Josep Maria Boixareu Vilaplana

Órbitas librescas


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Al fondo se encontraba el despacho de mi padre y un espacio repleto de ficheros, libros especiales y un montón de cosas. (En aquel embrollo de papeles, un día encontré un impreso de la Librería Hispano Americana, del año 1937, con dirección postal en la calle Craywinckel. Por lo tanto, es posible que la fundación de la LHA fuese más antigua que aquella fecha y que estuviera situada en otro lugar de la ciudad). Mi padre, entre la tienda y el despacho, se hizo instalar una puerta de cristal que le permitía ver qué ocurría en la tienda sin ser visto. Los paquetes los hacíamos en un patio interior, como podíamos.

      Era un negocio exageradamente estacional. Por este motivo, y pensando en que algún día se acabarían las exclusivas de los libros de texto, se fueron diversificando las materias ofrecidas, comenzando con la introducción de libros técnicos afines a las especialidades de Marcombo, pero también de cualquier otra editorial. La exclusiva del libro adoptado, sin embargo, aún duró varios años. Incluso después, Marcombo publicó algunos de estos libros, que en principio editaban los propios autores. Al terminar el primer trimestre, cuando ya se habían hecho las liquidaciones correspondientes, los autores iban pasando a cobrar lo que se llamaba «derechos de adopción». Estos pagos se hacían dentro, en el despacho de mi padre.

      Cuando Josep M. Boixareu Ginesta compró la librería, el encargado era el Sr. Sorribes; el dependiente, el Sr. Lloret, que se quedó unos cuantos años más; y el aprendiz, el Sr. Manuel Galli, que aún llevaba pantalón corto, pero que trabajó allí hasta que se jubiló. Manuel Galli hizo historia en la librería y, en aquel tiempo, fue uno de los mejores libreros de Barcelona y se convirtió en un icono durante más de cuarenta años. Estudió Profesorado Mercantil y dominaba perfectamente los libros y los autores que se vendían durante la primera época. Antes de la informatización era un catálogo viviente de libros de cualquier especialidad técnica o científica. Era conocido y apreciado por muchísimos clientes por su amabilidad extraordinaria. Vivió dos transformaciones físicas de la LHA. Más adelante aparecerá en diversas fotografías de este libro, la primera de las cuales, de 1964, es la que se muestra en esta página. En ella, Manuel Galli se sitúa a la izquierda de la imagen, acompañado de Fina Marín, Maite Arias y yo mismo detrás de un mostrador, ya de cristal1.

      Al principio, durante unos pocos años, las dependencias de la librería y de la editorial estaban separadas en locales distintos: la librería, en la Avenida José Antonio, 594; y la editorial, en Vía Layetana, 21. Al lado de la librería, y en la misma finca, había una agencia de viajes llamada Viajes Lugar. Un buen día, a mediados de los años cincuenta, mi padre se enteró de que aquel negocio se vendía y no paró hasta que consiguió que se lo traspasaran. Tenía buena pinta para ambas actividades y, así, mi padre no tendría que ir de un lado a otro —sobre todo teniendo en cuenta que hasta el año 1964 compaginó los dos trabajos con su cargo en la RENFE; ¡una locura!—.

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      1. Manuel Galli a la izquierda de la imagen, acompañado de Fina Marín, Maite Arias y yo mismo detrás de un mostrador, 1964.

      La librería y la editorial estaban una al lado de otra y se acabaron conectando por detrás cuando desapareció la portería, y por el subterráneo cuando se hicieron obras de rehabilitación y modernización en la finca. Marcombo y la LHA compraron los bajos y, al cabo de los años, fueron adquiriendo los pisos superiores. Con el tiempo se comprobó que esas operaciones fueron acertadas.

      Josep M. Boixareu Ginesta no solo transformó y dio un gran empuje a la librería, sino que también participó muy activamente en la promoción y la relevancia de esta actividad en el ámbito colectivo. Más adelante hablaremos de ello detalladamente. Como librero, editor y amante del libro, promovió intensamente la celebración del Día del Libro, el 23 de abril, Sant Jordi, que desde su creación en el año 1926 no había dejado nunca de celebrarse en Cataluña. Comenzó instalando una pequeña parada en el vestíbulo de la librería y una gran parada en el exterior, en mitad de la Gran Vía2.

      Del año 1962 tenemos un testimonio gráfico de la pequeña parada montada en el vestíbulo de la librería, en la cual aparecen la dependienta Maite Arias y mi hermana Rosa Maria, que en un día como aquel fue a reforzar el personal, como hacíamos las familias Boixareu y Comas3. También participábamos en el concurso de paradas en la calle que organizaba el Gremio de Libreros de Barcelona. Del Día del Libro de aquel año conservamos un recorte de prensa del diario La Vanguardia, de 5 de mayo, en el cual se cuenta que, a causa del mal tiempo que había hecho el sábado 23 de abril, la fiesta se había prorrogado al 4 de mayo4. También se hace constar que la Librería Hispano Americana obtuvo el primer premio de paradas en la calle.

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      2. Parada en el exterior, en medio de la Gran Vía, durante el Día del Libro, 1950.

      En mayo de 1963, la LHA publica un catálogo5 con su fondo de libros técnicos, un total que supera los 2000 títulos de 80 temáticas distintas, siempre dentro de la ciencia y la técnica y de todas las editoriales españolas de estas especialidades. Estos catálogos se enviaban por correo postal a las direcciones que se iban registrando en el archivo general de clientes, que contenía más de 100 000 fichas de cartulina y que llevaba el Sr. Sugrañes, un jubilado de la RENFE. Mi padre había colocado, entre la librería y la editorial, a unos cuantos ferroviarios; algunos a media jornada, otros a tiempo completo. Igual que en los inicios de Marcombo, cuando había una campaña de publicidad todo el mundo se ponía a ensobrar y a pegar sellos. El archivo general de clientes, común a la editorial y a la librería, ocupaba los cajones deslizantes de un mueble metálico voluminoso, clasificado alfabéticamente y por especialidades. Aquello era una base de datos tan respetable y útil como las informatizadas que existen en la actualidad.

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      3. Testimonio gráfico de la parada montada en el vestíbulo de la librería, con mi hermana Rosa Maria y Maite Arias.

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      4. Recorte de prensa del periódico La Vanguardia.

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      5. Catálogo con el fondo de libros técnicos.

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      6. Programa de la asignatura de Economía y Estadística.

      Se trabajaba para las escuelas de comercio de Barcelona y Sabadell. Es testimonio de ello el programa de la asignatura de Economía y Estadística6, que lleva el pie de la Librería Hispano Americana que se usaba en esa época. Algunos libros de texto, como he citado antes, los publicaba Marcombo.

      Josep M. Boixareu Ginesta, inquieto por promocionar la librería y los libros que ofrecía, creó diversos sistemas de publicidad. Posiblemente, el de más entidad fue el lanzamiento de una revista de divulgación científica y técnica cuyo nombre de cabecera era Amenidades. En 1959 se concedió la marca8 y, durante un tiempo, la revista fue el folleto de publicidad de la librería; hasta que las autoridades que controlaban la prensa de la época nos obligaron a inscribirla como revista —solicitud que hizo mi padre en 1968, tal como consta en el BOE de 16 de marzo de aquel año7—.

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      7. BOE, 16-III-1959.

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