muerto, pero se habría sentido orgulloso. Aunque al asteroide lo designan provisionalmente 2016BA11 hasta que se pueda confirmar su órbita, Frieda sabe que lo llamará Jürgen Eichman en honor a él.
Las agencias espaciales de todo el mundo (NASA, UKSA, CSA, CNSA, ISRO, CRTS, ROSCOSMOS) lanzan comunicados asegurando a los ciudadanos que, aunque la trayectoria del asteroide 2016BA11 lo hará pasar cerca de la Tierra, no supone ninguna amenaza. En los niveles más altos de los gobiernos se sabe que eso es mentira.
La noche del paso del Jürgen Eichman, las familias se reúnen para verlo surcar el cielo nocturno. Se abrazan unos a otros, comentan su belleza y lo afortunados que son de presenciar esa maravilla cósmica única en la vida. Se tuestan malvaviscos, se consumen cantidades excesivas de vino, se comparten historias. Algunos de los que saben la verdad cenan balas.
A medida que el Jürgen Eichman se vislumbra más claramente en el cielo, cada vez más grande, tan grande como la luna y después más grande aún, la gente de todo el mundo empieza a darse cuenta de que algo va mal. El asteroide no va a pasar de largo sin causar daños. Se va a convertir en un meteorito. La mayoría de gente está paralizada del miedo. ¿Qué pueden hacer? ¿Adónde pueden ir? No puedes huir de la mano de Dios.
Frieda Eichman está sola en medio de un campo vacío y, mientras observa cómo arde el firmamento, susurra:
—Ich habe dich so sehr verpasst, Papa.
El 29 de enero de 2016, a la 1:39 UTC, el Jürgen Eichman impacta en el mar Mediterráneo. Tiene aproximadamente el diámetro de Londres. Todo aquel que está a menos de tres mil kilómetros del impacto es testigo de una bola de fuego más grande que el sol en el horizonte. En menos de un minuto todo arde, gente incluida. Después llegan las ondas sísmicas. Irradian desde el epicentro, sacudiendo la superficie como truenos, y cruzan todo el mundo en menos de veinte minutos. Los terremotos llegan acompañados de una ráfaga de aire que vaporiza todo lo que encuentra en su camino. Casas destrozadas, gente muerta, árboles antiguos arrancados de raíz. Horas más tarde, un tsunami de cientos de kilómetros de altura barre todo el planeta.
Las cenizas y el polvo oscurecen el cielo y tapan la luz del sol. Los pocos que sobrevivieron al impacto inicial mueren lentamente, congelados y solos.
10 de septiembre de 2015
De las cuatro fuerzas fundamentales, la gravedad se considera la más débil, a pesar de que su alcance es hipotéticamente infinito. La fuerza de la gravedad atrae los objetos físicos unos a otros. Cuanto mayor es la masa, mayor es su atracción. La gravedad nos empuja hacia el suelo, la gravedad mantiene la luna en órbita alrededor de la Tierra, y el Sol mantiene cautivo a nuestro planeta con su gravedad. Pero la gravedad no se limita a los cuerpos celestes, sino que también se aplica a la gente. Aunque, en vez de estar determinada por la masa, su fuerza se determina por la popularidad.
La popularidad es la heroína de los adolescentes. Los que la han probado ansían más, a los que la tienen en abundancia se les venera como a dioses, y los que nunca se han bañado en la luz de su gloria la desean en secreto, por mucho que aseguren lo contrario. La popularidad puede convertir a un chaval cualquiera en un gilipollas narcisista, egocéntrico y materialista.
No hablo por experiencia. Nunca he sido ni he querido ser popular. La popularidad es el motivo por el que Marcus me ridiculiza en público y se enrolla conmigo cuando estamos solos. Me escribió un par de veces intentando convencerme de que pasara el fin de semana en su casa, pero no le contesté.
Marcus fingía no mirarme desde su taquilla mientras yo esquivaba a otros estudiantes que estaban demasiado ocupados mirando el móvil como para darse cuenta de que estaban en medio. Me pregunté cómo reaccionaría él si me acercara y lo besara delante de todo el instituto. Aunque jamás me atrevería.
La clase de Química es mi oasis y normalmente soy el primero en llegar, pero ese día Audrey Dorn se me adelantó. Estaba sentada en su pupitre, mirando el móvil y la puerta alternativamente.
Saludé a la señora Faraci cuando entré, pero ella estaba dibujando estructuras químicas en la pizarra y no se dio cuenta.
—Tienes que ver esto. —Audrey me enseñó su móvil cuando llegué a mi pupitre—. Es uno de esos programas japoneses de bromas. Meten a un tío en un ataúd con un montón de calamares muertos y lo dejan ahí.
Yo me senté y dije:
—Sí, la claustrofobia es descojonante.
—Bueno, te lo enseñaré otro día. —Entraron dos chicas y Audrey se encogió como por acto reflejo, pero ni siquiera nos miraron. Después, se inclinó hacia mí y susurró—: Oye, Henry… Ayer te vi salir del baño.
—¿Llevaba la bragueta abierta? ¿Se me olvidó ponerme los calzoncillos otra vez? Qué rabia me da cuando me pasa.
—Sé lo que estabas haciendo allí. —Los ojos de Audrey recorrieron el aula entera—. Y sé con quién lo estabas haciendo.
Seguían llegando estudiantes mientras sonaba el timbre que anunciaba que quedaban dos minutos para el inicio de la clase.
—Buen intento, Veronica Mars, pero no tengo ni idea de qué hablas.
—Te muerdes el labio cuando mientes, Henry.
—Y tú cuando te comportas como una puñetera metomentodo.
—¿Me acabas de llamar «metomentodo»?
—Si puedes meter las narices en algo, las metes.
Audrey se puso tensa y sentenció:
—Pues vale. Yo solo quería ayudar.
—Me conmueve tu preocupación por mí. Lástima que no sea sincera.
Los rezagados llegaron corriendo mientras sonaba el último timbre y se sentaron en los pupitres vacíos. La señora Faraci empezó a repasar el contenido que entraría en el siguiente examen, pero yo no podía concentrarme en nada que no fuera Marcus. A menos que Audrey tuviera una cámara espía secreta colocada en el baño de los chicos, lo único que podía saber es que ambos habíamos estado en el baño a la vez. Además, ella era la única persona de todo el instituto lo bastante cotilla como para fijarse en dónde y cuándo voy a mear.
El móvil me vibró en el bolsillo y di un respingo que distrajo a la señora Faraci. Ella perdió el hilo de lo que estaba diciendo y comenzó un discurso sobre la importancia de comprender las estructuras atómicas. En cuanto se volvió, eché un vistazo al móvil. Era un mensaje de Marcus, aunque en mi teléfono aparecía como Fontaneros Estelares. Fue idea suya.
FONTANEROS ESTELARES: gradas. ora de comer. yo traigo lo ke te comeras
Era arriesgado encontrarme con él mientras Audrey jugaba a detectives, pero quería verle, sobre todo porque había rechazado su oferta para el fin de semana. Aunque odio a Marcus, lo echo de menos cuando no estamos juntos. Él no llena el enorme hueco que dejó Jesse, pero a veces hace que duela un poco menos.
Le escribí rápidamente y me guardé el móvil.
Faraci estaba repasando los distintos tipos de reacciones químicas cuando la puerta de la parte delantera de la clase se abrió de golpe y entró un tío que no conocía. Era alto, de aspecto peligroso, con el pelo de punta negro y una sonrisilla de «que os den por culo». Tenía unos músculos esbeltos que danzaban bajo su camiseta ceñida y los pulgares metidos en las trabillas de sus pantalones cortos grises. El chico se detuvo en el umbral hasta que toda la clase se quedó mirándolo.
—¿Alguien ha pedido un modelo al natural?
La señora Faraci balbució intentando responder. Los alumnos que no miraban con la boca abierta al desconocido cuchicheaban sobre él.