Jacques Fontanille

Tensión y significación


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      Para poner un ejemplo bien conocido, el de las modalizaciones veridictorias, es sabido que, por definición y por construcción, desde los años setenta, cada posición es definida como un término complejo que conjuga dos dimensiones: la del ser y la del parecer. Si admitimos por hipótesis que las dos dimensiones son graduales —no es absurdo suponer que, al igual que lo que ocurre en otras partes, el ser puede ser graduado según la intensidad y el parecer según la extensidad— obtenemos, por correlación conversa o inversa, los dos esquemas siguientes:

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      Daría la impresión de que, a partir de una semántica de lo continuo, de la dependencia y de la complejidad, se podrían distinguir dos tipos de diferencias: (i) una diferencia interna, propia de cada correlación, en la que la variación entre s1 y s2 —el recorrido por el arco de correlación—pueda ser tratada de manera continua en función de los grados seleccionados en cada una de las dos dimensiones; (ii) una diferencia entre dos correlaciones que solo puede ser discontinua, cualquiera que sea la solución adoptada, puesto que no existe pasaje continuo posible entre los dos arcos de correlación.

      Concreta e intuitivamente, sabemos que la ilusión y el secreto se hallan interrelacionados: apenas hay una ilusión que no recubra un secreto, ni secreto que se guarde mejor que detrás de una ilusión. Cada correlación se presenta como una perspectiva homogénea sobre el fondo complejo de ser y de parecer, donde los dos términos opuestos son al mismo tiempo solidarios, y hasta asociados en una misma estrategia discursiva: en ese sentido, se someten a la regla de presuposición recíproca y pueden ser tratados como contrarios.

      Por tanto, desde el momento en que tratamos de sintetizar las dos correlaciones en un solo sistema cuadrangular, el paso de una correlación conversa a una correlación inversa debe ser tratado como una revolución interna de la correlación: esta última no queda suspendida pero la orientación de los gradientes es invertida. Al interior de la categoría, hay que elegir obligatoriamente una de las soluciones, y cada una excluye a la otra. Esas diferentes propiedades nos llevan a reconocer en ellas una interpretación plausible de la contradicción. El ejemplo de la veridicción muestra a las claras que dicha síntesis es incompleta, puesto que tenemos aún la posibilidad de escoger entre dos soluciones, si es que colocamos “horizontalmente” los dos pares de contrarios y “verticalmente” las dos correlaciones contradictorias:

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      La cuestión es la siguiente: cuando partimos efectivamente de un complejo que engendra las modulaciones de la tensión entre dos dimensiones, ¿cómo reconocer, por ejemplo, la modulación que correspondería al término contradictorio apriorístico “no-verdad”? Dado que aquí la contradicción es global entre dos orientaciones de la correlación, es decir, entre dos formas de complejidad, no podemos decidir de antemano si se trata del secreto o de la ilusión. Y es, entonces, cuando aparece plenamente el rol que juega el valor y la implicación en la estabilización del cuadrado semiótico.

      En efecto, si el secreto implica la verdad (solución I), quiere decir que es el ser, igualmente positivo en los dos términos, el que selecciona el parecer (verdad) o el no-parecer (secreto). Por el lado de la implicación [ilusiónfalsedad], sería el no-ser el que jugase el mismo rol, de suerte que podemos afirmar que, en lo que concierne a la primera solución, es la dimensión del ser la que es decisiva, en el sentido en que son las magnitudes que la constituyen las que son “electoras” (o seleccionantes).

      En cambio, si la ilusión implica la verdad (solución II), eso significa que es el parecer (igualmente positivo en ambos términos) el que está en posición de seleccionar esta vez el ser (verdad) o el no-ser (ilusión); en la otra implicación, el no-parecer juega el mismo rol, confirmando de ese modo el rol seleccionante de la dimensión del parecer.

      En suma, la implicación asegura siempre la homogeneidad (o en términos discursivos, la isotopía) de la categoría, pero está también condicionada (al mismo tiempo que la revela) por la distribución de roles —elector/elegible; seleccionante/seleccionado— entre las dos dimensiones correlacionadas: la categoría veridictoria, por ejemplo, cambia de disposición según que la seleccionante sea la dimensión del parecer o la del ser.

       3. CONFRONTACIONES

      La primacía de la red, y más generalmente, de la complejidad, sobre la oposición binaria, nos incita a examinar la resonancia que ello tiene sobre la noción de punto de vista. En relación con la red, el punto de vista se encuentra involucrado en el dilema siguiente: operar, después de la separación, con una sola dimensión: [acad] o [bcbd], o con dos dimensiones: [acbd]. En el primer caso, el punto de vista nos da a conocer cuál es el término positivo entre c y d; en el segundo caso, nos informa sobre la dimensión directriz. Consideremos la máxima de La Rochefoucauld: “La debilidad se opone más a la virtud que al vicio”. (Máxima 445). En lugar de separar la dimensión del querer de la del poder, esta máxima las funde una con otra, de suerte que la única vía de diferenciación —como lo hemos señalado en el ensayo “Valor”— es la del mejoramiento y la peyoración. Y es así como la peyoración afecta al querer mientras que el mejoramiento actúa sobre el poder, y la virtud y el vicio pueden ser parcialmente identificados gracias a la “fuerza” que requieren, y a la “debilidad” que rechazan.

      Un segundo ejemplo procede de Baudelaire. En el primer verso del poema LXXVIII de Las flores del mal:

      Quand le ciel bas et lourd pèse comme un couvercle [Cuando el cielo bajo y denso pesa como una tapadera]

      el “cielo” añade a las dimensiones usuales —luminosidad, superatividad espacial— dimensiones inesperadas como las de pesadez y compacticidad; y al hacerlo, ese primer verso opera una conmutación del punto de vista: la profundidad táctil viene a sustituir a la profundidad visual; el “cielo” queda amenazado de promiscuidad con el “aquí-abajo”. Sorprendentemente, la metáfora indica un cambio de régimen: el “cielo”, protegido por así decirlo por el régimen de la selección (la separación, la distancia), cae bajo el régimen, peyorativo, de la mezcla (la promiscuidad).

      La metáfora procedería de manera general a una conmutación de puntos de vista de la misma naturaleza, y la “gran” metáfora —aquella que, según Proust, “… es la única que puede dar una suerte de eternidad al estilo (…)”— transfiere determinada magnitud de un campo categorial a otro campo diametralmente opuesto, por ejemplo del campo del ser al campo del hacer, del campo de la persona al de la nopersona, del campo del “acontecimiento” al de la repetición, etc.25.

      Del mismo modo, la metáfora homérica “la aurora de los dedos de rosa” hace oscilar a la “aurora” de la no-persona a la persona, de lo amorfo a lo eidético, de la luminosidad al cromatismo… Si la metáfora hace realmente violencia a la praxis enunciativa, ello nos permite comprender el hecho de que, a lo largo de los siglos, se la haya considerado como la “reina” de las figuras, a pesar de los meritorios esfuerzos desplegados por Jakobson y Lévi-Strauss por colocar la metonimia al mismo nivel.

      La proximidad con las proposiciones —y con las denominaciones— de R. Blanché, en su obra titulada Structures intellectuelles, son demasiado sorprendentes para que sean ignoradas. Es difícil, en los límites que nos hemos impuesto, reproducir aquí el desarrollo eminentemente técnico del autor. Los procedimientos de generación de las diversas posiciones son diferentes: mientras que para Greimas se trata de pasar de “dos” a “cuatro” posiciones, y luego, por medio de nuevas operaciones, de “cuatro” a “seis”, para R. Blanché se trata más bien de pasar de “tres” a “seis” posiciones. En segundo lugar,