Marie Estripeaut-Bourjac

Hagamos las paces


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una investigación paralela sobre las vitrinas de los almacenes del barrio popular y del barrio burgués, pudimos constatar las mismas diferencias de “lenguaje”. En la vitrina del almacén “burgués”, encontramos una perfecta sintaxis articulando todos los objetos a partir de paradigmas culturales que se asemejan grandemente a aquellos que articulan los semanarios estudiados por Verón. Allí encontramos el paradigma de las estaciones (invierno, primavera, verano, otoño), aunque sea un país que no tiene esas estaciones, como es el caso de Colombia. El de los espacios: la calle, la casa, la ciudad, el campo. O el de los roles: el ejecutivo, el deportista, etc. De esta forma, entre todos los objetos de la vitrina que encuadran el “titular” de ejecutivo (el vestido, la revista, el reloj, el disco, el sillón y la lámpara) se establece una malla de reenvíos que controla la heterogeneidad de los objetos, proponiendo una sola lectura de todos ellos. Y esos reenvíos no se reducen al marco de la vitrina, sino que articulan unas vitrinas con otras y todas con el almacén, del que vienen a ser la portada, la tapa. La vitrina organiza y guía la lectura-visita de todo el almacén.

      Nada de eso en la vitrina del almacén popular. Solo acumulación y amalgama, o todo revuelto, o solo caminas de cualquier tipo y uso. Los paradigmas no van más allá de los tamaños y los colores de los objetos. Y cuando la vitrina del almacén popular se opone a imitar a la otra... la traducción explicita aún mejor las diferencias de clase.

       2. Topología

      Llamo “topología” a la lectura de las señales, lectura que hará explícito el discurso de las dos economías, ahora ya como discurso de los sujetos.

      Vender o comprar en la plaza de mercado es algo más que una operación comercial. Aunque deformado por la prisa y la impersonalidad de las relaciones urbanas, el puesto de la plaza recuerda, sin embargo, esas tiendas de los pueblos en las que el tendero no solo vende cosas, sino que presta una buena cantidad de servicios a la comunidad. La tienda de pueblo es un lugar de verdadera comunicación, de encuentro, donde se dejan razones, recados, cartas, dinero, y donde la gente se da cita para hablar, para contarse la vida. Allí, las relaciones están personalizadas. El prestigio no lo ponen las marcas de los productos, sino la fiabilidad del tendero. Aún existe el trueque. Y el crédito no tiene más garantía que la palabra del cliente. A su manera, el puesto de la plaza es memoria de esa otra economía. Porque allí también comprar es enredarse en una relación que exige hablar, comunicarse. En la plaza, mientras el hombre vende, la mujer a su lado amamanta al hijo y, si el comprador le deja, el vendedor le contará lo malo que fue el parto del último niño. La comunicación que el vendedor de la plaza de mercado establece arranca de la expresividad del espacio, a través de la cual el vendedor nos habla ya de su vida, y llega hasta el “regateo”, en cuanto posibilidad y exigencia de diálogo.

      En el supermercado, usted puede hacer todas sus compras y pasar horas sin hablar con nadie, sin pronunciar una sola palabra, sin ser interpelado por nadie, sin salir del narcisismo especular que lo lleva y lo trae de unos objetos a otros. En la plaza, usted se ve obligado a pasar por las personas, por los sujetos, a encontrarse con ellos, a gritar para ser entendido, a dejarse interpelar. En el supermercado, no hay comunicación, solo hay información. No hay, ni siquiera, propiamente hablando, vendedores, únicamente personas que trasmiten la información que no fue capaz de darle el empaque del producto o la publicidad. Los sujetos en el supermercado no tienen la más mínima posibilidad de asumir una palabra propia sin quebrar la magia del ambiente y su funcionalidad. Alce la voz y verá la extrañeza y el rechazo de que es rodeado. Los trabajadores no son más que su rol: administrador, supervisor, vigilante, cobrador o modelo, y, cuanto más anónimamente se ejecute la labor, tanto más eficaz. En la plaza, por el contrario, vendedor y comprador están expuestos el uno al otro y a todos los demás. En esa forma, la comunicación no ha podido ser reducida a mera, anónima y unidireccional transmisión de información.

      Todo lo relatado nos muestra (y demuestra también) que es otra economía la que subyace y se materializa en la plaza de mercado, al menos como memoria de eso que Mauss llama “hecho social total” y en el que:

      […] se expresan a la vez y de golpe todo tipo de instituciones: las religiosas, jurídicas, morales —tanto las políticas como las familiares— y económicas, las cuales adoptan formas especiales de prestación y de distribución, y a las cuales hay que añadir las formas estéticas a que estos hechos dan lugar, así como los fenómenos morfológicos que estas instituciones producen. (1971, p. 157)

      Se trata así de otra economía en la que no solo hay intercambio de objetos, sino también de sujetos, es decir, intercambio permanente entre lo económico y lo simbólico. En otra investigación sobre el domingo campesino-popular y el domingo urbanoburgués, encontramos que, mientras el primero es el día de la máxima socialización, el segundo es el día en que la privatización de la vida adquiere su carácter más total y sus expresiones más exasperadas, como esas largas filas de automóviles detenidas por problemas de tráfico en las que ni siquiera la desesperación saca a las gentes de sus carros y los pone a comunicar. El mercado campesino tiene lugar precisamente el domingo, el día de la fiesta religiosa, pero también de otras nada religiosas, el día en que se lucen los vestidos y la capacidad de derroche, el día en que se dirimen los pleitos, el día que hay teatro o cine o toros, el día en que los políticos hacen sus arengas, el día en que se revuelve todo. Estamos ante otra economía o al menos su memoria, de la que las plazas de mercado nos muestran algunas señas de identidad.

      II. Los cementerios

      El estudio de los cementerios se realizó teniendo como eje la oposición entre el Cementerio Central y el llamado Jardines del recuerdo, ambos en la ciudad de Bogotá. El primero es el viejo cementerio que se halla, como indica su nombre, en el centro de la ciudad y es propiedad del municipio; el otro se encuentra en las afueras, al norte de la ciudad, que es el espacio urbano reservado para sí misma por la burguesía, y su propietario es una empresa privada, transnacional.

      1. Topografía

      A semejanza de la plaza de mercado, el Cementerio Central desborda sus tapias invadiendo los alrededores. El entorno forma parte integrante de su dinámica y en él hallamos otro montón de negocios: ventas de lápidas, flores, cirios, objetos religiosos, pero también loterías, horóscopos, fritangas, libros y objetos de magia como el coral y la pata de mico, el pico de pájaro negro, etc. La misma muchedumbre de mendigos, gamines, raponeros; el mismo abigarramiento, la misma heterogeneidad. Y, como la plaza de mercado, también su “adentro” está configurado por el desorden y el amontonamiento, por la multiplicidad de formas y su mezcla: tumbas y nichos, tumbas de todos los tamaños y formas, desde la cruz de palo clavada en la tierra hasta los grandes monumentos de piedra, bronce o mármol. No hay secciones ni divisiones, solo nombres, nombres propios, en su mayoría, que son los que atraen y aglutinan a las gentes en los lugares en que se practican los ritos: el lugar de “las almas olvidadas”, la tumbamausoleo de Leo Siegfred Kopp, la tumba del padre Almanza, de Merceditas Molano, de Inesita Cubillos... Al Cementerio Central se va todos los días, pero hay un día especial en la semana, un día de ritual popular: el lunes. Ese día, se puede apreciar mejor la multiplicidad de prácticas y su sentido.

      Nada más cruzar la puerta de entrada, el comercio de lo religioso se hace visible. A treinta metros, un puesto de responsos con tres clérigos que (cada cual por su lado) recitan a un peso el responso y a dos el salve: la tarifa da derecho a mencionar el nombre del difunto al que va dirigida la oración o por quien se reza. Y, como ese puesto, hay otros más, estratégicamente ubicados en los lugares por los que el tráfico de gentes es mayor. Hay, además, otros puestos donde se encargan las misas que se celebran en la capilla, también con sus tarifas según los tipos de misas. Y no hay crédito, aquí todo se paga por adelantado.

      Junto a esos ritos oficiales, la gente practica otro tipo de ritos mucho más populares y expresivos. Más que a rezar a sus familiares, el lunes la gente viene a buscar soluciones, ayuda para necesidades y problemas concretos y cotidianos: necesidades económicas, de salud, de amor, etc. Y para lograr eso, se visita no la tumba privada de la familia, sino la de aquellos difuntos