María Benítez Sierra

Salitre en la piel


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era justo. No era justo que pasáramos tanto tiempo juntos y que cada vez que me separara de él tuviera que tener el puto teléfono en la mano porque se «preocupaba». Así que guardé el teléfono en el bolso y lo silencié, sabiendo que tendría que volver a sacarlo en menos de una hora.

      Volví a entrar y Raúl seguía allí, esperándome apoyado en la encimera. Me volví a disculpar y él me abrió paso para avanzar hasta el salón de nuevo. Hablamos de la carrera, de la gente que conocía, de sus intenciones de futuro... Luego se unieron otros más. Empecé a conocer a gente de la universidad que antes no había visto —no me había fijado, más bien—, tuvimos conversaciones interesantes e inteligentes y, de repente, empezamos a bailar un remix malísimo de «Mi gran noche» de Raphael... Aunque fuera un remix y aunque fuera la peor mezcla que había escuchado en mi vida... ¿qué persona en su sano juicio no bailaría «Mi gran noche»? Por favor.

      Servimos más vino. Conocí también a Berta, Laura, Sofía y Lucas. Íbamos juntos a muchas de las asignaturas obligatorias y me preguntaron qué es lo que me mantenía tan ocupada para no asistir casi nunca a las clases, solo a los controles y exámenes obligatorios. Lo cierto es que comencé a pensar seriamente que mi relación con Rodrigo había afectado mucho a cómo estaba viviendo mi primer año de universidad. Tenía tantas ganas de empezar una nueva etapa, conocer gente y cambiar de aires... y parecía que no lo había hecho en absoluto.

      Más vino. Sin darme cuenta, eran las doce de la noche y la música parecía no tener ganas de parar. Me sentía un poco mareada y con ganas de seguir con tal de no volver a casa, así que seguí bailando con mis nuevos conocidos a los que no conocía en absoluto. Las luces, el ambiente, el humo del tabaco y las risas hicieron que tuviera que salir fuera un momento. Agarré el teléfono:

       «No me haces esto más. Vuelve a casa YA.

       ESTOY HARTO DE LLAMARTE».

      Pero ¿qué le pasaba a Rodrigo? ¿Es que acaso estaba haciendo algo mal? Me sentí fatal, pensé que le estaba ofendiendo. Más vino.

      —¿Qué pasa, desaparecida? Yo también necesito un poco de aire fresco. —Raúl se asomó por la cristalera, alzando una mano a modo de saludo.

      —Oh, vaya, hola. Sí... El ambiente está demasiado cargado ahí dentro.

      —¿Quieres? —Me ofreció un cigarrillo.

      —No, gracias. Yo no... Bueno, ¿sabes qué? Sí, gracias.

      Raúl y yo fumamos un cigarro juntos, mirando a la piscina, hablando de nuestras raíces, de dónde veníamos y a dónde iríamos en el futuro.

      —¿Sabes? Yo tengo que trabajar para poder pagar esta carrera. Me encantan las matemáticas, siempre se me han dado bien. Pero no puedo permitirme estudiar y vivir de puta madre a la vez, así que tengo que trabajar y estudiar. Y eso es el doble de esfuerzo, ¿entiendes? Pero merece la pena. Dicen que la universidad es la mejor época que uno recuerda. ¿No te pasa?

      —Bueno, es que... —Me quedé pensando. No sabía qué decir en ese preciso momento. Ni siquiera sabía a qué se refería. No había tenido esa vida hasta el momento—. Sí, es genial —mentí.

      Volvimos a entrar, a bailar, a charlar con la gente de cosas que al día siguiente no recordaría y, finalmente, decidí que era la hora de marcharme. Me despedí de mis nuevos tardíos compañeros de clase y les prometí que asistiría más a menudo, que quedaríamos para disfrutar de unas bebidas en las terrazas o para ir de compras. Aunque la villa estaba relativamente cerca de casa, decidí coger un taxi. Hacía frío, era tarde y había bebido lo suficiente como para tropezarme con mis propios pies. Aunque no hubiera bebido. Aunque no fuera tarde. Aunque no hiciera frío.

      Llegué a mi apartamento, vi otras mil llamadas perdidas de Rodrigo y las ignoré, estaba demasiado cansada como para contestar. Le mandé un mensaje:

      «Ya estoy en casa. Mañana hablamos. Te quiero».

      Me desmaquillé, me quité esas botas que amaba, pero que odié a lo largo de la noche, y me fui a la cama.

      A la mañana siguiente, Vanesa, mi compañera de piso, entró en mi habitación a las siete de la mañana.

      —Olivia, ¿estás despierta? —susurró.

      —Meh? Ah... —A esas horas de la mañana hablaba en lenguas muertas.

      —Olivia, Rodrigo está aquí. Ha llamado unas cuantas veces al telefonillo y quería saber si estás en casa. Parece preocupado.

      Abrí los ojos de golpe. ¿Qué cojones le estaba pasando a Rodrigo? ¿Por qué no paraba de controlarme? ¿Por qué no me dejaba dormir? «Maldita sea. Tengo resaca», pensé.

      —Sí, sí, abre el portal. Siento que te haya despertado.

      —No pasa nada, de todas maneras tengo que estudiar. Tranquila.

      Mientras Rodrigo subía al apartamento desde el portal, me levanté como pude y fui al baño a lavarme la cara con agua fría, me puse ropa de estar por casa y me dirigí directa a la cocina a preparar café.

      —Hola.

      —Buenos días. ¿No crees que es un poco temprano para llamar al timbre?

      —¿Podemos hablar en tu habitación? —preguntó seco. No parecía muy contento. Yo tampoco lo estaba.

      —Claro, ¿quieres café?

      —Sí.

      Me enfurecía la manera con la que Rodrigo me hacía sentir, en cierto modo, que le debía adoración absoluta. Y eso de «por favor» y «gracias» lo omitía a menudo. Emerson dijo que «la vida es corta, pero siempre hay tiempo suficiente para la cortesía». Ni siquiera nos dimos un beso. La ira era su combustible aquella mañana. Sabía que Rodrigo estaba enfadado, pero no entendía el porqué. No recordaba haber hecho nada malo. Preparé dos tazas de café y le ofrecí una, alcé la mano para que entrara en mi habitación y me senté en la silla del escritorio y él en la cama deshecha.

      —Tú dirás...

      —Olivia, por favor..., no me vuelvas a hacer esto. No he podido dormir pensando en todo lo que ha pasado. Me tenías preocupado.

      —Me estás diciendo en serio que estabas preocupado por... ¿por qué?

      —Porque no puedes desaparecer así durante la noche. No te puedes fiar de la gente, ibas guapísima y los tíos son unos cerdos.

      —Guapísi... ¡bah! —Resoplé y puse los ojos en blanco. ¿De verdad estábamos teniendo esa conversación tan absurda y tan temprano? Me quedé boquiabierta. No es que tuviera con Rodrigo una relación de muchos años, pero me sorprendió el cambio de ser una persona totalmente normal a una sensible, irritable y celosa—. ¿No crees que soy mayorcita para arreglármelas sola?

      —No me lo hagas más, por favor.

      —¡¿Que no te haga más el qué?! Rodrigo, ¿te das cuenta de que no tengo ni un amigo en la universidad? ¿Te das cuenta de que apenas salgo a ningún sitio si no es contigo? ¿Te das cuenta de que estamos haciendo una vida totalmente aislados del mundo? Al menos yo.

      —Eso no es verdad.

      —Este fin de semana tendríamos que estar con Gonzalo y Mariana, ¿recuerdas? Me dijiste que teníamos otros planes, ¿recuerdas? Pues no lo sé, tengo la sensación de que no querías pasar tiempo a solas con mi familia.

      —No es eso..., Olivia. Sí que tenemos planes, tenía algo preparado para nosotros.

      Puse los ojos en blanco. Rodrigo intentaba buscar una buena excusa para no pasar el fin de semana con mi hermano y su novia... Sus razones tendría. ¿Qué ocultaba? De repente, sonó mi teléfono. Rodrigo alzó una ceja y clavó sus ojos en la pantalla iluminada de mi teléfono. Lo miré por el rabillo del ojo, me acerqué hasta él y le di la vuelta.

      —¿Me estás ocultando algo?

      —No, es solo que estamos teniendo