Bruno Bimbi

El fin del armario


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el doctor con el que había pedido turno (el que figuraba primero en la cartilla de la obra social) se quedó sin palabras cuando ella le habló de su sexualidad. Agachó la cabeza y dijo “Ah, claro”, y apuró la consulta, con una amabilidad forzada. Ella le preguntó por las enfermedades de transmisión sexual y él le contestó que no estaba bien informado y que no sabía qué decirle.

      “Muchas mujeres tienen miedo a una reacción hostil cuando dicen que son lesbianas o bisexuales, o temen que otros se enteren, por ejemplo, en pueblos o ciudades pequeñas. Muchas veces no lo dicen y su ginecólogo no les pregunta, perdiendo la oportunidad de que la consulta sirva, por ejemplo, para prevenir una ETS [enfermedad de transmisión sexual], ya que no reciben la información correcta para la prevención”, explica la activista y exdiputada porteña María Rachid. Años atrás, mucho antes de la aprobación del matrimonio igualitario y otros avances civilizatorios, varias organizaciones lésbicas lanzaron una campaña en la que reclamaban que la heterosexualidad de las pacientes dejara de darse por sobreentendida en la consulta ginecológica. Pedían también que la capacitación de los médicos incluyera información sobre la problemática específica de las mujeres lesbianas y bisexuales.

      Silvina Ciocale, ginecóloga y obstetra que entrevisté en 2008, me dijo que en toda la carrera de medicina no había pasado por una sola hora de cátedra dedicada a hablar de homosexualidad: “Me recibí a los 24, hice la especialización y nunca me hablaron del tema. Di clases en el hospital Santojanni, donde fui jefa de residentes, y el temario de las clases que me encargaban era tradicional. En la consulta médica el enfoque es organicista y no se habla de sexualidad”. La falta de contenidos sobre homosexualidad en las facultades deja a los médicos sin respuestas, por ejemplo, sobre la prevención de las ETS en las relaciones entre mujeres que practican la sexualidad digital y oral o usan juguetes sexuales.

      Según Ciocale, sería necesario explicar a las pacientes cómo higienizar y lubricar los aparatos y qué tipo de protección usar en el sexo oral, así como controlar la serología de infecciones como VIH, sífilis, HPV [Virus de Papiloma Humano] o hepatitis B. Para el HPV, un virus que puede transmitirse de mujer a mujer en la relación sexual, existe una vacuna, pero el principal factor de riesgo es no realizar los exámenes ginecológicos que permitirían la detección temprana. Con respecto al VIH, faltan estadísticas sobre el contagio sexual entre mujeres y la carencia de información hace que muchas piensen que no hay riesgo.

      Las organizaciones de lesbianas y bisexuales advierten, por otro lado, que el mercado no ofrece productos para el sexo seguro que sirvan para ellas. El grupo La Fulana realizó años atrás talleres de capacitación en hospitales públicos y con cátedras de la Facultad de Medicina de la UBA dirigidos a médicos y personal de salud de los hospitales Muñiz, Ramos Mejía y Fernández, así como a estudiantes de medicina que realizan las prácticas en esos hospitales. Pero hace falta que las universidades entiendan que esa capacitación debería formar parte de la educación de los médicos.

      Entre otras propuestas, la campaña “Cambiemos las preguntas” sugería que se cambiara el protocolo de atención ginecológica, comenzando por la pregunta: “¿Mantiene relaciones sexuales con varones y/o mujeres?”, que puede predisponer a las pacientes a sentirse cómodas y hablar sin miedo con su médico. La campaña proponía también la realización de estudios e investigaciones sobre la salud de lesbianas y mujeres bisexuales, la capacitación de los profesionales de la salud acerca de las medidas de protección posibles para evitar el contagio de ETS en las relaciones entre mujeres y, por supuesto, un trato no sexista ni discriminatorio en el consultorio médico.

      La noche anterior al cumpleaños de su abuela, Gastón había estado con un flaco. Cenaron juntos y fueron a su casa. Tenía que levantarse temprano al día siguiente, porque la fiesta era al mediodía y había que volver al barrio, así que tuvo que apurarse para no perder el último tren. Se acostó muy tarde. Al otro día, la mesa estaba dispuesta de modo tal que cada uno se sentaba con su novia o novio. A su lado habían puesto una silla que quedó vacía.

      Su hermana lo miró y le dijo:

      –Quedó una silla para tu pareja.

      Esa palabra ambigua le hizo sospechar que su hermana sabía. Ella le confesaría más tarde que lo dijo sin pensar, pero lo cierto es que él nunca le había presentado una novia.

      Por la noche, Gastón seguía de cumpleaños, esta vez el de una amiga. Uno de sus hermanos estaba invitado y, prendido a un vaso de vino, no paraba de hablarle. Él se moría de sueño y le dijo que estaba fundido porque la noche anterior se había acostado tardísimo. Su hermano miró alrededor, lleno de chicas, y le preguntó:

      –¿Con quién estuviste? ¿Es una de las amigas de Laura? –Pero él no respondió.

      Noche siguiente, cumpleaños de su hermana menor; la tercera fiesta en dos días.

      –¿Sabías que Matías acaba de salir del armario? –le preguntó su hermano, y agregó–: Vive con otro tipo. Hay que tener huevos para ser puto.

      Gastón no supo si era una indirecta o pura casualidad. Respondió cualquier cosa y siguieron conversando, hasta que reapareció la pregunta de la noche anterior:

      –¿No me vas a decir con quién estuviste anoche? Nunca me contás nada…

      “Esto no da para más”, pensó Gastón. Tomó aire, le dio una palmadita en el hombro a su hermano y respondió:

      –Negro, no lo conocés.

      Esta historia me la contó Esteban Paulón y sus protagonistas son dos amigos suyos, Marina y Fernando, que se conocieron en la facultad, en Rosario. Ella empezaba su segunda carrera y Fernando recién llegaba de un pueblo del interior santafesino.

      Se hicieron amigos muy rápido.

      Marina se puso de novia con Gerardo, y al final se fueron a vivir juntos. Fernando hablaba siempre de Diego, con quien compartía departamento. Le había dicho que era un amigo de la secundaria que también había llegado a Rosario para estudiar y dividían gastos porque a ninguno de los dos le daban los números para vivir solo.

      Pasó el tiempo, se recibieron, Marina se casó con Gerardo y Fernando seguía viviendo con Diego. Un día, Marina se encontró en la calle con una amiga en común, que le dijo:

      –¿Sabés que el otro día conocí al primo de Fernando? Es un chico divino. Estaban haciendo juntos las compras en el supermercado.

      –Pero Fernando no vive con el primo –contestó Marina, extrañada–. Vive con Diego, un amigo de su pueblo que vino a estudiar con él cuando recién llegaron a Rosario.

      –Él me dijo que era su primo. Y sí, se llama Diego… ¡Qué sé yo! Quizá me dijo que era su primo para no explicar tanto.

      Salimos del hotel alojamiento temprano por la mañana. Costó convencerlo de ir, ya que Fede tenía miedo de que alguien lo viera salir o entrar con otro hombre. Desayunamos en el McDonald’s de la esquina y, antes de despedirnos, me dijo:

      –Esta noche voy al recital de Mercedes Sosa en el Rosedal.

      Yo también tenía pensado ir, así que le propuse que fuéramos juntos.

      –No puedo, voy con mis amigos. ¿Entendés?

      Los amigos de Fede no sabían. En realidad, nadie sabía. Así que le pregunté qué hacer si, por casualidad, nos cruzábamos:

      –Si te veo, ¿te puedo saludar?

      –Sí, claro. Pero sos un compañero de la facultad, nada más.

      Yo fui con mis amigos y Fede con los suyos. No nos cruzamos en toda la noche. Y ahí estábamos, a pocos metros el uno del otro, en medio de tanta gente, la Negra cantando y nosotros mandándonos mensajes de texto durante todo el recital.

      “No decirlo no significa que los demás no lo sepan”, dice Renata y empieza a reírse por la historia que va a contar: “Yo estaba segura de que mi amiga no sabía. Pero no solo sabía, sino que estaba enojada porque yo no confiaba en ella, así que encontró