dos procedimientos consiste en que, en el análisis por dimensiones, se establecen simultáneamente dos (o más) subcategorías, que están absolutamente coordinadas, mientras que en el análisis por subdivisión, se establecen sucesivamente dos (o más) subcategorías, la segunda subordinada a la primera (la tercera a la segunda, y así sucesivamente, si hubiere lugar)19.
Añadiremos que la intervención de las valencias, que hemos preconizado en el ensayo correspondiente, reclama el análisis por dimensiones.
Es posible remitir la tipología de los términos primeros a esa problemática. Un “análisis por dimensiones” solo conoce términos complejos, obtenidos a partir de dos dimensiones cuando menos, mientras que un “análisis por subdivisión” encuentra, a la vez, términos complejos y términos simples. Los textos fundadores del estructuralismo pueden ser aproximados entre sí, si los consideramos como tomas de posición en esa materia. Para el fundador de la glosemática, todos los términos son complejos, aunque parezcan simples. Brøndal y Greimas toman nota de la existencia de unos y otros, pero, luego, se separan: las dominantes brøndalianas son las que median entre los términos positivo y negativo, o incluso —aunque