Michael G. Brown

Vínculo sagrado


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eternidad por los miembros de la Deidad, el pacto de redención es la base y el propósito orientador de toda la historia de la redención. Damos una definición resumida del pacto de redención como el pacto establecido en la eternidad entre el Padre, quien asigna al Hijo para ser el Redentor de los elegidos y Le manda que cumpla las condiciones para la redención de estos; y el Hijo, Quien voluntariamente acepta cumplir estas condiciones; y el Espíritu, Quien voluntariamente aplica la obra del Hijo a los elegidos.

       ¿Qué enseña la Biblia?

      No debemos alarmarnos de que la Biblia nunca mencione la frase “pacto de redención”. La Biblia enseña muchas doctrinas clave sin usar la misma terminología que los teólogos han acuñado para dichas doctrinas. Por ejemplo, la Escritura enseña la doctrina de la Trinidad, pero nunca usa la palabra Trinidad. No obstante, podemos usar la palabra Trinidad para referirnos con más facilidad a la enseñanza de la Escritura de que Dios es uno en esencia, pero tres personas. La doctrina del pacto de redención no es diferente en ese sentido. Aunque la frase exacta no aparece en la Biblia, la doctrina sí. Esto se vuelve evidente a medida que se despliega el drama de la historia de la redención. La promesa de Dios de enviar un Salvador, declarada primero en Génesis 3:15, es revelada progresivamente en el Antiguo Testamento hasta que llega su cumplimiento en la persona y la obra de Cristo. A la luz del Nuevo Testamento, vemos con claridad que la relación entre el Padre y el Hijo es de naturaleza de pacto, involucra una recompensa prometida al Hijo por Su obediencia a ciertas condiciones prescritas. Veamos ahora algunos de los muchos pasajes de la Escritura que enseñan esta doctrina.

      Salmo 40:6-8. Este salmo revela una relación de pacto de obediencia y recompensa entre el Padre y el Hijo, especialmente teniendo en cuenta la interpretación que da el libro de Hebreos. David empieza describiendo cómo Dios lo rescató de un pozo cenagoso del cual no podía escapar (40:1-2). Alaba a Dios por su salvación y declara que aquel que confía en el Señor es bienaventurado (40:3-5). Después, en los versículos 6-8, hace una declaración intrigante acerca de la relación correcta entre el Señor yla persona que confía en el Señor. “Sacrificio yofrenda no te agrada… holocausto y expiación no has demandado. Entonces dije: He aquí, vengo; en el rollo del libro está escrito de mí; el hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón”. No es en los sacrificios de animales que Dios se deleita, sino en la obediencia a Sus mandamientos.

      Aunque David escribió este salmo, el escritor de Hebreos identifica explícitamente al que habla en los versículos 6-8 como Cristo. En Hebreos 10:5-10, después de explicar cómo los sacrificios del pacto mosaico eran insuficientes para proporcionar salvación, el escritor dice que Cristo vino al mundo para hacer la voluntad del Padre. El Salmo 40:6-8 es esencialmente las palabras fieles de Cristo al Padre mientras se sometía a Sí mismo a las condiciones del pacto de redención. El escritor luego enfatiza que “en esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre” (10:10). Debido a que Cristo cumplió la voluntad del Padre a través de Su obediencia activa, Él nos ha salvado y reconciliado con el Padre. Él satisfizo las condiciones del pacto de redención y, consecuentemente, obtuvo la recompensa prometida.

      Salmo 110. En este salmo, que se cita frecuentemente en el Nuevo Testamento, el salmista anuncia de antemano la exaltación y el reinado de Cristo. Describe al Mesías recibiendo la recompensa por Su obediencia activa; Él se sienta a la diestra del Padre (110:1) y gobierna en medio de Sus enemigos (110:2). Pero el salmista también describe el juramento del Padre al Hijo: “Juró Jehová, y no se arrepentirá: Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec” (4). Como señalamos en la introducción, la toma de juramentos es un aspecto importante de la realización de pactos en toda la Escritura. Los pactos con Abraham y con Moisés, por ejemplo, fueron sellados con juramentos. Lo mismo es cierto del pacto de redención entre el Padre y el Hijo. El Salmo 110:4 resalta el carácter vinculante de este pacto debido al juramento. El Padre sella el pacto con Su juramento y designa al Hijo como el sacerdote mediador para los elegidos.

      De nuevo, el libro de Hebreos enseña esto con más claridad. Este interpreta explícitamente el Salmo 110:4 en términos de un pacto. En Hebreos 7, el escritor compara a Cristo con Melquisedec a fin de persuadir a su audiencia hebreo-cristiana del derecho legítimo de Cristo al oficio de sumo sacerdote, aun cuando descendía de la tribu de Judá y no de la tribu sacerdotal de Leví. Sabiendo que sus lectores estaban tentados a abandonar la fe y regresar al judaísmo, él argumenta que si la perfección fuera posible dentro del sacerdocio levítico, no habría ninguna razón para que se levantase otro sacerdote según el orden de Melquisedec, como lo había anunciado el Salmo 110. Aplicando 110:4 a Cristo, el autor dice: “Pues se da testimonio de él: Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec” (Hebreos 7:17). Después resalta el hecho de que este nombramiento al oficio de sacerdote se hizo con un juramento: “Y esto no fue hecho sin juramento; porque los otros ciertamente sin juramento fueron hechos sacerdotes; pero éste, con el juramento del que le dijo: Juró el Señor, y no se arrepentirá: Tú eres sacerdote para siempre” (7:20-21).

      Pero, ¿cuándo ocurrió este evento? La Escritura no revela ningún momento particular en el ministerio terrenal de Cristo en que el Padre hiciera este juramento al Hijo. Ni tampoco hay alguna parte en el Antiguo Testamento donde se haya hecho tal juramento. Podemos observar que en Hebreos 7:28 el escritor menciona el hecho de que el Salmo 110:4 se escribió mucho después de que la ley mosaica fuera entregada en el Sinaí, y que esta “palabra del juramento, que vino después de la ley, designa al Hijo, hecho perfecto para siempre” (LBLA). No obstante, la palabra del juramento fue revelada en los días de David el escritor del salmo, no el juramento mismo. El Padre hizo este juramento al Hijo cuando le dio Su nombramiento sacerdotal en el pacto de redención.

      Isaías 53. Esta profecía bien conocida acerca del Siervo sufriente también nos enseña acerca del pacto de redención al decirnos que la relación entre el Padre y el Hijo con respecto a la redención de los pecadores es una relación del pacto en su naturaleza; tiene una relación de obediencia y recompensa. Esto se revela incluso en su título “mi siervo” (Isaías 52:13; 53:11), lo cual es una terminología clásica del pacto. (Por ejemplo, en Isaías 42:1-9, al Siervo se le llama explícitamente un “pacto al pueblo”. Ver también Isaías 49:1-53 no solamente anuncia la humillación y angustia que Cristo experimentó en Su vida y muerte sino también cómo Su obediencia a la voluntad del Padre es la causa y base de nuestra redención. Después de describir cómo Cristo sería “herido por nuestras rebeliones” (53:5) bajo el peso de la ira de Dios al cargar en Él nuestro pecado (53:6), Isaías dice en el versículo 10: “Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo” y “la voluntad de Jehová será en su mano prosperada”. En otras palabras, el sufrimiento de Cristo fue conforme a la voluntad del Padre y, a través de la obediencia de Cristo a la voluntad del Padre, se cumplió Su voluntad. Esta no es una idea fortuita o incoherente; al contrario, este era un plan predeterminado entre el Padre y el Hijo que resultó en la salvación de los elegidos. Como dice Isaías en el versículo 11, fue por medio de la obediencia de Cristo que Él justificó a muchos. Su obediencia activa al Padre logró la justificación de Su pueblo.

      El Nuevo Testamento deja claro que este fue un acuerdo mutuo entre el Padre y el Hijo. Pablo nos dice en Filipenses 2 que Cristo “siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (2:6-8). El Hijo no fue obligado a aceptar este plan de redención. No fue a la cruz contra Su voluntad. Antes bien, el Padre le dio una obra que hacer, yÉl, a su vez, se sometió a la voluntad del Padre y la obedeció perfectamente.

      Que esto fue una recompensa por la obediencia de Cristo se dice explícitamente en Isaías 53:12: “Por tanto, yo le daré parte con los grandes, y con los fuertes repartirá despojos”. Debido a que Cristo llevó a cabo la obra que el Padre le encomendó, Él ganó la recompensa de un conquistador y el derecho a los despojos de la guerra. El uso de la frase “por tanto” indica que la obediencia de Cristo (descrita previamente en Isaías 53:1-11) tiene como consecuencia una recompensa. Pablo también refleja esto en Filipenses