dado que esto indicará la forma en la cual el autor deseaba sesgar su narración”25.
Llegados hasta este punto, la mayor parte de los analistas relacionan los silencios con aquellas noticias que el emperador prefirió callar, dado que no concordaban con la orientación de su escrito o la contradecían directamente. Y, en efecto, hay varias omisiones importantes que se pueden anotar en este sentido. Por ejemplo, los cercanos y colaboradores de Augusto no aparecen, por lo general, mencionados en la inscripción –incluida la omisión del nombre de Julio César–26, salvo si son referidos a una acción relacionada de manera directa con el emperador, como son los casos de Marco Agripa27 y de Tiberio, quienes fueron muy cercanos a él y estuvieron relacionados con el régimen de manera muy profunda, además de los vínculos familiares que se establecieron. Esto le da a su obra el carácter de un gobernante solitario quien, en esa condición, decidió la marcha del Imperio de acuerdo a una profunda voluntad de servicio ajena a cualquier tipo de interés y ambición personal. He aquí una de las deducciones más claras que se pueden extraer de RGDA. y que parece haber sido una obsesión de Augusto. Paul Zanker señaló, a este respecto, que Augusto “Solo pretendía mostrar que era el más poderoso el único capaz de restaurar el orden en el Estado”; y Alison Cooley, por su parte, destaca que entre los mensajes más claros que se encuentran en la inscripción, figura aquel que destaca la obra de un hombre que había resuelto todos los problemas del Imperio y establecido un gobierno que representaba los intereses de todos, sin menoscabar la soberanía de las instituciones28.
Otra de las omisiones significativas se refiere a la cuestión sucesoria, aspecto en el cual el nuevo régimen había introducido un elemento nuevo y revolucionario con respecto a la tradición, puesto que en Roma las magistraturas no habían sido nunca hereditarias. Los miembros de la familia imperial que habían sido proyectados como sucesores de Augusto aparecen mencionados, pero no en esta clave, y nosotros podemos inferir esa condición más que percibirla de manera directa. Son las otras fuentes, aquellas tardías pero que recogieron noticias que se encontraban en aquellas que se perdieron, las que informan que el aspecto dinástico estuvo presente desde temprano en el ideario y gobierno de Augusto. La lista podría seguir aumentando y exaltando la contradicción entre las cosas dichas y hechas, dado que según señalara Luca Canali en su edición de RGDA. en 1982 “…cuánto más se consolida el poder monárquico de Augusto, tanto más Augusto habla de restauración republicana”29. Augusto, en suma, y según varios historiadores, habría sido un hipócrita político y su texto ejemplificaría de forma clara el punto.
Pero en Res Gestae hay otros silencios que llaman la atención y que se refieren a aquellos aspectos que bien podrían haber encontrado cabida en la inscripción y destacado elementos importantes del gobierno de Augusto. Sin embargo, fueron dejados de lado por algún motivo difícil de comprender. Nos referimos, a modo de ejemplo, a una buena parte de lo hecho por el gobierno de Augusto en la ciudad de Roma, aquella que encontró de ladrillos y dejó de mármol, según la famosa sentencia de Suetonio; la significativa promoción de libertos a cargos de importancia dentro de la administración30; su acción en las provincias, presentadas de manera casi exclusiva en su aspecto de pacificación; la promoción sostenida de artistas y escritores que llevaron a la vida cultural romana a uno de sus momentos mejor logrados, etc. Es cierto que todo esto habría ido en contra de la brevitas buscada y habría terminado por exceder los marcos exigidos para una inscripción, pero esto no deja de gene-rar curiosidad y cierta extrañeza respecto de los mecanismos de selección utilizados por el autor.
La historia de la inscripción
Res Gestae Divi Augusti ha tenido una vida accidentada y variada a lo largo del tiempo. Este proceso puede muy bien constituir un capítulo aparte que ilustra la forma en que un texto antiguo llega hasta nosotros y cómo resulta marcado de manera profunda por su travesía y las lecturas que distintas épocas han hecho de él. A continuación intentaremos reconstruir este camino en sus grandes trazos, identificar las interpretaciones y usos más significativos durante los siglos XIX y XX; esto es, a partir del momento en que fueron editados los contenidos de los restos antiguos que de manera progresiva habían sido transcritos, para finalmente intentar una aproximación a las lecturas actuales31. Un aspecto central de este recorrido consiste en que el autor de esta inscripción fue el emperador romano Augusto, una figura valorada de manera diversa a los largo de la historia, por lo cual la inscripción que él redactara ha estado siempre relacionada con el interés, o la falta de este, que en distintas épocas se ha hecho de su autor.
El proceso del descubrimiento progresivo de la inscripción a partir del siglo XVI en Ancyra (Turquía), bajo condiciones muy adversas marcadas por el deterioro del templo y de la inscripción en él contenida, tuvo un momento decisivo en la segunda parte del siglo XIX, cuando Georges Perrot y Edmond Guillaume, encargados por Napoleón, hicieron una serie de dibujos del templo donde se encontraba RGDA. y realizaron una copia de esta. Sobre estos fragmentos copiados, Theodor Mommsem realizó la primera edición de este documento en el año 1865. Diecisiete años más tarde, los investigadores de la Academia de Berlín sacaron a la luz la totalidad del texto griego, y el propio Mommsem realizó la segunda edición (1883)32. Hacia mediados de la década de 1930 cuando la inscripción fue completamente recuperada, pudo contarse con un texto establecido para su trabajo33.
Una labor especialmente importante fue la edición a cargo de Jean Gagé en 1935 y que publicó la editorial Belles Lettres. Esta fue considerada por la casi totalidad de los comentaristas como la heredera, en cuanto calidad y seriedad en el trabajo, de la segunda edición de Mommsen. En sus más de doscientas páginas, se encuentra una introducción extensa de unas 60 páginas, la inscripción en sus versiones latina y griega, comentarios a cada una de sus párrafos, además de apéndices útiles. La crítica especializada34 otorga a esta edición un carácter fundacional en relación con todo lo posterior que se hará en el siglo XX.
Hacia fines de la década de 1930 tuvieron lugar dos hechos externos que incidieron en las formas de utilizar y comprender Res Gestae Divi Augusti. En 1938 el gobierno fascista italiano instaló una copia de la inscripción en la base del podio que sostenía el recién excavado Altar de la Paz (Ara Pacis)35. Quedaban así unidas por primera vez dos piezas que originalmente habían nacido separadas, pero que el mencionado régimen puso en relación por cuanto representaban aquellos valores de la romanidad que se reivindicaban como sustento del régimen de Mussolini y de la proclamada nueva época que se estaría iniciando para el pueblo italiano. Esta actividad tuvo lugar en un contexto más amplio de recuperación y apropiación del gobierno de la experiencia romana antigua36. Como veremos en breve, esta situación marcó la lectura –o la no lectura– de RGDA. por varias décadas, pero antes debemos decir que hasta el día de hoy el Altar de la Paz y la inscripción augustea comparten un mismo espacio.
Ara Pacis Augustae (Altar de la Paz Augusta) fue levantado por indicación del Senado romano con motivo del retorno del Emperador desde Hispania y Las Galias en el año 13 a. C. Inaugurado tres años después, fue una de las construcciones en las que se expresaron con mayor fuerza y claridad las ideas del régimen. Los otros dos fueron el Mausoleo y