Norman L. Geisler

No basta mi fe para ser ateo


Скачать книгу

hecho, un filósofo musulmán medieval con el nombre de Avicena sugirió una manera infalible de corregir a alguien que niega la ley de la no contradicción. Dijo que cualquiera que niegue la ley de la no contradicción debe ser golpeado y quemado hasta que admita que ser golpeado no es lo mismo que no ser golpeado, ¡y quemarse no es lo mismo que no quemarse! (¡Un poco extremo, pero entiendes el punto!).

      Si bien las personas razonables no tienen ningún problema con la ley de la no contradicción, algunos filósofos muy influyentes la han negado implícitamente en sus enseñanzas. Quizás los dos más influyentes de ellos son David Hume e Immanuel Kant. Muchas personas nunca han oído hablar de Hume y Kant, pero sus enseñanzas han afectado enormemente a la mente moderna. Es por eso que es importante que echemos un vistazo a cada uno de ellos. Comenzaremos con Hume.

      El escepticismo de Hume: ¿Deberíamos ser escépticos al respecto?

      Quizás más que cualquier otra persona, David Hume es responsable del escepticismo que prevalece hoy en día. Como un empírico, Hume creía que todas las ideas significativas eran verdaderas por definición o se basaban en la experiencia sensorial. Dado que, según Hume, no hay experiencias sensoriales para conceptos que vayan más allá de lo físico, ninguna afirmación metafísica (sobre conceptos más allá de lo físico, incluido Dios) debe creerse debido a que no tienen sentido. De hecho, Hume afirmó que las proposiciones pueden ser significativas solo si cumplen una de las siguientes dos condiciones:

      • La afirmación de la verdad es un razonamiento abstracto como una ecuación matemática o una definición (por ejemplo, “2+2=4” o “todos los triángulos tienen tres lados”); o

      • La afirmación de la verdad puede verificarse empíricamente a través de uno o más de los cinco sentidos.

      Mientras afirmaba ser un escéptico, Hume ciertamente no era escéptico sobre estas dos condiciones: estaba absolutamente convencido de que tenía la verdad. De hecho, concluye su Investigación sobre el conocimiento humano con esta enfática afirmación: “Si tomamos en nuestra mano cualquier volumen, de divinidad o metafísica escolar por ejemplo, preguntémonos: ‘¿contiene algún razonamiento abstracto sobre cantidad o número?’. No. ‘¿Contiene algún razonamiento experimental sobre un hecho o su existencia?’. No. Entrégalo entonces a las llamas porque no puede contener nada más que sofistería e ilusión”.13

      ¿Observas las implicaciones de las dos condiciones de Hume? Si él está en lo correcto, entonces cualquier libro que hable sobre Dios no tiene sentido. ¡Podría utilizar todos los escritos religiosos para encender fuego!

      Casi doscientos años después, el filósofo A. J. Ayer del siglo XX convirtió las dos condiciones de Hume en el “principio de la comprobación empírica”. Este principio afirma que una proposición puede ser significativa solo si es verdadera por definición o si es verificable empíricamente.

      A mediados de la década de 1960, esta visión se convirtió en una moda en los departamentos universitarios de filosofía de todo el país, incluida la Universidad de Detroit, donde yo (Norm) era estudiante. De hecho, tomé toda una clase sobre positivismo lógico, que era otro nombre para la filosofía impulsada por Ayer. El profesor de esa clase, un positivista lógico, era un tipo raro. Aunque afirmaba ser católico, se negaba a creer que fuese significativo hablar sobre la existencia de la realidad más allá de lo físico (es decir, metafísica, Dios). En otras palabras, era un ateo que deseaba convertir a toda la clase al ateísmo semántico. (Una vez le pregunté: “¿Cómo puede ser católico y ateo?”. Ignorando dos milenios de enseñanza católica, él respondió: “No tienes que creer en Dios para ser católico, ¡solo tienes que cumplir las reglas!”).

      El primer día de esta clase, el profesor le pidió a la clase hacer presentaciones basadas en capítulos del libro de Ayer, Logic, Truth and Language [Lógica, verdad y lenguaje]. Me ofrecí como voluntario para presentar el capítulo titulado “El principio de comprobación empírica”. Ahora, considera que este principio era la base misma del positivismo lógico y, por lo tanto, de todo el curso.

      Al comienzo de la siguiente clase, el profesor dijo: “Sr. Geisler, empezaremos con su presentación. Limítate a no más de veinte minutos para que podamos tener suficiente tiempo para la discusión”.

      Bueno, ya que estaba usando la técnica del correcaminos, no tuve ningún problema con el límite de tiempo. Me puse de pie y simplemente dije: “El principio de la comprobación empírica establece que solo hay dos tipos de proposiciones significativas: 1) las que son verdaderas por definición y 2) las que son verificables empíricamente. Como el principio de la comprobación empírica en sí mismo no es verdadero ni por definición ni verificable empíricamente, no puede ser significativo”.

      Eso fue todo, y me senté.

      Hubo un silencio sepulcral en el salón de clases. La mayoría de los estudiantes pudieron imaginar al coyote suspendido en el aire. Reconocieron que el principio de comprobación empírica no podía ser significativo en función de su propio estándar. ¡Se negaba a sí mismo! ¡En tan solo la segunda clase, el fundamento de todo el periodo había sido destruido! ¿De qué iba a hablar el profesor durante las próximas catorce semanas?

      Te diré de qué hablaría. En lugar de admitir que su clase y su punto de vista filosófico se negaban a sí mismos y, por lo tanto, eran falsos, el profesor reprimió esta verdad, hizo corajes y luego pasó a sospechar que yo estaba detrás de todo lo que salía mal el resto del semestre. Su lealtad al principio de la comprobación empírica, a pesar de su evidente y fatal defecto, era claramente una cuestión de voluntad y no de la mente.

      Hay mucho más qué decir sobre Hume, particularmente sobre sus argumentos contra los milagros, que abordaremos cuando lleguemos al capítulo 8. Pero, por ahora, el punto es este: la comprobación empírica estricta de Hume, y de su devoto A. J. Ayer, se desmorona. La afirmación de que “algo solo puede ser significativo si es verificable empíricamente o es verdad por definición” se desecha porque esa afirmación no es verificable empíricamente ni es verdadera por definición. En otras palabras, Hume y Ayer intentan demostrar demasiado porque su método para descubrir proposiciones significativas excluye demasiado. Sin duda, las afirmaciones que son verificables empíricamente o verdaderas por definición son significativas. Sin embargo, estas afirmaciones no abarcan todas las declaraciones significativas como afirman Hume y Ayer. Entonces, en lugar de quemar todos los libros que hablan sobre Dios, como sugiere Hume, es posible que desees considerar quemar los libros de Hume.

      El agnosticismo de Kant: ¿Deberíamos ser agnósticos al respecto?

      El impacto de Immanuel Kant ha sido aún más devastador para la cosmovisión cristiana que el de David Hume. Debido a que, si la filosofía de Kant es correcta, no hay forma de saber nada sobre el mundo real, ¡incluso cosas empíricamente comprobables! ¿Por qué? Porque según Kant, la estructura de tus sentidos y tu mente forman todos los datos sensoriales, por lo que nunca conoces realmente una cosa en sí misma. Una coa solo te es conocida después de que tu mente y tus sentidos la forman.

      Para entender esto, observa un árbol desde alguna ventana por un segundo. Kant dice que el árbol que crees que estás mirando aparece de la manera en que lo hace porque tu mente está formando los datos de los sentidos que obtienes del árbol. Realmente no conoces el árbol en sí mismo; solo conoces los fenómenos que tu mente categoriza sobre el árbol. En resumen, tú no puedes conocer el árbol en sí mismo, solo el árbol como lo percibes.

      ¡Uf! ¿Por qué la persona promedio en la calle no duda de lo que ve con sus propios ojos, pero sí los hacen algunos supuestos brillantes filósofos? Cuanto más estudiamos filosofía, más nos convencemos de esto: si quieres que lo obvio parezca oscuro, ¡deja que un filósofo se enamore de ello!

      Sin embargo, no podemos evitar estudiar filosofía porque, como dijo C. S. Lewis, “la buena filosofía debe existir, aunque no sea por otra razón que para refutar a la mala filosofía”.14 La filosofía de Kant es mala filosofía, pero ha convencido a mucha gente de que existe un abismo insalvable entre ellos y el mundo real; que no hay forma de que puedas obtener un conocimiento confiable sobre